Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

jueves, 29 de noviembre de 2012

Marco Gallo : “El caso argentino; la acción pacificadora de Juan Pablo II con motivo de la guerra de las Malvinas y su rol para favorecer la vuelta a la democracia” (9 de 11) Discursos del Papa en Argentina


Marco Gallo : “El caso argentino; la acción pacificadora de Juan Pablo II con motivo de la guerra de las Malvinas y su rol para favorecer la vuelta a la democracia” (9 de 11) Discursos del Papa en Argentina


“El Papa recuerda la centralidad de este ministerio de reconciliación y subraya nuevamente el carácter propiamente pastoral de su anterior viaje a Inglaterra, haciendo referencia a la “carta a los argentinos” y agregando detalles muy personales sobre este original gesto:
“Y no necesito comentar aquí la ya mencionada carta firmada con mi propia mano que, como acostumbraba hacer San Pablo, escribí “a los queridos hijos e hijas de la nación argentina”. Fue una palabra que ha brotado del corazón, en una hora de sufrimiento de vuestro pueblo, con el fin de anunciar mi ardiente deseo de venir a encontrarlos”. El Papa en esta ocasión hace pública la carta que los obispos ingleses, durante su viaje a Gran Bretaña, habían escrito a sus pares argentinos, señalando de esta manera los vínculos de paz y de amistad entre las dos Iglesias. El Papa espera que este mismo vínculo se instaure entre los dos pueblos y naciones. Retumban en sus palabras a los prelados las enseñanzas que fueron de Juan XXIII, que siempre había insistido sobre la búsqueda de lo que une y dejar a un lado lo que divide. En esto Juan Pablo II se reconoce como un hombre del Concilio Vaticano II, hombre de diálogo y que hace del diálogo unos de los pilares de la misión de la Iglesia en el mundo. Así termina su discurso a los obispos: “en medio de las esperanzas y peligros que pueden cernirse sobre el horizonte, y en vista de las tensiones latentes que de vez en cuando afloran, es necesario ofrecer un servicio de pacificación en nombre de la fe y comprensión mutuas, para que las riquezas religiosas y espirituales, verdaderos cimientos de unidad, sean mucho más fuertes que cualquier semilla de desunión.”
Reacciones de los obispos argentinos
A este desafío y propuesta avanzada por Juan Pablo II los obispos argentinos responderán de alguna manera con el documento “Camino de reconciliación” de la Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Argentina, fechado el 11 de Agosto de 1982, a dos meses del viaje papal y ya concluido el conflicto bélico con Inglaterra. En este documento los obispos considerando el viaje del Papa como “una verdadera gracia de Dios” en continuidad con el escrito de 1981 “Iglesia y comunidad nacional”, refieren acerca de su servicio de reconciliación y pacificación de la sociedad. Asimismo insisten sobre la necesidad de una nación reconciliada, sobre la importancia de la presencia de los partidos políticos y la restauración del orden institucional. Son todas consignas claramente inspiradas por aquel discurso de junio 1982 de Wojtyla. Son premisas culturales y decisiones pastorales que empujan a la Iglesia a asumir un rol en la transición a la democracia.  El párrafo 15 del documento, es muy significativo, de esta alta inspiración democrática:
“En la preparación de las próximas elecciones, conviene favorecer todo ejercicio democrático posible, la discusión pública y libre de los problemas nacionales, la organización de la fuerzas políticas. No se ha de descalificar con el nombre de la demagogia o populismo el necesario y honesto interés por el bien del pueblo.” Continúa el documento: “Juzgamos conveniente y oportuno el levantamiento del estado de sitio. La democracia como estilo de vida incluye fundamentalmente la libertad. Al salir de un estado de emergencia en que el ejercicio de los derechos fue limitado, no es de extrañarse que haya excesos.” Y concluye: “la democracia no puede ceder, sin embargo, en la defensa de la libertad aunque vea los peligros que ello entraña. Es parte del riesgo que corre una Nación que sabe que la realidad de su soberanía es según la medida de la libertad de sus ciudadanos. Es preciso pues defender su libertad efectiva”, “ ... hay que nutrir en el alma del pueblo la convicción profunda de la bondad y conveniencia del régimen democrático que hemos elegido, el cual, por lo mismo, tiene capacidad para defenderse de los peligros que lo acechen, subsistir y desarrollarse dentro de sus modos legales de preceder”. Resulta claro y evidente cuanto han impactado positivamente las palabras del pontífice que hablan de reconciliación también como reconstrucción de un tejido democrático de la sociedad.
“La necesidad de continuidad en la vida institucional debe ser un principio fundamental e inquebrantable de la conciencia política nacional, de suerte que el espíritu “golpista” resulte extraño a nuestra idiosincrasia política.” El documento episcopal termina con algunas recomendaciones dentro de las cuales se destaca el tema de los “desaparecidos”; en efecto se declara que “será una gran contribución para la recuperación de la vida democrática dar pasos eficaces para resolver el grave problema de los ciudadanos desaparecidos, los presos sin proceso, los que han cumplido su condena y permanecen aún en la cárcel, sea informando, sea liberando, aliviando siempre la angustia de las familias y de la sociedad.” La Iglesia del tiempo del documento “Iglesia y comunidad nacional” había tratado el tema de las violaciones de los derechos humanos y en estas circunstancias, con este documento, lo pone en relación con la reconstrucción de una nueva estación democrática. Es cierto que el predicamento de Juan Pablo II hacia una transición democrática, alienta dentro la Conferencia Episcopal, al grupo de obispos que habían expresado en diferentes ocasiones críticas y rechazos frente a la desaparición forzosa de ciudadanos obrada por el régimen militar. La definitiva derrota del régimen militar argentino en las islas Malvinas frente a una sociedad ilusionada y agobiada empuja al mismo episcopado a ejercer aquella función de mediación frente a nuevos conflictos internos a la sociedad argentina, que tanto había auspiciado Karol Wojtyla en sus intervenciones durante su estadía en el país austral: “la situación económica actual está exigiendo el ejercicio de la justicia y de la caridad de modo apremiante. Los altos precios y los bajos salarios, el desempleo masivo y la inflación, la usura y la indexación, y por otra parte las extensas inundaciones, provocan angustia y zozobra y afectan la paz y la vida de muchos individuos y familias y hasta de poblaciones enteras”. Terminada la guerra hay que reconstruir una sociedad desgarrada económica y socialmente; de aquí la intención firme y decidida de los obispos: “queremos ser ministros de reconciliación. Queremos ser constructores de alegría y de paz, sirviendo al designio de Dios y a las ansias más hondas de los argentinos”. Asistimos a un progresivo cambio por parte de la Iglesia; pero no es un cambio mimético, utilitarista - como ha sido interpretado por algunos analistas - sino debido al fuerte impacto de la predicación evangélica de Juan Pablo II, que ha cosechado como resultado concreto, una mayor unidad entre sus miembros y una conciencia firme para poder jugar un papel positivo en esa nueva fase histórica que se presentaba. El Santo Padre celebra una misa multitudinaria el 12 de Junio en Buenos Aires. Es la fiesta del Corpus Domini y el pontífice enfoca su predicación sobre el misterio eucarístico, recuerda  que en la misma plaza del Monumento a los Españoles se celebró el congreso eucarístico internacional de 1934, fecha emblemática para el crecimiento del catolicismo argentino en el país. En este cuadro tan lleno de simbolismos y memorias Juan Pablo II vuelve a pronunciar palabras de afecto y de cercanía frente al sufrimiento de una sociedad e indica el lazo estrecho entre el sacrificio de la cruz y la muerte de las víctimas de la guerra: “la verdad sobre el Cuerpo y la Sangre de Cristo, signo de la Nueva Alianza – indica el Papa – será luz para todos aquellos hijos e hijas, tanto de Argentina como también de Gran Bretaña, que en el curso de las actividades bélicas han sufrido la muerte, derramando su propia sangre”.
El pontífice percibe luego en los jóvenes los interlocutores del futuro; a ellos confía un destino de esperanza para el futuro. Las palabras pronunciadas por él serán las que los jóvenes argentinos transformarán en el canto de acogida del Encuentro mundial de los Jóvenes, que se celebrará en abril de 1987 en Buenos Aires, en una Argentina que ha logrado volver en un sistema democrático. Juan Pablo II se hace embajador de un saludo de paz por parte de los jóvenes ingleses que ha encontrado en Cardiff, en su viaje pastoral a Inglaterra. En este sentido el pontífice quiere manifestar, a través del deseo de los jóvenes, que la guerra muchas veces es impuesta por pocos y rechazada por muchos; el Papa quiere dar voz a este pueblo del silencio y su anhelo de paz de transforma en una verdadera imploración: “No dejen que el odio marchite las energías generosas y la capacidad de entendimiento que todos llevan adentro. Hagan con sus manos unidas – junto con la juventud latinoamericana, que en Puebla confié de modo particular al cuidado de la Iglesia – una cadena de unión más fuerte que las cadenas de la guerra. Así serán jóvenes y preparadores de un futuro mejor; así serán cristianos.” Despidiéndose del país rioplatense el pontífice vuelve a pedir una solución negociada y, según el testimonio del cardenal Santos Abril y Castelló, el Papa habría recibido de manera reservada, antes de despegar el avión de vuelta a Roma, la noticia de la rendición del ejército argentino, que luego sería declarada oficialmente dos días después, el 14 de Junio. De alguna manera el Papa parte de Argentina con el objetivo logrado: el cese definitivo de las hostilidades bélicas. Poco antes en el discurso de despedida había dicho: “No se dude en buscar soluciones, que salven la honorabilidad de ambas partes y restablezcan la paz”. Juan Pablo II habría querido obviamente que el conflicto terminara antes, sin la cantidad de víctimas que quedaron en el campo de batalla, pero tuvo que medirse con la inflexibilidad de los dos partes: la actitud belicista del general Galtieri y la dura firmeza de la Primera Ministra inglesa Margareth Thatcher, que con la victoria bélica habría tenido garantizado el éxito para ser reelegida en las elecciones políticas. Motivos políticos internos había llevado al final a los unos al fracaso y a los otros al éxito.” 

miércoles, 28 de noviembre de 2012

Marco Gallo : “El caso argentino; la acción pacificadora de Juan Pablo II con motivo de la guerra de las Malvinas y su rol para favorecer la vuelta a la democracia” (8 de 11) El viaje a Argentina


Marco Gallo : “El caso argentino; la acción pacificadora de Juan Pablo II con motivo de la guerra de las Malvinas y su rol para favorecer la vuelta a la democracia” (8 de 11) El viaje a Argentina


"Con estos mismos sentimientos e intenciones Juan Pablo II pisa suelo argentino el 11 de Junio:
“mi estadía en tierras argentinas, aun breve por exigencias bien conocidas, será ante todo una súplica con ustedes a Aquel de quien desciende toda paternidad en el cielo y en la tierra, para que llene los ánimos de todos de sentimientos de fraternidad y de reconciliación”. El Papa se presenta como “humilde servidor de la causa de la paz”. Hay que destacar que es la primera vez en la historia de la Iglesia que un pontífice pisa suelo argentino. Podemos recordar que el futuro Pío XII había llegado a Buenos Aires en 1934, en ocasión del Congreso Eucarístico Internacional, como legado papal; pero la visita de un sucesor de Pedro en tierra rioplatense era una novedad absoluta y en el momento de gran incertidumbre que vivía la nación argentina, la aceptación de su visita fue casi unánime y entre los católicos despertó nuevo entusiasmo y esperanza.
 El Papa comienza su peregrinación en el país con un ferviente llamamiento:
“permítanme, desde este momento, que invoque la paz de Cristo sobre todas las víctimas, de ambos bandos, del conflicto bélico entre Argentina y Gran Bretaña: que muestre mi afectuosa cercanía a las familias que lloran la pérdida de algún ser querido” y luego vuelve a reafirmar la importancia de una “governance mundial” : “que solicite de los gobiernos y de la comunidad internacional medidas aptas para evitar daños mayores, sanar las heridas de la guerra y facilitar el restablecimiento de los espacios de una paz justa y duradera y la progresiva serenidad en los espíritus”.
Juan Pablo II, como había afirmado en Coventry, vuelve a repetir en Ezeiza no solo su rechazo a la guerra y a toda forma de soluciones violentas que no respetan la sacralidad de la vida humana y la dignidad profunda de la persona, sino que condena el uso mismo de la guerra, como solución de conflictos y que provoca a menudo imborrables secuelas en la vida de los pueblos: “El espectáculo triste de pérdidas de vidas humanas – afirma – con consecuencias sociales que se prolongarán por no poco tiempo en los pueblos que sufren la guerra, me hace pensar con profunda pena en la estela de muerte y desolación que todo conflicto armado provoca siempre”. Y concluye:
“No estamos ante espectáculos aterradores como los de Hiroshima o Nagasaki; pero cada vez que arriesgamos la vida del hombre, encendemos los mecanismos que conducen hacia esas catástrofes, emprendemos caminos peligrosos, regresivos y antihumanos. Por eso, en este momento la humanidad ha de interrogarse, una vez más, sobre el absurdo y siempre injusto fenómeno de la guerra, en cuyo escenario de muerte y dolor solo queda en pie la mesa de  negociación que podía y debía evitarla.”  Su llamado se concluye de la siguiente manera: “que el mundo aprenda a poner por encima de todo, siempre y en toda circunstancia, el respeto a la sacralidad de la vida; a relegar al olvido el recurso a la guerra, al terrorismo o a métodos de violencia y a seguir, decididamente, senderos de entendimiento, de concordia y de paz”.
En su libro de memorias el canciller Costa Méndez presenta sus impresiones sobre el viaje papal, expresando: “Su santidad mantuvo dos entrevistas con el Presidente Galtieri y con la Junta de Comandantes. En ninguna de las dos oportunidades mencionó el tema bélico ni se refirió a las posibilidades concretas de poner término a las acciones” y subraya “tanto el presidente Galtieri, con quien hablé del tema en diversas oportunidades, como los miembros de la Junta me aseguraron, y no tengo por qué dudar de su opinión, que el tema no fue analizado nunca, durante esas cuarenta y ocho horas”. Costa Méndez está convencido que el discurso sobre la paz fuera “como circunstancial”: “Es cierto que (el Papa) se refirió también, claro que en términos abstractos y generales, a los horrores de la guerra nuclear, como no podía ser de otra manera”. 
En el primer encuentro multitudinario que se realiza en la Catedral Metropolitana de Buenos Aires el Papa dirige un significativo discurso a los sacerdotes y a los religiosos y religiosas argentinos. Su primera preocupación es la de restaurar ante todo en la iglesia una unidad que en estos años atormentados ha sido fuertemente desgastada y de alguna manera ha favorecido ulteriores desuniones y particularismos. Juan Pablo II pone énfasis sobre el restablecimiento de un clima de fraternidad y de reconciliación dentro de la Iglesia. Si la Iglesia está dividida ¿cómo puede transmitir un mensaje de unidad a una sociedad fuertemente fragmentada? Este parece el primer objetivo de Wojtyla; restablecer un clima de pacificación social, que la guerra ha ulteriormente deteriorado.El papa considera a los religiosos como hombres y mujeres de oración y por ello les pide que la oración sea la gran arma de los cristianos contra la guerra: “hoy vengo para orar con ustedes...vengo a orar por todos aquellos que han perdido la vida; por las victimas de ambas partes; por las familias que sufren, como igualmente lo hice en Gran Bretaña. Vengo a orar por la paz, por una digna y justa solución del conflicto armado. Ustedes que en esta tierra argentina son por título del todo especial hombres y mujeres de oración, elévenla a Dios con mayor insistencia, tanto personal como comunitariamente”. Juan Pablo II quiere que en este momento histórico tan dramático, crezca una Iglesia que ora y que da su testimonio de paz y de reconciliación.
Es seguramente un momento de cambio de muchos dentro de la Iglesia y dentro de la sociedad; aquel monolitismo a favor del conflicto bélico, la causa de una guerra justa, comienza con las palabras del Papa a quebrarse y a manifestar fuertes perplejidades.
Posiciones y reacciones antes del viaje del Papa.
La cuestión de la guerra justa era aprobada tanto por la Iglesia argentina como por la Iglesia anglicana y por el mismo Arzobispo católico de Westmister, Basil Hume y esto pone de relieve el coraje y la mentalidad contra corriente de Karol Wojtyla. Es interesante notar que el senador Rodolfo Terragno en ocasión de la muerte de Juan Pablo II en 2005, en un homenaje del Senado argentino recuerda justamente la intervención del Papa polaco durante la Guerra de las Malvinas con estas palabras: “el Card. Hume había dicho que la guerra era justa, y había pedido a Juan Pablo II que suspendiera su viaje a Gran Bretaña. Juan Pablo II no solo no lo suspendió, sino que se dirigió por carta a la primera ministro Margareth Tatcher y al general Galtieri, pidiendo la tregua, el compromiso y el diálogo... Entonces, el Papa decidió que iba a hacer un viaje pastoral, primero a Londres y luego a Buenos Aires, con la esperanza de imponer una tregua de hecho”. Y termina este homenaje con una afirmación muy interesante; “Él no detuvo la guerra pero influyó en los sentimientos. Después del hundimiento del crucero General Belgrano y del Sheffield, el propio Arzobispo de Canterbury se vio obligado a reconocer su error: dijo que cuando se sobrepasa cierto límite, la guerra ya no es justa”. Y termina con una punta de amargura: “Juan Pablo II lo sabía y trató de transmitir este mensaje de paz. En otros casos fue escuchado. En éste y en muchos más, no lo fue. Pero sus enseñanzas deben acompañarnos”.
Ante una sociedad que comienza a ver con sus propios ojos el desastre de la guerra y las negativas consecuencias de un nacionalismo fanático, Juan Pablo II hablando a los obispos argentinos, presenta su visión universal de la Iglesia, amonestando sobre los riesgos de una iglesia nacionalista, ensimismada y que no vive a pleno la propia catolicidad.
Nuevamente la búsqueda de la unidad debe ser el objetivo principal de la tarea pastoral del obispo. El obispo debe ser según la concepción wojtyliana “promotor de la irrenunciable identidad de las diversas realidades que componen su pueblo”. Ser promotor de unidad sin uniformidad y sin aplastar las diferencias: “es fácil – amonesta Juan Pablo II – y puede ser cómodo a veces, dejar las cosas diversas abandonadas a su dispersión. Es fácil, colocándose en el otro extremo, reducir por la fuerza la diversidad a una uniformidad monolítica e indiscriminada. Es difícil, en cambio, construir la unidad conservando, mejor aún, fomentando la justa variedad. Se trata de saber armonizar valores legítimos de los diversos componentes de la unidad, superando las naturales resistencias, que brotan con frecuencia de cada una. Por eso – afirma, ser obispo será ser siempre artífice de armonía, de paz y de reconciliación.” El ministerio episcopal es esencialmente un ministerio de reconciliación que debe tratar de sanar todas las fracturas y heridas presentes en la sociedad. En este sentido el pontífice advierte implícitamente sobre el riesgo de una politización de la Iglesia: “No lo hará [el ministerio episcopal] con los instrumentos de la política, sino con la palabra humilde y convincente del Evangelio”. Juan Pablo II es consciente de estar frente a una sociedad profundamente fragmentada en la cual los obispos han apoyado con cierto fervor la razón de la soberanía y en cambio, frente a una inminente derrota militar, viven una cierta desorientación. En esta perspectiva Juan Pablo II hace un discurso sobre la catolicidad y la universalidad de la Iglesia, para liberar el episcopado de una visión reducida de su misión:
“efectivamente – afirma el pontífice – en virtud de la función espiritual que ejerce ante el Pueblo de Dios, un pueblo de Dios concreto, encarnado en un determinado sector de la humanidad – cada obispo, por vocación y carisma, es al mismo tiempo, testigo de lo que llamamos patriotismo, entendiéndolo aquí como la pertenencia a un determinado pueblo, con sus riquezas espirituales y culturales más propias. De aquí derivan las dos dimensiones de la misión episcopal: la del servicio a lo particular- a su diócesis y por extensión, a la iglesia local de su país y la apertura a lo católico, a lo universal, a nivel continental o mundial."

martes, 27 de noviembre de 2012

Marco Gallo : “El caso argentino; la acción pacificadora de Juan Pablo II con motivo de la guerra de las Malvinas y su rol para favorecer la vuelta a la democracia” (7 de 11) Impulsos para que el Papa viaje a Argentina


Marco Gallo : “El caso argentino; la acción pacificadora de Juan Pablo II con motivo de la guerra de las Malvinas y su rol para favorecer la vuelta a la democracia” (7 de 11) Impulsos para que el Papa viaje a Argentina

“En esta misma perspectiva es importante destacar las gestiones que también hizo el abogado Eduardo F. Trusso, que posteriormente, en los años Noventa, será nombrado embajador argentino ante el Vaticano. Trusso escribió al Nuncio Apostólico Ubaldo Calabresi, en favor de que el Papa viajara a la Argentina, después de ir a Inglaterra: “Creo que el tiempo urge y las palabras del Apóstol me animan ‘oportuna e inoportunamente’ a sugerir humildemente que se haga lo imposible para que el Sumo pontífice viaje a la Argentina directamente desde Gran Bretaña, posponiendo cualquier otro compromiso y especialmente, me atrevería a decir, la reunión con el Presidente Reagan”. Trusso define esto una utopía, pero tal como expresa en un pequeño panfleto escrito por el mismo: “Juan Pablo II quiso que esta utopía se convirtiera en ‘topí’a”. Además escribe en el diario “La Nación” del 31 de mayo, como respondiendo a la carta dirigida por el Papa a los argentinos: “concretamente: al emprender su viaje pastoral y ecuménico desde Gran Bretaña a Argentina, el Sumo Pontífice – acompañado de obispos ingleses, católicos y anglicanos- pediría un alto el fuego hasta su viaje a la Argentina y mientras dure su estada en este país”. “En la Argentina – celebraría la liturgia de la Misa en comunión con obispos argentinos y británicos y propondría como trabajo levantar en las Malvinas un Monasterio dedicado a la contemplación de Estudios Bíblicos.”
Es cierto por otra parte, como ya se ha mencionado, que la Iglesia argentina había dado el guiño bueno a los militares acerca de la toma de las islas del Atlántico Sur; una cierta concepción nacionalista era mayoritaria entre los prelados y la misma concepción de patria y patriotismo será corregida y precisada en los discursos y recomendaciones que Wojtyla pronunciará durante su estadía en Buenos Aires.
El Papa después de la misa por la paz, la declaración conjunta de los obispos y la carta a los argentinos, efectúa el programado viaje a Inglaterra del 28 de Mayo al 2 de Junio. Justamente en la audiencia general del miércoles 26 de Mayo, vísperas del viaje el Papa explica a los fieles presentes el sentido del viaje y lee la carta que enviará a los argentinos y vuelve a subrayar que el viaje “no tiene ningún carácter político, sino exclusivamente pastoral, y está desprovisto incluso de los contactos con las autoridades gubernamentales que son normales en casos semejantes”. La carta será entregada en aquellos días de Mayo al general Galtieri, en un viaje relámpago, por Mons. Achille Silvestrini, entonces secretario de los Asuntos Públicos de la Iglesia, que anuncia a la cúpula militar el próximo viaje del Papa al país rioplatense. La noticia de la visita del Papa fue recibida con alegría y esperanza por la grey católica; entre los militares hubo una positiva aceptación, con la esperanza no tan oculta, de jugar y aprovechar la visita papal para apuntalar la imagen muy deteriorada del gobierno frente a la opinión pública local e internacional.” 

lunes, 26 de noviembre de 2012

Marco Gallo : “El caso argentino; la acción pacificadora de Juan Pablo II con motivo de la guerra de las Malvinas y su rol para favorecer la vuelta a la democracia” (6 de 11) Los obispos argentinos frente a la guerra


Marco Gallo : “El caso argentino; la acción pacificadora de Juan Pablo II con motivo de la guerra de las Malvinas y su rol para favorecer la vuelta a la democracia” (6 de 11) Los obispos argentinos frente  a la guerra

“Ya en la Asamblea plenaria del 20 abril los obispos argentinos en un documento público habían expresado la preocupación por el conflicto, manifestando la cercanía y la solidaridad a quienes estaban en el dolor, pero en la búsqueda de  un complejo equilibrio, expresaban también la alegría “por la integridad de nuestro suelo”. Hay una suerte de convicción entre los prelados en el sentido de que la invasión no lleve a riesgos mayores: “la Argentina está de nuevo en posesión de la soberanía de sus Malvinas, con un derecho que ha venido reclamando durante ciento cuarenta y nueve años; y que ha obtenido en forma casi cruenta (sic)...”. Asimismo los obispos no ocultan el crecimiento del conflicto: “compartimos la alegría con nuestros conciudadanos por la integridad de nuestro suelo, pero también el temor de todos: la preocupación de una guerra de consecuencias inevitables”.


Ya en aquellos días de Abril, Juan Pablo II había escrito sendas cartas al general Galtieri por un lado y a la primera Ministra inglesa Margareth Thacher para hacer lo imposible y buscar soluciones pacíficas y consensuadas al conflicto. Según declaraciones del Card. Santos Abril y Castelló el  mismo Card. Primatesta, presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, había manifestado a Wojtyla el dramatismo de la situación y de alguna manera había alentado la realización del viaje del Papa a Argentina, sin embargo la decisión última para realizar este inédito viaje fue del mismo Santo Padre. El 2 de Abril el Card. Primatesta había emitido un comunicado bastante prudente donde exhortaba a los argentinos para que se encontraran caminos que evitaran un conflicto: “exhorta vivamente a todo el pueblo de Dios a expresar su unión en una ferviente y constante súplica para que el Señor abra muy pronto aquellos caminos de paz que asegurando el derecho de cada uno, ahorren los males de cualquier conflicto; para que también conceda a todos los responsables de tan graves situaciones la prudencia, la fortaleza y la gracia necesaria para convertirse en instrumentos de Su voluntad y de Su amor en bien de la convivencia de los hombres...”. El cardenal expresaba una voluntad común de la Iglesia para evitar otros derramamientos de sangre, en una sociedad ya marcada, como la argentina, por las divisiones y por la represión indiscriminada actuada por el régimen, que en aquellos años había producidos miles de desaparecidos y de prófugos.” 


domingo, 25 de noviembre de 2012

Marco Gallo : “El caso argentino; la acción pacificadora de Juan Pablo II con motivo de la guerra de las Malvinas y su rol para favorecer la vuelta a la democracia” (5 de 11) Otros gestos de paz: la misa de reconciliación


Marco Gallo : “El caso argentino; la acción pacificadora de Juan Pablo II con motivo de la guerra de las Malvinas y su rol para favorecer la vuelta a la democracia” (5 de 11)  Otros gestos de paz: la misa de reconciliación

“Juan Pablo II en la carta a los argentinos había enumerado todos los esfuerzos realizados en pos del diálogo y entre los tantos se evidencia (porque es un gesto poco habitual en la tradición contemporánea de la Iglesia) el de celebrar una misa “pro pace et justicia servanda” para invocar la paz sobre la guerra del Atlántico Sur. El pontífice concelebra la liturgia junto a algunos obispos argentinos e ingleses, precisamente para subrayar que la Iglesia está por encima de las divisiones políticas y asimismo acompaña y es cercana al dolor de las naciones. Recuerda la famosa expresión de Pio XII: “con la paz nada está perdido, todo se puede perder con la guerra”. Hace un llamado a la razón, apelando a la capacidad para discernir entre el bien y el mal, manifestando la justa actitud para reclamar los propios derechos pero sin aplastar los ajenos y condenando como estéril e irracional el uso de la fuerza: “El amparo a la razón rinde al hombre un ser civil, que no está reducido a poder solucionar las divergencias con sus propios símiles solamente con el uso de la fuerza, sino que es capaz de buscar y de hallar la solución de ésas, a través del diálogo, el coloquio y la negociación.
Juan Pablo II no es un ingenuo, un utópico pacifista, es plenamente consciente de las dificultades y de los diferentes obstáculos que se encuentran en este incierto camino de reconciliación. Como pacificador se refiere a la unidad del género humano y advierte sobre los riesgos de un patriotismo que puede desembocar en un fanatismo nacionalista. Así las palabras de Karol Wojtyla: “...las dificultades pueden parecer ‘no superables’. Pero nunca son insuperables, si las partes saben dar, ambos, prueba de recíproca comprensión de los propios y ajenos derechos e intereses vitales, incluido el honor nacional legítimamente entendido; De estas exigencias los obispos presentes deben hacerse embajadores, sin buscar polarizaciones indebidas sino presentando de manera clara e unívoca la posición de la Iglesia. Una posición garante de la unidad que es ante todo ejemplo de vida y de acción. La Iglesia debe recordar  a todos la misión de preservar a los hombres como “imagen de Dios” que a menudo la guerra desfigura y vulgariza: “... de esta experiencia típicamente cristiana yo les pido, venerables hermanos e hijos queridísimos, hacerse testigos y voceros. Proclamen ante todos con la palabra y con el ejemplo que es posible, aun respetando las justas exigencias del patriotismo, salvaguardar aquella superior unidad de pensamientos, de intentos, de realizaciones, que se arraiga en la común naturaleza humana y que tiene su máxima expresión en la vocación a la misma descendencia divina...”. 
Cuatro días después de la Misa por la paz, el 26 de Mayo, como respuesta al pedido del Papa aparece una declaración conjunta, suscripta por el Arzobispo de Liverpool, Mons. Worlock, el Arzobispo de Glasgow, Mons. Winning, por el Card. Gray, Arzobispo de Sr. Andrews y Edimburgo y el Card. Hume, Arzobispo de Westminster; por parte de los obispos argentinos, los firmantes son el Card. Primatesta y el Card. Aramburu. En la declaración los obispos agradecen al papa por la iniciativa de celebrar la Misa por la paz y se comprometen en trabajar por una solución pacífica del conflicto.
Hay como un examen de conciencia por parte de los dos episcopados; no se ha hecho todo lo posible para evitar el conflicto, los espacios de movimiento eran exiguos, pero es cierto que ambos episcopados habían sido hasta el momento poco activos en la búsqueda de negociados. En esta perspectiva las palabras de la declaración no son de circunstancia o formales, sino que adquieren un espesor de fuerte responsabilidad. Termina de esta manera la declaración conjunta: “la paz es un don de Dios. Tenemos que orar todos para que este don precioso sea restituido a nuestros pueblos. Nos comprometemos a trabajar para lograr un clima de serena convivencia en el mundo que permita al Santo Padre continuar su misión pastoral de paz entre las naciones.”

sábado, 24 de noviembre de 2012

Marco Gallo : “El caso argentino; la acción pacificadora de Juan Pablo II con motivo de la guerra de las Malvinas y su rol para favorecer la vuelta a la democracia” (4 de 11) La carta de Wojtyla a los argentinos.


Marco Gallo : “El caso argentino; la acción pacificadora de Juan Pablo II con motivo de la guerra de las Malvinas y su rol para favorecer la vuelta a la democracia” (4 de 11)  La carta de Wojtyla a los argentinos.

En una reciente conversación mantenida con el cardenal Santos Abril y Castelló, ex Nuncio apostólico en Argentina al final de los Años Noventa y que formó parte de la comitiva papal en el viaje de 1982 a Buenos Aires, comentaba que ya desde el comienzo del conflicto, toda la Santa Sede bajo la presión del Papa, se movió unánime para encontrar las maneras y los canales adecuados para poner fin a la contienda. Seguramente el viaje pastoral programado dos años antes a Inglaterra podía ser una oportunidad única para llevar a aquellas tierras sus mensajes de paz y de reconciliación. Quedaba justamente la preocupación de parte del pontífice que este viaje a Gran Bretaña pudiera ser interpretado por el pueblo argentino, como un apoyo implícito al país anglosajón. Justamente para explicar la situación, de manera inédita, Juan Pablo II escribe una carta a los fieles argentinos el 25 de Mayo, fecha altamente simbólica por conmemorarse el día de la Primera Junta del  nuevo gobierno patrio de 1810; en dicha carta quiere aclarar el sentido de su viaje a Inglaterra. El papa explica de antemano que sus viajes no necesitan ser justificados, porque únicamente razones pastorales y de servicio evangélico al mundo responden a esas exigencias. Afirma Juan Pablo II: “la cancelación del viaje hubiera sido una desilusión no solo para los católicos sino también para muchísimos no católicos, que lo consideran singularmente importante también por su significado ecuménico, y efectivamente lo es. Ellos saben, en efecto, que la visita del Papa tiene un carácter pastoral y para nada político”.
El Papa desea comunicar a los argentinos la esperanza, a pesar del drama real  que se vive; enumera todos los esfuerzos llevados adelante para lograr una pacífica negociación: “he rezado muchas veces por esta intención, especialmente durante mi reciente peregrinación a Fátima y de manera muy especial durante la Misa por mí concelebrada, el 22 de este mes, en la Basílica de San Pedro junto a los pastores de la Iglesia Argentina, de América Latina y los de la Iglesia de Inglaterra, Escocia y Gales. Permanecen todavía vivas, con toda su exigencia, las frases que he pronunciado en una circunstancia tan histórica: “La paz es posible, la paz es una tarea imperiosa”. El papa precisa que él viajará a Argentina después de ir a Gran Bretaña de manera inédita; no será un viaje pastoral, el que será programado en un futuro, sino que será un viaje para pedir “la victoria de la justa paz sobre la guerra”. El  Papa hace luego un llamado a los obispos argentinos para que transmitan el verdadero significado de este viaje apostólico. La búsqueda de la unidad debe prevalecer sobre cualquier forma de patriotismo que pueda dividir y profundizar los contrastes: “... asimismo, a pesar de respetar las justas exigencias del patriotismo, sean voceros de aquella unidad que en Cristo y ante Dios, Creador y Padre, abraza todos los pueblos y todas las naciones, más allá de lo que distingue, divide o hasta opone recíprocamente...”
El Papa quiere evitar cualquier tipo de polarización y manifiesta cual debe ser la posición de la Iglesia frente a la guerra, una posición libre de condicionamientos políticos e ideológicos, solamente esta libertad puede garantizar un accionar autónomo, premisa indispensable para mediaciones exitosas:
“La Iglesia, aun conservando el amor hacia cada singular nación, no puede dejar a un lado de tutelar la unidad universal, la paz y la comprensión recíproca. De esta manera, también en medio de las tensiones políticas y de las calamidades que engendra la guerra, la Iglesia no cesa de testimoniar la unidad de la gran familia humana y busca los caminos que evidencien tal unidad, más allá de las trágicas divisiones. Son los caminos que conducen a la justicia, al amor y a la paz.” 

viernes, 23 de noviembre de 2012

Marco Gallo : “El caso argentino; la acción pacificadora de Juan Pablo II con motivo de la guerra de las Malvinas y su rol para favorecer la vuelta a la democracia” (3 de 11) La pedagogía de la paz de Juan Pablo II


Marco Gallo : “El caso argentino; la acción pacificadora de Juan Pablo II con motivo de la guerra de las Malvinas y su rol para favorecer la vuelta a la democracia” (3 de 11)  La pedagogía de la paz de Juan Pablo II
“Este panorama difícil y lleno de incógnitas y obstáculos es el que se presenta ante la mirada angustiada y preocupada del pontífice polaco. Desde las primeras noticias sobre el inicio del conflicto, Juan Pablo II ha intentado por todos los medios detenerlo y encarrilarlo por los caminos del diálogo. Trata de involucrar a los episcopados argentinos e ingleses, invitándolos a ceremonias comunes por la paz, como también a firmar declaraciones conjuntas que empujen a los beligerantes a conversar. En una reciente conversación con el cardenal Jorge Mejía, él recordaba toda la pedagogía de paz llevada adelante por Juan Pablo II, justamente ante el desencadenamiento de conflictos de esta envergadura y significativamente uno de los conceptos eje de su estrategia lo presenta durante el viaje pastoral que efectúa al final de Mayo de 1982 a Inglaterra. En efecto en la ciudad mártir de Coventry, destruida por los bombardeos alemanes en la Segunda Guerra Mundial, así expresa su rechazo a la guerra: “hoy el alcance y el horror de la guerra moderna, sea nuclear o convencional, hacen esta guerra totalmente inaceptable como medio para arreglar disputas y desacuerdos entre naciones. La guerra debería pertenecer al trágico pasado, a la historia, no debería encontrar lugar en los proyectos del hombre para el futuro”.
El pontífice subraya que “la paz no es simplemente ausencia de guerra”. La paz requiere una construcción diaria: “requiere cooperaciones y acuerdos vinculantes. Como una Catedral, la paz debe ser construida, pacientemente y con fe inquebrantable”.
El Papa hablando tiene presente el conflicto del Atlántico Sur, a pesar de no citarlo expresamente para no prestarse a juicios de “injerencia no debida”. Continúa el Papa: “las voces de los cristianos se unen a las de otros hombres para solicitar a los responsables de todo el mundo que renuncien a la confrontación y rechacen aquellas políticas que demanden a las naciones el gasto de enormes sumas para armas de destrucción total.”
Era el día de Pentecostés de aquel 1982 y Juan Pablo II pide la intervención del Espíritu Santo: “nosotros rezamos para que el Espíritu Santo pueda inspirar a los gobernantes en todo el mundo para comprometerse en un diálogo fecundo”. Y luego dirige un llamado a los jóvenes ingleses que van a recibir el sacramento de la confirmación:
“...serán testigos de la verdad del Evangelio en el nombre de Jesús Cristo. Su vida será tal para santificar toda la vida humana... devendrán piedras vivas de la catedral de la paz. Están llamados por Dios para ser instrumentos de paz...”. Es como si el pontífice quisiera preservar a esas nuevas generaciones de las tristes secuelas de la guerra: “hoy reciben el don del Espíritu Santo para que puedan obrar con fe profunda y con caridad constante, para que puedan contribuir a llevar al mundo los frutos de la reconciliación y de la paz.” Y concluye: “...fortalecidos por el Espíritu Santo y por su múltiples dones, comprométanse con todo el corazón en la lucha de la Iglesia contra el pecado. Busquen ser desinteresados, esfuércense en no quedar obsesionados por las cosas materiales, sean miembros activos del Pueblo de Dios; reconcíliense los unos con los otros y dedíquense a las obras de justicia, que llevarán paz sobre la tierra”. Frente a un conflicto en pleno crecimiento Juan Pablo II mira al futuro con ojos de esperanza.”

jueves, 22 de noviembre de 2012

Marco Gallo : “El caso argentino; la acción pacificadora de Juan Pablo II con motivo de la guerra de las Malvinas y su rol para favorecer la vuelta a la democracia” (2 de 11) Juan Pablo II frente a la guerra del Atlántico Sur





Marco Gallo : “El caso argentino; la acción pacificadora de Juan Pablo II con motivo de la guerra de las Malvinas y su rol para favorecer la vuelta a la democracia” (2 de 11)  Juan Pablo II frente a la guerra del Atlántico Sur


“Juan Pablo II desde el comienzo percibe la necesidad de hacer algo, dar señales claras contra el conflicto y propiciar negociaciones razonables. Unos días después de la ocupación de las islas por parte del ejército argentino, se celebra la Pascua y el pontífice polaco en su mensaje “urbi et orbi” cita explícitamente la crisis bélica austral: “la alegría pascual ha sido turbada por situaciones de tensión o de conflicto en algunas partes del mundo... últimamente se ha agregado una grave tensión entre dos países de tradición cristiana, Argentina y Gran Bretaña, con pérdida de vidas humanas y con la amenaza de un conflicto armado y con temibles repercusiones en las relaciones internacionales”. El discurso del Papa se transforma en un apasionado llamado: “Formulo entonces el voto ferviente y un llamamiento particularmente urgente a las partes en causa, para que quieran buscar, con responsable compromiso y con toda buena voluntad, los caminos de una pacífica y honorable composición de la crisis, mientras todavía queda tiempo para prevenir un choque sangriento.” Y termina con un tono fuerte entre la angustia y la esperanza: “¡paz! ¡Paz en la justicia, en el respeto de los principios fundamentales universalmente reconocidos y afirmados por el derecho internacional, en la mutua comprensión! ¡La oración de todos movilice y sostenga el debido esfuerzo de los responsables de una y de otra parte y de cuantos querrán interponer su obra amistosa para lograr la auspiciada pacificación!”
Ya el 6 de abril en un discurso dirigido al secretario de las Naciones Unidas de visita al Vaticano, Juan Pablo II hace referencia a la “situación bien delicada que se ha creado entre Argentina y Gran Bretaña” y pide en este sentido que en la sede de las Naciones Unidas se lleven a cabo todos los esfuerzos posibles para detener el conflicto, fiel en esto a su concepción de las Relaciones internacionales, como hemos dicho anteriormente. El Papa es consciente de la necesidad de una paz justa y honorable para ambas partes y respetuosa del derecho internacional. En el “Regina Caeli” del 18 de abril, durante su visita pastoral a Bolonia, Juan Pablo II vuelve a hablar del conflicto del Atlántico Sur y se pregunta si se llegará a un entendimiento entre los beligerantes. El pontífice quiere que pronto se logre una paz honorable y que esta paz llegue con la colaboración de todos: “la comunidad de los pueblos no puede quedar inerte, no solo en sus grandes instituciones, sino también en cada uno de sus miembros. La paz es un bien de todos. Las crisis ponen de relieve quién habla de paz y quién verdaderamente realiza la paz”. El pontífice es consciente de la urgencia de terminar pronto el conflicto, evitando un mayor número de víctimas y de derramamiento de sangre y por esto confía en la fuerza de la oración y en la acción conjunta y eficaz de instituciones internacionales como las Naciones Unidas: “los invito a orar para que las autoridades de los dos pueblos interesados sean iluminadas con la acción concorde de los responsables de las otras naciones. Pidamos que la buena voluntad de unos y la solidaridad de los otros se manifiesten en un esfuerzo común que tienda a la paz”.
En efecto la aventura bélica contra Inglaterra por la soberanía de las islas del Atlántico Sur, como nota Alain Rouquié3 fue llevada por los militares argentinos con cierta habilidad. Es objetivo el juicio que el estudioso francés propone “la manipulación de la opinión fue conducida de un modo magistral, el fervor patriótico poderosamente mantenido del 2 de Abril al 13 de Junio”. Este nacionalismo será la base del consentimiento popular a la estrategia militar; gran parte de la sociedad civil argentina y también dentro de la misma Iglesia católica, hay un apoyo incondicional. Esta actitud, sin lugar a dudas, agrega obstáculos y dificultades a un camino de negociación, en razón de la visión unilateral con la cual se mira la cuestión de la soberanía de las islas disputadas.”


miércoles, 21 de noviembre de 2012

Marco Gallo: “El caso argentino; la acción pacificadora de Juan Pablo II con motivo de la guerra de las Malvinas y su rol para favorecer la vuelta a la democracia” (1 de 11) Introducción


Vuelvo al Coloquio a 30 años de la guerra deMalvinas, Mediaciones Pontificias y Transiciones políticas a la democracia en América Latina, presentado por el Instituto de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales y la Cátedra Juan Pablo II de la UCA.

La UCA – tal como lo  hace usualmente – publicará todas las ponencias en forma de libro en unos meses. El Lic. Marco Gallo tuvo la gentileza de facilitarme la suya - aclarándome que es una síntesis - que aquí publico  con su permiso en 11 posts. Muchas gracias nuevamente Lic. Gallo por este “anticipo”.

 - o - 

(WikipediaFragmento del mapa de Piri Reis de 1513, donde se observan unas islas que podrían ser las Malvinas)
Marco Gallo: “El caso argentino; la acción pacificadora de Juan Pablo II con motivo de la guerra de las Malvinas y su rol para favorecer la vuelta a la democracia” (1 de 11)  Introducción

 "La acción pacificadora desarrollada por Juan Pablo II es conocida en Argentina en relación a la contienda con Chile por el canal del Beagle y la exitosa mediación papal que evitó al final de los años Setenta una guerra con ese país, de imprevisibles consecuencias. Lo que hoy queremos analizar es el rol protagónico jugado por el pontífice polaco para poner fin al dramático conflicto entre Argentina e Inglaterra, respecto a la soberanía de las Islas Malvinas/Falklands del Atlántico Sur. Este conflicto se desencadena el 2 de Abril de 1982  con la invasión a las islas por parte de las tropas argentinas enviadas por un régimen militar agotado y que ha sembrado mucha desilusión entre la población civil. La reacción de Inglaterra no tarda en llegar con el envío de su flota. Las Naciones Unidas, por su parte, condenan la unilateralidad de la acción del país latinoamericano. Es dable destacar que la presente exposición no considerará ni la génesis ni las razones del conflicto, como así tampoco las reivindicaciones de las islas de parte de Argentina o las razones de la intervención inglesa, dado que el eje se orienta puntualmente a la acción papal.    
Ante un conflicto que ve a dos países cristianos como protagonistas, Juan Pablo II desde el comienzo aboga por la paz, en la búsqueda de un razonable negociado que respete el derecho internacional. La crisis con Chile ya había evidenciado a la diplomacia vaticana la dificultad para encontrar soluciones compartidas entre los beligerantes. 
El nuevo conflicto crea preocupación en la diplomacia de la Santa Sede y engendra temores frente a un cuadro mundial donde la guerra fría en América Latina había recrudecido con la guerra civil salvadoreña desatada tras la muerte de Mons. Romero en 1980 y sucesivamente la revolución sandinista en Nicaragua. No obstante esto, como nota Marco Mugnaini1, este conflicto se puede colocar fuera de los esquemas de la guerra fría. Hay que tener en cuenta, además, que la pugna se desencadena mientras se desarrollaba la mediación vaticana entre Chile y Argentina por el canal del Beagle. Sobre la actitud decidida del pontífice, Andrea Riccardi nota agudamente que “la imparcialidad tradicional en los Papas con dos países en guerra, en Juan Pablo II se resuelve con el apasionamiento por la intervención a favor de la paz, que a veces parece ir más allá de los límites de la prudencia tradicional.”2
La visión wojtyliana de las relaciones internacionales emerge también en este caso específico. Es una “teología de las naciones para la cual – observa el mismo Riccardi – los pueblos no se encuentran plenamente expresados por los Estados”. Consecuencia directa de esta original concepción es que la comunidad internacional es considerada como “una familia de naciones”. En esta perspectiva, en el centro del conjunto de relaciones internacionales, deben situarse las Naciones Unidas, visto como órgano de control de todas las tensiones que se desatan por el planeta pero también como espacio de diálogo y de afirmación del derecho de cada nación." 

martes, 20 de noviembre de 2012

Joseph Ratzinger: La infancia de Jesús


La Librería Vaticana y la editorial Rizzoli presentaron hoy en rueda de prensa el tercer volumen del nuevo libro del Papa Ratzinger titulado “La infancia de Jesús”.  En el Comunicado de prensa de la editorial Rizzoli se lee que “La infancia de Jesús de Joseph Ratzinger – Benedicto XVI, sale a la venta simultáneamente en nueve lenguas (italiano, portugués, croata, francés, inglés, español, polaco y alemán) en 50 países. La tirada global de la primera edición supera el millón de ejemplares. Mientras en los próximos meses el volumen será traducido en 20 idiomas para la publicación en 72 países. (La editorial Planeta publica la versión en español.)



“¿Es verdad lo que ha sido escrito? ¿Quién es Jesús? ¿De dónde viene?” son las preguntas fundamentales a las que responde el libro de Joseph Ratzinger-Benedicto XVI, que define como una pequeña “sala de ingreso” de la entera trilogía sobre Jesús de Nazaret. 

“La infancia de Jesús” es un volumen de 176 páginas, que consta de cuatro capítulos, además de un epílogo y de una breve premisa. El primer capítulo está dedicado a las genealogías del Salvador en los Evangelios de Mateo y Lucas, muy diversas entre sí, pero ambas con el mismo significado teológico-simbólico, a saber: la colocación de Jesús en la historia y su verdadero origen como principio, como un nuevo inicio en la historia del mundo.

El tema del segundo capítulo es el anuncio del nacimiento de Juan Bautista y de Jesús. Releyendo el diálogo entre María y el Arcángel Gabriel según el Evangelio de Lucas, Joseph Ratzinger explica que, mediante una mujer, Dios busca un “nuevo ingreso en el mundo”. Y escribe – citando a Bernardo de Claraval – que para liberar a la humanidad del pecado, Dios tiene necesidad de la “obediencia libre” a su voluntad. A la vez que añade: “Creando la libertad, Dios, en cierto modo, se ha hecho dependiente del hombre. Su poder está ligado al “sí” no forzado de una persona humana”. Es así como, sólo gracias al asentimiento de María, puede comenzar la historia de la salvación.

En el centro del tercer capítulo encontramos, además, el acontecimiento de Belén y el contexto histórico del nacimiento de Jesús, el imperio romano que – bajo Augusto – se extiende de Oriente a Occidente y, con su dimensión universal, permite el ingreso en el mundo de “un portador universal de salvación”. De hecho es el momento de “la plenitud de los tiempos”. Mientras los diversos elementos del relato del nacimiento son densos de significado: la pobreza en la que “el verdadero primogénito del universo” elige revelarse, y, por lo tanto, el “esplendor cósmico” que envuelve la gruta; el amor especial de Dios por los pobres, que se manifiesta en el anuncio a los pastores; y las palabras del Gloria, objeto de traducciones controvertidas.

El cuarto capítulo está dedicado a los sabios Magos, que habían visto surgir la estrella “del rey de los Judíos” y que fueron a adorarlo y a la fuga a Egipto. Aquí las figuras de los magos, reconstruidas a través de una rica gama de informaciones histórico-lingüísticas y científicas, aparecen delineadas como emblema fascinante de la inquietud, de la búsqueda y de la expectativa interior del espíritu humano.

En fin el epílogo, con el relato – según el Evangelio de Lucas – del último episodio de la infancia de Jesús, la última noticia que tenemos antes del inicio de su vida pública con el bautismo en el río Jordán. Es el episodio de los tres días, durante la peregrinación de la Pascua, en la que Jesús, de doce años, se aleja de María y de José y permanece en el Templo de Jerusalén para discutir con los “doctores”». “Él – escribe el Papa – que crecía en sabiduría, edad y gracia, se manifiesta aquí en el misterio de su naturaleza de verdadero Dios y, al mismo tiempo, de verdadero hombre, que pensaba y aprendía de manera humana”.

Recordamos que los primeros dos volúmenes de la Obra “Jesús de Nazaret de Joseph Ratzinger - Benedicto XVI, dedicados a la vida pública de Cristo – Desde su Bautismo y hasta la Transfiguración (editados por Rizzoli) y desde su ingreso en Jerusalén hasta la Resurrección (de la Librería Editoraial Vaticana) – fueron publicados en el año 2007 y 2011.

(fuente RadioVaticana)

sábado, 17 de noviembre de 2012

Juan Pablo II : patria, patriotismo y nación (3 de 3) Nación


NACION
(del libro de Juan Pablo II Memoria e identidad)

Pregunta a Juan Pablo II:
“El patriotismo, como sentimiento de apego a la propia nación y a la patria, debe evitar transformarse en nacionalismo. Su interpretación correcta depende de lo que queremos expresar con el concepto de nación. Así pues, ¿cómo se ha de entender la nación, esta entidad ideal a la cual se refiere el hombre en su sentimiento patriótico?”

Juan Pablo II responde:
“Un detenido examen de ambos términos muestra una estrecha relación entre el significado de patria y de nación. En polaco —pero no sólo en esta lengua— el término na-ród (nación) deriva de ród (linaje); patria (ojczy-zna), a su vez, tiene sus raíces en el término padre (ojciec). Es padre quien, junto con la madre, da la vida a un nuevo ser humano. Con esta generación a través del padre y de la madre enlaza el término de patrimonio, concepto que subyace en la palabra «patria». El patrimonio y consecuentemente la patria están relacionados estrechamente, desde el punto de vista conceptual, con la generación; pero también el término «nación», desde el punto de vista etimológico, está relacionado con el nacimiento.
Con el término nación se quiere designar una comunidad que reside en un territorio determinado y que se distingue de las otras por su propia cultura. La doctrina social católica considera tanto la familia como la nación sociedades naturales y, por tanto, no como fruto de una simple convención. Por eso, en la historia de la humanidad nada las puede reemplazar. No se puede, por ejemplo, sustituir la nación con el Estado, si bien la nación tiende por su naturaleza a  constituirse en Estado, como lo demuestra la historia de cada una de las naciones europeas y la propia historia polaca. Stanislaw Wyspianski escribió en su obra Wyzwolenie (La liberación): «La nación debe existir como Estado...»  Menos aún se puede identificar la nación con la llamada sociedad democrática, porque se trata de dos órdenes diferentes aunque relacionados entre sí. Una sociedad democrática es más cercana al Estado que a la nación. No obstante, la nación es el suelo sobre el que nace el Estado. La cuestión del sistema democrático, en cierto sentido, es una cuestión sucesiva, que pertenece al campo de la política interna.
Después de estas observaciones introductorias sobre el tema de la nación, también en este caso conviene volver a la Sagrada Escritura, porque en ella están los elementos de una auténtica teología de la nación. Esto vale ante todo para Israel. El Antiguo Testamento muestra la genealogía de esta nación, elegida por el Señor para ser su pueblo. Con el término genealogía se suele indicar a los antepasados en sentido biológico. Pero se puede hablar de genealogía —y quizás de un modo aún más apropiado— en sentido espiritual. Pensemos en Abraham. A él se remiten no solamente los israelitas, sino también —precisamente en sentido espiritual— los cristianos (cf. Rm 4, 16) e incluso los musulmanes. La historia de Abraham y de la llamada que recibió de Dios, de su insólita paternidad, del nacimiento de Isaac, muestra cómo el proceso hacia la nación pasa, mediante la generación, a través de la familia y la estirpe.


Se comienza, pues, por el hecho de una generación. La esposa de Abraham, Sara, ya entrada en años, da a luz a su hijo. Abraham tiene un descendiente según la carne y, poco a poco, de esta familia de Abraham se forma un linaje. El libro del Génesis explicita las fases sucesivas de su desarrollo: de Abraham a Isaac hasta llegar a Jacob. El patriarca Jacob tiene doce hijos y éstos, a su vez, dan origen a las doce tribus que habrían de constituir la nación de Israel.
Dios escogió esta nación, confirmando la elección con sus intervenciones en la historia, como en la liberación de Egipto bajo la guía de Moisés. Ya desde los tiempos del gran Legislador se puede hablar de una nación israelita, aunque al principio estuviera formada sólo por familias y clanes. Pero la historia de Israel no se reduce a eso. Tiene también una dimensión espiritual. Dios eligió esta nación para revelarse al mundo en ella y por ella. Una revelación que comienza en Abraham y llega a su culmen en la misión de Moisés. Dios habló «cara a cara» con Moisés, guiando por mediación suya la vida espiritual de Israel. Lo decisivo en la vida espiritual de Israel era la fe en un único Dios, creador del cielo y de la tierra, junto con el decálogo, la ley moral escrita en las tablas de piedra que Moisés recibió en el monte Sinaí.



Hay que definir «mesiánica» la misión de Israel, precisamente porque de esa nación debía surgir el Mesías, el Ungido del Señor. «Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo» (Ga 4, 4), que se hizo hombre por obra del Espíritu Santo en el seno de una hija de Israel, María de Nazaret. El misterio de la Encarnación, fundamento de la Iglesia, forma parte de la teología de la nación. El Hijo consustancial, el Verbo eterno del Padre, al encarnarse, es decir, haciéndose hombre, dio comienzo a un «generar» de otro orden: el generar «por el Espíritu Santo». Su fruto es nuestra filiación sobrenatural, la filiación adoptiva. No se trata de un «nacer de la carne», por usar las palabras del evangelista Juan. Es un nacer «no de la sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios» (Jn 1, 13). Los nacidos «de Dios» se convierten en miembros de la «nación divina», según la atinada fórmula que tanto le gustaba a Don Ignazy Rózycki. Como es sabido, con el Concilio Vaticano II se ha hecho común la expresión «Pueblo de Dios».  Ciertamente, el Concilio habla en la Constitución Lumen Gentium del Pueblo de Dios para designar a los que «nacieron de Dios» mediante la gracia del Redentor, el Hijo de Dios encarnado, que murió y resucitó para la salvación de la humanidad.
Israel es la única nación cuya historia está en gran parte escrita en la Sagrada Escritura. Es una historia que pertenece a la Revelación divina: en ella Dios se revela a la humanidad. En la «plenitud de los tiempos», después de haber hablado a los hombres de muchas maneras, Él mismo se hizo hombre. El misterio de la Encarnación pertenece también a la historia de Israel, aunque nos introduce al mismo tiempo ya en la historia del nuevo Israel, del pueblo de la Nueva Alianza.
«Todos los hombres están invitados al nuevo Pueblo de Dios [...]. Por tanto, el Pueblo de Dios lo forman personas de toda las naciones.»5 En otras palabras, esto significa que la historia de todas las naciones está llamada a entrar en la historia de la salvación. En efecto, Cristo vino al mundo para traer la salvación a todos los hombres. La Iglesia, el Pueblo de Dios fundado en la Nueva Alianza, es el nuevo Israel y se presenta con un carácter de universalidad: cada nación tiene en ella el mismo derecho de ciudadanía.

viernes, 16 de noviembre de 2012

Juan Pablo II : patria, patriotismo y nación (2 de 3) Patriotismo


PATRIOTISMO

“El razonamiento que acabamos de hacer sobre el concepto de patria y su relación con la paternidad y la generación explica con hondura el valor moral del patriotismo. Si se pregunta por el lugar del patriotismo en el decálogo, la respuesta es inequívoca: es parte del cuarto mandamiento, que nos exige honrar al padre y a la madre. Es uno de esos sentimientos que el latín incluye en el término pietas, resaltando la dimensión religiosa subyacente en el respeto y veneración que se debe a los padres, porque representan para nosotros a Dios Creador. Al darnos la vida, participan en el misterio de la creación y merecen por tanto una devoción que evoca la que rendimos a Dios Creador. El patriotismo conlleva precisamente este tipo de actitud interior, desde el momento que también la patria es verdaderamente una madre para cada uno. El patrimonio espiritual que nos transmite nos llega a través del padre y la madre, y funda en nosotros el deber de la pietas.
Patriotismo significa amar todo lo que es patrio: su historia, sus tradiciones, la lengua y su misma configuración geográfica. Un amor que abarca también las obras de los compatriotas y los frutos de su genio. Cualquier amenaza al gran bien de la patria se convierte en una ocasión para verificar este amor. Nuestra historia enseña que los polacos han sido siempre capaces de grandes sacrificios para salvaguardar este bien o para reconquistarlo. Lo demuestran las numerosas tumbas de los soldados que lucharon por Polonia en diversos frentes del mundo. Están diseminadas tanto en la tierra patria como fuera de sus confines. Pero creo que una experiencia parecida la ha tenido cada país, cada nación, en Europa y en el mundo. La patria es un bien común de todos los ciudadanos y, como tal, también un gran deber. El análisis de la historia antigua y reciente demuestra sobradamente el valor, el heroísmo incluso, con el cual los polacos han sabido cumplir con este deber cuando se trataba de defender el bien superior de la patria. Lo cual no excluye que, en determinadas épocas, se haya producido una mengua de esta disponibilidad al sacrificio para promover los valores e ideales relacionados con la noción de patria. Ha habido momentos en que el interés privado y el tradicional individualismo polaco han hecho sentir sus efectos perturbadores. 

(Imagen de Wikipedia,  pintura de Jan Mateyko representando a Polonia, 1863 del Museo Nacional de Cracovia. La pintura representa las postrimerías de la insurrección fallida de enero de 1863: es una de las pinturas mas patrióticas y simbolicas de Matejko. Los cautivos esperan su exilio a Siberia. Los oficiales y soldados rusos supervisan al herrero colocando grilletes a la mujer (Polonia)  La mujer rubia a su costado se cree que representa a Lituania).


La patria, pues, tiene una gran entidad. Se puede decir que es una realidad para cuyo servicio se desarrollaron y desarrollan con el pasar del tiempo las estructuras sociales, ya desde las primeras tradiciones tribales. No obstante, cabe preguntarse si no haya llegado el fin de este desarrollo de la vida social de la humanidad. El siglo xx, ¿no manifiesta acaso una tendencia generalizada al incremento de estructuras supranacionales e incluso al cosmopolitismo? Esta tendencia, ¿no comporta también que las naciones pequeñas deberían dejarse absorber por estructuras políticas más grandes para poder sobrevivir? Se trata de cuestiones legítimas. Sin embargo, parece que, como sucede con la familia, también la nación y la patria siguen siendo realidades insustituibles. La doctrina social católica habla en este caso de sociedades «naturales», para indicar un vínculo particular, tanto de la familia como de la nación, con la naturaleza del hombre, la cual tiene carácter social. Las vías principales de la formación de cualquier sociedad pasan por la familia, y sobre esto no caben dudas. Y podría hacerse una observación análoga también sobre la nación. La identidad cultural e histórica de las sociedades se protege y anima por lo que integra el concepto de nación.  Naturalmente, se debe evitar absolutamente un peligro: que la función insustituible de la nación degenere en el nacionalismo. En este aspecto, el siglo xx nos ha proporcionado experiencias sumamente instructivas, haciéndonos ver también sus dramáticas consecuencias. ¿Cómo se puede evitar este riesgo? Pienso que un modo apropiado es el patriotismo. En efecto, el nacionalismo se caracteriza porque reconoce y pretende únicamente el bien de su propia nación, sin contar con los derechos de las demás. Por el contrario, el patriotismo, en cuanto amor por la patria, reconoce a todas las otras naciones los mismos derechos que reclama para la propia y, por tanto, es una forma de amor social ordenado. “

(del libro de Juan Pablo II Memoria e identidad)

jueves, 15 de noviembre de 2012

Juan Pablo II : patria, patriotismo y nación (1 de 3) Patria


(del libro de Juan Pablo II Memoria e identidad)

PATRIA
“La expresión «patria» se relaciona con el concepto y la realidad de «padre» (pater). La patria es en cierto modo lo mismo que el patrimonio, es decir, el conjunto  de bienes que hemos recibido como herencia de nuestros antepasados. Es significativo que, en este contexto, se use con frecuencia la expresión «madre patria». En efecto, todos sabemos por experiencia propia hasta qué punto la herencia espiritual se transmite a través de las madres. La patria, pues, es la herencia y a la vez el acervo patrimonial que se deriva; esto se refiere ciertamente a la tierra, al territorio. Pero el concepto de patria incluye también valores y elementos espirituales que integran la cultura de una nación. He hablado precisamente de esto en la UNESCO, el 2 de junio de 1980, subrayando que, incluso cuando los polacos fueron despojados de su territorio y la nación fue desmembrada, no decayó en ellos el sentido de su patrimonio espiritual y de la cultura heredada de sus antepasados. Más aún, éstos se desarrollaron con extraordinario dinamismo.

(placa en honor a Henryk Sienkiewicz en la fachada del Santuario Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, iglesia parroquial de Karol Wojtyla, en Wadowice)


Es notorio que el siglo xix representa en cierta medida la cima de la cultura polaca. En ninguna otra época la nación ha producido escritores tan geniales como Adam Mickiewicz, Juliusz Sl-owacki, Zygmunt Krasinski o Cyprian Norwid. La música polaca no había alcanzado antes el nivel de las obras de Frédérik Chopin, Stanislaw Moniuszko y otros muchos compositores, que enriquecieron el patrimonio artístico del siglo xix para la posteridad. Otro tanto puede decirse de las artesplásticas, la pintura y la escultura. Es el siglo de Jan Matejko, 
Jan Matejko, autoretrato, Wikipedia
de Artur  Grottger y, entre el xix y el xx, aparecen Stanislaw Wyspianski, extraordinario genio en diversos campos, y después Jacek Malczewski y otros más. Y, ¿qué decir, en fin, del teatro polaco? El siglo xix ha sido el siglo de los pioneros en este campo. Al comienzo encontramos al gran Wojciech Boguslawski, cuyo magisterio artístico lo han seguido y desarrollado otros muchos, sobre todo en el sur de Polonia, en Cracovia y en Lvov, ciudad en aquel tiempo en territorio polaco. Los teatros vivieron entonces su edad de oro; se desarrolló tanto el teatro burgués como el popular. No se puede dejar de constatar que este período extraordinario de madurez cultural durante el siglo xix preparó a los polacos para el gran esfuerzo que les llevó a recuperar la independencia de su nación. Polonia, desaparecida de los mapas de Europa y del mundo, volvió a reaparecer a partir del año 1918 y, desde entonces, continúa en ellos. No logró borrarla ni siquiera la frenética borrasca de odio desencadenada de oeste a este entre 1939 y 1945.

Como se puede ver, en el concepto mismo de patria hay un engarce profundo entre el aspecto espiritual y el material, entre la cultura y la tierra. La tierra arrebatada por la fuerza a una nación se convierte en cierto sentido en una invocación, más aún, en un clamor al «espíritu» de la nación. Entonces, el espíritu de la nación se despierta, se reaviva y lucha para que se restituyan a la tierra sus derechos. Norwid lo ha expresado de una forma concisa, hablando del trabajo: «[...] La belleza existe para fascinar el trabajo, el trabajo existe para renacer.»1 Una vez adentrados en el análisis del concepto mismo de patria, conviene hacer referencia ahora al Evangelio. En efecto, en el Evangelio aparece el término «Padre» en labios de Cristo como palabra fundamental. De hecho, es el apelativo que usa con más frecuencia. «Todo me lo ha entregado mi Padre» (Mt 11, 27; cf. Lc 10, 22); «El Padre ama al Hijo y le muestra todo lo que él hace, y le mostrará obras mayores que ésta» (Jn 5, 20; cf. 5, 21 etc.). Las enseñanzas de Cristo contienen en sí los elementos más profundos de una visión teológica, tanto de la patria como de la cultura. Cristo, como el Hijo que viene a nosotros enviado por el Padre, entra en la humanidad con un patrimonio especial. San Pablo habla de esto en la Carta a los Gálatas: «Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer [...], para que recibiéramos el ser hijos por adopción [...]. Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios» (Ga 4, 4-7).Cristo dice: «Salí del Padre y he venido al mundo» (Jn 16, 28). Esta venida tuvo lugar por medio de una Mujer, la Madre. La herencia del eterno Padre ha pasado en un sentido muy real a través del corazón de María, y se ha enriquecido así con todo lo que el extraordinario genio femenino de la Madre podía aportar al patrimonio de Cristo. Este patrimonio es el cristianismo en su dimensión universal y, en él, la contribución de la Madre es muy significativa. Por eso se llama madre a la Iglesia: mater Ecclesia. Cuando hablamos así, nos referimos implícitamente al patrimonio divino, del cual participamos gracias a la venida de Cristo.

El Evangelio, pues, ha dado un significado nuevo al concepto de patria. En su acepción original, la patria significa lo que hemos heredado de nuestros padres y madres en la tierra. Lo que nos viene de Cristo orienta todo lo que forma parte del patrimonio de las patrias y culturas humanas hacia la patria eterna. Cristo dice: «Salí del Padre y he venido al mundo, otra vez dejo el mundo y me voy al Padre» (Jn 16, 28). Este retorno al Padre inaugura una nueva Patria en la historia de todas las patrias y de todos los hombres. A veces se habla de «Patria celestial», la «Patria eterna». Son expresiones que indican precisamente lo ocurrido en la historia del hombre y de las naciones tras la venida de Cristo al mundo y su retorno de este mundo al Padre.
La partida de Cristo ha abierto el concepto de patria a la dimensión de la escatología y la eternidad, pero nada ha quitado a su contenido temporal. Sabemos por experiencia, basándonos en la historia polaca, cuánto ha favorecido la idea de la patria eterna a la disponibilidad para servir a la patria temporal, preparando a los ciudadanos para afrontar todo tipo de sacrificios por ella, y sacrificios muchas veces heroicos. Lo demuestran elocuentemente los Santos que la Iglesia, a lo largo de la historia, y especialmente en los últimos siglos, ha elevado al honor de los altares.

La patria, como herencia del padre, proviene de Dios, pero en cierta medida procede también del mundo. Cristo vino al mundo para confirmar las leyes eternas de Dios, del Creador. Pero ha iniciado al mismo tiempo una cultura totalmente nueva. Cultura significa cultivo. Cristo, con sus enseñanzas, con su vida, muerte y resurrección, ha vuelto a «cultivar» en cierto sentido este mundo creado por elPadre. Los hombres mismos se han convertido en el «campo de Dios», como escribe san Pablo (1 Co 3, 9). De este modo, el «patrimonio» divino ha tomado la forma de la «cultura cristiana». Ésta no existe solamente en las sociedades y naciones cristianas, sino que se ha hecho presente de alguna manera en toda cultura de la humanidad. En cierta medida, ha transformado toda la cultura.

Lo dicho hasta ahora sobre la patria explica algo más profundamente el significado de las llamadas raíces cristianas de la cultura polaca y, en general, de la europea. Cuando se usa esta expresión se piensa normalmente en las raíces históricas de la cultura, y esto tiene ciertamente un sentido, puesto que la cultura tiene carácter histórico. La búsqueda de dichas raíces, por tanto, va acompañada por el estudio de nuestra historia, incluida la política. El esfuerzo de los primeros Piast, orientado a reforzar el espíritu polaco mediante la constitución de un Estado emplazado en un territorio concreto de Europa, estaba alentado por una inspiración espiritual bien precisa. Su manifestación fue el bautizo de Mieszko I y de su pueblo (966), gracias a la influencia de su esposa, la princesa bohemia Dobrava. Es notoria la gran incidencia que esto tuvo en la trayectoria de la cultura de esta nación eslava establecida a orillas del Vístula. Diverso rumbo tomó la cultura de otros pueblos eslavos, a los cuales el mensaje cristiano llegó a través de la Rus’, que recibió el bautismo de las manos de los misioneros de Constantinopla. Hasta hoy permanece en la familia de las naciones eslavas esta diferenciación, marcando las fronteras espirituales de las patrias y de las culturas. “

martes, 13 de noviembre de 2012

Juan Pablo II y “el milagro de aquella noche”


Este testimonio escrito por Gianluigi De Palo (*) fue publicado en la revista Totus Tuus (Causa de Beatificación y Canonización de Juan Pablo II) Nr 4 año 2010.


Recuerdo aún hoy la noche del 19 de agosto de 2000.  Al anochecer, estaba muerto de cansancio por la marcha para llegar a la explanada y la espalda me quemaba por el peso de la mochila y el calor del sol.  Estaba un poco distraído por el cansancio, y entre bostezos, esperaba ansiosamente el momento de meterme, sin fuerzas, en el saco de dormir, que me había acompañado en Loreto y en París. Y mientras tanto – de verdad – pensaba en otras cosas.  Juan Pablo II comenzó a hablar: «Y vosotros ¿Quién decís que soy yo?” Jesús plantea esta pregunta a sus discípulos…. Jesús quiere que los discípulos… Jesús quiere que los discípulos se den cuenta de lo que está escondido en sus mentes y en sus corazones….» Aquella noche cambió mi vida. Las palabras del Papa fueron como u8na patada ean el estomago cuando menos te lo esperas. Todo lo que decía era aquello que había deseado siempre. Daba voz a las palabras escritas en mi interior. «Hoy estáis reunidos aquí para afirmar que en el nuevo siglo  no os prestaréis a ser instrumentos de violencia y destrucción; defenderéis la paz, incluso a costa de vuestra ida si fuera necesario. No os conformaréis con el mundo en el que otros seres humanos mueren de hambre, son analfabetos, están sin trabajo. Defenderéis la vida en cada momento en su desarrollo terreno; os esforzaréis con todas vuestras energías en hacer que esta tierra sea cada vez más habitable para todos.» No quería darme por contento: quería que mi vida fuese una obra de arte, quería dar mi vida, mi energía, mi entusiasmo por algo grande: me daba cuenta de ello con claridad.  Y sin embargo, hasta ese momento me había resistido. Un freno, algo que me ataba y que no comprendía bien.  Pero sentía que explotaba dentro de mí una fuerza mayor. En aquellas horas, mientras el Papa hablaba, sentía que el Espíritu Santo soplaba en mi corazón. Aquel hombre anciano y enfermo era para mí la voz de Jesús, que me estaba cambiando la vida. Me empujaba a decisiones más fuertes y hermosas.
«¿es difícil creer en un mundo así? En el año 2000, ¿es difícil creer? Sí, es difícil. No hay que ocultarlo. Es difícil, pero con la ayuda de la gracia es posible». ¿Quería una vida fácil y cómoda, quería contentarme de poco? ¿Quería fáciles certezas? No, quería enamorarme cada vez más. Quería saciar una sed de infinito. Y Juan Pablo II me indicaba la vía. «En realidad, es a Jesús a quien buscáis cuando soñáis la felicidad: es Él  quien os espera cuando  no os satisface nada de lo que encontráis: es Él la belleza que tanto os atrae» Buscaba la plenitud, pero no encontraba su nombre. El Señor me estaba llamando: era precisamente yo un centinela de la mañana y tenía que prender fuego al mundo. Y el Papa me trazaba un programa de vida, que – aún hoy – continúa marcado en el fondo de mi alma.
En los años sucesivos, he encontrado muchas personas que han vivido el mismo milagro de aquella noche. Mi generación – nacida en 1976 – ha quedado profundamente marcada por Juan Pablo II y por las Jornadas mundiales de la Juventud. Y los frutos de la magnífica intuición de estos “laboratorios de la fe” los veremos en los próximos años, cuando nuestros hijos serán mayores. Y tendremos una generación de jóvenes confiados y trabajadores. Si reflexionamos bien, nos daremos cuenta que nadie ha invertido tanto en los jóvenes como Karol Wojtyla. Nadie había creído en mi como aquel hombre.


En diversas ocasiones, en las JMJ y en los encuentros con los jóvenes romanos he sentido casi como una confianza personal del Papa hacia mí. Era uno de tantos, pero su mirada estaba sobre mi, sus palabras iban dirigidas a mí.  Una sensación muy particular que sè que han percibido otros muchos. Han pasado diez años desde aquel 19 de agosto. Diez años muy intensos. De chiquillo me he convertido en un hombre. De novio  inmaduro me he convertido en esposo y padre de tres hijos. Pero sobre todo, aquel deseo de no resignarme ha dado frutos más allá de mis fuerzas y voluntad.  Llevo a cabo un servicio como Presidente de las Acli de Roma y como Presidente del Forum de las Asociaciones Familiares del Lacio. Dos cargos que me superan, dos responsabilidades inmensas que, a veces, me aplastan.
Aquel dia en Tor Vergata – me doy cuenta sólo hoy – el Papa hablaba de mi presente, me llamaba a ser lo que soy. Pequeño y débil, pero con la consciencia de no tener que resignarme.”



(*) Presidente Acli de Roma y Forum Asociaciones Familiares del Lacio