(Juan Pablo II 6 de junio de 1992 en São Tomé)
Al comienzo de la celebración eucarística celebrada con motivo del 25aniversario del pontificado de Juan Pablo II el Cardenal Joseph Ratzinger desplegaba en breves palabras la la
riqueza de la persona del Papa Juan Pablo II y su pontificado.
“Usted, como Vicario de Jesucristo en la sucesión apostólica, ha recorrido
incansablemente el mundo, no sólo para llevar a los hombres el evangelio del
amor de Dios encarnado en Jesucristo, más allá de todo confín geográfico; usted
ha atravesado también los continentes del espíritu, a menudo distantes unos de
otros y contrapuestos entre sí, para acercar a los que estaban lejos y
reconciliar a los que estaban separados, y para dar cabida en el mundo a la paz
de Cristo (cf. Ef 2, 17).
Se ha dirigido a jóvenes y ancianos, a ricos y pobres, a gente poderosa y
humilde, y ha demostrado siempre —siguiendo el ejemplo de Jesucristo— un amor
particular por los pobres y los indefensos, llevando a todos una chispa de la
verdad y del amor de Dios. Ha anunciado sin miedo la voluntad de Dios, incluso
allí donde está en contraste con lo que piensan y quieren los hombres.
Como el apóstol san Pablo, usted puede decir que no ha tratado nunca de
adular con las palabras, que no ha buscado jamás ningún honor de los hombres,
sino que ha cuidado de sus hijos como una madre. Como san Pablo, también usted
se ha encariñado con los hombres y ha deseado hacerlos partícipes no sólo del
Evangelio, sino también de su misma vida (cf. 1 Ts 2, 5-8). Ha
aceptado críticas e injurias, suscitando, sin embargo, gratitud y amor y
derribando los muros del odio y la enemistad.
Podemos constatar hoy cómo usted se ha entregado con todo su ser al servicio
del Evangelio y se ha desgastado totalmente por él (2 Co 12, 15). En su
vida la expresión cruz no es sólo una palabra. Usted se ha dejado herir por
ella en el alma y en el cuerpo. Al igual que san Pablo, también usted soporta
los sufrimientos para completar en su vida terrena, por el Cuerpo de Cristo que
es la Iglesia, lo que aún falta a los padecimientos de Cristo (Col 1, 24)”
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