Hasta
aquella “gruta-establo en Belén, al sur de Jerusalén, donde nació Cristo, en la
que «el Verbo se hizo carne» (Jn 1, 14), llegaron del Oriente extraños
peregrinos, los Reyes Magos. Atravesaron Jerusalén. Los guiaba una estrella
misteriosa, luz exterior que se movía en el firmamento. Pero más aún los guiaba
la fe, luz interior. Llegaron. No les asombró lo que encontraron: ni la
pobreza, ni el establo, ni el hecho de que el Niño yacía en un pesebre.
Llegaron y postrándose "lo adoraron". Después abrieron sus cofres y
ofrecieron al Niño Jesús los dones de oro e incienso de los que habla
precisamente Isaías, pero le ofrecieron también mirra. Y después de haber
cumplido todo esto, regresaron a su país...
Por esta peregrinación a Belén los Reyes Magos han venido a ser el principio y
el símbolo de todos los que mediante la fe llegan a Jesús. el Niño envuelto en
pañales y colocado en un pesebre, el Salvador clavado en la cruz, Aquel que,
crucificado bajo Poncio Pilato, bajado de la cruz y sepultado en una tumba
junto al Calvario, resucitó al tercer día. Precisamente estos hombres, los
Reyes Magos del Oriente, tres, como quiere la tradición, son el comienzo y la
prefiguración de cuantos, desde más allá de las fronteras del Pueblo elegido de
la Antigua Alianza, han llegado y llegan siempre a Cristo mediante la fe.
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¡A
cuántos hombres es necesario llevar la fe también hoy!
A
cuántos hombres es necesario reconquistar para la fe que han perdido, y esto, a
veces, es más difícil que la conversión primera a la fe… la Iglesia, consciente
de aquel gran don, del don de la Encarnación de Dios, no puede detenerse jamás,
no puede cansarse jamás. Debe buscar continuamente el acceso a Belén para cada
hombre y para cada época.
Aquella
solemnidad de la Epifanía no solo era la primera que Karol Wojtyla, el papa
polaco celebraba como Obispo de Roma, sino que para la solemnidad habían venido
a Roma muchos compatriotas suyos para “presentar a Jesús Niño un don: la
ordenación episcopal de Mons. Franciszek Macharski , nuevo arzobispo de
Cracovia, un don de fe, de amor y de esperanza" y
lo consagraba el sucesor de Pedro, primer papa polaco quien así se dirigia a
sus compatriotas en su propia lengua en la homilía:
“Este dia cuando por tradición se celebran ordenaciones episcopales… Todos
nosotros, polacos hijos de la Iglesia de Cristo desde hace un milenio, reunidos
aquí tomamos parte hoy en la solemnidad de la Epifanía. Son circunstancias
extraordinarias: hemos venido a Roma, a San Pedro, donde el primer Papa en la
historia hijo de la nación polaca, celebra la Eucaristía y consagra al obispo
sucesor suyo en la cátedra de San Estanislao en Cracovia. Sucede esto
justamente al principio de 1979, cuando nos separan 900 años de la muerte del
mártir San Estanislao, que, al principio del milenio, predicando a nuestros
antepasados a Cristo nacido en Belén, crucificado bajo Poncio Pilato y
resucitado, con la fuerza del Evangelio los llevó a la fe, tal como lo han
hecho obispos y sacerdotes en nuestra patria, durante centenares de años, y lo
hacen ahora también. Pienso, queridos hermanos y hermanas, mis amados
compatriotas, pienso queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio, que
nuestra presencia aquí hoy debe ser un acto singular de gratitud por la fe que
ilumina todos estos centenares de años y que no deja de iluminar a nuestros
tiempos, tiempos extraordinarios en los que debe madurar especialmente la
responsabilidad por la fe; por el gran don de Dios encarnado; por la Epifanía.
Para esta gratitud debe madurar el nuevo fruto de esta Epifanía en las almas de
las generaciones que nacen y que vendrán después de nosotros, gracias al
servicio de cada uno de nosotros, gracias a tu servicio, Franciszek, metropolitano
de Cracovia.”
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