Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

miércoles, 10 de marzo de 2021

El dialogo entre fe y ciencia en el Magisterio de Juan Pablo II –Juan Luis Lorda

 


Quien se acerque a éste como a tantos aspectos del magisterio de Juan Pablo 11 advertirá en sus desarrollos y en sus ideas fundamentales un fuerte sabor del Concilio Vaticano II. Y en esto no se ha de ver sólo la voluntad, tantas veces expresada por el Pontífice -y demostrada con los hechos-, de aplicarlo y desarrollarlo: es también el resultado de una honda compenetración, de una connaturalidad con el espíritu conciliar, propia de quien contribuyó en los trabajos sinodales.

De manera particular, se puede decir que su labor en tomo al esquema XIII -después convertida en la Constitución Pastoral Gaudium et spes-, deja en su espíritu una honda impronta, y consolida ideas muy fundamentales que luego desarrollará en su magisterio pontificio. Se cuestionaba allí la relación de la Iglesia con el mundo moderno. El tenor de las numerosas intervenciones del entonces Arzobispo de Cracovia manifiesta la profunda resonancia que aquella temática tenía en él y que, con el paso de los años, no ha dejado de aumentar.

 Acabado el Concilio, realiza un intento de síntesis y asimilación que da como fruto el libro La renovación en sus fuentes con una poderosa y significativa presencia de los textos y las ideas de la Gaudium el spes. En ese libro, el entonces cardenal Wojtyla recoge y explica las características del diálogo entre la fe y el mundo: la fe es, por una parte «asentimiento», es decir convicción acerca de la verdad alcanzada en la revelación; por otra, y en cuanto actitud conscientemente religiosa que trata de enriquecerse, connota el diálogo ylo acepta!. La fe es, por tanto, primero asentimiento a Dios que se revela, y, en esa medida, en cuanto adhesión de convencimiento a laverdad, deja de ser búsqueda de la verdad en el sentido estricto de lapalabra; pero al mismo tiempo, incluye una búsqueda ulterior sobre la base y en el marco de la verdad conocida.    Y hay que precisar que esa búsqueda -que es el fundamento del diálogo- no es sólo una tarea especulativa: no se trata de un enriquecimiento meramente intelectual. El diálogo no tiene, en este caso (el de la fe) un significado puramente teológico y mucho menos apologético.  No se trata simplemente de crecer en comprensión o de defender los propios principios; el diálogo está orientado por la misma dinámica de la fe que busca que todos los hombres se salven.

 Así el diálogo resulta algo connatural a la Iglesia; por un lado, como medio de aumentar la propia comprensión de la fe en el contraste con los conocimientos y preguntas ajenos; pero sobre todo, es una necesidad derivada de su misión profética. La aportación específica de la Iglesia a cualquiera de los aspectos de su diálogo con el mundo, se caracteriza así, por el anuncio de su fe, a la que sabe están llamados todos los hombres.

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