El 2
de agosto terminaba su viaje a Estados Unidos y ya el 16 vuelven a armar
valijas para regresar, por octava vez, a su querida Polonia. Un viaje increíble teniendo en cuenta el
estado de salud del pontífice. Pero, en realidad, todo el verano del 2002 tuvo algo de
milagroso. Mientras en todo el mundo abundaban los comentarios sobre los candidatos
sucesores de Wojtyla y un posible
conclave el interesado directo, lo desmentía del modo más clamoroso. Es verdad
que en Toronto no arriesgo asegurar su presencia para la próxima Jornada
Mundial de la Juventud, prevista para 2005. (mi nota:
en el Ángelus dijo tan solo “Deseo,
además, anunciar oficialmente que la próxima Jornada mundial de la juventud se
celebrará en el año 2005 en Colonia, Alemania. En la imponente catedral de
Colonia se venera la memoria de los Magos, los sabios que llegaron de Oriente
siguiendo la estrella que los condujo a Cristo. Como peregrinos, vuestro camino
hacia Colonia comienza hoy. Cristo os espera allí para la celebración de la XX
Jornada mundial de la juventud”. )
La nueva visita a Polonia
duraría apenas cuatro días, pero para
los polacos y el papa mismo, un gran regalo. Alli en la colina del Wawel, en
Cracovia, hable con dos jóvenes, de dieciocho años, Sylvia y Wanda, que venían
de Wroclaw y estaban de vacaciones. «Nos quedamos sin dinero, dicen sonriendo,
pero aquí nos quedaremos. Definitivamente queremos ver y escuchar al papa.».
Las estadísticas sostienen
que Polonia es cada vez más laica y desilusionada, si bien el afecto de
Cracovia en cuanto a Wojtyla permanece inmutable. Las vidrieras de todos los
negocios y las ventas de las casas, tanto en el centro como en la periferia,
están decoradas con retratos del papa, palabras de bienvenida y banderas del
Vaticano.
Los periodistas hablan
del «ultimo saludo» a Polonia, un viaje sentimental. En efecto sus connacionales se muestran más
afectuosos que nunca en cuanto a su amado Karol, pero el, como es habitual no
hace caso y dice todo aquello que considera importante decir. Enseguida, apenas
llegado al aeropuerto de Cracovia, explica que esta «nueva peregrinación» tiene como objetivo el de poder «observar
como administran los polacos la
reconquistada libertad» Y después se
dedica a los más pobres. Si bien es verdad que Polonia se está «encaminando
valientemente hacia nuevos horizontes de desarrollo en la paz y en la
prosperidad», también es cierto que «muchas familias polacas, sobre todo las más
numerosas, y tantos desocupados y personas ancianas soportan el peso de los
cambios sociales y económicos, a todos ellos quiero decirles que comparto su
carga y su suerte. »
Próximo al viejo convento
de ladrillos rojos, que Karol frecuentaba
cuando pasaba camino a la fabrica y como estudiante en el seminario
clandestino, ha surgido el nuevo complejo del Santuario de la Divina Misericordia.
Un campanile alto de cemento apunta hacia el cielo de Cracovia.
Los edificios,
construidos a partir de 1997 custodian la herencia espiritual de Sor Faustina
Kowalska, proclamada santa por el papa el 30 de abril de 2000, humilde
religiosa, cocinera, jardinera y portera, muerta allí a los 33 años en 1938 de
tuberculosis. Por sus visiones y estigmas, había sido considerada histérica. En
el diario donde cuenta su vida interior escribe que es su propósito donarse por
entero a la salvación de las almas, formulando una profecía: de este santuario
se lanzara una chispa que preparará al mundo a la última venida de Jesus.
Muchos en Polonia piensan que esta «chispa» está íntimamente ligada al
pontificado de Juan Pablo II, y el 17 de agosto, de este lugar tan querido por
el, el papa cumple un acto de consagración
de su patria y del mundo entero a la misericordia de Dios: «Se necesita la
misericordia para hacer que toda injusticia en el mundo termine en el
resplandor de la verdad. Por eso hoy, en este santuario, quiero consagrar
solemnemente el mundo a la Misericordia divina. Lo hago con el deseo
ardiente de que el mensaje del amor misericordioso de Dios, proclamado aquí a
través de santa Faustina, llegue a todos los habitantes de la
tierra y llene su corazón de esperanza. Que este mensaje se difunda
desde este lugar a toda nuestra amada patria y al mundo. Ojalá se cumpla la
firme promesa del Señor Jesús: de aquí debe salir "la chispa que
preparará al mundo para su última venida" (cf. Diario, 1732,
ed. it., p. 568).»
El tono místico hace
comprender de que manera el Papa está viviendo este última peregrinación a su
patria. Antes de regresar a Roma quiere
estar seguro que deja a Polonia en buenas manos.
Al día siguiente, en el hotel
de Cracovia donde me hospedo, me despierta antes del alba un rumor extraño. Me
recuerda el sonido de la lluvia que se avecina. Y sin embargo es el rumor de
miles y miles pasando a pie. Son los polacos que lentamente se van dirigiendo
al Parque Blonia, donde dentro de algunas horas el papa celebrará Misa. Me
impresiona la compostura de estos fieles. Es como si fueran en peregrinación.
Según las autoridades son unos tres millones.
A sus connacionales Juan
Pablo II les dirige un discurso importante, porque traza un balance de un siglo
entero de acontecimientos históricos, religiosos y morales y al mismo tiempo da
claras indicaciones acerca del compromiso a asumir frente a los nuevos
desafíos. El siglo veinte, explica el papa «a pesar de los indiscutibles
éxitos en muchos campos, ha quedado marcado, de modo particular, por el misterio
de iniquidad. Con esta herencia de bien, pero también de mal, hemos entrado
en el nuevo milenio. Ante la humanidad se abren nuevas perspectivas de
desarrollo y, al mismo tiempo, peligros hasta ahora inéditos. A menudo el
hombre vive como si Dios no existiera, e incluso se pone en el lugar de Dios.
Se arroga el derecho del Creador de interferir en el misterio de la vida
humana. Quiere decidir, mediante manipulaciones genéticas, la vida del hombre y
determinar el límite de la muerte. Rechazando las leyes divinas y los principios
morales, atenta abiertamente contra la familia. De varios modos intenta
silenciar la voz de Dios en el corazón de los hombres; quiere hacer de Dios el
"gran ausente" en la cultura y en la conciencia de los pueblos». Frente a este "misterio de iniquidad"
que «sigue caracterizando la realidad del mundo.» es preciso hacer que
el mensaje del amor misericordioso resuene con nuevo vigor. El mundo
necesita este amor.»
En el santuario de Kalwaria Zebrzydowska, el ultimo día de la
visita, el 19 de agosto de 2002, Juan Pablo II pide a la Virgen volver su
mirada «a este pueblo que durante siglos ha permanecido fiel a ti y a tu hijo»
y agrega: « obtén también para mí las fuerzas
del cuerpo y del espíritu, para que pueda cumplir hasta el fin la misión que me
ha encomendado el Resucitado. »
A este
lugar, cercano a su natal Wadowice, Karol venía de niño con su padre. Miro el rostro de estos polacos y veo la
Polonia profunda, en gran parte campesina. He allí la fe simple que resiste el
asalto de la modernidad. Hay en todos una timidez antigua, nadie porta
videocámaras ni teléfonos. La participación es intensa y sincera. Vista de
aquí, pareciera que Polonia no le ha dado la espalda a su papa, quien una vez más
se pone en el lugar de los connacionales más
necesitados y reza así a la madre de Jesus: «Abre el corazón de los ricos a las
necesidades de los pobres y de los que sufren. Haz que los desempleados
encuentren trabajo. Ayuda a los que se han quedado en la calle a encontrar una vivienda.
Dona a las familias el amor que permite superar todas las dificultades. Indica
a los jóvenes el camino y las perspectivas para el futuro. Envuelve a los niños
con el manto de tu protección, para que no sufran escándalo.»
Sin
dudas esta última visita a su tierra natal ha sido una larga, apasionada e
ininterrumpida plegaria.
Aldo
Maria Valli: IL MIO KAROL (Paoline Editoriale Libri, Figlie di San Paolo, Milano, 2008)
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