El
obispo – y aun antes ya como novel sacerdote – Karol Wojtyla supo valorar la
colaboración de los laicos; la descubrió, la valoró, y agradeció ese “don de
los laicos”. Fueron quizás aquellas
primeras experiencias con los jóvenes que tan bien describe Stanislaw Grygiel, discípulo y amigo de Karol
Wojtyla, aquellas vivencias tan particulares con
los grupos de jóvenes y ese encuentro tan providencial con el obispo Jan
Pietraszko, que dejaron marcados indeleblemente los dos años de sus vivencias
en la querida parroquia de San Florián, su punta de lanza para valorar a pleno
ese don
singular de los laicos.
Lo
ratificaba en Don y Misterio “porque cada uno de ellos ha
ofrecido su propia aportación a la realización de mi sacerdocio. En cierto modo
me han indicado el camino, ayudándome a comprender mejor mi ministerio y a
vivirlo en plenitud….Entre ellos había simples obreros, hombres dedicados a la
cultura y al arte, grandes científicos. En verdad, me ha acompañado siempre la
profunda conciencia de la necesidad urgente del apostolado de los laicos en la
Iglesia. Cuando el Concilio Vaticano II habló de la vocación y misión de los
laicos en la Iglesia y en el mundo, pude experimentar una gran alegría: lo que
el Concilio enseñaba respondía a las convicciones que habían guiado mi acción
desde los primeros años de mi ministerio sacerdotal.”
Con fecha 30 de
diciembre de 1988 se dio a conocer su Exhortación apostólica post-sinodal (Sinodo de Obispos 1987 – Roma 10 al 30 de
octubre de 1987) Christifideles Laici sobre la vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo en cuya
introducción se lee:
“Los fieles laicos (Christifideles
laici), cuya «vocación y misión en la Iglesia y en el mundo a los veinte
años del Concilio Vaticano II» ha sido el tema del Sínodo de los Obispos de
1987, pertenecen a aquel Pueblo de Dios representado en los obreros de la viña,
de los que habla el Evangelio de Mateo: «El Reino de los Cielos es semejante a
un propietario, que salió a primera hora de la mañana a contratar obreros para
su viña. Habiéndose ajustado con los obreros en un denario al día, los envió a
su viña» (Mt 20, 1-2). La parábola evangélica despliega ante
nuestra mirada la inmensidad de la viña del Señor y la multitud de personas,
hombres y mujeres, que son llamadas por Él y enviadas para que tengan trabajo
en ella. La viña es el mundo entero (cf. Mt 13, 38), que debe
ser transformado según el designio divino en vista de la venida definitiva del
Reino de Dios.”
Juan Pablo II mantuvo una serie de audiencias dedicadas a
los laicos, comenzando con la Audiencia General del 27 de octubre de 1993 La identidad eclesial de los laicos donde en
la introducción explicaba la naturalidad de ocuparse del papel de los laicos : “A lo largo
de las catequesis eclesiológicas después de haber reflexionado sobre la Iglesia
como pueblo de Dios, como comunidad sacerdotal y sacramental, nos hemos
detenido en varios oficios y ministerios. Así, hemos pasado de los Apóstoles,
elegidos y mandados por Cristo, a los obispos, sus sucesores, a los
presbíteros, colaboradores de los obispos, y a los diáconos. Es lógico que nos
ocupemos ahora de la condición y del papel de los laicos, que
constituyen la gran mayoría del populus Dei. Trataremos este
tema siguiendo la línea del concilio Vaticano II, pero también recogiendo las
directrices y las orientaciones de la exhortación apostólica Christifideles laici, publicada el 30 de
diciembre de 1988, como fruto del Sínodo de los obispos de 1987.”
A aquella primera
Audiencia General introductoria sobre los laicos, le
siguieron cinco más:
En su homilía del26 de noviembre de 2000 con ocasión del Jubileo del apostolado de los laicos afirmaba:
“En
la maduración de esta conciencia, el concilio ecuménico Vaticano II
marcó una etapa decisiva. Con el Concilio, en la Iglesia llegó
verdaderamente la hora del laicado, y numerosos fieles laicos,
hombres y mujeres, han comprendido con mayor claridad su vocación cristiana,
que, por su misma naturaleza, es vocación al apostolado (cf. Apostolicam
actuositatem)
“Pero ¿qué implica esta misión? - Preguntaba
allí mismo - ¿Qué significa ser cristianos
hoy, aquí y ahora?
Ser cristianos jamás ha sido fácil, y tampoco lo
es hoy. Seguir a Cristo exige valentía para hacer opciones radicales, a menudo
yendo contra corriente. "¡Nosotros somos Cristo!", exclamaba san
Agustín. Los mártires y los testigos de la fe de ayer y de hoy, entre los cuales se
cuentan numerosos fieles laicos, demuestran que, si es necesario, ni siquiera hay
que dudar en dar la vida por Jesucristo y a modo de ejemplo citaba palabras del
Papa Pablo VI en su exhortación apostólica Evangelii nuntiandi: "El hombre contemporáneo escucha más
a gusto a los testigos que a los maestros (...), o si escucha a los maestros es
porque son testigos"
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