Las
prescripciones morales, impartidas por Dios en la antigua alianza y
perfeccionadas en la nueva y eterna en la persona misma del Hijo de Dios hecho
hombre, deben ser custodiadas fielmente y actualizadas
permanentemente en las diferentes culturas a lo largo de la historia. La
tarea de su interpretación ha sido confiada por Jesús a los Apóstoles y a sus
sucesores, con la asistencia especial del Espíritu de la verdad: «Quien a
vosotros os escucha, a mí me escucha» (Lc 10, 16). Con la luz y la fuerza
de este Espíritu, los Apóstoles cumplieron la misión de predicar el Evangelio y
señalar el «camino» del Señor (cf. Hch 18, 25), enseñando ante todo
el seguimiento y la imitación de Cristo: «Para mí la vida es Cristo» (Flp 1,
21).
En
la catequesis moral de los Apóstoles, junto a exhortaciones e
indicaciones relacionadas con el contexto histórico y cultural, hay una
enseñanza ética con precisas normas de comportamiento. Es cuanto emerge en sus
cartas, que contienen la interpretación —bajo la guía del Espíritu Santo— de
los preceptos del Señor que hay que vivir en las diversas circunstancias
culturales (cf. Rm 12, 15; 1 Co 11-14; Ga 5-6; Ef 4-6; Col 3-4; 1
P y St ). Encargados de predicar el Evangelio, los Apóstoles, en
virtud de su responsabilidad pastoral, vigilaron, desde los orígenes
de la Iglesia, sobre la recta conducta de los cristianos 35, a la
vez que vigilaron sobre la pureza de la fe y la transmisión de los dones
divinos mediante los sacramentos 36. Los
primeros cristianos, provenientes tanto del pueblo judío como de la gentilidad,
se diferenciaban de los paganos no sólo por su fe y su liturgia, sino también
por el testimonio de su conducta moral, inspirada en la Ley nueva37. En
efecto, la Iglesia es a la vez comunión de fe y de vida; su norma es «la fe que
actúa por la caridad» (Ga 5, 6).
Ninguna
laceración debe atentar contra la armonía entre la fe y la vida: la unidad
de la Iglesia es herida no sólo por los cristianos que rechazan o falsean
la verdad de la fe, sino también por aquellos que desconocen las obligaciones
morales a las que los llama el Evangelio (cf. 1 Co 5, 9-13). Los
Apóstoles rechazaron con decisión toda disociación entre el compromiso del
corazón y las acciones que lo expresan y demuestran (cf. 1 Jn 2,
3-6). Y desde los tiempos apostólicos, los pastores de la Iglesia han
denunciado con claridad los modos de actuar de aquellos que eran instigadores
de divisiones con sus enseñanzas o sus comportamientos 38.”
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