Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

miércoles, 28 de septiembre de 2016

La Cruz que engrandece – San Juan de la Cruz y Juan Pablo II




“En 1991, con ocasión del IV Centenario de la muerte de San Juan de la Cruz, Doctor de la Iglesia, el Papa Juan Pablo II dirigió una Carta Apostólica al General de los Carmelitas Descalzos, que tituló "San Juan de la Cruz, Maestro de lafe y testigo del Dios Vivo".  

Ya en 1982, en su visita a España, el Papa nos había dicho a los españoles: “Leed continuamente las obras de los grandes Maestros del espíritu. ¡Cuántos tesoros de amor y de fe tenéis al alcance de vuestra mano en vuestro bello idioma!”.
En Segovia, junto al sepulcro de San Juan de la Cruz, ya había dicho: “San Juan de la Cruz, Maestro de la fe, gran maestro de los senderos que conducen a la unión con Dios, teólogo y místico, poeta y artista”.
El mismo Juan Pablo II, joven Karol Wojtyla de diecinueve años, acababa de perder a su padre, único miembro de su familia que le quedaba y con quien vivía. Su padre murió en soledad sin la compañía de su hijo. ¡Cómo trituró su muerte el corazón del joven sensible y profundamente religioso! Karol lloró amargamente. —“Me ha ocurrido por tres veces una gran tristeza: Todos ellos mi madre, mi hermano, mi padre, se fueron de este mundo sin que yo tuviera el consuelo de acompañarles en el último instante”.
Aparece entonces en la vida de Karol una figura importante, Jan Tyranowski, 

que ejercía en amplios círculos de Cracovia una influencia poderosa. Era sastre de oficio, pero trabajaba en las canteras con Karol. Era un verdadero místico. El inició a Wojtyla en la lectura de San Juan de la Cruz. Con él se reunía lo más esperanzador de la juventud polaca.
Estudiaban a San Juan y a Santa Teresa de Jesús. De aquella escuela clandestina en plena invasión nazi, no sólo surgió Wojtyla: un gran sector de Polonia debe en gran parte su firme fe, adulta y compacta, en la vorágine de las más terribles borrascas, al influjo del Doctor Místico. En comunicación constante con Tyranowski y con sus amigos, sorbe a raudales la solidez y belleza de San Juan de la Cruz. Clima adecuado para que en él germine la decisión de ser sacerdote.
Se comprende que cuando Karol Wojtyla llega a Roma enviado por el Cardenal Sapieha, Arzobispo de Cracovia, a hacer su Doctorado en Teología, elija a San Juan, para estudiar y escribir su tesis: “El acto de fe en San Juan de la Cruz”, bajo la dirección del Padre Garrigou—Lagrange.
Posteriormente publicó en 1951: Humanismo de San Juan de la Cruz, el misterio y el hombre que fue su tesis doctoral en la Facultad de Teología de Cracovia. El Cardenal Wojtyla ha quedado agradecido a Tyranowski. Un Papa con una mente vigorosa, que con esa misma cabeza decidió elegir por mentor espiritual al místico español... cuando ese Papa ha asombrado al mundo por su valor, fuerza personal, coraje, liderazgo espiritual, armonía humano-divina, ha revalorizado el doctorado de San Juan y lo ha puesto de actualidad.
Hay una sintonía en la vida de Wojtyla y en la de Fray Juan. Ambos han sufrido duras pruebas. Pero la cruz les ha engrandecido. A otros menos grandes, la cruz los envilece, los deja resentidos para siempre. Ambos saborean la belleza: los altos picachos nevados, los montes y espesuras - plantados por la mano del Amado -. Ambos gustan de trabajar ante el Sacramento de la Eucaristía. Ambos escriben poesía. Y los dos gustan de las flores.
Fray Juan gozaba adornando con ellas los altares toda su vida y cantó al Amado que pace entre las flores. Y su sensibilidad captó la belleza de las flores y rosales. Y de las guirnaldas en las frescas mañanas escogidas. Y aprendió a dejar su cuidado entre las azucenas olvidado. Wojtyla cultivaba las flores en el jardín de su Arzobispado de Cracovia, nos ha dicho D. Marcelo González Martín en su Prólogo a Signo de contradicción. Flores frescas que perfumaban después su capilla eucarística.
Juan Pablo II ha dicho que, cuando elaboraba su tesis, “intuía que la síntesis de San Juan de la Cruz contiene no solamente una sólida doctrina teológica sino, sobre todo, una exposición de la vida cristiana en sus aspectos básicos, como son la comunión con Dios, la dimensión contemplativa de la oración, la fuerza teologal de la misión apostólica y la tensión de la esperanza cristiana”. San Juan de la Cruz nos ha dejado una gran síntesis de espiritualidad y de experiencia mística cristiana.
Y en el marco tomista de los pensadores polacos actuales, también hay que situar a Kalinowski, profesor de la Universidad de Lublín y, después exiliado en Francia, y Swiezaws, comisionado por el Episcopado polaco como auditor laico en el Concilio Vaticano II, dos personalidades importantes, en cuya obra y planteamientos, aparece clara la huella del estudio y lectura —profunda- de San Juan de la Cruz, plenamente asimilado.”

sábado, 24 de septiembre de 2016

«Mysterium fidei»


“Durante la Santa Misa, después de la transubstanciación, el sacerdote pronuncia las palabras: Mysterium fidei, ¡Misterio de la fe! Son palabras que se refieren obviamente a la Eucaristía. Sin embargo, en cierto modo, conciernen también al sacerdocio. No hay Eucaristía sin sacerdocio, como no hay sacerdocio sin Eucaristía. No sólo el sacerdocio ministerial está estrechamente vinculado a la Eucaristía; también el sacerdocio común de todos los bautizados tiene su raíz en este misterio. A las palabras del celebrante los fieles responden: "Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven Señor Jesús''. Participando en el Sacrificio eucarístico los fieles se convierten en testigos de Cristo crucificado y resucitado, comprometiéndose a vivir su triple misión -sacerdotal, profética y real- de la que están investidos desde el Bautismo, como ha recordado el Concilio Vaticano II.

El sacerdote, como administrador de los ''misterios de Dios", está al servicio del sacerdocio común de los fieles. Es él quien, anunciando la Palabra y celebrando los sacramentos, especialmente la Eucaristía, hace cada vez más consciente a todo el Pueblo de Dios su participación en el sacerdocio de Cristo, y al mismo tiempo lo mueve a realizarla plenamente. Cuando, después de la transubstanciación, resuena la expresión: Mysterium fidei, todos son invitados a darse cuenta de la particular densidad existencial de este anuncio, con referencia al misterio de Cristo, de la Eucaristía y del Sacerdocio.

¿No encuentra aquí, tal vez, su motivación más profunda la misma vocación sacerdotal? Una motivación que está totalmente presente en el momento de la Ordenación, pero que espera ser interiorizada y profundizada a lo largo de toda la existencia. Sólo así el sacerdote puede descubrir en profundidad la gran riqueza que le ha sido confiada. Cincuenta años después de mi Ordenación puedo decir que el sentido del propio sacerdocio se redescubre cada día más en ese Mysterium fidei. Esta es la magnitud del don del sacerdocio y es también la medida de la respuesta que requiere tal don. ¡El don es siempre más grande! Y es hermoso que sea así. Es hermoso que un hombre nunca pueda decir que ha respondido plenamente al don. Es un don y también una tarea: ¡siempre! Tener conciencia de esto es fundamental para vivir plenamente el propio sacerdocio.”

(Juan Pablo II: Don y Misterio, Libreria Editrice Vaticana, 2011, 88-90)


viernes, 23 de septiembre de 2016

Memoria litúrgica del Santo Padre Pio


miércoles, 21 de septiembre de 2016

La paz y el espíritu de Asís

Treinta años después de aquel encuentro del Papa Juan Pablo II en Asís,  el mundo sigue necesitado, tiene “sed de paz”, como lo ha expresado el Papa Francisco en su visita a la ciudad del “poverello” de Asís, una sed que necesita imperiosamente ser saciada.  
Pero esta “sed de paz” no es nueva sino que ha estado muy presente en la Iglesia desde mediados del siglo pasado.  Ya el Papa Pio XII en su carta Encíclica Optatissima Pax  rogaba por oraciones para conseguir la paz entre las clases sociales y las naciones, después de tantos males causados por la guerra. 

El Papa Juan XXIII (el Papa del Concilio) en su última Encíclica Pacem in Terris enunciaba que “la paz entre todos los pueblos ha de fundarse en la verdad, la justicia, el amor y la libertad” y el Papa Pablo VI emitía su Encíclica PopulorumProgressio sobre la necesidad de promover el desarrollo de los pueblos, estrechamente ligado a la paz de pueblos y naciones. 


“¿Pero qué sucedió en Asís hace poco más de treinta años? - se preguntaba Marco Impagliazzo  de la Comunidad Sant´, Egidio-  Juan Pablo II invitó a rezar por la paz a los líderes de las Iglesias cristianas y de las grandes religiones. Fue una jornada de oración de unos junto a otros, y no -como dijo el Papa- de unos contra otros. 124 representantes de las confesiones cristianas y de las grandes religiones del mundo se reunieron en la ciudad de Asís, un “lugar que la seráfica figura de san Francisco ha transformado en un centro de fraternidad universal”. Un historiador observó que esta iniciativa única se consideró un “punto de inflexión en la actitud del catolicismo contemporáneo hacia las otras religiones” y que, al mismo tiempo, supuso un momento clave para la percepción del cristianismo que tienen las religiones no cristianas. 

La oración de Asís se había forjado desde lejos: era el resultado de una época de diálogo. Un diálogo que se desarrolló durante todo el siglo XX, tan lleno de esperanzas como de grandes sufrimientos. Algo aunó a los creyentes en ese siglo tan terrible, en el que según estimaciones recientes, hubo más de 180 millones de muertos a causa de las guerras. En la segunda mitad del siglo XX, personas de distintas religiones dialogaron y se reunieron como nunca antes había sucedido en la historia. La conversación fue posible, en parte, gracias al empuje del Concilio Vaticano II, que planteó en la declaración Nostra Aetate la relación de la Iglesia Católica con el judaísmo, el Islam y las otras religiones no cristianas, con la idea de “fundamentar la unidad y la caridad entre los hombres y, aún más, entre los pueblos”, en un tiempo de creciente interdependencia. La declaración conciliar exhortaba a los cristianos “a que, con prudencia y caridad, mediante el diálogo y colaboración con los adeptos de otras religiones, dando testimonio de fe y vida cristiana, reconozcan, guarden y promuevan aquellos bienes espirituales y morales, así como los valores socio-culturales que en ellos existen”.  (Marco Impagliazzo) 


La llama encendida en Asís hace treinta años continuó ardiendo durante el pontificado de Benedicto XVI quien en 2011 a los 25 años de aquel encuentro de1986, en su intervención en la Basílica de Santa Maria de los Ángeles en Asís reflexionaba “¿Qué ha ocurrido desde entonces?” ¿A qué punto está hoy la causa de la paz? Y se refería al muro de Berlín como símbolo de una era, en cierta manera como un triunfo de la libertad, “apreciamos esta victoria de la libertad, que fue sobre todo también una victoria de la paz”, pero inmediatamente se refería al estado  más reciente, “pero que ha sucedido después se preguntaba”  y lamentaba que la violencia no había cesado y venia acompañada de la decadencia del hombre debido a la ausencia de Dios invitando a a su vez a “estar juntos en camino hacia la verdad, del compromiso decidido por la dignidad del hombre y de hacerse cargo en común de la causa de la paz, contra toda especie de violencia destructora del derecho.” 

Ayer el Papa Francisco en consonancia con aquel “espíritu de Asís” que sigue presente reiteró este compromiso de la Iglesia en pos de la paz y del diálogo,  bajo el lema “Sed de paz, religiones yculturas en diálogo”. En la  introducción de su participación en forma de  meditación presenta a Jesús sufriente y sediento en la cruz invitándonos a saciar esa sed de amor de Jesús mediante el servicio a los más pobres entre los pobres.
No podemos permanecer indiferentes. Hoy el mundo tiene una ardiente sed de paz.- decia el Santo Padre… Nosotros no tenemos armas. Pero creemos en la fuerza mansa y humilde de la oración….. Aquí, hace treinta años, san Juan Pablo II dijo: «La paz es una cantera abierta a todos y no solamente a los especialistas, sabios y estrategas. La paz es una responsabilidad universal» (Discurso, Plaza de la Basílica inferior de San Francisco, 27 octubre 1986: l.c., 11).

En el llamamiento que siguió al discurso el Papa Francisco se refería nuevamente a San Juan Pablo II y a su llamado de 1986 y concluía deseando que “se abra definitivamente una nueva época en que el mundo globalizado llegue a ser una familia de pueblos”.



sábado, 17 de septiembre de 2016

Vivid como hijos de la luz


“Es urgente que los cristianos descubran la novedad de su fe y su fuerza de juicio ante la cultura dominante e invadiente: «En otro tiempo fuisteis tinieblas —nos recuerda el apóstol Pablo—; mas ahora sois luz en el Señor. Vivid como hijos de la luz; pues el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y verdad. Examinad qué es lo que agrada al Señor, y no participéis en las obras infructuosas de las tinieblas, antes bien, denunciadlas... Mirad atentamente cómo vivís; que no sea como imprudentes, sino como prudentes; aprovechando bien el tiempo presente, porque los días son malos» (Ef 5, 8-11. 15-16; cf. 1 Ts 5, 4-8).

Urge recuperar y presentar una vez más el verdadero rostro de la fe cristiana, que no es simplemente un conjunto de proposiciones que se han de acoger y ratificar con la mente, sino un conocimiento de Cristo vivido personalmente, una memoria viva de sus mandamientos, una verdad que se ha de hacer vida. Pero, una palabra no es acogida auténticamente si no se traduce en hechos, si no es puesta en práctica. La fe es una decisión que afecta a toda la existencia; es encuentro, diálogo, comunión de amor y de vida del creyente con Jesucristo, camino, verdad y vida (cf. Jn 14, 6). Implica un acto de confianza y abandono en Cristo, y nos ayuda a vivir como él vivió (cf. Ga 2, 20), o sea, en el mayor amor a Dios y a los hermanos.”

jueves, 15 de septiembre de 2016

Memoria de la Virgen de los Dolores


A la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, que celebramos ayer, sigue hoy la memoria de la Virgen de los Dolores. Estas dos celebraciones litúrgicas nos invitan a realizar una peregrinación espiritual hasta el Calvario. Nos estimulan a unirnos a la Virgen María en la contemplación del misterio de la cruz.
La cruz es el símbolo principal del cristianismo. Dondequiera que el Evangelio ha echado raíces, la cruz indica la presencia de los cristianos. En las iglesias y en los hogares, en los hospitales, en las escuelas y en los cementerios la cruz se ha convertido en el signo por excelencia de una cultura que recibe del mensaje de Cristo verdad y libertad, confianza y esperanza.
En el proceso de secularización, que caracteriza a gran parte del mundo
contemporáneo, es muy importante que los creyentes fijen su mirada en este signo central de la Revelación y capten su significado originario y auténtico.

También hoy, siguiendo la doctrina de los antiguos Padres, la Iglesia presenta al mundo la cruz como "árbol de la vida", en el que se puede descubrir el sentido último y pleno de cada existencia y de toda la historia humana.
Desde que Jesús la convirtió en instrumento de la salvación universal, la cruz ya no es sinónimo de maldición, sino, al contrario, de bendición. Al hombre atormentado por la duda y el pecado, la cruz le revela que "Dios amó tanto al  mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn 3, 16). En una palabra, la cruz es el símbolo supremo del amor.

Al pie de la cruz la Virgen María, perfectamente unida a su Hijo, pudo
compartir de modo singular la profundidad de dolor y de amor de su sacrificio.
Nadie mejor que ella puede enseñar a amar la cruz. A la Virgen de los Dolores
encomendamos a los jóvenes y a las familias, a las naciones y a la humanidad
entera. De modo especial, le pedimos por los enfermos y los que sufren, por las
víctimas inocentes de la injusticia y la violencia, y por los cristianos perseguidos
a causa de su fe. La cruz gloriosa de Cristo sea para todos prenda de esperanza,
de rescate y de paz. “


«¡Toma la cruz!»

“«Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame» (Mc 8, 34). Estas palabras permiten comprender el valor y el significado de esta fiesta, en espera de la cruz.

La cruz se ha de acoger, ante todo, en el corazón, y después se ha de llevar en la vida. 

Muchos cristianos han abrazado la cruz a lo largo de los siglos: ¿podemos dejar de dar gracias a Dios por ello? …. ¡Cuán actuales resultan las palabras de Jesús: «Cuando sea elevado de la tierra, atraeré a todos hacia mí» (Jn 12, 32), y «Mirarán al que traspasaron» (Jn 19, 37)!
Hoy queremos proclamar con vigor el evangelio de la cruz, es decir, de Jesús muerto y resucitado para el perdón de los pecados. Este anuncio salvífico, que asegura a los creyentes la vida eterna, desde el día de Pascua no ha dejado nunca de resonar en el mundo…...
Sí, la cruz está inscrita en la vida del hombre. Querer excluirla de la propia existencia es como querer ignorar la realidad de la condición humana. ¡Es así! Hemos sido creados para la vida y, sin embargo, no podemos eliminar de nuestra historia personal el sufrimiento y la prueba… Cuando en la familia no existe la armonía, cuando aumentan las dificultades en el estudio, cuando los sentimientos no encuentran correspondencia, cuando resulta casi imposible encontrar un puesto de trabajo, cuando por razones económicas os veis obligados a sacrificar el proyecto de formar una familia, cuando debéis luchar contra la enfermedad y la soledad, y cuando corréis el riesgo de ser víctimas de un peligroso vacío de valores, ¿no es, acaso, la cruz la que os está interpelando?
Una difundida cultura de lo efímero, que asigna valores sólo a lo que parece hermoso y a lo que agrada, quisiera haceros creer que hay que apartar la cruz. Esta moda cultural promete éxito, carrera rápida y afirmación de sí a toda costa; invita a una sexualidad vivida sin responsabilidad y a una existencia carente de proyectos y de respeto a los demás. Abrid bien los ojos…. este no es el camino que lleva a la alegría y a la vida, sino la senda que conduce al pecado y a la muerte. Dice Jesús: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará» (Mt 16, 24-25).

Jesús no nos engaña. Con la verdad de sus palabras, que parecen duras pero llenan el corazón de paz, nos revela el secreto de la vida auténtica. Él, aceptando la condición y el destino del hombre venció el pecado y la muerte y, resucitando, transformó la cruz de árbol de muerte en árbol de vida. Es el Dios con nosotros, que vino para compartir toda nuestra existencia. No nos deja solos en la cruz. Jesús es el amor fiel, que no abandona y que sabe transformar las noches en albas de esperanza. Si se acepta la cruz, genera salvación y procura serenidad, como lo demuestran tantos testimonios hermosos de jóvenes creyentes. Sin Dios, la cruz nos aplasta; con Dios, nos redime y nos salva.”


martes, 13 de septiembre de 2016

Carmelo el monte sagrado


En sus peregrinaciones espirituales a los templos marianos durante el Año Santo Mariano de 1987-1988 el 24 de julio (mes dedicado a la memoria de Nuestra Señora del Carmen) el Papa Juan Pablo II se dirigía al santo monte Carmelo, lugar y nombre tan querido por el y que tanto le significaba ya desde su adolescencia en su tierra natal en su querido lugar de Wadowice. Recordemos que originalmente hubiese querido ingresar en un convento carmelita y que finalmente decidió seguir el camino sugerido por su gran maestro e inspirador el cardenal Sapieha.  

“El pensamiento se dirige a ese monte sagrado – decia el Papa en este Ángelus- , que en el mundo bíblico siempre se ha considerado como símbolo de gracia, de bendición y de belleza. En ese monte los carmelitas dedicaron a la Virgen Madre de Dios, "Flos Carmeli", que posee la belleza de todas las virtudes, su primera iglesia, expresando así su voluntad de consagrarse completamente a Ella y de vincular indisolublemente el propio servicio a María con ese "como obsequio a Cristo" (cf. Regla carmelita, prólogo).
El Papa se acordaba de los grandes místicos carmelitas que “entendieron la experiencia de Dios en la propia vida como un "camino de perfección" (Santa Teresa de Jesús), como una "subida al monte Carmelo" (San Juan de la Cruz). En este itinerario está presente María. Ella ―invocada por los carmelitas como Madre, Patrona y Hermana ― se convierte, en cuanto Virgen purísima, en modelo del contemplativo sensible a la escucha y a la meditación de la Palabra de Dios y obediente a la voluntad del Padre por medio de Cristo en el Espíritu Santo. Por eso, en el Carmelo, y en cada alma profundamente carmelita, florece una vida intensa de comunión y familiaridad con la Virgen Santa, como "nueva manera" de vivir para Dios y continuar aquí en la tierra el amor del Hijo Jesús a su Madre María”

En este blog he posteado bastante sobre el Carmelo. 
Invito visitar los posts etiqueados  Carmelo

La verdad ilumina los caminos de la paz


“Uno de los engaños de la violencia consiste en tratar, —para justificación propia— de desacreditar sistemática y radicalmente al adversario, sus actuaciones y las estructuras socio-ideológicas en las que se mueve y piensa. El hombre de paz sabe reconocer la parte de verdad que hay en toda obra humana y, más todavía, las posibilidades de verdad que abrigan en lo profundo de todo hombre.

No es que el deseo de paz le haga cerrar los ojos ante las tensiones, las injusticias y las luchas que forman parte de nuestro mundo. El las mira de frente. Las llama por su nombre, por respeto a la verdad. Más aún, anclado profundamente en las cosas de la paz, el hombre no puede menos de ser todavía más sensible a todo lo que contradice a la paz. Esto le mueve a investigar valientemente las causas reales del mal y de la injusticia, para buscarles remedios apropiados. La verdad es fuerza de paz porque percibe, por una especie de con naturalidad, los elementos de verdad que hay en el otro y que ella trata de alcanzar.
[…]
La verdad permite aún más no desesperar de las víctimas de la injusticia; no permite conducirlas a la desesperación de la resignación o de la violencia. Induce a apostar por las fuerzas de la paz que abrigan los hombres o los pueblos que sufren. Cree que, consolidándolas en la conciencia de su dignidad y de sus derechos imprescriptibles, ella los fortalece para someter las fuerzas de opresión a presiones eficaces de transformación, más eficaces que los focos de violencia generalmente sin mañana, a no ser un mañana de mayores sufrimientos.
[…]

El hombre de paz, dado que vive de la verdad y de la sinceridad, es pues lúcido ante las injusticias, las tensiones y los conflictos que existen. Pero, en lugar de exacerbar
las frustraciones y las luchas, él confía en las facultades superiores del hombre, en su razón y en su corazón, para inventar unos caminos de paz que llevan a un resultado verdaderamente humano y duradero.”



sábado, 10 de septiembre de 2016

Karol Wojtyla: su amada Cracovia (2 de 2)

El sacerdote Karol Wojtyła vivió en la calle Kanonicza, donde hoy se encuentra el Museo del Arzobispado, no sólo a partir de su nombramiento como obispo sino ya antes, en los años cincuenta, cuando era profesor en la Universidad de Lublin. Hoy, en aquel palacio, su habitación y sus objetos personales ocupan un lugar privilegiado.
 Las religiosas que trabajaban allí en aquel tiempo recuerdan que el joven profesor, ya con su doctorado bajo el brazo, cuando se acercaba la hora de sacar agua del aljibe, estaba siempre dispuesto a darle una mano a la religiosa de turno.  “Y ya obispo y cardenal siempre veía junto a si al prójimo” recuerda el señor Jozef Mucha, su chofer durante 14 años. Recuerda también la tarta de tres pisos que el Cardenal confiscó durante una fiesta para llevarla al grupo de pastoral juvenil. “Nosotros no necesitamos comer esta tarta – le dijo al casero – llevémosla a los jóvenes”…. Al Cardenal Wojtyła le gustaba mucho la lecha cuajada y era capaz de sacrificar cualquier comida – prosigue el señor Mucha sonriendo – antes de algún almuerzo especial,  pero sobre todo antes de las grandes festividades, las religiosas debían esconderla muy bien”.


La calle Franciszkánska está estrechamente ligada a la persona de Karol Wojtył. Fue ordenado sacerdote en la capilla del Palacio Arzobispal, y regresó allì como cardenal.  Ocupaba el primer piso con la famosa ventana  desde donde se asomó como Papa, durante su primer viaje apostólico a Polonia. Todos los días los habitantes de Cracovia, mirándola, esperaban ver aparecer una figura blanca. ¡Cuánta alegría se apdoerò de sus corazones cuando elnuevo Pontìfice Benedicto XVI, siguiendo a su predecesor, les saludò desde aquella misma ventana!  En frente esta la Basìlia de San Francisco, donde el Cardenal  Wojtyła pasaba tantas horas en oración. Hoy su “banco” lleva una pequeña placa.


Desde aquí mismo, desde la calle Franciszkanska, Karol Wojtyła partió para el Conclave de 1978 para no regresar más a su amada Cracovia. Aquel momento el señor Mucha lo recuerda asì: “Cuando le llevé la noticia de la muerte del Papa Juan Pablo I,  el cardenal Wojtyła estaba sentado a la mesa almorzando. Escuche un fuerte ruido. Al recibir la noticia algo se le cayó de las manos al Cardenal. Después lo acompaño al aeropuerto, “Buen viaje, Eminencia, y hasta muy pronto” le dije. El cardenal después de un profundo y triste suspiro me respondió “Nunca se sabe”.
  

Aleksandra Zapotoczny

jueves, 8 de septiembre de 2016

"¡Tu nacimiento, Virgen Madre de Dios, ha anunciado la alegría a todo el mundo!"



“Hoy es, pues, el día de este gozo. La Iglesia, el 8 de septiembre, nueve meses después de la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Madre del Hijo de Dios, celebra el recuerdo de su nacimiento. El día del nacimiento de la Madre hace dirigir nuestros corazones hacia el Hijo: "De ti nació el Sol de justicia, Cristo, nuestro Dios, que borrando la maldición, nos trajo la bendición y, triunfando de la muerte, nos dio la vida eterna" (Ant. Benedictus).
Así, pues, la gran alegría de la Iglesia pasa del Hijo a la Madre. El día de su nacimiento es verdaderamente un preanuncio y el comienzo del mundo mejor (origo mundi melioris") como proclamó de modo estupendo el Papa Pablo VI.
Y por esto la liturgia de hoy confiesa y anuncia que el nacimiento de María irradia su luz sobre todas las Iglesias que hay en el orbe.”


martes, 6 de septiembre de 2016

Karol Wojtyla: su amada Cracovia (1 de 2)


Karol Wojtyła pasó 40 años de su vida en Cracovia. Por las calles de la ciudad caminaba de estudiante y de seminarista, de sacerdote, profesor, obispo y cardenal. Observaba el río Vístula, se detenía a escuchar el Heynal (son de la trompeta que se oye cada hora) de la Torre de la Basílica de Nuestra Señora, rezaba ante las tumbas de reyes y de poetas polacos.
  
Corría el año 1938 cuando comenzó a estudiar literatura en la Universidad Jagelloniana. En aquel tiempo vivía con su padre en un apartamento húmedo de la calle Tyniecka 10, vivienda que actualmente está a la espera de reformas incentivadas por el interés despertado por turistas y peregrinos que allí se detienen. En ese mismo periodo Karol frecuentaba el seminario clandestino y trabajaba en la cantera. Era el periodo en que Cracovia estaba bajo el régimen alemán.

Después, ya como sacerdote, Wojtyła comenzó su trabajo pastoral en Debniki, en la orilla opuesta del rio Vístula con respecto al centro de Cracovia, en la Parroquia de San Estanislao de Kostka. 


Por eso cuando llego a Roma para estudiar, se encariñó tanto con la iglesia de San Andrés en el Quirinale, que guarda las reliquias del santo polaco, y le recordaba a su primera parroquia en Cracovia.

A dos pasos de Debniki, sobre el puente de Grunwald, se puede observar el panorama del Castillo de Wavel, residencia de los reyes polacos, y de la iglesia de Skalka, uno de los Santuarios Marianos más importantes de Polonia, donde fue asesinado uno de los primeros obispos polacos, San Estanislao Mártir (1079). Fue allí mismo, frente a su ataúd, donde rezó el joven sacerdote Wojtyla, el día de su ordenación sacerdotal. Y su Primera Misa la celebró en Wavel, en la cripta del siglo XVI dedicada a San Leonardo, el 2 de noviembre de 1946.


Otro lugar estrechamente ligado a la personal de Karol Wojtyła es la Iglesia de San Florián, donde le joven sacerdote desarrolla su primera tarea de pastoral académica. Fue un día, avanzada ya la tarde, cuando dos estudiantes se cruzaron en la calle con un joven sacerdote. Ya lo habían visto antes en la iglesia: venían buscando a alguien que guiara espiritualmente su grupo académico. Años más tarde habrían de escribir: “La Misa había terminado. Nosotros aún estábamos en el banco cuando lo vimos por primera vez. Había algo particular en su persona mientras recorría toda la iglesia. Caminaba de modo muy ligero, levemente inclinado hacia adelante, con un  mechón de cabellos que le caía sobre la frente.

Su rostro marcaba una extraña ausencia, como si estuviera ensimismado, pero al mismo tiempo viese todo a su alrededor. Esta figura contrastaba con la de otros sacerdotes de “reciente ordenación”. Ellos eran cuidadosos en su porte, sus cabellos alisados, hábito elegante y zapatos tan lustrados que suscitaban dudas: pero ¿es que con estos zapatos es posible acercarse a quien los necesita atravesando las calles sucias y llenas de barro?  En cambio el sacerdote que aminaba a lo largo de la iglesia llevaba puesto un hábito algo raído y calzaba un par de zapatos gastados. Fueron precisamente esos zapatos que nos revelaron del joven sacerdote mucho más de cuanto podría hacerlo una homilía cuidadosamente preparada….”

Aleksandra Zapotoczny

sábado, 3 de septiembre de 2016

Biografia de la Madre Teresa

Madre Teresa de Calcuta (1910-1997)

     
“De sangre soy albanesa. De ciudadanía, India. En lo referente a la fe, soy una monja Católica. Por mi vocación, pertenezco al mundo. En lo que se refiere a mi corazón, pertenezco totalmente al Corazón de Jesús”. De pequeña estatura, firme como una roca en su fe, a Madre Teresa de Calcuta le fue confiada la misión de proclamar la sed de amor de Dios por la humanidad, especialmente por los más pobres entre los pobres. “Dios ama todavía al mundo y nos envía a ti y a mi para que seamos su amor y su compasión por los pobres”. Fue un alma llena de la luz de Cristo, inflamada de amor por Él y ardiendo con un único deseo:“saciar su sed de amor y de almas” .

Esta mensajera luminosa del amor de Dios nació el 26 de agosto de 1910 en Skopje, una ciudad situada en el cruce de la historia de los Balcanes. Era la menor de los hijos de Nikola y Drane Bojaxhiu, recibió en el bautismo el nombre de Gonxha Agnes, hizo su Primera Comunión a la edad de cinco años y medio y recibió la Confirmación en noviembre de 1916. Desde el día de su Primera Comunión, llevaba en su interior el amor por las almas. La repentina muerte de su padre, cuando Gonxha tenía unos ocho años de edad, dejó a la familia en una gran estrechez financiera. Drane crió a sus hijos con firmeza y amor, influyendo grandemente en el carácter y la vocación de si hija. En su formación religiosa, Gonxha fue asistida además por la vibrante Parroquia Jesuita del Sagrado Corazón, en la que ella estaba muy integrada.


(Leer completo en el sitio de la Santa Sede)

Madre Teresa: Renzo Allegri la recordaba en el centenario de su nacimiento

Por una serie de extrañas coincidencias, mantuve con ella diversos encuentros, largas conversaciones, viajes en coche. Puedo decir que tenía por ella un afecto profundo, y ella me demostraba una benevolencia tal que yo juzgaba amistad, y mi superficial vanidad me empujó a veces a aprovecharme de ella, pidiendo incluso favores que ya desde el principio yo mismo consideraba “imposibles”. Y sin embargo, en su infinita bondad, la Madre encontraba siempre la forma de contentarme.

Increíble. Estoy seguro de que todos aquellos que se han acercado a Madre Teresa han constatado esta amorosa disponibilidad suya. Era ciertamente una gran santa pero al mismo tiempo una mujer de una sensibilidad humana tan deliciosa, de una bondad de ánimo tan grande, que se sentía triste si no conseguía contentar a quien le pedía algo….. No le gustaba mucho hablar. Pero cuando lo hacía, era extremadamente fascinante, con ese modo suyo esencial e incisivo de exponer sus pensamientos. Hablaba preferiblemente a través de imágenes. Sus razonamientos eran una secuencia de hechos que llevaban a una conclusión inevitable….

Cuando estaba en Roma, y le pedía verla, me citaba en el pequeño convento del Celio, donde está la Casa madre de las monjas fundadas por ella, las Misioneras de la Caridad. Decía: “Le espero mañana por la mañana a las cinco y media”. A esa hora, en el pequeño convento, estaba la Misa reservada a las monjas y la Madre deseaba que, antes de hablar conmigo, nos encontrásemos unidos en la oración. Llegaba puntual y encontraba, en la puertecita del convento, una hermana que me esperaba y me acompañaba a la capillita. Seguía la Misa junto a la Madre, que estaba arrodillada en el suelo, en el fondo de la capillita. Para mí, en cambio, hacía preparar un reclinatorio cómodo y también una silla. Desde mi sitio podía observar a todas las hermanas y también a la Madre, que no hacía precisamente nada especial. Estaba acurrucada sobre sí misma, casi formando una bola, y estaba concentrada en la oración silenciosa como si yo no existiese. Pero precisamente desde aquella postura de anulación incluso física, transmitía una potente energía e infinitas consideraciones que largas conversaciones no habrían sido capaces de sugerir.

Después de la Misa, la hermana que me había acogido me acompañaba a un cuartito del convento, adonde de modo infalible, poco después, llegaba la Madre con una bandeja para el desayuno. Madre Teresa me servía el desayuno. No permitía que lo hiciera una de sus monjas, quizás aquella que me había acogido a la puerta del convento. Quería hacerlo ella. La primera vez yo estaba confuso e intenté impedírselo, diciendo que no tenía hambre, que por la mañana no comía nunca. Pero ella intuyó mi turbación y no hubo forma de detenerla. Me servía con un conmovedor amor maternal. Café, leche, mermelada, tostadas. Se preocupaba de que comiese. Y aquellas atenciones suyas hablaban más que las entrevistas. Después, terminado el desayuno, me concedía su tiempo. Yo tomaba mis apuntes con las preguntas, encendía la grabadora y ella respondía….

Cuando pienso en Madre Teresa, la imagen que se me viene en seguida a la mente es a ella en oración. La primera vez que viajé en coche con ella, tuve el honor de sentarme a su lado. Debíamos trasladarnos desde la vía Casilina, en la periferia de Roma, donde hay una casa de las Misioneras de la caridad, al Vaticano, donde la Madre iba a ser recibida por el Papa…...

El coche partió con gran velocidad porque teníamos prisa, llegábamos tarde. No se podía en absoluto hacer esperar al Papa. Madre Teresa miraba desde la ventanilla. Su rostro estaba sereno. Después de un momento, la Madre nos pidió que rezáramos con ella. Se hizo el signo de la cruz, de un bolsillo de su sari sacó un rosario. Oraba en voz baja, con voz sumisa, recitando el Padrenuestro y las Avemaría en latín. Nosotros rezábamos con ella. El coche aceleraba nervioso en el tráfico caótico e intenso. A veces frenaba bruscamente, daba volantazos, arrancaba imperioso, agarraba las curvas de forma temeraria, era abordado por otros coches, impacientes y agresivos, que lanzaban amenazas con penetrantes golpes de cláxon. Yo estaba agarrado al manillar y miraba con preocupación al conductor, muy bueno pero imprudente. Madre Teresa, en cambio, estaba absorta en la oración, y no se daba cuenta de nada.  Acurrucada en su asiento, estaba hablando con Dios. Tenía los ojos semicerrados. El rostro arrugado, doblado sobre el pecho, estaba transfigurado. Parecía casi que emanara luz. Las palabras de la oración salían de sus labios, precisas, claras, lentas, casi como si se detuviera a saborear el significado de cada una de ellas. No tenían la cadencia de una fórmula continuamente repetida, sino la frescura del diálogo, de una conversación viva, apasionada. Parecía que la Madre hablara realmente con una presencia invisible.

Un día le pregunté, de repente: “¿Tiene miedo de morir?” Estaba en Roma desde hacía algunos días. La había visto un par de veces y había ido a saludarla porque volvía a Milán. Ella me miró como si quisiera entender la razón de mi pregunta. Creí que había hecho mal en hablar de la muerte e intenté corregir el tiro. “La veo descansada”, dije. “Ayer, en cambio, me parecía muy cansada”. “He descansado bien esta noche”, respondió. “En los últimos años usted ha sufrido intervenciones quirúrgicas muy delicadas, como la del corazón: debería cuidarse, viajar menos”. “Me lo dicen todos, pero yo tengo que pensar en la obra que Jesús me ha confiado. Cuando ya no sirva más, será Él quien me detenga”.   Y cambiando de tema, me preguntó: “¿Dónde vive?”. “En Milán”, respondí. “¿Cuándo vuelve a casa?”. “Espero que esta misma noche. Quisiera tomar el último avión, así mañana, que es sábado, puedo estar en familia”. “Ah, veo que usted es feliz de volver a casa, con su familia”, dijo ella sonriendo. “Llevo fuera casi una semana”, respondí para justificar mi entusiasmo”. “Bien, bien”, añadió. “Es lógico que usted esté contento. Va a encontrar a su mujer, a sus niños, a sus seres queridos, su casa. Es justo que sea así”.  Permaneció aún unos momentos en silencio, y después, volviendo a la pregunta que le había hecho, prosiguió: “Yo estaría contenta como usted si pudiese decir que me muero esta noche. Muriendo me iría a casa yo también. Iría al paraíso. Iría a ver a Jesús. Yo he consagrado mi vida a Jesús. Convirtiéndome en monja, me he convertido en la esposa de Jesús. Todo lo que hago aquí, en la tierra, lo hago por amor a él. Por tanto, al morir, volvería a casa. Donde mi esposo. Además, allí, en el paraíso, encontraría también a todos mis seres queridos. Miles de personas han muerto entre mis brazos. Son ya más de cuarenta años que dedico mi vida a los enfermos y a los moribundos. Yo y mis hermanas hemos recogido por las calles, sobre todo en la India, miles y miles de personas agonizantes. Las hemos llevado a nuestras casas y las hemos ayudado a morir serenas. Muchas de esas personas han expirado entre mis brazos, mientras yo les sonreía y acariciaba sus rostros temblorosos. Por eso, cuando muera, encontraré a todas estas personas. Están allí y me esperan. Nos quisimos en esos momentos difíciles. Hemos seguido queriéndonos en el recuerdo. Quién sabe qué fiesta me harán al verme. ¿Cómo puedo tener miedo a la muerte? Yo la deseo, la espero porque me permitirá finalmente volver a casa”.


En general, en las entrevistas, y también en las conversaciones, Madre Teresa era concisa, daba respuestas breves y veloces. En aquella ocasión, para responder a aquella extraña pregunta mía, había afrontado un auténtico discurso. Y mientras decía esas cosas, sus ojos brillaban con una serenidad y una felicidad sorprendentes.
[Traducción del italiano por Inma Álvarez]


(Invito leer completo en Zenit

viernes, 2 de septiembre de 2016

«El que quiera ser el primero, sea esclavo de todos»


(RV).- «El que quiera ser el primero, sea esclavo de todos» (Mc 10, 44). "Estas palabras de Jesús a sus discípulos, que acaban de resonar en esta plaza, indican cuál es el camino que conduce a la ‘grandeza’ evangélica". Con estas palabras el Papa Juan Pablo II iniciaba la homilía en la ceremonia de beatificación de la Madre Teresa de Calcuta, aquel 19 de octubre de 2003.
Trece años después, a más de dos años de que también el Papa polaco fuera proclamado santo el 27 de abril de 2014,  también ella, “sierva entre los siervos”, será canonizada por elPapa Francisco el próximo domingo 4 de setiembre.
Testigo de los muchos encuentros entre los dos fue Joaquín Navarro - Valls, quien fuera por veinte años Director de la Oficina de prensa vaticana. Entrevistado por nuestro compañero Alessandro Gisotti, el ex director recuerda - “volviendo a pasar por el corazón” - , los encuentros que pudo presenciar de ambos haciendo referencia al itinerario de amor y de servicio que realizaban - cada uno en su campo - a partir de su amor por Jesús y por los más necesitados.

P. Director, un recuerdo personal de Madre Teresa:
R. Son tantos, porque fueron muchas las ocasiones en las que tuve la fortuna de encontrarla. Era una persona de una estatura extraordinaria a nivel mundial, no sólo dentro de la Iglesia católica, su personalidad iba más allá: había inspirado a personas en todo el mundo con ese modo de vivir su caridad con los más necesitados, con los pobres, los olvidados, los enfermos.

P. Juan Pablo II y la Madre Teresa fueron muy unidos, “como hermano y hermana” escribieron muchos ¿Qué recuerdo especial tiene de estos dos santos?
R. Los vi muchas veces juntos tanto en el departamento del Papa como en algunos viajes, sobre todo en el primer viaje del Papa en India en el 1986, cuando el Papa quiso ir a la casa inicial de la Madre Teresa. Allí había dos grandes habitaciones, una para hombres y otra para mujeres, en donde estaban las personas que aquella mujer recogía por las calles. El Papa se impresionó mucho con aquello; él estaba muy cerca de Madre Teresa. Había entre estas dos grandes figuras de nuestra época, dos grandes líderes podemos decir, cada uno en su campo, una enorme confluencia del sentido que está en el centro de la vida de la iglesia: la caridad con todos y sobre todo, con los más necesitados.

P. Después de la histórica y conmovedora visita a Calcuta, Karol Wojtyla quiso que las misioneras de la caridad tuvieran su casa en el Vaticano. Así nació “El Don de María”. ¿Qué recuerdo tiene de esa decisión del Papa Juan Pablo II y qué significa hoy esta presencia en la Sede de Pedro?
R. Fue en el 1978, dos años después de su viaje en India, después de visitar la primera casa fundada por la Madre Teresa en India. Al Papa le gustó aquello porque era un modo específico de ayudar a las personas que están abandonadas, enfermas, que no tienen a nadie a su alrededor. Creo que no hay ningún aspecto del sufrimiento humano que no haya sido atendido por Madre Teresa y el Papa quería esto también dentro el Vaticano. Fue una decisión inesperada y muy original, nunca se había hecho nada de este estilo, y así nació la casa “el Don de María” dentro del Vaticano.

P. La canonización de la Madre Teresa se realiza por voluntad del Papa Francisco en el Jubileo de la Misericordia. ¿Qué mensaje proviene de este doble evento?
R. Creo que será el acto más multitudinario de todo el Año de la Misericordia. Dos aspectos pienso que se podrían resaltar: uno, el sentido de la caridad cristiana vivido de modo radical, orientado hacia los otros, con total olvido de sí mismo y puesto al servicio los más necesitados.El segundo aspecto que me viene a la mente es, claro, no olvidemos que la Madre Teresa era una mujer, y cuando se habla del papel del la mujer en la Iglesia me viene a la mente inicialmente, la Madre Teresa. Ella con su actividad llegó a inspirar y a iluminar el sentido de la caridad cristiana en tantas personas, y dentro de la iglesia, en tantos sacerdotes, tantos obispos y cardenales que la llamaban de un sitio y de otro para que estableciera allí casas para acoger a los enfermos. Ella vivió este esfuerzo de caridad con la sensibilidad y la cualidad de una mujer, "el toque femenino de la mujer dentro de la Iglesia". Éste es un aspecto que creo no debería pasar inobservado el día de su canonización.

"¡Theotokos!"


“Con un eco lejano suena esta palabra, pronunciada con tan grandes transportes de fe y de amor hace 1550 años en el Concilio de Efeso, y desde aquella fecha la Iglesia la ha pronunciado siempre ya solemnemente: la pronuncia en la liturgia y en el magisterio;
la pronuncia en la oración con las lenguas de muchas naciones y pueblos diversos y, a la vez, con el mismo "sentido de fe" de todo el Pueblo de Dios.

"Theotokos" - "Madre de Dios".
…pronunciamos esta palabra con particular amor y veneración todos los que estamos reunidos para la plegaria común: el Ángelus.
Esta oración es como un comentario, repetido incesantemente, a esta única palabra: "Theotokos" - "Madre de Dios".

Cuando decimos: "El Angel del Señor anunció a María, y concibió del Espíritu Santo", expresamos la total y plena verdad contenida en esta palabra: "Theotokos", es Aquella que "concibió" la Palabra del Eterno Padre, que le fue transmitida en la anunciación angélica, esto es, se hizo Madre del Verbo Eterno por obra del Espíritu Santo. En Ella el Verbo se hizo carne.

He aquí el comentario completo a la palabra: "Theotokos". Inmaculada.
Hoy a esa palabra que, confesada y enseñada por la Iglesia con un lejano y continuo eco de fe, nos llega desde Efeso juntamente con la alegría de sus habitantes y de los que estaban allí reunidos en el Concilio de los Obispos…..
Inmaculada.
Aquella, cuya vocación humana era la de convertirse, al llegar la plenitud de los tiempos, en la Madre del Verbo Eterno: "Theotokos": en previsión de los méritos de este Hijo. Redentor del género humano, fue preservada desde el primer instante de su concepción ―Ella, pequeña hija de padres terrenos― de la herencia del pecado original, que forma parte de todo hombre, y fue concebida inmaculada.
Libre del pecado original, fue colmada, desde el primer instante de su concepción, de Espíritu Santo: fue concebida "llena de gracia".

Cuando.. repitamos en nuestra oración las palabras del saludo del ángel, meditemos cómo el Eterno Padre selló, con la potencia del Espíritu Santo, a Aquella que había designado desde los siglos para Madre de su Hijo: "Theotokos".
Y, al contemplar este misterio de la fe, exultemos con la alegría particular de la Iglesia: exultemos con la alegría de la venida del Señor:
Theotokos - Inmaculada.

(Juan Pablo II Ángelus 8 de diciembre de 1981)