Como dice el concilio Vaticano II,
María "es también saludada como miembro muy eminente y del todo singular
de la Iglesia y como su prototipo y modelo destacadísimo en la fe y en el
amor" (Lumen gentium, 53). La Madre del Redentor también ha sido redimida
por él, de modo único en su inmaculada concepción, y nos ha precedido en la
escucha creyente y amorosa de la palabra de Dios que nos hace felices (cf.
ib., 58). También por eso María "está íntimamente unida a la
Iglesia.
La Madre de Dios es figura (typus) de la Iglesia, como ya enseñaba san Ambrosio: en el orden de la fe, del amor y de la unión perfecta con Cristo. Ciertamente, en el misterio de la Iglesia, que también es llamada con razón madre y virgen, la santísima Virgen María fue por delante mostrando en forma eminente y singular el modelo de virgen y madre" (ib., 63). El mismo Concilio contempla a María como Madre de los miembros de Cristo (cf. ib., 53, 62), y así Pablo VI la proclamó Madre de la Iglesia. La doctrina del Cuerpo místico, que expresa del modo más fuerte la unión de Cristo con la Iglesia, es también el fundamento bíblico de esta afirmación. "La cabeza y los miembros nacen de una misma madre" (Tratado de la verdadera devoción, 32, o.c., p. 30), nos recuerda san Luis María. En este sentido, decimos que, por obra del Espíritu Santo, los miembros están unidos y son configurados con Cristo Cabeza, Hijo del Padre y de María, de modo que "todo hijo verdadero de la Iglesia debe tener a Dios por Padre y a María por Madre" (El Secreto de María, 11).
La Madre de Dios es figura (typus) de la Iglesia, como ya enseñaba san Ambrosio: en el orden de la fe, del amor y de la unión perfecta con Cristo. Ciertamente, en el misterio de la Iglesia, que también es llamada con razón madre y virgen, la santísima Virgen María fue por delante mostrando en forma eminente y singular el modelo de virgen y madre" (ib., 63). El mismo Concilio contempla a María como Madre de los miembros de Cristo (cf. ib., 53, 62), y así Pablo VI la proclamó Madre de la Iglesia. La doctrina del Cuerpo místico, que expresa del modo más fuerte la unión de Cristo con la Iglesia, es también el fundamento bíblico de esta afirmación. "La cabeza y los miembros nacen de una misma madre" (Tratado de la verdadera devoción, 32, o.c., p. 30), nos recuerda san Luis María. En este sentido, decimos que, por obra del Espíritu Santo, los miembros están unidos y son configurados con Cristo Cabeza, Hijo del Padre y de María, de modo que "todo hijo verdadero de la Iglesia debe tener a Dios por Padre y a María por Madre" (El Secreto de María, 11).
En Cristo, Hijo unigénito, somos
realmente hijos del Padre y, al mismo tiempo, hijos de María y de la Iglesia.
En el nacimiento virginal de Jesús, renace de algún modo toda la humanidad. A
la Madre del Señor "se le pueden aplicar, con más verdad que a san Pablo
estas palabras: "¡Hijos míos!, por quienes sufro de nuevo dolores de
parto, hasta ver a Cristo formado en vosotros" (Ga 4, 19).
Yo doy a luz todos los días hijos de Dios, para que Jesucristo, mi Hijo, se
forme en ellos en la plenitud de su edad" (Tratado de la verdadera
devoción, 33, o.c., p. 31). Esta doctrina tiene su expresión más bella en la
oración: "Oh Espíritu Santo, concédeme una gran devoción y una gran
inclinación hacia María, un sólido apoyo en su seno materno y un asiduo recurso
a su misericordia, para que en ella tú formes a Jesús dentro de mí" (El
Secreto de María, 67).
Una de las expresiones más altas de
la espiritualidad de san Luis María Grignion de Montfort se refiere a la
identificación del fiel con María en su amor a Jesús, en su servicio a Jesús.
Meditando en el conocido texto de
san Ambrosio: "Que el alma de María esté en cada uno para glorificar al
Señor; que el espíritu de María esté en cada uno para exultar en Dios"
(Expos. in Luc., 12, 26: PL 15, 1561), escribe: "¡Qué dichosa es un alma,
cuando... está del todo poseída y gobernada por el espíritu de María, que
es un espíritu suave y fuerte, celoso y prudente, humilde e intrépido, puro y
fecundo!" (Tratado de la verdadera devoción, 258, o.c., p. 162). La identificación
mística con María está totalmente orientada a Jesús, como se expresa en la
oración: "Por último, mi queridísima y amadísima Madre, haz que, si es
posible, no tenga yo otro espíritu que el tuyo para conocer a Jesucristo y sus
divinos designios; que no tenga otra alma que la tuya para alabar y glorificar
al Señor; que no tenga otro corazón que el tuyo para amar a Dios con caridad
pura y ardiente como tú" (El Secreto de María, 68).
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