Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

viernes, 14 de junio de 2019

"Corazón de Jesús, en el que están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia".



(vitral Iglesia Santa Efigenia, San Pablo, Brasil)

En noviembre de 1989, el Papa Juan Pablo II completó una serie de mensajes que había empezado en 1985,  dedicada a un mismo tema: Las Letanías del Corazón de Jesús. La serie completa consta de 33 meditaciones sobre las invocaciones de las Letanías. Dio doce, de junio a septiembre de 1985 y diez, de junio a agosto de 1986. La serie fue interrumpida entonces por los temas dedicados al Año Mariano, 1987-88. Reanudó después las reflexiones sobre las letanías con 9 homilías dadas de julio a septiembre de 1989 y las dos últimas durante el mes de noviembre de 1989.
La siguiente es  del 1 deseptiembre de 1985

Esta invocación de las letanías del Sagrado Corazón, tomada de la Carta a los Colosenses (2, 3), nos hace comprender la necesidad de ir al Corazón de Cristo para entrar en la plenitud de Dios.
La ciencia, de la que se habla, no es la ciencia que hincha (cf. 1 Cor 8, 2), fundada en el poder humano. Es sabiduría divina, un misterio escondido durante siglos en la mente de Dios, Creador del universo (Ef 3, 9). Es una ciencia nueva, escondida a los sabios y a los entendidos del mundo, pero revelada a los pequeños (Mt 11, 25), ricos en humildad, sencillez, pureza de corazón.
Esta ciencia y esta sabiduría consisten en conocer el misterio de Dios invisible, que llama a los hombres a ser partícipes de su divina naturaleza y los admite a la comunión con Él.
Nosotros sabemos estas cosas porque Dios mismo se ha dignado revelárnoslas por medio del Hijo, que es sabiduría de Dios (1Cor 1, 24).
Todas las cosas que hay en la tierra y en los cielos, han sido creadas por medio de Él y para Él (Col 1, 16). La sabiduría de Cristo es más grande que la de Salomón (Lc 11, 31). Sus riquezas son inescrutables (Ef 3, 8). Su amor sobrepasa todo conocimiento. Pero con la fe somos capaces de comprender, juntamente con todos los santos, su anchura, su largura, altitud y profundidad (Ef 3, 18).
Al conocer a Jesús, conocemos también a Dios. El que le ve a Él, ve al Padre (Jn 14, 9). Con Él apareció el amor de Dios en nuestros corazones (Rom. 5, 5).
La ciencia humana es como el agua de nuestras fuentes: quien la bebe, vuelve a tener sed. La sabiduría y la ciencia de Jesús, en cambio, abren los ojos de la mente, mueven el corazón en la profundidad del ser y engendran al hombre en el amor trascendente; liberan de las tinieblas del error, de las manchas del pecado, del peligro de la muerte, y conducen a la plenitud de la comunión de esos bienes divinos, que trascienden la comprensión de la mente humana (Dei Verbum, 6).
Con la sabiduría y la ciencia de Jesús, nos arraigamos y fundamentamos en la caridad (Ef 3, 17). Se crea el hombre nuevo, interior, que pone a Dios en el centro de su vida y a sí mismo al servicio de los hermanos.
Es el grado de perfección que alcanza María, Madre de Jesús y Madre nuestra; ejemplo único de criatura nueva, enriquecida con la plenitud de gracia y dispuesta a cumplir la voluntad de Dios: "He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra". Y por esto, nosotros la invocamos como "Trono de la Sabiduría".

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