Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

miércoles, 3 de enero de 2024

A qué santo invocar


 

En los cuatro últimos siglos, la mayor parte de los beatos y santos de la Iglesia Católica han sido proclamados durante el pontificado de Juan Pablo II, que ha durado veintiséis años.

No existe ninguna razón para dudar que tal “aceleración” – como algunos llaman a la sorprendente multiplicación de las legiones de santos – no pueda ayudar a encontrar el “alma gemela” en esta excelente compañía. Pero, antes, se plantea un dilema: ¿a quién elegir como propio intercesor en los proyectos, desgracias y problemas,  también en los momentos de esperanzada alegría, cuando hemos sido capaces de hacer algo y cuando hemos conseguido un éxito por pequeño o grande que sea?

¿A quién rezar de estas figuras? Me parece que primero es necesario preguntarse si tenemos verdaderamente necesidad de algunas cosas. Si yo, en el ámbito de la fe, siento la necesidad de alguien que me introduzca en el misterio me ayude con su consejo, me guie y no me pierda de vista. En todo esto, nos confiamos en la contemplación de Dios por parte de Jesus. El conoce a Dios directamente, lo ve, El es el verdadero mediador entre Dios y el hombre. Nuestra fe es participación en la visión de Dios, que El posee. Pero la meditación de Jesus en la fe y la mediación de los santos, que se encuentra en El,  la fuente, se unen.   Imitar a los santos  no significa obligarse a admirar aquello en que no creemos, aquello de lo que no es tamos convencidos. Simular no sirve para nada.

Si quieres realizar algo que ha realizado un santo, entonces, quizás, te interesa también saber como lo  ha conseguido, como lo  ha hecho. Entonces quizás tendrías que detenerte con atención y respeto, y asi, no solo tu admiración surgiría espontanea, sino también tu oración. ¿A cuántos santos conoces? ¿Cuánto los conoces? Los santos son guías infalibles en la búsqueda de Dios. Pueden dar un fuerte testimonio con sus vidas. Conocemos el dilema de Pedro. El quería salvar a Jesus, sin embargo ha sido Jesus quien ha salvado a Pedro; conocemos el camino seguido por Pedro para convencerse de que ha sido él el salvado y perdonado por Jesus y que él era el primer destinatario del perdón y de la misericordia evangélica. No le fue fácil llegar a esta convicción, porque era muy celoso de la propia fidelidad y de la propia sinceridad…  Pero el Señor, de manera inesperada para Pedro, lo ha conducido consigo en el momento en que Pedro ha afirmado que El era el Señor y lo ha testimoniado con palabras llenas de sinceridad, movido por una profunda emoción: «Señor, también yo, como todos los demás, soy solo una miserable criatura. No pensaba, Señor, que hubiese podido llegar tan lejos».

Y Pedro comprende ahora, finalmente, el sentido del Evangelio, como don de salvación para un pecador, y comienza, al mismo tiempo, a comprender que Dios no solo es empuje para un comportamiento mejor, que no es un reformador de la humanidad,  sino sobre todo un Amor ofrecido: un Amor gratito y misericordioso, que no condena, no juzga, no regaña.

La mirada de Jesus es simplemente una mirada de misericordia y amor. Pedro, por tanto, nos puede transmitir algo de la propia experiencia, hablarnos de algo,  que es, al mismo tiempo, lo más fácil y lo  más difícil en la vida: saber dejarse amar. Pedro, hasta entonces estaba orgulloso de poder hacer algo por el Señor. Ahora, sin embargo, entiende que ante Dios no puede hacer otra cosa que dejarse amar, dejarse llevar,  permitir ser perdonado. Quería morir por Jesus, y al contrario, ahora ve que  en realidad es Jesus quien muere por él. Aquí se cumple una desconcertante inversión de valores, difícilmente admitida por el hombre, que cree que Dios siempre exige algo y por eso no es capaz de aceptar una imagen evangélica de Dios-siervo.  Hay motivo para detenerse y reflexionar, y quizás también para dirigirse a Pedro para que nos de alguna lección.

Pedro, como todos nosotros, era un hombre que buscaba a Dios, hasta que comprendió que es Él el primero en buscarnos. El nos sigue día a día con discreción, incansablemente. Las manos de una madre son una prueba de ello, como puede serlo también una palabra de consuelo.  Dios, a través de los santos, quiere mostrarnos el camino para alcanzar Su Reino. Durante el rito del bautismo nuestros padres nos han elegido un compañero en el camino de la vida, uno de los moradores del cielo. En la confirmación nosotros mismos, conscientemente, nos hemos elegido otro. ¡Pensemos incluso en el espacio que la Iglesia ha destinado a los santos en la plegaria eucarística!

Dios nos busca y quiere alcanzarnos; los santos no se encuentran solo en el cielo. Los santos están con nosotros en el mundo, entre nosotros. Viven a nuestro lado, trabajan, sufren, se sacrifican. Basta solo  mirarles más atentamente, conocerles más profundamente., Ellos sostienen la fe, gracias a ellos la esperanza y el amor sobrevive en la gente.

Es necesario conocerles mejor. Por    que – como dijo alguien – en el horizonte de la cristiandad los santos son como los volcanes desde hace tiempo inactivos. Sus nombres se asocian a menudo a un símbolo iconográfico, a un popular cambio de estación, a un dia del calendario. Nos olvidamos de cuantos trabajos les han llevado a los altares, cuanta lava han lanzado,. Es necesario contemplarles de cerca, y entonces la lección de un santo al que rezar  dejara de ser difícil.

 

p.Hieronim Fokcinski SJ, (Totus Tuus Nro 0, febrero 2006, Año  1,

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