En la en la catequesis del 28 de marzo de 2001 sobre los Salmos en la tradición de la Iglesia, Juan Pablo II nos recordaba:
“En la carta
apostólica Novo millennio ineunte expresé el deseo de que la Iglesia
se distinga cada vez más en el "arte de la
oración", aprendiéndolo siempre de nuevo de los labios mismos
del divino Maestro (cf. n. 32), compromiso que ha de vivirse sobre todo en la
liturgia, fuente y cumbre de la vida eclesial.”
Y en la carta apostólica citada leemos “Nuestras comunidades cristianas tienen
que llegar a ser auténticas « escuelas de
oración », (33)
donde el encuentro con Cristo no se exprese solamente en petición de ayuda,
sino también en acción de gracias, alabanza, adoración, contemplación, escucha
y viveza de afecto hasta el « arrebato» del corazón”[…] “ Es preciso aprender a
orar” … como los primeros discípulos: « Señor, enséñanos a orar » (Lc 11,1)”
[…] En la plegaria se desarrolla ese diálogo con Cristo que nos convierte en
sus íntimos: « Permaneced en mí, como yo en vosotros » (Jn 15,4). Esta
reciprocidad es el fundamento mismo, el alma de la vida cristiana y una
condición para toda vida pastoral auténtica“[…] “Una oración intensa, pues, que
sin embargo no aparta del compromiso en la historia: abriendo el corazón al
amor de Dios, lo abre también al amor de los hermanos, y nos hace capaces de
construir la historia según el designio de Dios”.
En la misma carta apostólica (32) Juan
Pablo II subraya la importancia de la oración en la pedagogía de la santidad,
recordándonos que esa “ « vocación universal a la santidad » ese « alto grado »
de la vida cristiana ordinaria” ese “don de santidad” personal que se da a cada
bautizado” hay que descubrirlo. Y agrega - “También es evidente que los caminos
de la santidad son personales y exigen una pedagogía de la santidad verdadera y
propia, que sea capaz de adaptarse a los ritmos de cada persona” y “para esta
pedagogía de la santidad es necesario un cristianismo que se distinga ante todo
en el arte de la oración”
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