Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

sábado, 28 de julio de 2018

Humanae Vitae carta del Cardenal Wojtyla a Pablo VI



En una extensa carta que el entonces Cardenal Karol Wojtyla envió en 1969 al papa Pablo VI subraya que la prohibición de la anticoncepción de Humanae Vitae es una enseñanza “infalible” e “irrevocable” que la Iglesia misma “no tiene poder para cambiar”.
La carta fue publicada por primera vez en italiano a principios de este año, como parte de un nuevo libro del padre Paweł Stanisław Gałuszka, titulado Karol Wojtyla y Humanae Vitae.  El libro examina la contribución que Karol Wojtyla y los obispos polacos hicieron a la edición y recepción de Humanae Vitae cuando Wojtyla era arzobispo de Cracovia.
El libro contiene varios documentos inéditos, incluida esta carta que Wojtyla envió a Pablo VI en 1969, después de que numerosos episcopados expresaron su oposición a Humanae Vitae. En marzo pasado el libro, con un prefacio de Mons. Melina, presidente del Instituto Juan Pablo II,   fue presentado en la Universidad Lateranense de Roma.
En comentarios a LifeSiteNews, ha explicado que la carta de Wojtyla a Pablo VI es decisiva en tres puntos.
Primero, que la ley moral y por lo tanto también la norma de Humanae vitae [la prohibición de la anticoncepción] es la expresión de una verdad sobre el bien y no la imposición arbitraria de un legislador, de modo que la Iglesia misma no tiene poder para cambiarla. (contra el legalismo nominalista);
segundo, que Humanae vitae es una enseñanza infalible e irrevocable, por el Magisterio ordinario universal, aunque no por un acto definitorio solemne (ex cátedra);
y tercero, que Humanae vitae no es una cuestión de consejo, que se confía a la interpretación de la conciencia, sino una enseñanza doctrinal vinculante
La publicación de  la carta de 1969 del Cardenal Wojtyla a Pablo VI llega cuando surgen nuevos hechos sobre los orígenes de Humanae vitae. Los hallazgos recientes, contenidos en un nuevo libro, El nacimiento de una Encíclica: Humanae Vitae a la luz de los Archivos del Vaticano, se basan en una investigación «secreta» de la Comisión del Vaticano sobre documentos archivados relacionados con el trabajo preparatorio de la encíclica.
Su autor, monseñor Gilfredo Marengo, es miembro de la comisión nombrada por el Papa Francisco.

En la visión de Mons. Melina, el libro de Marengo intenta «disminuir la importancia» de Wojtyla en la preparación de Humanae vitae, «y en la estimación de Pablo VI.» Su «desafío» al libro de Pawel Gałuszka, dijo Melina, se puede ver en la interpretación de Marengo, que tiende a «enfatizar en cambio la influencia de los franceses (primero Martelet, SJ, y luego Poupard y Martin, de la Secretaría de Estado)».

«Marengo desea apoyar una interpretación más matizada (antropológica - renovada teológica) de Humanae vitae, contra lo que él llama posiciones 'moralistas' y casuísticas», dijo Melina a LifeSiteNews, pero estas posiciones «finalmente prevalecieron bajo influencias negativas de la Congregación para el Doctrina de la fe (¿y Wojtyla?)» [Nota del traductor al español: aquí parece claro que Mons. Melina está trasmitiendo la opinión de Mons. Marengo]
 Mons. Melina señaló que el nuevo libro de Marengo ofrece «datos objetivos» de los Archivos del Vaticano. Si estos datos se presentaran correctamente, dijo, le permitirían al lector «apreciar la influencia del Cardenal de Cracovia».

Melina dijo que hay «tres hechos importantes» que Marengo ha informado, pero a los que no atribuye suficiente importancia. Primero, que Pablo VI envió el borrador inicial de lo que eventualmente se convirtió en Humanae vitae (un texto llamado De nascendae prolis) a solo dos prelados: «uno era el cardenal Felici y el otro era el cardenal Wojtyła (Marengo, 99-ff)».
En segundo lugar, en la documentación enviada a Pablo VI como un dossier para la edición final, además de la contribución del Cardenal Wojtyla, también estaba el memorándum de Cracovia (Marengo, 101). Wojtyła se refiere a este memorándum en su carta.
Por último, dijo, está el hecho de que «a pesar de que Pablo VI finalmente no aceptó la sugerencia del Cardenal Wojtyla de publicar una Instrucción Pastoral en respuesta a las reacciones a Humanae vitae », sí hizo que un comentario del Cardenal de Cracovia fuese publicado en el Osservatore Romano, y «lo animó a publicar la Instrucción en Polonia (Marengo, 129)».
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En el momento en que la Iglesia celebra el 50º aniversario de Humanae vitae, publicamos a continuación en su totalidad, por primera vez en inglés, la carta del Cardenal Wojtyla al Papa Pablo VI.


miércoles, 25 de julio de 2018

50 años de la Encíclica Humanae Vitae de Pablo VI (3 de 3)





6. Frente a las dificultades y a los recursos de la familia de hoy, la Iglesia se siente llamada a renovar la conciencia del encargo que ha recibido de Cristo en relación al precioso bien del matrimonio y de la familia: la tarea de anunciarlo en su verdad, de celebrarlo en su misterio y de vivirlo en la existencia cotidiana de los que han sido "llamados por Dios a servirle en el matrimonio" (Humanae vitae, 25).
Pero, ¿cómo desarrollar esta tarea en las presentes condiciones de vida de la Iglesia y de la sociedad?
La comunión de ideas y de experiencias durante este encuentro vuestro permitirá ciertamente encontrar algunas respuestas significativas.

De todas maneras puede ser oportuno, al principio de vuestros trabajos, ofrecer algunas sugerencias y formular algunas propuestas.

Es especialmente urgente reavivar la conciencia del amor conyugal como don: ese don que, mediante el sacramento del matrimonio, el Espíritu Santo, que es la Persona-don en el inefable misterio de la Trinidad (cf. Dominum et Vivificantem, 10), derrama en el corazón de los esposos cristianos. Este mismo don es la "ley nueva" de su existencia, la raíz y la fuerza de la vida moral de la pareja y de la familia. Y en realidad su ethos consiste en vivir todas las dimensiones del don:
— la dimensión conyugal, que exige a los esposos llegar a ser cada vez más un solo corazón y una sola alma, revelando así en la historia el misterio de la misma comunión de Dios uno y trino;
— la dimensión familiar, que exige a los esposos estar dispuestos a "cooperar... con el amor del Creador y del Salvador, quien por medio de ellos aumenta y enriquece diariamente a su propia familia" (Gaudium et spes, 50), acogiendo del Señor el don del hijo (cf. Gén 4, 1);
— la dimensión eclesial y social, por la cual los cónyuges y los padres cristianos, en virtud del sacramento, "poseen su propio don, dentro del Pueblo de Dios, en su estado y forma de vida" (Lumen gentium, 11). Y al mismo tiempo asumen y desarrollan —como "célula primera y vital de la sociedad". (Apostolicam actuositatem, 11)— su responsabilidad en el ámbito social y político;
— la dimensión religiosa, por la cual la pareja y la familia responden al don de Dios y en la fe, en la esperanza y en la caridad hacen de toda su vida "sacrificios espirituales, aceptos a Dios por mediación de Jesucristo" (l Pe 2, 5).

Sin descuidar enseñanzas que tienen también su importancia, como son aquellas que se refieren a los aspectos antropológicos y sicológicos de la sexualidad y del matrimonio, el esfuerzo pastoral de la Iglesia debe poner decididamente en primer lugar la difusión y la profundización de la conciencia de que el amor conyugal es don de Dios confiado a la responsabilidad del hombre y de la mujer: en esta línea deben moverse la catequesis, la reflexión teológica, la educación moral y espiritual.
Es además urgentísimo que se renueve en todos, sacerdotes, religiosos y laicos, la conciencia de la absoluta necesidad de la pastoral familiar como parte integrante de la pastoral de la Iglesia, Madre y Maestra. Repito con convencimiento la llamada contenida en la Familiaris consortio: "...cada Iglesia local y, en concreto, cada comunidad parroquial debe tomar una conciencia más viva de la gracia y de la responsabilidad que recibe del Señor, en orden a la promoción de la pastoral familiar. Los planes de pastoral orgánica, a cualquier nivel, no deben prescindir nunca de tomar en consideración la pastoral de la familia" (n. 70).

La exigencia insustituible de que la fe se haga cultura, debe encontrar su primer y fundamental lugar de realización en la pareja y en la familia. El fin de la pastoral familiar consiste no sólo en hacer la comunidad eclesial más solícita hacia el bien cristiano y humano de las parejas y de las familias, en particular de las más pobres y en dificultad, sino también y sobre todo en estimular el "protagonismo" propio e insustituible de las parejas y de las familias mismas en la Iglesia y en la sociedad.

Para una pastoral familiar eficaz e incisiva es necesario orientar hacia la formación de los agentes, suscitando también vocaciones al apostolado en este campo vital para la Iglesia y para el mundo. Las palabras de Jesucristo: "La mies es mucha, y los obreros pocos" (Lc 10, 2), valen también para el campo de la pastoral familiar. Son necesarios "obreros" que no teman las dificultades y las incomprensiones al presentar el proyecto de Dios sobre el matrimonio, dispuestos a "sembrar con lágrimas", pero con la seguridad de "cosechar entre cantares" (cf. Sal 125/126, 5).

7. Dios quiere que toda familia sea en Cristo Jesús una "Iglesia doméstica" (cf. Lumen gentium, 11): de esta "iglesia en miniatura", como gusta llamar frecuentemente a la familia San Juan Crisóstomo (cf. por ejemplo In Genesim, Serm. VI, 2; VII, 1), depende en su mayor parte el futuro de la Iglesia y de su misión evangelizadora.
También el porvenir de una sociedad más humana, inspirada y sostenida por la civilización del amor y de la vida, depende en gran medida de la "calidad" moral y espiritual del matrimonio y de la familia, de su "santidad".

Esta es la finalidad suprema de la acción pastoral de la Iglesia, de la que nosotros obispos somos los primeros responsables. El XX aniversario de la Humanae vitae vuelve a plantearnos a todos esta finalidad con la misma urgencia apostólica de Pablo VI, que concluía su Encíclica dirigiéndose a los hermanos en el episcopado con estas palabras: "Trabajad al frente de los sacerdotes, vuestros colaboradores, y de vuestros fieles con ardor y sin descanso, por la salvaguardia y la santidad del matrimonio para que sea vivido en toda su plenitud humana y cristiana. Considerad esta misión como una de vuestras responsabilidades más urgentes en el tiempo actual" (Humanae vitae, 30).

50 años de la Encíclica Humanae Vitae de Pablo VI (2 de 3)



(del discurso de Juan Pablo II a un encuentroorganizado por el Pontificio Consejo para la familia con ocasión del XXaniversario de la Humanae Vitae)



3. En realidad, los años sucesivos a la Encíclica, no obstante la insistencia de críticas injustificadas y de silencios inaceptables, han podido demostrar con creciente claridad cómo el documento de Pablo VI era no sólo siempre de viva actualidad, sino investido hasta de un significado profético.
Un testimonio de particular valor lo ofrecieron los obispos en el Sínodo de 1980, cuando escribieron así en la Propositio 22: "Este Sagrado Sínodo, reunido en la unidad de la fe con el Sucesor de Pedro, mantiene firmemente lo que ha sido propuesto en el Concilio Vaticano II (cf. Gaudium et spes, 50) y después en la Encíclica Humanae vitae, y en concreto, que el amor conyugal debe ser plenamente humano, exclusivo y abierto a una nueva vida" (Humanae vitae, 11 y cf. 9 y 12)

Yo mismo después, en la Exhortación post-sinodal Familiaris consortio, propuse de nuevo, en el más amplio contexto de la vocación y de la misión de la familia, la perspectiva antropológica y moral de la Humanae vitae sobre la transmisión de la vida humana (cf. nn. 28-35). Asimismo, durante las audiencias de los miércoles, dediqué las últimas catequesis "sobre el amor humano en el plano divino" a confirmar y a iluminar el principio ético fundamental de la Encíclica de Pablo VI acerca de la conexión inseparable de los significados unitivo y procreativo del acto conyugal, interpretado a la luz del significado esponsal del cuerpo humano.
Entre los frutos del Sínodo de los Obispos sobre las tareas de la familia en el mundo de hoy se debe recordar la constitución de dos importantes organismos eclesiales, destinados el uno a estimular la actividad pastoral sobre el matrimonio y la familia, y el otro a promover la reflexión científica.
El primer organismo es el Pontificio Consejo para la Familia, con el cual venía profundamente renovado al precedente Comité Pontificio para la Familia querido por Pablo VI. En la Exhortación Familiaris consortio indicaba el sentido y la finalidad del nuevo organismo: ser "un signo de la importancia que yo atribuyo a la pastoral de la familia en el mundo, para que al mismo tiempo sea un instrumento eficaz a fin de ayudar a promoverla a todos los niveles" (n. 73).

El segundo organismo es el Instituto Juan Pablo II para estudios sobre matrimonio y familia, querido "para que la verdad acerca del matrimonio y la familia pueda ser cada vez mejor investigada científicamente, de modo que laicos, religiosos y sacerdotes puedan recibir formación, ya sea filosófico-teológica, ya en ciencias humanas, en esta materia, a fin de que su ministerio pastoral y eclesial se pueda desarrollar de manera más eficaz en favor del Pueblo de Dios" (Cons. Apost. Magnum matrimonii, 7 de octubre, 1982, n. 3).
Ya fundado y operante desde algunos años en la Pontificia Universidad Lateranense, recibió el reconocimiento jurídico en 1982 y ha continuado su laudable tarea alargando su actividad a otros países. En estos mismos días el Instituto ha programado el II Congreso internacional de teología moral sobre el tema "Humanae vitae: 20 años después", con reflexiones y análisis que se mueven en la línea de las preocupaciones pastorales propias también de esta reunión vuestra.

La gravedad de los problemas hoy planteados en el ámbito del matrimonio y de la familia hace cada vez más necesario que dentro de las Conferencias Episcopales nacionales o regionales, y a veces también en diócesis singulares, se constituyan y se hagan operantes organismos análogos a los ahora recordados: sólo así los problemas pueden encontrar, con la debida profundización doctrinal, válidas respuestas pastorales oportunamente coordinadas con las iniciativas de los otros organismos eclesiales.
4. La presente reunión reviste ya una particular importancia por el mismo hecho de desarrollarse entre obispos aquí congregados como representantes de las Conferencias Episcopales de los respectivos países, en los que les han sido confiados específicos encargos en este sector de la pastoral. Venerados hermanos: La problemática teológica y pastoral suscitada por la Encíclica Humanae vitae y por la Exhortación Familiaris consortio, representa sin duda un capítulo fundamental de vuestra solicitud de maestros y de Pastores de la verdad evangélica y humana acerca del matrimonio y la familia.

Este encuentro puede ser para vosotros una preciosa ocasión para que, mediante la comunicación de experiencias, se pueda describir y analizar mejor la actual situación de la Iglesia, sea refiriendo los desarrollos vinculados a la temática de la Humanae vitae, sea informando acerca de la respuesta que, en las diversas situaciones sociales y culturales, se ha dado al respecto.

El método de estos trabajos y los resultados que se obtendrán pueden quizá sugerir la oportunidad de volver a convocar en el futuro semejantes encuentros. Ellos de hecho se mueven en el contexto de una colaboración ya presente entre el Pontificio Consejo para la Familia y los Episcopados de los diferentes países, sobre todo con ocasión de las visitas ad limina. Las múltiples dificultades a las que debe hacer frente la familia en el mundo contemporáneo inducen a desear la consolidación ulterior de tal colaboración a fin de ofrecer a los esposos toda ayuda posible para corresponder mejor a su propia vocación.
5. Desde muchas partes la referencia a la Encíclica Humanae vitae se une, casi automáticamente, a la idea de la "crisis" que ha afectado, y continúa afectando, a la moral conyugal.

Sin duda se deben reconocer las múltiples y a veces graves dificultades que en este campo encuentran los sacerdotes y las parejas, los unos en anunciar la verdad entera sobre el amor conyugal, y las otras en vivirla. Por otra parte, las dificultades a nivel moral son el fruto y el signo de otras dificultades más graves que tocan los valores esenciales del matrimonio como "íntima comunidad de vida y de amor conyugal" (Gaudium et spes, 48). La pérdida de estima en relación al hijo como "preciosísimo don del matrimonio" (Gaudium et spes, 50) y hasta el rechazo categórico de transmitir la vida, a veces por una errónea concepción de la procreación responsable, y la interpretación totalmente subjetiva y relativa del amor conyugal, tan abundantemente difundidas en nuestra sociedad y en nuestra cultura, son el signo evidente de la actual crisis matrimonial y familiar.

Como raíz de la "crisis", la Exhortación Familiaris consortio ha señalado una corrupción de la idea y de la práctica de la libertad, que es "concebida no como la capacidad de realizar la verdad del proyecto de Dios sobre el matrimonio y la familia, sino como una fuerza autónoma de autoafirmación no raramente contra los demás, en orden al propio bienestar egoísta" (n. 6). Más radicalmente todavía hay que indicar una visión inmanentista y secularizante del matrimonio, de sus valores y de sus exigencias: el rechazo a reconocer el manantial divino del que derivan el amor y la fecundidad de los esposos, expone el matrimonio y la familia a desintegrarse también como experiencia humana.
Al mismo tiempo la situación actual presenta también aspectos positivos, entre los cuales sobresale el descubrimiento de los "recursos" de que el hombre y la mujer disponen para vivir la verdad plena del amor conyugal.

El primero y fundamental recurso es el sacramento del matrimonio, o sea, Jesucristo mismo que se hace presente y operante por medio de su Espíritu y hace a los esposos cristianos partícipes de su amor a la humanidad redimida. Este "sacramento" manifiesta plenamente y lleva a total cumplimiento aquel "sacramento primordial de la creación" por el cual desde el "principio" el hombre y la mujer han sido creados por Dios a su imagen y semejanza y llamados al amor y a la comunión. Así el hombre y la mujer, mientras realizan su "humanidad" según la vocación matrimonial, se ponen al servicio no sólo de los hijos, sino también de la Iglesia y de la sociedad.

El período post-conciliar ha favorecido un progresivo crecimiento en el conocimiento del significado eclesial y social del matrimonio y de la familia: es éste el lugar más común y, al mismo tiempo, fundamental en el que se expresa la misión de los laicos en la Iglesia. La "Carta de los Derechos de la Familia", publicada por la Santa Sede en 1983 a petición del Sínodo de los Obispos, constituye un momento de particular importancia para la conciencia del significado social y político de la vida de pareja y de familia: éstas no son meras destinatarias, sino verdaderas y propias "protagonistas" de una "política" al servicio del bien común familiar.

50 años de la Encíclica Humanae Vitae de Pablo VI (1 de 3)




“El motivo del encuentro es el XX aniversario de la Encíclica Humanae vitae que Pablo VI publicó el 25 de julio de 1968 sobre el grave problema de la recta regulación de la natalidad. En la alocución del miércoles siguiente a la publicación de la Encíclica, el mismo Pablo VI confió a los fieles los sentimientos que lo habían guiado en el cumplimiento de su mandato apostólico. Decía: "El primer sentimiento ha sido el de una gravísima responsabilidad nuestra. Ese sentimiento nos ha introducido y sostenido en lo vivo del problema durante los cuatro años requeridos para el estudio y la elaboración de esta Encíclica. Os confesamos que este sentimiento nos ha hecho incluso sufrir no poco espiritualmente. Jamás habíamos sentido como en esta coyuntura el peso de nuestro cargo. Hemos estudiado, leído, discutido cuanto podíamos, y también hemos rezado mucho... Invocando las luces del Espíritu Santo, hemos puesto nuestra conciencia en la plena y libre disponibilidad a la voz de la verdad, tratando de interpretar la norma divina que vemos surgir de la intrínseca exigencia del auténtico amor humano, de las estructuras esenciales de la institución matrimonial, de la dignidad personal de los esposos, de su misión al servicio de la vida, así como de la santidad del matrimonio cristiano; hemos reflexionado sobre los elementos estables de la doctrina tradicional y vigente de la Iglesia, y especialmente sobre las enseñanzas del reciente Concilio; hemos ponderado las consecuencias de una y otra decisión, y no hemos tenido duda alguna sobre nuestro deber de pronunciar nuestra sentencia en los términos expresados por la presente Encíclica" (cf. Insegnamenti di Paolo VI, vol. VI, 1968, págs. 870-871).

De todos son conocidas las reacciones, a veces ásperas y hasta despreciativas, que también en algunos ambientes de la misma comunidad eclesial ha recibido la Encíclica Humanae vitae. Mi venerado predecesor las había previsto claramente. De hecho, escribía en la Encíclica: «Se puede prever que estas enseñanzas no serán quizá fácilmente aceptadas por todos: son demasiadas las voces —ampliadas por los modernos medios de propaganda— que están en contraste con la de la Iglesia. A decir verdad, ésta no se extraña de ser, a semejanza de su Divino Fundador, "signo de contradicción" (cf. Lc 2, 34); pero no deja por esto de proclamar con humilde firmeza toda la ley moral, tanto natural como evangélica" (n. 18).

Por otra parte, Pablo VI mantuvo siempre una profunda confianza en la capacidad de los hombres de hoy de acoger y de comprender la doctrina de la Iglesia sobre el principio de la "inseparable conexión, que Dios ha querido y que el hombre no puede romper por propia iniciativa, entre los dos significados del acto conyugal: el significado unitivo y el significado procreador". (n. 12). "Nos pensamos —escribía él— que los hombres, en particular los de nuestro tiempo, se encuentran en situación de comprender el carácter profundamente razonable y humano de este principio fundamental" (n. 12).”


miércoles, 18 de julio de 2018

Juan Pablo II : el delito abominable del aborto (3 de 3)




62. El Magisterio pontificio más reciente ha reafirmado con gran vigor esta doctrina común. En particular, Pío XI en la Encíclica Casti connubii rechazó las pretendidas justificaciones del aborto; 65 Pío XII excluyó todo aborto directo, o sea, todo acto que tienda directamente a destruir la vida humana aún no nacida, « tanto si tal destrucción se entiende como fin o sólo como medio para el fin »; 66 Juan XXIII reafirmó que la vida humana es sagrada, porque « desde que aflora, ella implica directamente la acción creadora de Dios ».67 El Concilio Vaticano II, como ya he recordado, condenó con gran severidad el aborto: « se ha de proteger la vida con el máximo cuidado desde la concepción; tanto el aborto como el infanticidio son crímenes nefandos ».68
La disciplina canónica de la Iglesia, desde los primeros siglos, ha castigado con sanciones penales a quienes se manchaban con la culpa del aborto y esta praxis, con penas más o menos graves, ha sido ratificada en los diversos períodos históricos. El Código de Derecho Canónico de 1917 establecía para el aborto la pena de excomunión. 69 También la nueva legislación canónica se sitúa en esta dirección cuando sanciona que « quien procura el aborto, si éste se produce, incurre en excomunión latae sententiae »,70 es decir, automática. La excomunión afecta a todos los que cometen este delito conociendo la pena, incluidos también aquellos cómplices sin cuya cooperación el delito no se hubiera producido: 71 con esta reiterada sanción, la Iglesia señala este delito como uno de los más graves y peligrosos, alentando así a quien lo comete a buscar solícitamente el camino de la conversión. En efecto, en la Iglesia la pena de excomunión tiene como fin hacer plenamente conscientes de la gravedad de un cierto pecado y favorecer, por tanto, una adecuada conversión y penitencia.
Ante semejante unanimidad en la tradición doctrinal y disciplinar de la Iglesia, Pablo VI pudo declarar que esta enseñanza no había cambiado y que era inmutable. 72 Por tanto, con la autoridad que Cristo confirió a Pedro y a sus Sucesores, en comunión con todos los Obispos —que en varias ocasiones han condenado el aborto y que en la consulta citada anteriormente, aunque dispersos por el mundo, han concordado unánimemente sobre esta doctrina—, declaro que el aborto directo, es decir, querido como fin o como medio, es siempre un desorden moral grave, en cuanto eliminación deliberada de un ser humano inocente. Esta doctrina se fundamenta en la ley natural y en la Palabra de Dios escrita; es transmitida por la Tradición de la Iglesia y enseñada por el Magisterio ordinario y universal. 73
Ninguna circunstancia, ninguna finalidad, ninguna ley del mundo podrá jamás hacer lícito un acto que es intrínsecamente ilícito, por ser contrario a la Ley de Dios, escrita en el corazón de cada hombre, reconocible por la misma razón, y proclamada por la Iglesia.
63. La valoración moral del aborto se debe aplicar también a las recientes formas de intervención sobre los embriones humanosque, aun buscando fines en sí mismos legítimos, comportan inevitablemente su destrucción. Es el caso de los experimentos con embriones, en creciente expansión en el campo de la investigación biomédica y legalmente admitida por algunos Estados. Si « son lícitas las intervenciones sobre el embrión humano siempre que respeten la vida y la integridad del embrión, que no lo expongan a riesgos desproporcionados, que tengan como fin su curación, la mejora de sus condiciones de salud o su supervivencia individual »,74 se debe afirmar, sin embargo, que el uso de embriones o fetos humanos como objeto de experimentación constituye un delito en consideración a su dignidad de seres humanos, que tienen derecho al mismo respeto debido al niño ya nacido y a toda persona. 75
La misma condena moral concierne también al procedimiento que utiliza los embriones y fetos humanos todavía vivos —a veces « producidos » expresamente para este fin mediante la fecundación in vitro— sea como « material biológico » para ser utilizado, sea como abastecedores de órganos o tejidos para trasplantar en el tratamiento de algunas enfermedades. En verdad, la eliminación de criaturas humanas inocentes, aun cuando beneficie a otras, constituye un acto absolutamente inaceptable.
Una atención especial merece la valoración moral de las técnicas de diagnóstico prenatal, que permiten identificar precozmente eventuales anomalías del niño por nacer. En efecto, por la complejidad de estas técnicas, esta valoración debe hacerse muy cuidadosa y articuladamente. Estas técnicas son moralmente lícitas cuando están exentas de riesgos desproporcionados para el niño o la madre, y están orientadas a posibilitar una terapia precoz o también a favorecer una serena y consciente aceptación del niño por nacer. Pero, dado que las posibilidades de curación antes del nacimiento son hoy todavía escasas, sucede no pocas veces que estas técnicas se ponen al servicio de una mentalidad eugenésica, que acepta el aborto selectivo para impedir el nacimiento de niños afectados por varios tipos de anomalías. Semejante mentalidad es ignominiosa y totalmente reprobable, porque pretende medir el valor de una vida humana siguiendo sólo parámetros de « normalidad » y de bienestar físico, abriendo así el camino a la legitimación incluso del infanticidio y de la eutanasia.
En realidad, precisamente el valor y la serenidad con que tantos hermanos nuestros, afectados por graves formas de minusvalidez, viven su existencia cuando son aceptados y amados por nosotros, constituyen un testimonio particularmente eficaz de los auténticos valores que caracterizan la vida y que la hacen, incluso en condiciones difíciles, preciosa para sí y para los demás. La Iglesia está cercana a aquellos esposos que, con gran ansia y sufrimiento, acogen a sus hijos gravemente afectados de incapacidades, así como agradece a todas las familias que, por medio de la adopción, amparan a quienes han sido abandonados por sus padres, debido a formas de minusvalidez o enfermedades.

(Juan Pablo II Encíclica Evangelium Vitae)


Juan Pablo II : el delito abominable del aborto (2 de 3)



60. Algunos intentan justificar el aborto sosteniendo que el fruto de la concepción, al menos hasta un cierto número de días, no puede ser todavía considerado una vida humana personal. En realidad, « desde el momento en que el óvulo es fecundado, se inaugura una nueva vida que no es la del padre ni la de la madre, sino la de un nuevo ser humano que se desarrolla por sí mismo. Jamás llegará a ser humano si no lo ha sido desde entonces. A esta evidencia de siempre... la genética moderna otorga una preciosa confirmación. Muestra que desde el primer instante se encuentra fijado el programa de lo que será ese viviente: una persona, un individuo con sus características ya bien determinadas. Con la fecundación inicia la aventura de una vida humana, cuyas principales capacidades requieren un tiempo para desarrollarse y poder actuar ».57 Aunque la presencia de un alma espiritual no puede deducirse de la observación de ningún dato experimental, las mismas conclusiones de la ciencia sobre el embrión humano ofrecen « una indicación preciosa para discernir racionalmente una presencia personal desde este primer surgir de la vida humana: ¿cómo un individuo humano podría no ser persona humana? ».58
Por lo demás, está en juego algo tan importante que, desde el punto de vista de la obligación moral, bastaría la sola probabilidad de encontrarse ante una persona para justificar la más rotunda prohibición de cualquier intervención destinada a eliminar un embrión humano. Precisamente por esto, más allá de los debates científicos y de las mismas afirmaciones filosóficas en las que el Magisterio no se ha comprometido expresamente, la Iglesia siempre ha enseñado, y sigue enseñando, que al fruto de la generación humana, desde el primer momento de su existencia, se ha de garantizar el respeto incondicional que moralmente se le debe al ser humano en su totalidad y unidad corporal y espiritual: « El ser humano debe ser respetado y tratado como persona desde el instante de su concepción y, por eso, a partir de ese mismo momento se le deben reconocer los derechos de la persona, principalmente el derecho inviolable de todo ser humano inocente a la vida ».59
61. Los textos de la Sagrada Escritura, que nunca hablan del aborto voluntario y, por tanto, no contienen condenas directas y específicas al respecto, presentan de tal modo al ser humano en el seno materno, que exigen lógicamente que se extienda también a este caso el mandamiento divino « no matarás ».
La vida humana es sagrada e inviolable en cada momento de su existencia, también en el inicial que precede al nacimiento. El hombre, desde el seno materno, pertenece a Dios que lo escruta y conoce todo, que lo forma y lo plasma con sus manos, que lo ve mientras es todavía un pequeño embrión informe y que en él entrevé el adulto de mañana, cuyos días están contados y cuya vocación está ya escrita en el « libro de la vida » (cf. Sal 139 138, 1. 13-16). Incluso cuando está todavía en el seno materno, —como testimonian numerosos textos bíblicos 60— el hombre es término personalísimo de la amorosa y paterna providencia divina.
La Tradición cristiana —como bien señala la Declaración emitida al respecto por la Congregación para la Doctrina de la Fe 61— es clara y unánime, desde los orígenes hasta nuestros días, en considerar el aborto como desorden moral particularmente grave. Desde que entró en contacto con el mundo greco-romano, en el que estaba difundida la práctica del aborto y del infanticidio, la primera comunidad cristiana se opuso radicalmente, con su doctrina y praxis, a las costumbres difundidas en aquella sociedad, como bien demuestra la ya citada Didaché. 62 Entre los escritores eclesiásticos del área griega, Atenágoras recuerda que los cristianos consideran como homicidas a las mujeres que recurren a medicinas abortivas, porque los niños, aun estando en el seno de la madre, son ya « objeto, por ende, de la providencia de Dios ».63 Entre los latinos, Tertuliano afirma: « Es un homicidio anticipado impedir el nacimiento; poco importa que se suprima el alma ya nacida o que se la haga desaparecer en el nacimiento. Es ya un hombre aquél que lo será ».64
A lo largo de su historia bimilenaria, esta misma doctrina ha sido enseñada constantemente por los Padres de la Iglesia, por sus Pastores y Doctores. Incluso las discusiones de carácter científico y filosófico sobre el momento preciso de la infusión del alma espiritual, nunca han provocado la mínima duda sobre la condena moral del aborto.

(Juan Pablo II Encíclica Evangelium Vitae)


Juan Pablo II : el delito abominable del aborto (1 de 3)




58. Entre todos los delitos que el hombre puede cometer contra la vida, el aborto procurado presenta características que lo hacen particularmente grave e ignominioso. El Concilio Vaticano II lo define, junto con el infanticidio, como « crímenes nefandos ».54
Hoy, sin embargo, la percepción de su gravedad se ha ido debilitando progresivamente en la conciencia de muchos. La aceptación del aborto en la mentalidad, en las costumbres y en la misma ley es señal evidente de una peligrosísima crisis del sentido moral, que es cada vez más incapaz de distinguir entre el bien y el mal, incluso cuando está en juego el derecho fundamental a la vida. Ante una situación tan grave, se requiere más que nunca el valor de mirar de frente a la verdad y de llamar a las cosas por su nombre, sin ceder a compromisos de conveniencia o a la tentación de autoengaño. A este propósito resuena categórico el reproche del Profeta: « ¡Ay, los que llaman al mal bien, y al bien mal!; que dan oscuridad por luz, y luz por oscuridad » (Is 5, 20). Precisamente en el caso del aborto se percibe la difusión de una terminología ambigua, como la de « interrupción del embarazo », que tiende a ocultar su verdadera naturaleza y a atenuar su gravedad en la opinión pública. Quizás este mismo fenómeno lingüístico sea síntoma de un malestar de las conciencias. Pero ninguna palabra puede cambiar la realidad de las cosas: el aborto procurado es la eliminación deliberada y directa, como quiera que se realice, de un ser humano en la fase inicial de su existencia, que va de la concepción al nacimiento.
La gravedad moral del aborto procurado se manifiesta en toda su verdad si se reconoce que se trata de un homicidio y, en particular, si se consideran las circunstancias específicas que lo cualifican. Quien se elimina es un ser humano que comienza a vivir, es decir, lo más inocente en absoluto que se pueda imaginar: ¡jamás podrá ser considerado un agresor, y menos aún un agresor injusto! Es débil, inerme, hasta el punto de estar privado incluso de aquella mínima forma de defensa que constituye la fuerza implorante de los gemidos y del llanto del recién nacido. Se halla totalmente confiado a la protección y al cuidado de la mujer que lo lleva en su seno. Sin embargo, a veces, es precisamente ella, la madre, quien decide y pide su eliminación, e incluso la procura.
Es cierto que en muchas ocasiones la opción del aborto tiene para la madre un carácter dramático y doloroso, en cuanto que la decisión de deshacerse del fruto de la concepción no se toma por razones puramente egoístas o de conveniencia, sino porque se quisieran preservar algunos bienes importantes, como la propia salud o un nivel de vida digno para los demás miembros de la familia. A veces se temen para el que ha de nacer tales condiciones de existencia que hacen pensar que para él lo mejor sería no nacer. Sin embargo, estas y otras razones semejantes, aun siendo graves y dramáticas, jamás pueden justificar la eliminación deliberada de un ser humano inocente.
59. En la decisión sobre la muerte del niño aún no nacido, además de la madre, intervienen con frecuencia otras personas. Ante todo, puede ser culpable el padre del niño, no sólo cuando induce expresamente a la mujer al aborto, sino también cuando favorece de modo indirecto esta decisión suya al dejarla sola ante los problemas del embarazo: 55 de esta forma se hiere mortalmente a la familia y se profana su naturaleza de comunidad de amor y su vocación de ser « santuario de la vida ». No se pueden olvidar las presiones que a veces provienen de un contexto más amplio de familiares y amigos. No raramente la mujer está sometida a presiones tan fuertes que se siente psicológicamente obligada a ceder al aborto: no hay duda de que en este caso la responsabilidad moral afecta particularmente a quienes directa o indirectamente la han forzado a abortar. También son responsables los médicos y el personal sanitario cuando ponen al servicio de la muerte la competencia adquirida para promover la vida.
Pero la responsabilidad implica también a los legisladores que han promovido y aprobado leyes que amparan el aborto y, en la medida en que haya dependido de ellos, los administradores de las estructuras sanitarias utilizadas para practicar abortos. Una responsabilidad general no menos grave afecta tanto a los que han favorecido la difusión de una mentalidad de permisivismo sexual y de menosprecio de la maternidad, como a quienes debieron haber asegurado —y no lo han hecho— políticas familiares y sociales válidas en apoyo de las familias, especialmente de las numerosas o con particulares dificultades económicas y educativas. Finalmente, no se puede minimizar el entramado de complicidades que llega a abarcar incluso a instituciones internacionales, fundaciones y asociaciones que luchan sistemáticamente por la legalización y la difusión del aborto en el mundo. En este sentido, el aborto va más allá de la responsabilidad de las personas concretas y del daño que se les provoca, asumiendo una dimensión fuertemente social: es una herida gravísima causada a la sociedad y a su cultura por quienes deberían ser sus constructores y defensores. Como he escrito en mi Carta a las Familias« nos encontramos ante una enorme amenaza contra la vida: no sólo la de cada individuo, sino también la de toda la civilización ».56 Estamos ante lo que puede definirse como una « estructura de pecado » contra la vida humana aún no nacida.

(Juan Pablo II Encíclica Evangelium Vitae)

 


viernes, 6 de julio de 2018

Bioética del Vaticano II a Juan Pablo II – Prof. Gonzalo Miranda (5 de 5)



La defensa firme y apasionada de la vida humana

Finalmente podemos afirmar que la enciclica tantas veces citada, Evangelium Vitae - una enciclica toda enteramente dedicada a la promoción de la cultura de la vida contra el avance de la cultura de la muerte - ha sido y seguirá siéndolo en el futuro un verdadero mapa y un fuerte aliento para todos aquellos que quieren comprender, amar y defender la vida humana y la dignidad de cada ser humano, sin discriminación alguna.

Solo deseo subrayar aqui como, entre los argumentos tan ricos articulados a favor de la vida humana en toda circunstancia, hay tres momentos en los cuales Juan Pablo II se pronunció en tono solemne, muy similar a  tratos propios de la definición ex catedra.

"con la autoridad que Cristo confirió a Pedro y a sus Sucesores, en comunión con todos los Obispos —que en varias ocasiones han condenado el aborto y que en la consulta citada anteriormente, aunque dispersos por el mundo, han concordado unánimemente sobre esta doctrina—, declaro que el aborto directo, es decir, querido como fin o como medio, es siempre un desorden moral grave, en cuanto eliminación deliberada de un ser humano inocente. Esta doctrina se fundamenta en la ley natural y en la Palabra de Dios escrita; es transmitida por la Tradición de la Iglesia y enseñada por el Magisterio ordinario y universal. 73
con la autoridad que Cristo confirió a Pedro y a sus Sucesores, en comunión con todos los Obispos —que en varias ocasiones han condenado el aborto y que en la consulta citada anteriormente, aunque dispersos por el mundo, han concordado unánimemente sobre esta doctrina—, declaro que el aborto directo, es decir, querido como fin o como medio, es siempre un desorden moral grave, en cuanto eliminación deliberada de un ser humano inocente. Esta doctrina se fundamenta en la ley natural y en la Palabra de Dios escrita; es transmitida por la Tradición de la Iglesia y enseñada por el Magisterio ordinario y universal. 73
de acuerdo con el Magisterio de mis Predecesores 81 y en comunión con los Obispos de la Iglesia católica, confirmo que la eutanasia es una grave violación de la Ley de Dios, en cuanto eliminación deliberada y moralmente inaceptable de una persona humana. Esta doctrina se fundamenta en la ley natural y en la Palabra de Dios escrita; es transmitida por la Tradición de la Iglesia y enseñada por el Magisterio ordinario y universal. 82"

miércoles, 4 de julio de 2018

Bioética del Vaticano II a Juan Pablo II – Prof. Gonzalo Miranda (4 de 5)


La recuperación de la dignidad ontológica de la persona humana

La visión antropológica presentada por Juan Pablo II, a partir de la tradición  milenaria del Occidente cristiano,  y renovada con su singular capacidad intuitiva y con el vigor que nacía de su profundo amor al hombre, ofrece una plataforma solida para la construcción de una bioetica que no discrimina a los mas débiles, sino que promueve,  en cambio,  el respeto de cada individuo humano.

Me parece muy significativo que su primer Encíclica fuera dedicada a Cristo en cuanto a Redentor del hombre, Redemptor Hominis.  En ese texto afirmo con fuerza que "el hombre (...) es el primor y fundamental camino de la Iglesia".  El hombre debería ser - debe ser - también el primer y fundamental camino  de la bioética.

Juan Pablo II subrayaba también que todo hombre goza de una dignidad sublime; tanto desde el punto de vita de la comprensión racional pero ante todo a la luz de la revelación cristiana, tal como se lee en el texto de Gaudium et Spes, por el citado:

"El que es imagen de Dios invisible (Col 1,15) es también el hombre perfecto, que ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina, deformada por el primer pecado. En él, la naturaleza humana asumida, no absorbida, ha sido elevada también en nosotros a dignidad sin igual. El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejantes en todo a nosotros, excepto en el pecado."

En sus escritos y discursos plasma a menudo una bellisima y profunda afirmación de la misma Gaudium et Spes, cuando habla del hombre como "la única criatura que Dios ha amado por si misma."   El Papa la menciono al menos en diecisiete veces. 

En la antropología cristiana desarrollada y vuelva a proponer por Juan Pablo II no hay lugar para una visión dualista que degrada la corporeidad a un mero instrumento y a la persona humana en mero fenómeno de conciencia. Para el Papa Wojtyla  la corporeidad no es un aspecto marginal, ni un peso del cual desconectarse lo mas pronto posible. El Evangelio de la vida afirma la unidad indivisible de persona, vida y corporeidad. De esta manera no puede justificarse atentado alguno contra la vida o contra la integridad física de un ser humano.

Para el cristiano, asi lo recordaba el Papa, la vida humana es siempre un "ien". Y afirma que el valor de la vida humana es intrínseco.






martes, 3 de julio de 2018

Bioética del Vaticano II a Juan Pablo II – Prof. Gonzalo Miranda (3 de 5)


El coraje en la búsqueda de la verdad

Quizás una de las contribuciones mas importantes del Pontífice en relación a la bioetica fue la de haber invitado a todos a recuperar la confianza en la razón humana y el coraje de buscar la verdad.  Y fue absolutamente claro para los bioeticistas la invitación que les dirigiera Juan Pablo II a los filósofos en su Enciclica Fides et Ratio,  "tener la valentía de recuperar, siguiendo la tradición filosófica perennemente válida, las dimensiones de autentica sabiduría y de verdad, incluso metafísica, del pensamiento filosófico. 

En su discurso dirigido a los jóvenes reunidos en el estadio de Denver (1993) el Papa subrayo aquella recuperación de la confianza en la capacidad de reconocer la verdad como uno de los problemas mas agudos de la cultura moderna y de la juventud actual.

Otra contribución importante del Papa Juan Pablo  II fueron, sin dudas,  las profundas reflexiones articuladas en la Enciclica Veritatis Splendor.  La única manera de evitar que la bioetica no se reduzca solamente a una oficina de permisos denunciado por Newhaus, es recuperar el coraje de buscar la verdad moral de nuestras acciones, también en el campo biomedico,  también cuando están en juego nuestros deseos e intereses personales, económicos o políticos.