Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

sábado, 13 de septiembre de 2025

Juan Pablo II, el “vínculo misterioso de amor” de Kalwaria Zebrzydowska y su despedida (2 de 3)

 

“Vengo hoy a este santuario como peregrino, como venía cuando era niño y en edad juvenil. Me presento ante la Virgen de Kalwaria al igual que cuando venía como obispo de Cracovia para encomendarle los problemas de la archidiócesis y de quienes Dios había confiado a mi cuidado pastoral. Vengo aquí y, como entonces, repito: Dios te salve, Reina y Madre de misericordia.

¡Cuántas veces he experimentado que la Madre del Hijo de Dios dirige sus ojos misericordiosos a las preocupaciones del hombre afligido y le obtiene la gracia de resolver problemas difíciles, y él, pobre de fuerzas, se asombra por la fuerza y la sabiduría de la Providencia divina! ¿No lo han experimentado, acaso, también generaciones enteras de peregrinos que acuden aquí desde hace cuatrocientos años? Ciertamente sí. De lo contrario, no tendría lugar hoy esta celebración. No estaríais aquí vosotros, queridos hermanos, que recorréis los senderos de Kalwaria, siguiendo las huellas de la pasión y de la cruz de Cristo y el itinerario de la compasión y de la gloria de su Madre. Este lugar, de modo admirable, ayuda al corazón y a la mente a penetrar en el misterio del vínculo que unió al Salvador que padecía y a su Madre que compadecía. En el centro de este misterio de amor, el que viene aquí se encuentra a sí mismo, encuentra su vida, su cotidianidad, su debilidad y, al mismo tiempo, la fuerza de la fe y de la esperanza: la fuerza que brota de la convicción de que la Madre no abandona al hijo en la desventura, sino que lo conduce a su Hijo y lo encomienda a su misericordia.

 "Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena" (Jn 19, 25). Aquella que estaba unida al Hijo de Dios por vínculos de sangre y de amor materno, allí, al pie de la cruz, vivía esa unión en el sufrimiento. Ella sola, a pesar del dolor del corazón de madre, sabía que ese sufrimiento tenía un sentido. Tenía confianza -confianza a pesar de todo- en que se estaba cumpliendo la antigua promesa: "Pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras tú acechas su calcañar" (Gn 3, 15). Y su confianza fue confirmada cuando el Hijo agonizante se dirigió a ella: "¡Mujer!".

En aquel momento, al pie de la cruz, ¿podía esperar que tres días después la promesa de Dios se cumpliría? Esto será siempre un secreto de su corazón. Sin embargo, sabemos una cosa: ella, la primera entre todos los seres humanos, participó en la gloria del Hijo resucitado. Ella -como creemos y profesamos-, fue elevada al cielo en cuerpo y alma para experimentar la unión en la gloria, para alegrarse junto al Hijo por los frutos de la Misericordia divina y obtenerlos para los que buscan refugio en ella"

(de la homilia del  Papa Juan Pablo II en el Santuario de Kalwaria 29 de agosto de 2002)

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