Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

miércoles, 28 de diciembre de 2016

El tiempo del Evangelio, tiempo de bodas (2 de 2)

(Maurycy GottliebCristo predicando en la Sinagoga de Cafarnaúm, óleo, 1878-79. Museo Nacional de Polonia, Varsovia - Wikipedia)

“El tiempo del Evangelio abre la puerta a un profundo conocimiento de la persona de Cristo. A este propósito, podemos recordar las palabras del conmovedor reproche que hace Jesús a Felipe: «¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces, Felipe? » (Jn 14, 9). Jesús esperaba un conocimiento penetrante y lleno de amor por parte de quien, siendo apóstol, vivía en una relación muy estrecha con el Maestro y, precisamente por esta intimidad, hubiera debido comprender que en él se manifestaba el rostro del Padre. «El que me ha visto a mí, ha visto al Padre» (Jn 14, 9). El discípulo está llamado a descubrir en el rostro de Cristo, con la mirada de la fe, el rostro invisible del Padre.
El Evangelio presenta el arco de la vida terrena de Cristo como tiempo de bodas. Es un tiempo para difundir la alegría. «¿Pueden acaso ayunar los invitados a la boda mientras el novio está con ellos? Mientras tengan consigo al novio no pueden ayunar» (Mc 2, 19). Jesús usa aquí una imagen sencilla y sugestiva. Él es el esposo que inaugura la fiesta de sus bodas, bodas del amor entre Dios y la humanidad. Él es el esposo que quiere comunicar su alegría. Los amigos del esposo son invitados a compartirla, participando en el banquete.
Sin embargo, precisamente en el mismo marco nupcial, Jesús anuncia el momento en el que ya no estará presente: «Días vendrán en que les será arrebatado el novio; entonces ayunarán» (Mc 2, 20): es una clara alusión a su sacrificio. Jesús sabe que a la alegría seguirá la tristeza. Sus discípulos entonces «ayunarán», o sea, sufrirán participando en su pasión.
La venida de Cristo a la tierra, con toda la alegría que conlleva para la humanidad, está relacionada indisolublemente con el sufrimiento. La fiesta nupcial está marcada por el drama de la cruz, pero culminará en la alegría pascual.
Este drama es el fruto del inevitable enfrentamiento de Cristo con la potencia del mal: «La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron» (Jn1,5). Los pecados de todos los hombres desempeñan un papel esencial en este drama. Pero fue particularmente doloroso para Cristo que una parte de su pueblo no lo reconociera. Dirigiéndose a la ciudad de Jerusalén, le reprocha: «No has conocido el tiempo de tu visita» (Lc 19, 44).
El tiempo de la presencia terrena de Cristo era el tiempo de la visita de Dios. Ciertamente, no faltaron quienes dieron una respuesta positiva, la respuesta de la fe. Antes de referirse al llanto de Jesús sobre la ciudad rebelde (cf. Lc 19, 41-44), san Lucas nos describe su ingreso «real», «mesiánico» en Jerusalén, cuando «toda la multitud de los discípulos, con gran alegría, se puso a alabar a Dios a grandes voces, por todos los milagros que habían visto. Decían: "Bendito el rey que viene en nombre del Señor. Paz en el cielo y gloria en las alturas"» (Lc 19, 37-38). Pero este entusiasmo no podía ocultar, a los ojos de Jesús, la amarga evidencia de ser rechazado por los jefes de su pueblo y por la multitud que ellos instigaban.
Por lo demás, antes de la entrada triunfal en Jerusalén, Jesús había anunciado su sacrificio: «El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Mc 10, 45; cf. Mt 20, 28).
Así, el tiempo de la vida terrena de Cristo se caracteriza por su ofrenda redentora. Es el tiempo del misterio pascual de muerte y resurrección, de la que brota la salvación de los hombres.”

(Juan Pablo II Audiencia General 17 de diciembre de 1997)

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