Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

sábado, 9 de septiembre de 2017

“Cura de almas" en un país herido- Papa Francisco en Colombia



“Al cura se  le dice “cura” por la cura de almas, que es propia del párroco. Y de ahí pasó a todos los sacerdotes, obispos. El Papa es un sacerdote, es obispo y como obispo tiene la plenitud del Sacerdocio de Jesús. Y la imagen de su primer día de trabajo apostólico en Colombia, como misionero y peregrino de esperanza y de paz, me ha llevado a la imagen del cirujano que intentan extirpar un cáncer con una caricia; sí la imagen de un cura que te dice las cosas de frente directo, pero también las cosas buenas que animan  a seguir adelante y a luchar. Y entiendo que la imagen de cura es la que más pega porque Colombia, como otros países del mundo y de Latinoamérica, es un país herido. Herido profunda y largamente por la guerra que maneja a su antojo el dios dinero, dejando atrás solamente destrucción y cadáveres de ancianos, niños y adultos, como una máquina infernal sin afectos.

Pero es ahí donde viene el gesto y la palabra de ternura del Papa Francisco, pero como cura, que manifiesta que no estamos solos, secuestrados por el dios dinero que nos masacra, es un gesto y una palabra que actualizan el Evangelio de Jesús, porque las imágenes confirman esto. La alegría de la gente por la cercanía del Vicario de Cristo, la esperanza de que los acuerdos se consoliden y se alcance la paz, pasan a ser verdaderos “sacramentales” del Pueblo de Dios. Y cuando esto es la oración de la misa todos juntos, se transforma en sacramento. La que cura; la que nos cura, es la Presencia del mismo Jesús, porque la paz es un don de Dios. Pidámosle a Jesús y dejemos que nos cure.”


Huyamos de toda tentación de venganza _ papa Francisco a las autoridades de Colombia


"Es mucho el tiempo pasado en el odio y la venganza... La soledad de estar siempre enfrentados ya se cuenta por décadas y huele a cien años; no queremos que cualquier tipo de violencia restrinja o anule ni una vida más". Con estas palabras el Papa Francisco concluía su discurso en el encuentro que mantuvo con las autoridades, el Cuerpo Diplomático y algunos representantes de la Sociedad Civil de Colombia, que tuvo lugar el jueves 7 de septiembre, en el Palacio presidencial de Bogotá, más conocido como Casa de Nariño. 

Tras ser recibido por el presidente de la nación, Juan Manuel Santos acompañado por la Guardia de Honor y después de rendir los correspondientes homenajes a la bandera del país, dio inicio el evento al que asistieron aproximadamente 750 personas.  
"Este encuentro me ofrece la oportunidad para expresar el aprecio por los esfuerzos que se hacen, a lo largo de las últimas décadas, para poner fin a la violencia armada y encontrar caminos de reconciliación", dijo Francisco, señalando que los pasos dados hacen crecer la esperanza, en la convicción de que "la búsqueda de la paz es un trabajo siempre abierto, una tarea que no da tregua y que exige el compromiso de todos".

"Que este esfuerzo nos haga huir de toda tentación de venganza y búsqueda de intereses sólo particulares y a corto plazo", pidió el Pontífice añadiendo que cuanto más difícil es el camino que conduce a la paz y al entendimiento, más empeño hemos de poner en reconocer al otro, en sanar las heridas y construir puentes, en estrechar lazos y ayudarnos mutuamente.

 "Quise venir hasta aquí para decirles que no están solos, que somos muchos los que queremos acompañarlos en este paso; este viaje quiere ser un aliciente para ustedes, un aporte que en algo allane el camino hacia la reconciliación y la paz", concluyó el Santo Padre.

viernes, 1 de septiembre de 2017

Gian Franco Svidercoschi: Juan Pablo II el Papa de la Encarnación (2 de 2)

 “Sin embargo, tras el avance de este desierto espiritual, podía advertirse una creciente turbación interior. El hombre contemporáneo empezaba a darse cuenta del vacío de una vida sin raíces, puramente terrena, carente de valores, una vida sin una identidad propia, encerrada en sí misma. Aunque era un malestar aun sin nombre, vago, inexpresivo, no le fue difícil entender que se trataba de una verdadera y propia sed de paternidad. Y precisamente a este hombre en busca de sentido y también en busca de los «otros», sobre todo, a estas nuevas generaciones literalmente carentes de padres fue a qui9enes supo dar respuesta Juan Pablo II. Y no lo  hizo simplemente presentándose como figura paterna, consoladora, protectora, sino, al contrario, proponiendo un punto de referencia común, un unto de trascendencia.
Por eso podría decirse que Karol Wojtyla fue el Papa de la Encarnación. Logro que el hombre volviera a encontrarse con Dios y, así, permitió que este hombre tuviera una experiencia profunda, vital, de Aquel que le dio el don precioso de la libertad. Porque Dios, en su infinito amor, es respetuoso con la libertad del hombre, es más, deja espacio para esta libertad, queriendo que el hombre – con sus tiempos, sus dificultades e incluso sus traiciones – colabore con El en la realización del Gran Proyecto :: completar la obra de la creación.
De este modo Juan Pablo II pudo poner en marcha un proceso de espiritualidad, de nueva espiritualidad, un nuevo modo de vivir hoy como cristianos, de «imbuir» la fe en la sociedad moderna sin que se diluyera por ello su propia identidad. La nueva espiritualidad donde finalmente los que con frecuencia desde tiempos inmemorables parecían ser «polos» opuestos e incluso casi incompatibles – sagrado y profano, trascendencia e inmanencia, cielo y tierra – se revelaran como dimensiones diferentes de una misma realidad: el encuentro entre la acción humana y el actuar divino.
En fin, toda esa gente que llegaba a la plaza de Sn Pedro había vuelto a llamar a Dios por su nombre – aunque algunos solo lo balbucearan o lo hicieran tímidamente -, a considerarlo presente en su propia vida.  Y esto era porque habían vuelto a ver a Dios Padre en el testimonio cristiano de Karol Wojtyla, en sus palabras, en sus gestos. El mensaje evangélico, tal como él lo había vivido y radicalmente practicado – es decir, como mensaje de amor, de misericordia, de paz, de fraternidad, de tolerancia, de compartir – pudiera llegar a todos y  ser comprendido y acogido por todos.
El hecho de haber mostrado el rostro de Dios, reconocido sobre todo en el otro, en el prójimo, el señalar la trascendencia como punto de encuentro para todos los hombres de buena voluntad mas allá, por tanto de lenguas, naciones, razas y cualquier otra diferencia, fue, pues, como abrir de par en par las puertas del cristianismo a toda la familia humana.”



(Gian Franco Svidercoshi: Juan Pablo II el Papa de la Encarnación) de “La búsqueda del Padre” UN PAPA NO MUERE, La herencia de Juan Pablo II, Ediciones San Pablo, 2011 

Gian Franco Svidercoschi: Juan Pablo II el Papa de la Encarnación (1 de 2)

 “El mensaje cristiano está estrechamente ligado a la «visibilidad» de la Encarnación. Respecto a las demás religiones, la Encarnación constituye la impresionante novedad del cristianismo. Dios se hace hombre y, de este modo reconoce a todo ser humano una dignidad y una libertad que nunca nadie le había dado.  Jesús, el Hijo, irrumpe en la historia humana, confirmando asi que todos los hombres son hijos de Dios y, como tales, hermanos entre ellos, constituyendo una única familia.
Sin embargo, con el tiempo esta verdad fundamental poco a poco se fue oscureciendo en las comunidades cristianas, en su experiencia de fe, y, como consecuencia, se iba dilatando cada vez más la «fosa» entre el mundo divino y el mundo humano. Para combatir el protestantismo, en ocasiones la Iglesia católica había acabado por dar más importancia a sus propias instituciones que a la dimensión espiritual. Luego, con el Renacimiento, con la Ilustración, entro en escena el hombre demiurgo, el hombre convencido de que podía convertirse en dueño de su propia vida, y así ulteriormente había aumentado la distancia entre la tierra y el cielo. Posteriormente llegaron los filósofos de la «muerte» de Dios. Llegaron los exterminios del sigloXX, quede por si parecían borrar toda presencia divina. Finalmente llego la secularización, la posmodernidad…
Dios Padre había desaparecido progresivamente de la sociedad, de la vida cotidiana, de la conciencia misma de muchos creyentes, para los que, no pudiendo «ver» a Dios, «oir» su voz, cada vez se hacía más difícil captar las huellas de su presencia en su propia historia o tratar de entender cual era su voluntad en las distintas circunstancias. Entonces acababan recurriendo a un Dios mágico, plegado a su servicio, del tipo New Age, haciéndose ilusiones de que podría satisfacer sus necesidades inmediatas, aquí y ahora, pero que ciertamente no garantizaba la racionalidad de la fe y mucho menos la existencia de un Creador.”

(Gian Franco Svidercoshi: Juan Pablo II el Papa de la Encarnación) de “La búsqueda del Padre” UN PAPA NO MUERE, La herencia de Juan Pablo II, Ediciones San Pablo, 2011