Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

miércoles, 23 de mayo de 2018

El Magnificat cántico mariano – Benedicto XVI




El primer movimiento del cántico mariano (cf. Lc 1,46-50) es una especie de voz solista que se eleva hacia el cielo para llegar hasta el Señor. Escuchamos precisamente la voz de la Virgen que habla así de su Salvador, que ha hecho obras grandes en su alma y en su cuerpo. En efecto, conviene notar que el cántico está compuesto en primera persona: “Mi alma…Mi espíritu…Mi Salvador…Me felicitarán…. Ha hecho obras grandes por mi…”. Así pues, el alma de la oración es la celebración de la gracia divina, que ha irrumpido en el corazón y en la existencia de Maria, convirtiéndola en la Madre del Señor.

 

La estructura íntima de su canto orante es, por consiguiente, la alabanza, la acción de gracias, la alegría, fruto de la gratitud. Pero este testimonio personal no es solitario e intimista, puramente individualista, porque la Virgen Madre es consciente de que tiene una misión que desempeñar en favor de la humanidad y de que su historia personal se inserta en la historia de la salvación. Así puede decir:  "Su misericordia llega a sus fieles de generación en generación" (v. 50). Con esta alabanza al Señor, la Virgen se hace portavoz de todas las criaturas redimidas, que, en su "fiat" y así en la figura de Jesús nacido de la Virgen, encuentran la misericordia de Dios. 

En este punto se desarrolla el segundo movimiento poético y espiritual del Magníficat (cf. vv. 51-55). Tiene una índole más coral, como si a la voz de María se uniera la de la comunidad de los fieles que celebran las sorprendentes elecciones de Dios. En el original griego, el evangelio de san Lucas tiene siete verbos en aoristo, que indican otras tantas acciones que el Señor realiza de modo permanente en la historia:  "Hace proezas...; dispersa a los soberbios...; derriba del trono a los poderosos...; enaltece a los humildes...; a los hambrientos los colma de bienes...; a los ricos los despide vacíos...; auxilia a Israel". 

En estas siete acciones divinas es evidente el "estilo" en el que el Señor de la historia inspira su comportamiento:  se pone de parte de los últimos. Su proyecto a menudo está oculto bajo el terreno opaco de las vicisitudes humanas, en las que triunfan "los soberbios, los poderosos y los ricos". Con todo, está previsto que su fuerza secreta se revele al final, para mostrar quiénes son los verdaderos predilectos de Dios:  "Los que le temen", fieles a su palabra, "los humildes, los que tienen hambre, Israel su siervo", es decir, la comunidad del pueblo de Dios que, como María, está formada por los que son "pobres", puros y sencillos de corazón. Se trata del "pequeño rebaño", invitado a no temer, porque al Padre le ha complacido darle su reino (cf. Lc 12, 32). Así, este cántico nos invita a unirnos a este pequeño rebaño, a ser realmente miembros del pueblo de Dios con pureza y sencillez de corazón, con amor a Dios.

 

(Benedicto XVI Audiencia general, 15 de febrero de2006)




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