Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

viernes, 5 de enero de 2024

"Se pusieron en camino" (Mt 2,9)

 


(Botticelli: Adoracion de los Magos - imagen deWikipedia)

 

"Se pusieron en camino" (Mt 2,9), cuenta el evangelista, lanzándose con coraje por caminos desconocidos y emprendiendo un largo viaje nada fácil. No dudaron en dejar todo para seguir la estrella que habían visto salir en el Oriente (cfr. Mt 2,2).

 "Y la estrella ... iba delante de ellos, hasta que llegó y se detuvo encima del lugar donde estaba el niño" (Mt 2,9). Los Reyes Magos llegaron a Belén porque se dejaron guiar dócilmente por la estrella. Más aún, "al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría" (Mt 2,10). Es importante, queridos amigos, aprender a escrutar los signos con los que Dios nos llama y nos guía. Cuando se es consciente de ser guiado por Él, el corazón experimenta una auténtica y profunda alegría acompañada de un vivo deseo de encontrarlo y de un esfuerzo perseverante de seguirlo dócilmente.

"Y postrándose le adoraron" (Mt 2,11). Si en el Niño que María estrecha entre sus brazos los Reyes Magos reconocen y adoran al esperado de las gentes anunciado por los profetas, nosotros podemos adorarlo hoy en la Eucaristía y reconocerlo como nuestro Creador, único Señor y Salvador.

"Abrieron sus cofres y le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra" (Mt 2,11). Los dones que los Reyes Magos ofrecen al Mesías simbolizan la verdadera adoración. Por medio del oro subrayan la divinidad real; con el incienso lo reconocen como sacerdote de la nueva Alianza; al ofrecerle la mirra celebran al profeta que derramará la propia sangre para reconciliar la humanidad con el Padre.

Queridos jóvenes, ofreced también vosotros al Señor el oro de vuestra existencia, o sea la libertad de seguirlo por amor respondiendo fielmente a su llamada; elevad hacia Él el incienso de vuestra oración ardiente, para alabanza de su gloria; ofrecedle la mirra, es decir el afecto lleno de gratitud hacia Él, verdadero Hombre, que nos ha amado hasta morir como un malhechor en el Gólgota.

Los Reyes Magos encontraron a Jesús en "Bêt-lehem", que significa "casa del pan". En la humilde cueva de Belén yace, sobre un poco de paja, el "grano de trigo" que muriendo dará "mucho fruto" (cfr. Jn 12,24). Para hablar de sí mismo y de su misión salvífica, Jesús, en el curso de su vida pública, recurrirá a la imagen del pan. Dirá: "Yo soy el pan de vida", "Yo soy el pan que bajó del cielo", "El pan que yo le daré es mi carne, vida del mundo" (Jn 6,35.41.51).

¡Sed adoradores del único y verdadero Dios, reconociéndole el primer puesto en vuestra existencia!


Al llegar a Belén "abrieron sus cofres" y "... ofrecieron sus dones..."

 


Con este gesto los tres Reyes Magos del Oriente realizaron la finalidad de su viaje. El les condujo por los caminos de esas tierras hacia las que también los acontecimientos actuales llevan frecuentemente nuestra atención. Para los tres Reyes Magos la guía en estos caminos fue la estrella misteriosa "que habían visto en Oriente" (Mt 2, 9), y que "les precedía, hasta que llegada encima del lugar en que estaba el Niño, se detuvo" (Mt 2, 9). A este Niño precisamente vinieron esos hombres únicos, llamados de fuera del círculo del Pueblo elegido hacia los caminos de la historia de este Pueblo. La historia de Israel les había dado la orden de detenerse en Jerusalén y preguntar ante Herodes: ¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer?" (Mt 2, 2).

Efectivamente, los caminos de la historia de Israel habían sido marcados por Dios, y por esto era necesario buscarle en los libros de los profetas: esto es, de aquellos que habían hablado en nombre de Dios al Pueblo sobre su vocación especial. Y la vocación del Pueblo de la Alianza fue precisamente Aquel a quien conducía el camino de los Reyes Magos de Oriente. Apenas hubieron preguntado a Herodes, éste no tuvo duda alguna de quién —y de qué rey—se trataba, porque, como leemos, "reuniendo a todos los príncipes de los sacerdotes y a los escribas del pueblo, les preguntó dónde había de nacer el Mesías" (Mt 2, 4).

Así, pues, el camino de los Reyes Magos lleva al Mesías, a Aquel a quien el Padre "santificó y envió al mundo" (Jn 10, 56). Su camino es también el camino del Espíritu. Es sobre todo el camino en el Espíritu Santo. Al recorrer este camino —no tanto en las vías de las regiones del Oriente Medio, cuanto más bien a través de los misteriosos caminos del alma— el hombre es conducido por la luz espiritual que proviene de Dios, representada en esa estrella, a la que seguían los tres Reyes Magos.

Los caminos del alma humana, que conducen hacia Dios, hacen ciertamente, que el hombre vuelva a encontrar en sí un tesoro interior. Así leemos también de los tres Reyes Magos, que al llegar a Belén "abrieron sus cofres" (Mt 2, 11). El hombre toma conciencia de los dones enormes de naturaleza y de gracia con que Dios lo ha colmado, y entonces nace en él la necesidad de ofrecerse, de devolver a Dios lo que ha recibido, de hacer ofrenda de ello como signo de la dádiva divina. Este don asume una triple forma, como en las manos de los tres Reyes Magos: "abriendo sus cofres, le ofrecieron dones, oro, incienso y mirra" (Mt 2, 11).

 

(de la Homilía de Juan Pablo II en la Solemnidad de la Epifanía del Señor, Domingo 6 de enero de 1980)

miércoles, 3 de enero de 2024

A qué santo invocar


 

En los cuatro últimos siglos, la mayor parte de los beatos y santos de la Iglesia Católica han sido proclamados durante el pontificado de Juan Pablo II, que ha durado veintiséis años.

No existe ninguna razón para dudar que tal “aceleración” – como algunos llaman a la sorprendente multiplicación de las legiones de santos – no pueda ayudar a encontrar el “alma gemela” en esta excelente compañía. Pero, antes, se plantea un dilema: ¿a quién elegir como propio intercesor en los proyectos, desgracias y problemas,  también en los momentos de esperanzada alegría, cuando hemos sido capaces de hacer algo y cuando hemos conseguido un éxito por pequeño o grande que sea?

¿A quién rezar de estas figuras? Me parece que primero es necesario preguntarse si tenemos verdaderamente necesidad de algunas cosas. Si yo, en el ámbito de la fe, siento la necesidad de alguien que me introduzca en el misterio me ayude con su consejo, me guie y no me pierda de vista. En todo esto, nos confiamos en la contemplación de Dios por parte de Jesus. El conoce a Dios directamente, lo ve, El es el verdadero mediador entre Dios y el hombre. Nuestra fe es participación en la visión de Dios, que El posee. Pero la meditación de Jesus en la fe y la mediación de los santos, que se encuentra en El,  la fuente, se unen.   Imitar a los santos  no significa obligarse a admirar aquello en que no creemos, aquello de lo que no es tamos convencidos. Simular no sirve para nada.

Si quieres realizar algo que ha realizado un santo, entonces, quizás, te interesa también saber como lo  ha conseguido, como lo  ha hecho. Entonces quizás tendrías que detenerte con atención y respeto, y asi, no solo tu admiración surgiría espontanea, sino también tu oración. ¿A cuántos santos conoces? ¿Cuánto los conoces? Los santos son guías infalibles en la búsqueda de Dios. Pueden dar un fuerte testimonio con sus vidas. Conocemos el dilema de Pedro. El quería salvar a Jesus, sin embargo ha sido Jesus quien ha salvado a Pedro; conocemos el camino seguido por Pedro para convencerse de que ha sido él el salvado y perdonado por Jesus y que él era el primer destinatario del perdón y de la misericordia evangélica. No le fue fácil llegar a esta convicción, porque era muy celoso de la propia fidelidad y de la propia sinceridad…  Pero el Señor, de manera inesperada para Pedro, lo ha conducido consigo en el momento en que Pedro ha afirmado que El era el Señor y lo ha testimoniado con palabras llenas de sinceridad, movido por una profunda emoción: «Señor, también yo, como todos los demás, soy solo una miserable criatura. No pensaba, Señor, que hubiese podido llegar tan lejos».

Y Pedro comprende ahora, finalmente, el sentido del Evangelio, como don de salvación para un pecador, y comienza, al mismo tiempo, a comprender que Dios no solo es empuje para un comportamiento mejor, que no es un reformador de la humanidad,  sino sobre todo un Amor ofrecido: un Amor gratito y misericordioso, que no condena, no juzga, no regaña.

La mirada de Jesus es simplemente una mirada de misericordia y amor. Pedro, por tanto, nos puede transmitir algo de la propia experiencia, hablarnos de algo,  que es, al mismo tiempo, lo más fácil y lo  más difícil en la vida: saber dejarse amar. Pedro, hasta entonces estaba orgulloso de poder hacer algo por el Señor. Ahora, sin embargo, entiende que ante Dios no puede hacer otra cosa que dejarse amar, dejarse llevar,  permitir ser perdonado. Quería morir por Jesus, y al contrario, ahora ve que  en realidad es Jesus quien muere por él. Aquí se cumple una desconcertante inversión de valores, difícilmente admitida por el hombre, que cree que Dios siempre exige algo y por eso no es capaz de aceptar una imagen evangélica de Dios-siervo.  Hay motivo para detenerse y reflexionar, y quizás también para dirigirse a Pedro para que nos de alguna lección.

Pedro, como todos nosotros, era un hombre que buscaba a Dios, hasta que comprendió que es Él el primero en buscarnos. El nos sigue día a día con discreción, incansablemente. Las manos de una madre son una prueba de ello, como puede serlo también una palabra de consuelo.  Dios, a través de los santos, quiere mostrarnos el camino para alcanzar Su Reino. Durante el rito del bautismo nuestros padres nos han elegido un compañero en el camino de la vida, uno de los moradores del cielo. En la confirmación nosotros mismos, conscientemente, nos hemos elegido otro. ¡Pensemos incluso en el espacio que la Iglesia ha destinado a los santos en la plegaria eucarística!

Dios nos busca y quiere alcanzarnos; los santos no se encuentran solo en el cielo. Los santos están con nosotros en el mundo, entre nosotros. Viven a nuestro lado, trabajan, sufren, se sacrifican. Basta solo  mirarles más atentamente, conocerles más profundamente., Ellos sostienen la fe, gracias a ellos la esperanza y el amor sobrevive en la gente.

Es necesario conocerles mejor. Por    que – como dijo alguien – en el horizonte de la cristiandad los santos son como los volcanes desde hace tiempo inactivos. Sus nombres se asocian a menudo a un símbolo iconográfico, a un popular cambio de estación, a un dia del calendario. Nos olvidamos de cuantos trabajos les han llevado a los altares, cuanta lava han lanzado,. Es necesario contemplarles de cerca, y entonces la lección de un santo al que rezar  dejara de ser difícil.

 

p.Hieronim Fokcinski SJ, (Totus Tuus Nro 0, febrero 2006, Año  1,