Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

viernes, 29 de diciembre de 2017

Juan Manuel Burgos: Para comprender a Karol Wojtyla (2 de 6)


Capítulo 1 del libro Para Comprender a Karol Wojtyla. Una introducción a su filosofía (BAC, Madrid 2014)

1.1 Formación y evolución en el pensamiento de Karol Wojtyla
Karol Wojtyla se caracteriza por ser un hombre prodigioso que ha logrado armonizar en su vida cualidades e ideas muy diferentes, desde la poesía hasta la filosofía, de la filología al pensamiento sobre su nación y su patria, de la acción a la mística, del ensimismamiento interior del poeta, del místico o del intelectual al hombre capaz de liderar y dialogar con enormes masas humanas. Se trata, sin duda, de una personalidad gigantesca, de una de las principales figuras del siglo XX y, desde luego, aquí no pretendemos describir o desbrozar con plenitud su personalidad. Queremos limitarnos, y ya es suficiente, a presentar su personalidad filosófica. Queremos mostrar cuáles fueron los principales pasos e influencias que configuraron su personalidad intelectual y le condujeron a escribir tal y como lo hizo. Ese es nuestro objetivo.

Y lo primero que hay que decir en este sentido es que Wojtyla inició su camino intelectual como estudiante de filología polaca de la Universidad Jagellónica de Cracovia. Hasta qué punto este hecho influyó en su obra filosófica es algo que está todavía por investigar, pero no cabe duda de que cuando Wojtyla, más adelante, insista en la importancia metodológica de la experiencia o en la centralidad de la subjetividad en la antropología, los orígenes de su vida intelectual están allí presentes demandando que el mundo interior del artista y del poeta tengan su lugar en la caracterización del ser humano.

La vocación literaria y artística de Wojtyla era muy fuerte, pero ese camino se truncó por su decisión de hacerse sacerdote, un camino que se fue abriendo paso poco hasta que, como él mismo ha explicado en su escrito de carácter autobiográfico Don y misterio, “Un día lo percibí con mucha claridad”[1]. Sin duda, la decisión para él fue muy dura, pero le sirvió de modelo el hermano Alberto, un artista polaco que tomó una decisión similar abandonando su carrera de pintor por el cuidado y asistencia de los pobres y desheredados. Wojtyla se sintió confortado con su ejemplo que le confirmaba que seguir ese camino no suponía una traición a los propios dones, a la vocación personal, sino una respuesta positiva (aunque incluyera una dolorosa renuncia) a un don todavía más profundo[2]. Y fue justamente esa decisión la que le condujo, quizás de modo paradójico o, por lo menos, inesperado, a la filosofía.

Como es sabido, la formación sacerdotal incluye siempre un periodo de estudio relativamente largo de filosofía. Y así fue como Wojtyla se encontró, casi de bruces, con el amplio y complejo mundo de la filosofía. El primer encuentro fue singularmente duro porque Wojtyla se dio de bruces directamente con la metafísica tomista, por sí misma compleja y abstracta, pero de modo particular para alguien que se acercaba a ella desde la poesía, la filología y el teatro. Él mismo lo ha relatado con un cierto tono jocoso: “Al principio fue el gran obstáculo. Mi formación literaria, centrada en las ciencias humanas, no me había preparado en absoluto para las tesis ni para las fórmulas escolásticas que me proponía el manual, de la primera a la última página. Tenía que abrirme camino a través de una espesa selva de conceptos, análisis y axiomas, sin poder identificar siquiera el terreno que pisaba. Al cabo de dos meses de desbrozar vegetación se hizo la luz y se me alcanzó el descubrimiento de las razones profundas de aquello que aún yo no había experimentado o intuido. Cuando aprobé el examen, dije al examinador que, a mi juicio, la nueva visión del mundo que había conquistado en aquel cuerpo a cuerpo con mi manual de metafísica era más preciosa que la nota obtenida. Y no exageraba. Aquello que la intuición y la sensibilidad me habían enseñado del mundo hasta entonces, había quedado sólidamente corroborado”[3].

Como se ve, a pesar de la dificultad del texto y de la lejanía intelectual, Wojtyla fue capaz de integrar esos principios con lo que la “intuición y la experiencia” le habían enseñado del mundo hasta entonces llegando a la conclusión de que ambas se corroboraban mutuamente. Es posible, por tanto, concluir que ese fue el momento en el que entró en contacto y asimiló los principios de una tradición filosófica de la que, en cierta medida, nunca se separaría. Este primer contacto, por otro lado, no se limitó a un conocimiento superficial propio del estudiante los primeros cursos sino que se afianzó y consolidó en profundidad ya que Wojtyla, una vez ordenado sacerdote, continuó sus estudios en el Angelicum de Roma, donde afrontó la realización de una tesis doctoral en teología sobre La fe en S. Juan de la Cruz, bajo la dirección del famoso tomista Garrigou Lagrange, que fue concluida en 1948 cuando contaba 28 años[4]. Ya entonces, de todos modos, comenzaron a emerger algunos rasgos propios de su peculiar visión intelectual. Ante todo, es de notar que la cuestión de la fe fue estudiada en un autor místico que se expresa no a través de conceptos teóricos sino sobre todo mediante la experiencia y la vivencia subjetiva. Y también resulta significativa la discusión que al parecer mantuvo con Garrigou-Lagrange por su rechazo a considerar a Dios como objeto.
De todos modos, para detectar una variación significativa en la orientación de su pensamiento hay que esperar a la realización de su tesis de habilitación sobre Max Scheler titulada Valoración sobre la posibilidad de construir la ética cristiana sobre las bases del sistema de Max Scheler (1954)[5]. Este momento fue central en su evolución intelectual como él mismo ha reconocido en diversas ocasiones: “Debo verdaderamente mucho a este trabajo de investigación (la tesis sobre Scheler). Sobre mi precedente formación aristotélico-tomista se injertaba así el método fenomenológico, lo cual me ha permitido emprender numerosos ensayos creativos en este campo. Pienso especialmente en el libro Persona y acción. De este modo me he introducido en la corriente contemporánea del personalismo filosófico, cuyo estudio ha tenido repercusión en los frutos pastorales”[6].

Al estudiar a Scheler, Karol Wojtyla descubrió un panorama nuevo al que no había tenido acceso – o, al menos, de modo no tan directo- en sus estudios romanos: la filosofía contemporánea en una versión especialmente interesante, la fenomenología realista de Scheler. El interés de esta vía – muy de moda en ese momento- radicaba en que, a diferencia de otros filósofos modernos, parecía posible integrarla con el pensamiento cristiano tradicional y, en particular, con el tomista, que era el que el joven Wojtyla profesaba. En ese marco, el objetivo concreto de su trabajo consistió en intentar determinar la validez de la axiología scheleriana para la ética cristiana. Sus conclusiones fueron las siguientes. El esquema de Scheler, en cuanto tal, como estructura, era incompatible con la ética cristiana, entre otras cosas por su concepción actualista de la persona y por su emocionalismo, pero Scheler utilizaba un método –el fenomenológico- que parecía particularmente útil y productivo; además, proponía temas novedosos muy aprovechables para renovar la ética: la importancia de los modelos, el recurso a la experiencia moral, etc.[7]

Los resultados relativamente limitados de este estudio podrían llevar a pensar que la influencia de este trabajo en Wojtyla fue solo secundaria, pero como el mismo ha señalado, no fue así. El estudio sobre Scheler le llevó a darse cuenta de que existían toda una serie de temas y perspectivas que debían integrarse en la raíz tomista desde una perspectiva fenomenológica y personalista, lo que le llevó a ir construyendo poco a poco su posición filosófica personal concebida como una síntesis creativa y crítica de todos ellos. Es decir, Wojtyla, de un modo que intentaremos precisar, mantuvo siempre una dependencia profunda del tomismo pero, al mismo tiempo, fue consciente de algunos límites de esta filosofía que intentó superar con el recurso a la fenomenología (y, más en general, al pensamiento moderno) y que integró desde un marco personalista.
Podremos comprobar a lo largo de todo este texto la relevancia de esa evolución pero podemos apuntar ya un ejemplo que ilumine lo que acabamos de afirmar: su posición sobre el método fenomenológico. Cuando Wojtyla realizó su estudio sobre Scheler, concluyó que “el papel de este método es secundario y meramente auxiliar”[8] porque permitía enriquecer el análisis ético y descubrir una serie de constantes que aparecen en la experiencia moral pero, añade: “la constante ética es el último paso que logramos avanzar en el campo de la investigación ética valiéndonos del método fenomenológico, (…). Con este método descubrimos el bien y el mal moral, vemos cómo estos plasman las experiencias de la persona, mientras que, en cambio, no podemos definir de ninguna manera el principio objetivo por el que un acto de la persona es éticamente bueno y otro malo. Para fijar tal principio tenemos que abandonar el método fenomenológico”[9].
Pero años más tarde, en sus escritos de madurez, el planteamiento y las conclusiones son significativamente diferentes. En concreto, en un texto de 1978, afirma: “Este método no es en absoluto sólo una descripción que registra los fenómenos”, sino que sirve “para la comprensión transfenoménica y sirve también para revelar la riqueza propia del ser humano en toda la complejidad del compositum humanum”[10]. Es decir, el método fenomenológico o, más precisamente, el método del que habla Wojtyla, ha dejado de ser un paseo por la superficie fenoménica de la realidad que hay que abandonar cuando se quiere llegar a los principios fundamentales de lo real, y se ha convertido en el modo de acceso a la realidad ya que posee un alcance trans-fenoménico. Entre estas dos expresiones –tan diferentes- han pasado 24 años, tiempo en el que Wojtyla ha profundizado y radicalizado su comprensión del método fenomenológico transformándolo, en realidad, en un método propio en el que toma elementos de la fenomenología y del tomismo para construir un método original y diverso cuyo principio básico es la experiencia, entendida como una realidad simultáneamente objetiva y subjetiva.

Habrá tiempo de volver con detalle sobre este punto y su significado (cap. 5). Pero no cabe duda de que permite ejemplificar de modo muy efectivo la poderosa evolución que Wojtyla realiza desde un tomismo abierto, pero que asume los elementos externos al tomismo como teorías meramente instrumentales, que no afectan estructuralmente a los principios de este filosofía, hasta una posición personal en la que fusiona creativamente los elementos que consideran valiosos de ambas posiciones, del tomismo y de la fenomenología, a partir de un encuadramiento personalista que, en el caso del método, consiste en la fijación del principio del conocimiento en la experiencia integral de la persona.

Pues bien, este es el proceso general que se da en el pensamiento de Karol Wojtyla, y del que el método constituye tan sólo un ejemplo. Wojtyla partió de una formación aristotélico-tomista, en ella se injertó el método fenomenológico junto con otros elementos de la filosofía moderna, especialmente de corte kantiano, y el conjunto de ambas elementos más la influencia de la filosofía personalista, tanto leída como generada, dio lugar a su pensamiento original y propio. A continuación expondremos con un poco de detalle los pasos fundamentales de ese recorrido que comienzan por la ética, pasan por el amor humano, desembocan en su brillante producción antropológica y concluyen en la frustrada transición hacia una filosofía interpersonal y social[11].

[1] Juan Pablo II, Don y misterio BAC, Madrid 1996, p. 59.
[2] Wotjtyla, que fue una persona profundamente agradecida, homenajeó primero al hermano Alberto con una composición dramática personal Hermanos de nuestro Dios, y, más tarde, como Papa, canonizándole.
[3] A. Frossard, No tengáis miedo, Plaza & Janés, Barcelona, 1982, pp. 15-16.
[4] K. Wojty?a, Doctrina de fide apud S. Joannem a Cruce (1948). Versión esp.: La fe según san Juan de la Cruz, BAC, Madrid 1979, trad. e int. de A. Huerga.
[5] Está publicada en español con el título: Max Scheler y la ética cristiana, BAC, Madrid 1982, trad. de G. Haya.
[6] Juan Pablo II, Don y misterio, cit., p. 110. Cfr. también K. Wojtyla, El hombre y su destino, Palabra, Madrid 2005, p. 168.
[7] Cfr. K. Wojtyla, Max Scheler y la ética cristiana, cit., pp. 216-129.
[8] K. Wojtyla, Max Scheler y la ética cristiana, cit., p. 218.
[9] Ibid., p. 217 (cursiva mía).
[10] K. Wojtyla, La subjetividad y lo irreductible en el hombre, en El hombre y su destino, cit., p. 38.

[11] Como un fruto final de esta camino aparece la original teología del cuerpo desarrollada en Varón y mujer lo creó (Cristiandad, Madrid).

jueves, 28 de diciembre de 2017

Juan Manuel Burgos: Para comprender a Karol Wojtyla (1 de 6)




Burgos, Juan Manuel: Para comprender a Karol Wojtyla. Una introducción a su filosofía

Karol Wojtyla es uno de los grandes filósofos del siglo XX, en particular en el área de la antropología y de la ética. Sin embargo, y de modo algo paradójico, esta importantísima parte de su legado ha quedado oscurecido por su enorme relevancia como Pontífice así como por la dificultad de sus principales escritos, especialmente de Persona y acción, un libro tan importante como arduo.

El libro pretende contribuir a solventar este problema ofreciendo las claves principales para acceder a su filosofía tanto desde un punto de visa genético como temático. Por un lado, se muestra su itinerario intelectual, que procede del tomismo hacia la fenomenología y, finalmente, a su posición madura consistente en un personalismo síntesis de ambos. Se ofrece también una recapitulación de sus principales aportaciones filosóficas presentes en sus escritos de fundamentación ética (correspondientes a su época de profesor en Lublin), de ética sexual (Amor y responsabilidad) y de antropología que incluye, en particular una hoja de ruta del complejo Persona y acción. Se analizan con detalle un par de cuestiones, su original método filosófico basado en el análisis de la experiencia y su modo de concebir la subjetividad humana e integrarla en la tradición clásica, para que pueda advertirse la profundidad de su proyecto filosófico. Y, por último, se postula la vía de conexión entre su pensamiento filosófico y sus escritos teológicos y magisteriales.
Este conjunto de claves intelectuales permitirán al lector comprender a Karol Wojtyla como intelectual y, en particular, le ofrecen una precisa introducción a su filosofía por uno de los mayores especialistas en su pensamiento.

Datos editoriales: Juan Manuel Burgos, Para comprender a Karol Wojtyla, BAC, Madrid, 160 págs., 11 €. http://www.bac-editorial.com/ficha.nueva.2013.php?id=14808

Indice
El itinerario intelectual
La escuela ética de Lublin
Amor y responsabilidad
Persona y acción
El método filosófico de Karol Wojtyla
La subjetividad y lo irreductible en el hombre
El genio femenino según Karol Wojtyla/Juan Pablo II


domingo, 24 de diciembre de 2017

Nace un Niño en un establo en Belén



“Nace un Niño. Aparentemente, uno de tantos niños del mundo. Nace un Niño en un establo de Belén. Nace, pues, en una condición de gran penuria: pobre entre los pobres.
Pero Aquél que nace es "el Hijo" por excelencia: Filius datus est nobis. Este Niño es el Hijo de Dios, de la misma naturaleza del Padre. Anunciado por los profetas, se hizo hombre por obra del Espíritu Santo en el seno de una Virgen, María.

¡Oh Niño, que has querido tener como cuna un pesebre; oh Creador del universo, que te has despojado de la gloria divina; oh Redentor nuestro, que has ofrecido tu cuerpo inerme como sacrificio para la salvación de la humanidad!

Que el fulgor de tu nacimiento ilumine la noche del mundo. Que la fuerza de tu mensaje de amor destruya las asechanzas arrogantes del maligno. Que el don de tu vida nos haga comprender cada vez más cuánto vale la vida de todo ser humano….

Tú vienes a traernos la paz. Tú eres nuestra paz. Sólo tú puedes hacer de nosotros "un pueblo purificado" que te pertenezca para siempre, un pueblo "dedicado a las buenas obras" (Tt 2,14)…

En su sencillez, el Niño de Belén nos enseña a descubrir el sentido auténtico de nuestra existencia; nos enseña a "llevar ya desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa" (Tt 2,12). 

¡Oh Noche Santa y tan esperada, que has unido a Dios y al hombre para siempre! Tú enciendes de nuevo la esperanza en nosotros. Tú nos llenas de extasiado asombro. Tú nos aseguras el triunfo del amor sobre el odio, de la vida sobre la muerte. Por eso permanecemos absortos y rezamos.
En el silencio esplendoroso de tu Navidad, tú, Emmanuel, sigues hablándonos. Y nosotros estamos dispuestos a escucharte. Amén

Nos postramos ante el Hijo de Dios



“Nos postramos ante el Hijo de Dios. Nos unimos espiritualmente a la admiración de María y de José. Adorando a Cristo, nacido en una gruta, asumimos la fe llena de sorpresa de aquellos pastores; experimentemos su misma admiración y su misma alegría.
Es difícil no dejarse convencer por la elocuencia de este acontecimiento: nos quedamos embelesados. Somos testigos de aquel instante del amor que une lo eterno a la historia: el "hoy" que abre el tiempo del júbilo y de la esperanza, porque "un hijo se nos ha dado. Sobre sus hombros la señal del principado" (Is 9,5), como leemos en el texto de Isaías.
Ante el Verbo encarnado ponemos las alegrías y temores, las lágrimas y esperanzas. Sólo en Cristo, el hombre nuevo, encuentra su verdadera luz el misterio del ser humano.
Con el apóstol Pablo, meditamos que en Belén "ha aparecido la gracia de Dios, portadora de salvación para todos los hombres" (Tt2,11). Por esta razón, en la noche de Navidad resuenan cantos de alegría en todos los rincones de la tierra y en todas las lenguas.

Esta noche, ante nuestros ojos se realiza lo que el Evangelio proclama: "Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él...tenga vida" (Jn 3,16).

¡Su Hijo unigénito!

¡Tú, Cristo, eres el Hijo unigénito del Dios vivo, venido en la gruta de Belén! Después de dos mil años vivimos de nuevo este misterio como un acontecimiento único e irrepetible. Entre tantos hijos de hombres, entre tantos niños venidos al mundo durante estos siglos, sólo Tú eres el Hijo de Dios: tu nacimiento ha cambiado, de modo inefable, el curso de los acontecimiento humanos.”


viernes, 22 de diciembre de 2017

La Navidad ya está cerca


“ La Navidad ya está cerca... es preciso preparar el corazón para vivir intensamente este gran misterio de la fe. En los últimos días del Adviento, la liturgia pone de relieve en particular a la figura de María. En su corazón, con su "He aquí" lleno de fe, como respuesta a la llamada divina, comenzó la encarnación del Redentor. Por eso, si queremos comprender el significado auténtico de la Navidad, debemos mirarla e invocarla a ella.

María, la Madre por excelencia, nos ayuda a comprender las palabras clave del misterio del nacimiento de su Hijo divino:
humildad, silencio, asombro y alegría.

Nos exhorta, ante todo, a la humildad, para que Dios encuentre espacio en nuestro corazón, no oscurecido por el orgullo y la soberbia.

Nos indica el valor del silencio, que sabe escuchar el canto de los ángeles y el llanto del Niño, sin ahogarlos con el alboroto y la confusión.

Junto a ella nos presentaremos ante el belén con íntimo asombro,
saboreando la alegría sencilla y pura que este Niño trae a la humanidad.

 En la Noche santa, el astro naciente, "esplendor de la luz eterna, sol de justicia" (cf. Antífona del Magníficat, 21 de diciembre), vendrá a iluminar a quienes yacen en las tinieblas y en las sombras de la muerte. Guiados por la liturgia de hoy, hagamos nuestros los sentimientos de la Virgen y esperemos conmovidos el nacimiento de Cristo."



miércoles, 20 de diciembre de 2017

El cardenal Stefan Wyszynski pronto beato?


El Papa Francisco acaba de aprobar  las virtudes heroicas del “padre de la Patria” polaca, el “Primado del milenio” Cardenal Stefan Wyszyński, Primado de Polonia,  arzobispo metropoliltano de Gniezno y Varsovia desde 1948 hasta su muerte en 1981, todo un periodo de férreo comunismo en su patria. Luchador incansable, logro - también durante su confinamiento - guiar a la Iglesia polaca por un sendero único, del cual puede verdaderamente preciarse la Iglesia polaca y todo su pueblo. 
   
La Iglesia ahora – quizás un poco tarde - reconoce sus virtudes heroicas. Amigo, consejero y guía  de Karol Wojtyla,  si bien algunos vieron en ellos sentimientos no tan profundos como los que realmente existían – hasta llegaron a considerarlos competidores – En realidad  nada de eso ocurría. Quizás era el Cardenal Wyszynski quien más sentimientos encontrados tenia, pero porque lo veía muy joven en todo lo que emprendía, joven y quizás más directo que él, que era quien debía ir manejando las riendas de la Iglesia polaca sin dejarse tentar por ofrecimientos vanos de gobernantes que obedecían a otros intereses políticos. Simplemente eran diferencias de estilo y análisis. Muy joven uno, sagaz y experimentado el otro.  A Wojtyla le interesaba el marxismo como problema intelectual. Wyszynski lo consideraba un poeta.  Pero Wojtyla admiraba la firmeza de Wyszynski, su carácter incorruptible, su devoción por el deber y su compromiso con Lajusticia social.  Criado en la tradición de Sapieha, su admirado mentor, Wojtyla, impresionado por Wyszybski lo consideraba pater patriae en tiempos difíciles.  Mientras Wojtyla se expresaba a través de instrumentos como Tygodnik Powszechn, Wyszynski debía lidiar directamente con los personajes, a veces mas nefastos.  Pero allí estaban y de sus dotes políticas dependía el futuro de la Iglesia en Polonia.

Un episodio central y quizás fundamental en la madurez religiosa del pueblo polaco fue el arresto del cadenal Wyszybnski  la noche del 25-26 de septiembre de 1953. Fue recluido  en diferentes lugares/monasterios, por último en el Monasterio de las Hermanas nazaretanas en Komancze, para su recuperación de los arrestos anteriores;  siempre bien custodiado, con muy pocos permisos de visitas, hasta su liberación en 1956. Dice George Weigel en “El final y el principio”  que el Primado no perdió tiempo durante su reclusión y se dedico a reflexionar y pensar en alguna iniciativa que apuntase a mantener una tensión moral sana ( tarea nada fácil) entre la Iglesia católica y la cúpula comunista en el poder; 1966 sería un año importante:  marcaria el Milenio polaco – los 1000 años del comienzo de lo que conocemos como “Polonia”.  Wyszynski sabia muy bien lo que pasaba por la mente de sus adversarios y daba por hecho que el régimen comunista utilizaría las celebraciones del milenio para reescribir la historia de Polonia de acuerdo a sus gustos ideológicos y al servicio de su futuro político.  Había que hacer algo. Y ese algo seria la Gran Novena – un programa de nueve años en preparación para el milenio del bautismo de Polonia con el objetivo de recatequizar todo el país. El centro simbólico seria una serie de peregrinaciones, - siguiendo la antigua tradición polaca a pie a los santuarios de KalwariaZebrzydowska,    PiekarySlaskie y Jasna Gora.  La gran novena!  Un acontecimiento único en el mundo católico, la novena de los nueve años!

(Invito leer mis varios posts etiquetados Wyszynski)  

sábado, 16 de diciembre de 2017

"Alegraos. (...) El Señor está cerca" (Flp 4, 4. 5).



(Sofonias - imagen de Wikipedia)

Este tercer domingo de Adviento se caracteriza por la alegría:  la alegría de quien espera al Señor que "está cerca", el Dios con nosotros, anunciado por los profetas. Es la "gran alegría" de la Navidad, que hoy gustamos anticipadamente; una alegría que "será de todo el pueblo", porque el Salvador ha venido y vendrá de nuevo a visitarnos desde las alturas, como sol que surge (cf. Lc 1, 78).

Es la alegría de los cristianos, peregrinos en el mundo, que aguardan con esperanza la vuelta gloriosa de Cristo, quien, para venir a ayudarnos, se despojó de su gloria divina. Es la alegría…, que conmemora los dos mil años transcurridos desde que el Hijo de Dios, Luz de Luz, iluminó con el resplandor de su presencia la historia de la humanidad.

Por tanto, desde esta perspectiva, cobran singular elocuencia las palabras del profeta Sofonías, que hemos escuchado en la primera lectura:  "Regocíjate, hija de Sión; grita de júbilo, Israel; alégrate y gózate de todo corazón, Jerusalén. El Señor ha cancelado tu condena; ha expulsado a tus enemigos" (So 3, 14-15):  este es el "año de gracia del Señor", que nos sana del pecado y de sus heridas.


 Resuena con gran intensidad en nuestra asamblea este consolador anuncio profético:  "El  Señor  tu Dios, en medio de ti, es un poderoso salvador. Él se goza y se complace en ti, te ama" (So 3, 17).


jueves, 14 de diciembre de 2017

San Juan de la Cruz, maestro de los senderos que conducen a la unión con Dios


“ El Santo de Fontiveros es el gran maestro de los senderos que conducen a la unión con Dios…. El indica los caminos del conocimiento mediante la fe, porque sólo tal conocimiento en la fe dispone el entendimiento a la unión con el Dios vivo.
¡Cuántas veces, con una convicción que brota de la experiencia, nos dice que la fe es el medio propio y acomodado para la unión con Dios! Es suficiente citar un célebre texto del libro segundo de la “Subida del Monte Carmelo”: “La fe es sola el próximo y proporcionado medio para que el alma se una con Dios... Porque así como Dios es infinito, así ella nos lo propone infinito; y así como es Trino y Uno, nos le propone Trino y Uno... Y así, por este solo medio, se manifiesta Dios al alma en divina luz, que excede todo entendimiento. Y por tanto cuanto más fe tiene el alma, más unida está con Dios” (Idem, Subida del Monte Carmelo, II, 9, 1).
Con esta insistencia en la pureza de la fe, Juan de la Cruz no quiere negar que el conocimiento de Dios se alcance gradualmente desde el de las criaturas; como enseña el libro de la Sabiduría y repite San Pablo en la Carta a los Romanos (cf. Rm 1, 18-21; cf. S. Juan de la Cruz, Cántico espiritual, 4, 1). El Doctor Místico enseña que en la fe es también necesario desasirse de las criaturas, tanto de las que se perciben por los sentidos como de las que se alcanzan con el entendimiento, para unirse de una manera cognoscitiva con el mismo Dios. Ese camino que conduce a la unión, pasa a través de la noche oscura de la fe.
El acto de fe se concentra, según el Santo, en Jesucristo; el cual, como ha afirmado el Vaticano II, a es a la vez el mediador y la plenitud de toda la revelación” (Dei Verbum, 2). Todos conocen la maravillosa página del Doctor Místico acerca de Cristo como Palabra definitiva del Padre y totalidad de la revelación, en ese diálogo entre Dios y los hombres: “El es toda mi locución y respuesta, y es toda mi visión y toda mi revelación. Lo cual os he ya hablado, respondido, manifestado y revelado, dándoosle por hermano, compañero y maestro, precio y premio” (Subida del Monte Carmelo, II, 22, 5).
Y así, recogiendo conocidos textos bíblicos (cf. Mt 17, 5; Hb 1,1), resume: “Porque en darnos como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola palabra, y no tiene más que hablar” (Subida del Monte Carmelo, II, 22, 3). Por eso la fe es la búsqueda amorosa del Dios escondido que se revela en Cristo, el Amado (Cántico espiritual, I, 1-3. 11).
Sin embargo, el Doctor de la fe no se olvida de puntualizar que a Cristo lo encontramos en la Iglesia, Esposa y Madre; y que en su magisterio encontramos la norma próxima y segura de la fe, la medicina de nuestras heridas, la fuente de la gracia…..
[…]
Al hombre de hoy angustiado por el sentido de la existencia, indiferente a veces ante la predicación de la Iglesia, escéptico quizá ante las mediaciones de la revelación de Dios, Juan de la Cruz invita a una búsqueda honesta, que lo conduzca hasta la fuente misma de la revelación que es Cristo, la Palabra y el Don del Padre. Lo persuade a prescindir de todo aquello que podría ser un obstáculo para la fe, y lo coloca ante Cristo. Ante El que revela y ofrece la verdad y la vida divinas en la Iglesia, que en su visibilidad y en su humanidad es siempre Esposa de Cristo, su Cuerpo Místico, garantía absoluta de la verdad de la fe (cf. S. Juan de la Cruz, Llama de amor viva, Prol., 1).
[…]
Juan de la Cruz siguió las huellas del Maestro, que se retiraba a orar en parajes solitarios (Subida del Monte Carmelo, III, 44, 4). Amó la soledad sonora donde se escucha la música callada, el rumor de la fuente que mana y corre aunque es de noche. Lo hizo en largas vigilias de oración al pie de la Eucaristía, ese “vivo pan” que da la vida, y que lleva hasta el manantial primero del amor trinitario.
[…]
 Una de las cosas que más llaman la atención en los escritos de San Juan de la Cruz es la lucidez con que ha descrito el sufrimiento humano, cuando el alma es embestida por la tiniebla luminosa y purificadora de la fe….. El Doctor Místico nos enseña la necesidad de una purificación pasiva, de una noche oscura que Dios provoca en el creyente, para que más pura sea su adhesión en fe, esperanza y amor. Sí, así es. La fuerza purificadora del alma humana viene de Dios mismo. Y Juan de la Cruz fue consciente, como pocos, de esta fuerza purificadora. Dios mismo purifica el alma hasta en los más profundos abismos de su ser, encendiendo en el hombre la llama de amor viva: su Espíritu.
[…]
El hombre moderno, no obstante sus conquistas, roza también en su experiencia personal y colectiva el abismo del abandono, la tentación del nihilismo, lo absurdo de tantos sufrimientos físicos, morales y espirituales. La noche oscura, la prueba que hace tocar el misterio del mal y exige la apertura de la fe, adquiere a veces dimensiones de época y proporciones colectivas.
[…]
Juan de la Cruz, con su propia experiencia, nos invita a la confianza, a dejarnos purificar por Dios; en la fe esperanzada y amorosa, la noche empieza a conocer “los levantes de la aurora”; se hace luminosa como una noche de Pascua —“O vere beata nox!”, “¡Oh noche amable más que la alborada!”— y anuncia la resurrección y la victoria, la venida del Esposo que junta consigo y transforma al cristiano: “Amada en el Amado transformada”.
¡Ojalá las noches oscuras que se ciernen sobre las conciencias individuales y sobre las colectividades de nuestro tiempo, sean vividas en fe pura; en esperanza “que tanto alcanza cuanto espera”; en amor llameante de la fuerza del Espíritu, para que se conviertan en jornadas luminosas para nuestra humanidad dolorida, en victoria del Resucitado que libera con el poder de su cruz!”



domingo, 10 de diciembre de 2017

«Preparad el camino del Señor» (Mt 3, 3).


«Preparad el camino del Señor» (Mt 3, 3). Estas palabras, tomadas del libro del profeta Isaías (cf. Is 40, 3), las pronunció san Juan Bautista, a quien Jesús mismo definió en una ocasión el más grande entre los nacidos de mujer (cf. Mt 11, 11). El evangelista san Mateo lo presenta como el Precursor, es decir, el que recibió la misión de «preparar el camino» al Mesías.

Su apremiante exhortación a la penitencia y a la conversión sigue resonando en el mundo e impulsa a los creyentes…. a acoger dignamente al Señor que viene.  Amadísimos hermanos y hermanas, preparémonos para el encuentro con Cristo. Preparémosle el camino en nuestro corazón y en nuestras comunidades. La figura del Bautista, que viste con pobreza y se alimenta con langostas y miel silvestre, constituye un fuerte llamamiento a la vigilancia y a la espera del Salvador.

 «Aquel día, brotará un renuevo del tronco de Jesé» (Is 11, 1). En el tiempo del Adviento, la liturgia pone de relieve otra gran figura: el profeta Isaías, que, en el seno del pueblo elegido, mantuvo viva la expectativa, llena de esperanza, en la venida del Salvador prometido. Como hemos escuchado en la primera lectura, Isaías describe al Mesías como un vástago que sale del antiguo tronco de Jesé. El Espíritu de Dios se posará plenamente sobre él y su reino se caracterizar á por el restablecimiento de la justicia y la consolidación de la paz universal.

También nosotros necesitamos renovar esta espera confiada en el Señor. Escuchemos las palabras del profeta. Nos invitan a aguardar con esperanza la instauración definitiva del reino de Dios, que él describe con imágenes muy poéticas, capaces de poner de relieve el triunfo de la justicia y la paz por obra del Mesías. «Habitarán el lobo y el cordero, (...) el novillo y el león pacerán juntos, y un niño pequeño los pastorear á» (Is 11, 6). Se trata de expresiones simbólicas, que anticipan la realidad de una reconciliación universal. En esta obra de renovación cósmica todos estamos llamados a colaborar, sostenidos por la certeza de que un día toda la creación se someterá completamente al señorío universal de Cristo.”

viernes, 8 de diciembre de 2017

Inmaculada Concepción : “La primera heredera de la santidad de su Hijo”

(imagen Wikimedia)


“….Este momento decisivo en la historia de la salvación es precisamente la "Inmaculada Concepción". Dios en su amor eterno eligió desde la eternidad al hombre: lo eligió en su Hijo. Dios eligió al hombre para que pueda alcanzar la plenitud del bien, mediante la participación en su misma vida: Vida divina, a través de la gracia. Lo eligió desde la eternidad, e irreversiblemente. Ni el pecado original, ni toda la historia de culpas personales y de pecados sociales han podido disuadir al Eterno Padre de este plan de amor. No han podido anular la elección de nosotros en el Hijo, Verbo consustancial al Padre. Porque esta elección debía tomar forma en la Encarnación y porque el Hijo de Dios debía hacerse hombre por nuestra salvación; precisamente por eso el Padre Eterno eligió para El, entre los hom­bres, a su Madre. Cada uno de nosotros es hombre por ser concebido y nacer del seno materno. El Padre Eterno eligió el mismo camino para la humanidad de su Hijo Eterno. Eligió a su Madre del pueblo al que, desde siglos, había confiado particularmente sus misterios y promesas. La eligió de la estirpe de David y al mismo tiempo de toda la humanidad. La eligió de estirpe real y a la vez de entre la gente pobre.

La eligió desde el principio, desde el primer momento de su concepción, haciéndola digna de la maternidad divina, a la que sería llamada en el tiempo establecido. La hizo la primera heredera de la santidad de su propio Hijo. La primera entre los redimidos con su Sangre, recibida de Ella, humanamente hablando. La hizo inmaculada en el momento mismo de la concepción.


La Iglesia entera contempla hoy el misterio de la Inmaculada Concepción y se alegra en él. Este es un día singular en el tiempo de Adviento.”

martes, 28 de noviembre de 2017

"Amoris laetitia" Robert A. Gahl, Jr. : Una respuesta a la lectura de Rocco Buttiglione


Sanar mediante el arrepentimiento

“…Buttiglione, anteriormente ministro italiano de cultura y experto en la filosofía del Papa Juan Pablo II, ha intentado defender a Francisco de los críticos conservadores que sostienen que el Papa ha roto con la enseñanza de Juan Pablo II acerca del divorcio y un nuevo matrimonio.

Con un enfoque populista centrado en el "sensus fidei" de los católicos sin el estorbo de teorías teológicas, Buttiglione sostiene que una interpretación simple de "Amoris laetitia" es también la más fiel, la única capaz de entender y apreciar la novedad pastoral propuesta por el Papa.

Pero desgraciadamente la interpretación de Buttiglione acerca de la distinción entre moralidad objetiva e imputabilidad subjetiva, una distinción subrayada y desarrollada en "Amoris laetitia", es engañosa. Si se la tomara en serio, con sus plenas implicaciones pastorales, fomentaría un enfoque pastoral despiadado, y no misericordioso, sobre los pecadores arrepentidos.

Buttiglione afronta la cuestión especialmente controvertida que plantean los pasajes más difíciles de "Amoris laetitia": si una persona que está divorciada y casada de nuevo civilmente, o es simplemente convivente, puede o no recibir la santa comunión.
Hace hincapié en la distinción entre objetivo y subjetivo para observar que una persona que comete lo que es, objetivamente, un pecado mortal podría no ser, subjetivamente, culpable de ese pecado y, por lo tanto, podría ser dispensada de la plena responsabilidad. Dicha persona podría sentirse atrapada y lamentar lo que la ha llevado a este dilema, sin saber cómo resolverlo.

Todo esto es verdad. Pero Buttiglione va más allá y sostiene que el confesor debe decidir si el penitente puede ser admitido a los sacramentos sin ser guiado por principios predeterminados. Los principios predeterminados llevarían a la casuística y, además, "la variedad de situaciones y circunstancias humanas es demasiado amplia" para que aquellos la cubran. De este modo, el pecado cometido por una persona que sigue teniendo relaciones sexuales con otra persona con la que no está casado puede no representar una culpabilidad grave. Así, Buttiglione implica al confesor, que puede abrir la puerta a los sacramentos sin asegurar el pleno arrepentimiento del penitente.

Pero mientras Buttiglione tiene razón en decir que algunos pecados del pasado pueden no ser subjetivamente imputables, su sugerencia de que el confesor pueda dar al penitente un "pase" gratuito por dichos pecados en el futuro no puede conciliarse con la tradición, que sostiene que los pecadores habituales deben arrepentirse para ser perdonados y que su arrepentimiento debe incluir un firme propósito de enmienda (ver Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1451 y Concilio de Trento, DS 1676). Jesús le dice a la mujer sorprendida en adulterio: "Anda, y en adelante no peques más" (Jn 8, 11). Los buenos confesores saben guiar a sus penitentes hacia un pleno arrepentimiento, ayudándoles a reflexionar sobre lo que pueden hacer para liberarse de una situación difícil o, también, de un dilema aparente. Al ayudar al penitente a adquirir un firme propósito de enmienda, el pastor le hace un favor, instruyéndole así en la plenitud de la verdad de Jesús.”


(Invito leer completo en  Chiesa Espresso) 

viernes, 24 de noviembre de 2017

Andrea Tornielli entrevista a Rocco Buttiglione: Amoris Laetitia – “dubbia” y “correctio”


Continúan las discusiones y debates acerca de parte del contenido de la Exhortación Apostólica postsinodal del Papa Francisco titulada Amoris Laetitia, sobre el amor en la familia. Podemos estar de acuerdo o no con las dudas y/o  correcciones; no obstante es interesante que se haya generado este debate pues nos ayuda a reflexionar y hablar sobre la familia, el amor, el matrimonio y la Iglesia, temas actuales de hoy y de siempre.

Andrea Tornielli ha entrevistado al filósofo Rocco Buttiglione, profundo conocedor del pensamiento de Juan Pablo II. En esta entrevista con Vatican Insider  reflexiona y “desmenuza (discutiéndolas) las acusaciones de los firmantes de la «correctiofilialis»” 

(Publico aquí solo una parte (tres preguntas) e invito a leer el resto (son siete las preguntas – 7 «herejias») en la página oficial de Vatican Insider)

¿Qué piensa sobre la «correctio filialis» enviada al Papa y sobre el grupo de estudiosos que hace afirmaciones tan duras sobre el sucesor de Pedro? 

Jesús no escribió un manual de metafísica y mucho menos de teología. Se encomendó a un grupo de hombres y después a uno, Pedro. Les prometió la asistencia del Espíritu Santo. Aquí, un grupo de hombres se erigen en jueces por encima del Papa. No exponen objeciones, no discuten. Juzgan y condenan. ¿Quién les autorizó a constituirse en jueces por encima del Papa? 

Después de su publicación, algunos de los que firmaron el documento afirmaron que nunca habían dicho que el Papa fuera un hereje. ¿Se deduce esto al leer el texto? 

Leamos el texto: “nos vemos obligados a dirigir una corrección a Su Santidad, a causa de la propagación de herejías ocasionada por la Exhortación apostólica «Amoris laetitia» y por otras palabras, hechos y omisiones de Su Santidad”. Si esta no es una acusación de herejía, yo no sé qué es. Los que firmaron el documento que dicen que nunca afirmaron que el Papa fuera un hereje no leyeron el texto que firmaron. 

Antes de entrar detalladamente en las 7 «herejías», me gustaría detenerme sobre el lenguaje utilizado: se hacen afirmaciones («propositiones») dando a entender que el Papa las escribió, dijo o sostuvo: en realidad ninguna de ellas ha sido afirmada por Francisco. ¿Es correcto el método? 

No, no es un método correcto. Las proposiciones no resumen correctamente el pensamiento del Papa. Pongamos un ejemplo: en la segunda proposición atribuyen al Papa la afirmación de que los divorciados que se han vuelto a casar y que permanecen en ese estado «con absoluta advertencia y deliberado consenso» están en la gracia de Dios. El Papa dice otra cosa: en algunos casos un divorciado que se ha vuelto a casar y permanece en tal estado sin plena advertencia y deliberado consenso puede estar en la gracia de Dios. 

¿Por qué es tan significativo este ejemplo? 

Los críticos comienzan sosteniendo que en ningún caso un divorciado que se ha vuelto a casar puede estar en la gracia de Dios. Y luego algunos (yo, por ejemplo) les han recordado que para tener un pecado mortal es necesaria no solo una materia grave (y el adulterio es ciertamente materia grave de pecado), sino también de plena advertencia y deliberado consenso. Ahora parece que se echan para atrás: incluso ellos han comprendido que en algunos casos el divorciado que se ha vuelto a casar puede estar exento de culpa debido a atenuantes subjetivos (la falta de la plena advertencia y del deliberato consenso). ¿Qué hacen para encubrir la retirada? Le atribuyen al Papa la afirmación de que el divorciado que se ha vuelto a casar que permanezca en su situación con plena advertencia y deliberado consenso sigue estando en estado de gracia. Esta falsificación de la postura del Papa, a la que se ven obligados, indica cuán desesperada es su situación desde el punto de vista lógico. Admiten implícitamente que hay algunas situaciones en las que el divorciado que se ha vuelto a casar puede recibir la Comunión, pero toda la revuelta contra «Amoris laetitia» nació de un rechazo visceral frente a esta posibilidad. 

La Iglesia, cuando condenaba proposiciones juzgadas heréticas, siempre era muy precisa en establecer qué se hubiera dicho y las intenciones de aquel que lo había dicho. En este caso no ha sido así… 

A los correctores les gusta convertirse en un Nuevo Santo Oficio, pero evidentemente no conocen los procedimientos… 

Hablando sobre las 7 «herejías» atribuidas al Pontífice, se ve que giran alrededor del punto de la comunión a los divorciados que se han vuelto a casar. ¿Son fundadas en su opinión? 

La primera corrección atribuye al Papa la afirmación de que la gracia no es suficiente para permitirle al hombre evitar todos los pecados. El Papa dice, con toda evidencia, muy otra cosa: la cooperación del hombre con la gracia a menudo es insuficiente y parcial. Por ello no logra evitar todos los pecados. La cooperación con la gracia, además, se desarrolla en el tiempo. Cuando el hombre comienza a moverse hacia la salvación lleva consigo una carga de pecados de los que se liberará poco a poco. Por ello una persona que no logra llevar a cabo por completo las obras de la ley puede estar en la gracia de Dios. Es la noción del pecado venial. 

De la segunda ya hemos hablado. Vayamos a la tercera… 


La tercera corrección atribuye al Papa la afirmación de que se puede conocer el mandamiento de Dios y violarlo y, a pesar de ello, permanecer en la gracia de Dios. También en este punto el Papa dice, con toda evidencia, otra cosa: es posible conocer las palabras del mandamiento y no comprenderlas o reconocerlas en su verdadero significado. El cardenal Newman distinguía entre comprender la noción (he comprendido el sentido verbal de una proposición) y la comprensión real (he comprendido qué significa para mi vida). Algo semejante dice también Santo Tomás, cuando habla del error en buena fe. 

sábado, 4 de noviembre de 2017

«He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20)



“El coloquio de Jesús con el joven rico continúa, en cierto sentido, en cada época de la historia; también hoy. La pregunta: «Maestro, ¿qué he de hacer de bueno para conseguir la vida eterna?» brota en el corazón de todo hombre, y es siempre y sólo Cristo quien ofrece la respuesta plena y definitiva. El Maestro que enseña los mandamientos de Dios, que invita al seguimiento y da la gracia para una vida nueva, está siempre presente y operante en medio de nosotros, según su promesa: «He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20). La contemporaneidad de Cristo respecto al hombre de cada época se realiza en el cuerpo vivo de la Iglesia. Por esto el Señor prometió a sus discípulos el Espíritu Santo, que les «recordaría» y les haría comprender sus mandamientos (cf. Jn 14, 26), y, al mismo tiempo, sería el principio fontal de una vida nueva para el mundo (cf. Jn 3, 5-8; Rm 8, 1-13).
Las prescripciones morales, impartidas por Dios en la antigua alianza y perfeccionadas en la nueva y eterna en la persona misma del Hijo de Dios hecho hombre, deben ser custodiadas fielmente y actualizadas permanentemente en las diferentes culturas a lo largo de la historia. La tarea de su interpretación ha sido confiada por Jesús a los Apóstoles y a sus sucesores, con la asistencia especial del Espíritu de la verdad: «Quien a vosotros os escucha, a mí me escucha» (Lc 10, 16). Con la luz y la fuerza de este Espíritu, los Apóstoles cumplieron la misión de predicar el Evangelio y señalar el «camino» del Señor (cf. Hch 18, 25), enseñando ante todo el seguimiento y la imitación de Cristo: «Para mí la vida es Cristo» (Flp 1, 21).
En la catequesis moral de los Apóstoles, junto a exhortaciones e indicaciones relacionadas con el contexto histórico y cultural, hay una enseñanza ética con precisas normas de comportamiento. Es cuanto emerge en sus cartas, que contienen la interpretación —bajo la guía del Espíritu Santo— de los preceptos del Señor que hay que vivir en las diversas circunstancias culturales (cf. Rm 12, 15; 1 Co 11-14; Ga 5-6; Ef 4-6; Col 3-4; 1 P y St ). Encargados de predicar el Evangelio, los Apóstoles, en virtud de su responsabilidad pastoral, vigilaron, desde los orígenes de la Iglesia, sobre la recta conducta de los cristianos 35, a la vez que vigilaron sobre la pureza de la fe y la transmisión de los dones divinos mediante los sacramentos 36. Los primeros cristianos, provenientes tanto del pueblo judío como de la gentilidad, se diferenciaban de los paganos no sólo por su fe y su liturgia, sino también por el testimonio de su conducta moral, inspirada en la Ley nueva37. En efecto, la Iglesia es a la vez comunión de fe y de vida; su norma es «la fe que actúa por la caridad» (Ga 5, 6).

Ninguna laceración debe atentar contra la armonía entre la fe y la vida: la unidad de la Iglesia es herida no sólo por los cristianos que rechazan o falsean la verdad de la fe, sino también por aquellos que desconocen las obligaciones morales a las que los llama el Evangelio (cf. 1 Co 5, 9-13). Los Apóstoles rechazaron con decisión toda disociación entre el compromiso del corazón y las acciones que lo expresan y demuestran (cf. 1 Jn 2, 3-6). Y desde los tiempos apostólicos, los pastores de la Iglesia han denunciado con claridad los modos de actuar de aquellos que eran instigadores de divisiones con sus enseñanzas o sus comportamientos 38.”

sábado, 28 de octubre de 2017

El «mal intrínseco»: no es lícito hacer el mal para lograr el bien (cf. Rm 3, 8)


“Así pues, hay que rechazar la tesis, característica de las teorías teleológicas y proporcionalistas, según la cual sería imposible calificar como moralmente mala según su especie —su «objeto»— la elección deliberada de algunos comportamientos o actos determinados prescindiendo de la intención por la que la elección es hecha o de la totalidad de las consecuencias previsibles de aquel acto para todas las personas interesadas.
El elemento primario y decisivo para el juicio moral es el objeto del acto humano, el cual decide sobre su «ordenabilidad» al bien y al fin último que es Dios. Tal «ordenabilidad» es aprehendida por la razón en el mismo ser del hombre, considerado en su verdad integral, y, por tanto, en sus inclinaciones naturales, en sus dinamismos y sus finalidades, que también tienen siempre una dimensión espiritual: éstos son exactamente los contenidos de la ley natural y, por consiguiente, el conjunto ordenado de los bienes para la persona que se ponen al servicio del bien de la persona , del bien que es ella misma y su perfección. Estos son los bienes tutelados por los mandamientos, los cuales, según Santo Tomás, contienen toda la ley natural 130.
 Ahora bien, la razón testimonia que existen objetos del acto humano que se configuran como no-ordenables a Dios, porque contradicen radicalmente el bien de la persona, creada a su imagen. Son los actos que, en la tradición moral de la Iglesia, han sido denominados intrínsecamente malos («intrinsece malum»): lo son siempre y por sí mismos, es decir, por su objeto, independientemente de las ulteriores intenciones de quien actúa, y de las circunstancias. Por esto, sin negar en absoluto el influjo que sobre la moralidad tienen las circunstancias y, sobre todo, las intenciones, la Iglesia enseña que «existen actos que, por sí y en sí mismos, independientemente de las circunstancias, son siempre gravemente ilícitos por razón de su objeto» 131. El mismo concilio Vaticano II, en el marco del respeto debido a la persona humana, ofrece una amplia ejemplificación de tales actos: «Todo lo que se opone a la vida, como los homicidios de cualquier género, los genocidios, el aborto, la eutanasia y el mismo suicidio voluntario; todo lo que viola la integridad de la persona humana, como las mutilaciones, las torturas corporales y mentales, incluso los intentos de coacción psicológica; todo lo que ofende a la dignidad humana, como las condiciones infrahumanas de vida, los encarcelamientos arbitrarios, las deportaciones, la esclavitud, la prostitución, la trata de blancas y de jóvenes; también las condiciones ignominiosas de trabajo en las que los obreros son tratados como meros instrumentos de lucro, no como personas libres y responsables; todas estas cosas y otras semejantes son ciertamente oprobios que, al corromper la civilización humana, deshonran más a quienes los practican que a quienes padecen la injusticia y son totalmente contrarios al honor debido al Creador» 132.
Sobre los actos intrínsecamente malos y refiriéndose a las prácticas contraceptivas mediante las cuales el acto conyugal es realizado intencionalmente infecundo, Pablo VI enseña: «En verdad, si es lícito alguna vez tolerar un mal menor a fin de evitar un mal mayor o de promover un bien más grande, no es lícito, ni aun por razones gravísimas, hacer el mal para conseguir el bien (cf. Rm 3, 8), es decir, hacer objeto de un acto positivo de voluntad lo que es intrínsecamente desordenado y por lo mismo indigno de la persona humana, aunque con ello se quisiese salvaguardar o promover el bien individual, familiar o social» 133.
 La Iglesia, al enseñar la existencia de actos intrínsecamente malos, acoge la doctrina de la sagrada Escritura. El apóstol Pablo afirma de modo categórico: «¡No os engañéis! Ni los impuros, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los homosexuales, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los ultrajadores, ni los rapaces heredarán el reino de Dios» (1 Co 6, 9-10).
Si los actos son intrínsecamente malos, una intención buena o determinadas circunstancias particulares pueden atenuar su malicia, pero no pueden suprimirla: son actos irremediablemente malos, por sí y en sí mismos no son ordenables a Dios y al bien de la persona: «En cuanto a los actos que son por sí mismos pecados (cum iam opera ipsa peccata sunt) —dice san Agustín—, como el robo, la fornicación, la blasfemia u otros actos semejantes, ¿quién osará afirmar que cumpliéndolos por motivos buenos (bonis causis), ya no serían pecados o —conclusión más absurda aún— que serían pecados justificados?» 134.
Por esto, las circunstancias o las intenciones nunca podrán transformar un acto intrínsecamente deshonesto por su objeto en un acto subjetivamente honesto o justificable como elección.
Por otra parte, la intención es buena cuando apunta al verdadero bien de la persona con relación a su fin último. Pero los actos, cuyo objeto es no-ordenable a Dios e indigno de la persona humana, se oponen siempre y en todos los casos a este bien. En este sentido, el respeto a las normas que prohíben tales actos y que obligan «semper et pro semper», o sea sin excepción alguna, no sólo no limita la buena intención, sino que hasta constituye su expresión fundamental.
La doctrina del objeto, como fuente de la moralidad, representa una explicitación auténtica de la moral bíblica de la Alianza y de los mandamientos, de la caridad y de las virtudes. La calidad moral del obrar humano depende de esta fidelidad a los mandamientos, expresión de obediencia y de amor. Por esto, —volvemos a decirlo—, hay que rechazar como errónea la opinión que considera imposible calificar moralmente como mala según su especie la elección deliberada de algunos comportamientos o actos determinados, prescindiendo de la intención por la cual se hace la elección o por la totalidad de las consecuencias previsibles de aquel acto para todas las personas interesadas. Sin esta determinación racional de la moralidad del obrar humano, sería imposible afirmar un orden moral objetivo 135 y establecer cualquier norma determinada, desde el punto de vista del contenido, que obligue sin excepciones; y esto sería a costa de la fraternidad humana y de la verdad sobre el bien, así como en detrimento de la comunión eclesial.
 Como se ve, en la cuestión de la moralidad de los actos humanos y particularmente en la de la existencia de los actos intrínsecamente malos, se concentra en cierto sentido la cuestión misma del hombre, de su verdad y de las consecuencias morales que se derivan de ello. Reconociendo y enseñando la existencia del mal intrínseco en determinados actos humanos, la Iglesia permanece fiel a la verdad integral sobre el hombre y, por ello, lo respeta y promueve en su dignidad y vocación. En consecuencia, debe rechazar las teorías expuestas más arriba, que contrastan con esta verdad.
Sin embargo, es necesario que nosotros, hermanos en el episcopado, no nos limitemos sólo a exhortar a los fieles sobre los errores y peligros de algunas teorías éticas. Ante todo, debemos mostrar el fascinante esplendor de aquella verdad que es Jesucristo mismo. En él, que es la Verdad (cf. Jn 14, 6), el hombre puede, mediante los actos buenos, comprender plenamente y vivir perfectamente su vocación a la libertad en la obediencia a la ley divina, que se compendia en el mandamiento del amor a Dios y al prójimo. Es cuanto acontece con el don del Espíritu Santo, Espíritu de verdad, de libertad y amor: en él nos es dado interiorizar la ley y percibirla y vivirla como el dinamismo de la verdadera libertad personal: «la ley perfecta de la libertad» (St 1, 25