Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

sábado, 15 de junio de 2019

Corazón de Jesús, de cuya plenitud todos hemos recibido

En noviembre de 1989, el Papa Juan Pablo II completó una serie de mensajes que había empezado en 1985,  dedicada a un mismo tema: Las Letanías del Corazón de Jesús. La serie completa consta de 33 meditaciones sobre las invocaciones de las Letanías. Dio doce, de junio a septiembre de 1985 y diez, de junio a agosto de 1986. La serie fue interrumpida entonces por los temas dedicados al Año Mariano, 1987-88. Reanudó después las reflexiones sobre las letanías con 9 homilías dadas de julio a septiembre de 1989 y las dos últimas durante el mes de noviembre de 1989.
La siguiente es  del 13 de julio de 1986

(Basílica del Sagrado Corazon en Paris, donde desde 1885 se expone el Santisimo Sacramento en adoración perpetua)

Congregados para rezar el Ángelus, nos unimos a María en el momento de la Anunciación, cuando el Verbo se hizo carne y vino a habitar bajo su Corazón: el Corazón de la Madre.
Nos unimos, pues, al Corazón de la Madre, que desde el momento de la concepción conoce mejor el corazón humano de su divino Hijo: "De su plenitud recibimos todos gracia sobre gracia", así escribe el Evangelista Juan (Jn 1, 16).

¿Qué es lo que determina la plenitud del corazón? ¿Cuándo podemos decir que el corazón está pleno? ¿De qué está lleno el Corazón de Jesús?
Está lleno de amor.

El amor decide sobre esta plenitud del corazón del Hijo de Dios, a la que nos dirigimos hoy en la oración.

Es un Corazón lleno de amor del Padre: lleno al modo divino y al mismo tiempo humano. En efecto, el Corazón de Jesús es verdaderamente el corazón humano de Dios-Hijo. Está, pues, lleno de amor filial: todo lo que Él ha hecho y dicho en la tierra da testimonio precisamente de ese amor filial.

Al mismo tiempo el amor filial del Corazón de Jesús ha revelado ―y revela continuamente al mundo― el amor del Padre. El Padre, en efecto, "tanto amó al mundo, que le dio su unigénito Hijo" (Jn 3, 16) para la salvación del mundo; para la salvación del hombre, para que él "no perezca, sino que tenga la vida eterna" (ib.).

El Corazón de Jesús está por tanto lleno de amor al hombre. Está lleno de amor a la creatura. 
Lleno de amor al mundo.

¡Está totalmente lleno!
Esa plenitud no se agota nunca.
Cuando la humanidad gasta los recursos materiales de la tierra, del agua, del aire, estos recursos disminuyen, y poco a poco se acaban.

Se habla mucho de este tema relativo a la explotación acelerada de dichos recursos que se lleva a cabo en nuestros días. De aquí derivan advertencias tales como: "No explotar sobre medida".
Muy distinto sucede con el amor. Todo lo contrario sucede con la plenitud del Corazón de Jesús.
No se agota nunca, ni se agotará jamás.

De esta plenitud todos recibimos gracia sobre gracia. Sólo es necesario que se dilate la medida de nuestro corazón, nuestra disponibilidad para sacar de esa sobreabundancia de amor.

Precisamente para esto nos unimos al Corazón de María.

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