Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

jueves, 30 de julio de 2020

Juan Luis LORDA, Antropología: del Concilio Vaticano II a Juan Pablo II

Juan Luis LORDA, Antropología: del Concilio Vaticano JJ a Juan Pablo JJ, Ediciones Palabra, Madrid 1996, 256 pp., 13, 5 x 21, 5.

 (imagen de Wikipedia)

Es un dato reconocido que nuestro siglo ha presenciado un notable desarrollo en conocimientos acerca del hombre. El Concilio Vaticano II incorporó en sus documentos elementos valiosos de la reflexión antropológica contemporánea. También es sabido, finalmente, que el pensamiento de Karol W ojtyla -tanto antes como después de llegar a la sede de Pedro en torno al misterio del hombre incorpora planteamientos de las modernas filosofías. Pero, ¿qué ideas y pensadores, en concreto, han jugado un papel principal en el progreso de la antropología moderna? ¿Cuáles de entre sus propuestas son novedosas, cuáles son válidas? ¿Qué aportaciones suyas hallaron camino, eventualmente, hasta los esquemas y formulaciones de los padres del Concilio Vaticano TI, y en la mente de Karol Wojtyla?

 

Para muchos interesados en la historia del pensamiento, de la teología, de la Iglesia, estas preguntas no resultan fáciles de responder. y es que cualquier interés genético/etiológico por la concepción contemporánea del hombre tropieza con el impresionante reto de hacer acopio de varias décadas de abundante reflexión filosófica y teológica. Implica hacerse cargo de un momento de excepcional ebullición intelectual, asignando peso donde corresponda a autores e ideas, situando a protagonistas en el lugar que realmente ocupan en la historia. Sin embargo, como afirma el Prof. Lorda, es urgente «intentar sistematizar y difundir la doctrina recibida porque encierra una promesa de renovación de planteamientos intelectuales y vitales» (p. 9).

 

La presente obra tiene el doble mérito, primero de intentarlo, y además lograrlo en buena medida. No todos están en condiciones de intentar una obra de este tipo; hace falta manejar con suficiente madurez la filosofía y teología antropológicas de la época contemporánea. El Prof. Juan Luis Lorda, con muchos años de experiencia docente e investigadora en el campo de Antropología Teológica en la Universidad de Navarra, demuestra un profundo conocimiento de esta parcela del saber humano. Su obra ofrece una visión panorámica, construida sobre tres puntos: la antropología filosófica contemporánea; la doctrina del Concilio Vaticano 11, particularmente de la Constitución Gaudium et Spes; y el pensamiento de Juan Pablo TI. No pretende dibujar un cuadro exhaustivo sino que persigue un fin más sencillo: proporcionar un resumen en dimensiones asequibles de la renovada concepción del hombre. «Exponer (los puntos) linealmente y de manera resumida puede ayudar a captar con más nitidez las líneas de fondo: al presentar el marco de las corrientes de pensamiento, resaltan las claves de la antropología conciliar; y, cuando se contempla sobre ese fondo, se comprende mejor la doctrina de Juan Pablo 11»

 

 La obra está prologada por uno de los obispos españoles que tuvieron una actuación destacada en los trabajos del Concilio: Mons. Fernando Sebastián, actual Arzobispo de Pamplona, quien señala en el prólogo el papel central de la antropología cristiana en la tarea de la evangelización. «Cristo ... manifiesta el hombre al propio hombre»: según Mons. Sebastián, esta feliz expresión conciliar señala una de las claves de la evangelización del mundo moderno. La salvación de Cristo que la Iglesia ofrece responde a las aspiraciones más hondas del corazón humano; proporciona una comprensión más profunda de su origen, de su destino y de su dignidad; y pone un sólido fundamento para los derechos humanos. Tres grandes apartados, estrechamente relacionados, constituyen la parte central del libro: el primero contiene un bosquejo de las filosofías recientes sobre el hombre; el segundo, la antropología del Concilio Vaticano II; el tercero, la antropología de Karol W ojtyla, antes y después de su llegada al pontificado romano. Al final del libro el autor incluye dos apéndices de información bibliográfica, de gran utilidad para los que quieran saber más acerca de los temas tratados.

 

Veamos los capítulos del libro con más detenimiento. El primero lleva como titulo «Un poco de filosofía», y es un repaso selectivo de los pensadores que más influencia duradera han tenido en la concepción moderna del hombre. Identifica, en primer lugar, a dos precursores del pensamiento antropológico del s. XX: Kierkegaard, que busca potenciar al individuo situándole dialécticamente ante Dios y otros sujetos; y Newman, que hace profundos análisis (en gran parte biográficos) sobre la conciencia humana situada frente a Dios. Expone después el pensamiento de los representantes más importantes de la filosofía del diálogo: Ebner, que apunta a dos vínculos claves -la palabra y el amor- en las relaciones interpersonales; Buber, que filosofa sobre la importancia de la relación entre un «Yo» y un «Tú»; Lévinas, que ve en las teofanÍas del Antiguo Testamento un paradigma de las relacionesYo» y un «Tú»; Lévinas, que ve en las teofanÍas del Antiguo Testamento un paradigma de las relaciones entre un Yo y un Tú soberano. Pasa a exponer a continuación las posturas de ilustres filósofos personalistas: Marcel, que subraya la distinción entre «ser» y «tener», Maritain, que concibe la sociedad, antes que mera conjunción de individuos, como comunión de personas; Mounier, que defiende la primacía de las personas sobre las cosas; Nédoncelle, que cifra la personalidad y espiritualidad humanas en la capacidad de establecer relaciones personales, abriendo de esta forma camino hacia una consideración de la intersubjetividad humana como imagen de la Trinidad.  Finalmente, resume las posturas de pensadores de la escuela fenomenológica: Husserl, cuyo método permite romper el cerco secularizante del inmanentismo; y los componentes destacados del Círculo de Gotinga, quienes -a pesar de la posterior evolución de Husserl hacia el subjetivismo- hallan aplicación de sus principios en campos vitales, como la ética y el matrimonio. Este capítulo es particularmente valioso porque ofrece, en resumidas cuentas, el cuadro de un área del pensamiento humano de relevancia para la formulación moderna de la idea del hombre. Ciertamente, cualquier tratamiento breve corre el riesgo de parecer una simplificación, y de perder matices; sin embargo, si el objeto es identificar las aportaciones principales, este procedimiento está plenamente justificado. Es de notar que el autor hace su elenco de pensadores no de forma arbitraria, sino guiado por valoraciones hechas por otros estudiosos del contexto filosófico-histórico correspondiente. Un resultado implícito del bosquejo de este capítulo es que se percibe más exactamente en qué consistió el logro personalista. No es que los personalistas se olvidaran de la tradición boeciana y ontológica de la persona, pero sí añaden a ese cuadro una dimensión más dinámica, existencial y concreta. «Persona» es, además de una sustancia individual de naturaleza racional, un ser que dialoga con otros sujetos y halla su plenitud en la experiencia vital de entrega y de comunión. Con el telón de fondo del primer capítulo, el autor pasa a exponer la antropología del Concilio Vaticano II. Traza primero el contexto histórico-genético del Concilio, subrayando el interés de la Iglesia por entrar en diálogo más profundo con el mundo. Esboza a continuación la influencia francesa sobre el concilio (que comprende no sólo a los filósofos mencionados en el capítulo anterior, sino también al teólogo De Lubac). Se centra después en la Constitución pastoral Gaudium et spes, documento «ad extra» de la Iglesia que contiene una formulación de la doctrina cristiana sobre el hombre: concretamente, y sobre todo, en la primera parte, donde habla de la dignidad de la persona (que radica en su relación única, dialógica, con Dios); de la comunidad humana (que constituye un reflejo creado de la unión de las personas divinas); y de la acción humana en el mundo (que ha de situarse en un equilibrio que se aleje tanto de la búsqueda de un paraíso puramente terrenal como de un divorcio entre Iglesia y mundo, o entre fe y cultura). Este capítulo, que se ciñe bastante al hilo y texto de Gaudium et Spes, permite al lector ver con exactitud en qué puntos hubo cierta incorporación de elementos de las filosofías dialógicas y personalistas. Indirectamente, el capítulo permite apreciar cómo la revelación sobre el hombre eleva en cierto modo las filosofías concretas más allá de sus propios puntos de vista, al incorporarlas en una visión unitaria -creacional, dinámica, icónica, cristológica y escatológica- del hombre, fundada en la revelación. Se ve al hombre tal como es visto por Dios.

 

 Los tres siguientes capítulos presentan la doctrina antropológica de Karol W ojtyla, tanto en sus años de formación intelectual como en su posterior actividad magisterial como Obispo y como Papa. Apoyado en otros estudios sobre la evolución de la personalidad y mente de Karol Wojtyla, el Prof. Lorda apunta, en primer lugar, los factores que inciden en su formación temprana: el contacto con el teatro; con la mística de S. Juan de la Cruz; con la doctrina tomista; con el método fenomenológico, a raíz de la tesis sobre Scheler; con los problemas éticos de sus feligreses, particularmente los jóvenes, los matrimonios, y el mundo de la cultura. Relata a continuación la participación de Karol Wojtyla en los trabajos del Concilio. Saltan a la vista, por una parte, la cada vez más honda impronta del Obispo de Cracovia sobre los planteamientos y enfoques de los documentos Gaudium et Spes y Dignitatis humanae; y por otra, el fenómeno inverso: la maduración y profundización teológicas provocadas en Wojtyla por su involucración en los trabajos conciliares. Una interesante, aunque no explícita, conclusión se puede sacar de este doble fenómeno: tan fuerte y juntamente se dio un mutuo influjo, entre Wojtyla y Concilio, que se estableció una importante conexión entre el magisterio conciliar y las posteriores obras y magisterio de Wojtyla como Juan Pablo II. Los planteamientos del Vaticano II resultan ser una de las claves de su pensamiento. Los siguientes capítulos exponen la doctrina de K. Wojtyla, Papa. Glosan sus diversos documentos y discursos, subrayando sus aspectos característicos: la centralidad de Cristo para la comprensión última del hombre, (o la mutua imbricación del misterio de Cristo y del misterio humano); la dignidad y vocación del hombre, como imagen de Dios; la comprensión de la persona humana como realidad unitaria en una dualidad espiritual-material; la naturaleza intrínsecamente relacional del hombre, que es vocación a la solidaridad y al amor, a la plenitud de auto donación; y finalmente las coordenadas básicas para relacionarse con el mundo: prioridad de la persona sobre las cosas; de la ética sobre la técnica; del espíritu sobre la materia. Estos capítulos son un eco sintético y orgánico de la voz actual con que la Iglesia habla sobre el hombre. De su fuerza y riqueza se desprende que, efectivamente, la Iglesia tiene mucho de válido y valioso que decir al mundo de hoy. Una cuestión que suscita el modo de exposición de estos últimos capítulos es la siguiente. En contraste con los anteriores capítulos, el autor aquí parece detenerse menos en estudiar los factores «genéticos» de la doctrina sobre el hombre que, a lo largo de su pontificado, va elaborando Juan Pablo II. Por una parte, parece lógico, porque se trata, no ya de una época de formación intelectual de un pensador, sino de una etapa de madurez y de magisterio eclesial. Cabe, sin embargo, formular una pregunta: ¿no habrá tenido lugar un proceso no menos intenso de evolución o profundización en esta etapa de vida de Karol Wojtyla como Juan Pablo II? Experiencias hondas se han sucedido a lo largo de su pontificado -dolor físico y sufrimiento moral; caída del marxismo; experiencias de división y de unidad de creyentes y no creyentes; acercamiento a las puertas de un nuevo milenio; etc. ¿No será preciso valorar el peso y la influencia de tales acontecimientos sobre el pensamiento del Papa? El Prof. Lorda enumera, en la parte final de su obra, tareas pendientes de la antropología teológica católica: un intento de sistematización general; una profundización en la teología de la identificación con Cristo; la construcción de una coherente teología de la caridad, basada en el misterio de la Trinidad y de la comunión. «Habrá que hacer algo nuevo» (p. 205). Y así es, efectivamente: estamos ante el reto de elaborar una consistente doctrina cristiana sobre el hombre, que comporta el esfuerzo de asimilación de logros antropológicos recientes. Cabe afirmar que este libro es un paso inicial hacia ese «algo nuevo»; un punto de luz a partir del cual puedan emprenderse ulteriores pasos hacia la construcción de un tratado antropológico comprehensivo.

 J. ALVIAR -  SCRIPTA THEOLOGICA 29 (1997/1)



sábado, 25 de julio de 2020

Juan Pablo II : El mundo reclama sacerdotes santos


Llamado a la santidad

En contacto continuo con la santidad de Dios, el sacerdote debe llegar a ser él mismo santo. Su mismo ministerio lo compromete a una opción de vida inspirada en el radicalismo evangélico. Esto explica que de un modo especial deba vivir el espíritu de los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia. En esta perspectiva se comprende también la especial conveniencia del celibato. De aquí surge la particular necesidad de la oración en su vida: la oración brota de la santidad de Dios y al mismo tiempo es la respuesta a esta santidad. He escrito en una ocasión: ''La oración hace al sacerdote y el sacerdote se hace a través de la oración''. Sí, el sacerdote debe ser ante todo hombre de oración, convencido de que el tiempo dedicado al encuentro íntimo con Dios es siempre el mejor empleado, porque además de ayudarle a él, ayuda a su trabajo apostólico.

Si el Concilio Vaticano II habla de la vocación universal a la santidad, en el caso del sacerdote es preciso hablar de una especial vocación a la santidad. ¡Cristo tiene necesidad de sacerdotes santos! ¡El mundo actual reclama sacerdotes santos! Solamente un sacerdote santo puede ser, en un mundo cada vez mas secularizado, testigo transparente de Cristo y de su Evangelio. Solamente así el sacerdote puede ser guía de los hombres y maestro de santidad. Los hombres, sobre todo los jóvenes, esperan un guía así. ¡El sacerdote puede ser guía y maestro en la medida en que es un testigo auténtico!

(Karol Wojtyla/Juan Pablo II: Don y Misterio)

jueves, 23 de julio de 2020

Sacerdote y Eucaristía


"Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños (...) Nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar'' (Lc 10, 21-22). Estas palabras del Evangelio de San Lucas, introduciéndonos en la intimidad del misterio de Cristo, nos permiten acercarnos también al misterio de la Eucaristía. En ella el Hijo consustancial al Padre, Aquel que sólo el Padre conoce, le ofrece el sacrificio de sí mismo por la humanidad y por toda la creación. En la Eucaristía Cristo devuelve al Padre todo lo que de El proviene. Se realiza así un profundo misterio de justicia de la criatura hacia el Creador. Es preciso que el hombre de honor al Creador ofreciendo, en una acción de gracias y de alabanza, todo lo que de El ha recibido. El hombre no puede perder el sentido de esta deuda, que solamente él, entre todas las otras realidades terrestres, puede reconocer y saldar como criatura hecha a imagen y semejanza de Dios. Al mismo tiempo, teniendo en cuenta sus límites de criatura y el pecado que lo marca, el hombre no sería capaz de realizar este acto de justicia hacia el Creador si Cristo mismo, Hijo consustancial al Padre y verdadero hombre, no emprendiera esta iniciativa eucarística.

El sacerdocio, desde sus raíces, es el sacerdocio de Cristo. Es El quien ofrece a Dios Padre el sacrificio de sí mismo, de su carne y de su sangre, y con su sacrificio justifica a los ojos del Padre a toda la humanidad e indirectamente a toda la creación. El sacerdote, celebrando cada día la Eucaristía, penetra en el corazón de este misterio. Por eso la celebración de la Eucaristía es, para él, el momento más importante y sagrado de la jornada y el centro de su vida.

(Karol Wojtyla/Juan Pablo II: Don y Misterio)

jueves, 16 de julio de 2020

Monte Carmelo, Monte de la Santidad



“…Al contemplar estas montañas, mi pensamiento va hoy al monte Carmelo, cantado en la Biblia por su belleza. En efecto, hoy celebramos la fiesta de la Bienaventurada Virgen del Monte Carmelo. En aquel monte, que se encuentra en Israel, cerca de Haifa, el santo profeta Elías defendió valientemente la integridad y la pureza de la fe del pueblo elegido en el Dios vivo. En ese mismo monte, en el siglo XII después de Cristo, se reunieron algunos ermitaños para dedicarse a la contemplación y a la penitencia. De su experiencia espiritual surgió la orden de los carmelitas. Caminado con la Virgen, modelo de fidelidad plena al Señor, no temeremos los obstáculos ni las dificultades. Sostenidos por su intercesión materna, podremos realizar plenamente, como Elías, nuestra vocación de auténticos "profetas" del Evangelio en nuestro tiempo..

Que la bienaventurada Virgen del Monte Carmelo, a quien hoy invocamos con particular devoción, nos ayude a subir sin cansarnos hacia la cima del monte de la santidad; y nos ayude a amar por encima de todo a Cristo, que revela al mundo el misterio del amor divino y la verdadera dignidad del hombre”


Desde aquí todo mi cariño al mundo carmelitano, muy especialmente a mis queridas carmelitas de Gualeguaychú y a los padres carmelitanos de Santa Maria del Carmelo in Traspontina en Roma, “mi” parroquia en Roma.


Invito visitar los posts anteriores relacionados con el Carmelo: