Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

martes, 23 de julio de 2019

El pecado contra el Espíritu Santo (2 de 2)


47. La acción del Espíritu de la verdad, que tiende al salvífico « convencer en lo referente al pecado », encuentra en el hombre que se halla en esta condición una resistencia interior, como una impermeabilidad de la conciencia, un estado de ánimo que podría decirse consolidado en razón de una libre elección: es lo que la Sagrada Escritura suele llamar « dureza de corazón ».184 En nuestro tiempo a esta actitud de mente y corazón corresponde quizás la pérdida del sentido del pecado, a la que dedica muchas páginas la Exhortación Apostólica Reconciliatio et paenitentia.185 Anteriormente el Papa Pío XII había afirmado que « el pecado de nuestro siglo es la pérdida del sentido del pecado » 186 y esta pérdida está acompañada por la « pérdida del sentido de Dios ». En la citada Exhortación leemos: « En realidad, Dios es la raíz y el fin supremo del hombre y éste lleva en sí un germen divino. Por ello, es la realidad de Dios la que descubre e ilumina el misterio del hombre. Es vano, por lo tanto, esperar que tenga consistencia un sentido del pecado respecto al hombre y a los valores humanos, si falta el sentido de la ofensa cometida contra Dios, o sea, el verdadero sentido del pecado
 ».187 La Iglesia, por consiguiente, no cesa de implorar a Dios la gracia de que no disminuya la rectitud en las conciencias humanas, que no se atenúe su sana sensibilidad ante el bien y el mal. Esta rectitud y sensibilidad están profundamente unidas a la acción íntima del Espíritu de la verdad. Con esta luz adquieren un significado particular las exhortaciones del Apóstol: « No extingáis el Espíritu », « no entristezcáis al Espíritu Santo ».188 Pero la Iglesia, sobre todo, no cesa de suplicar con gran fervor que no aumente en el mundo aquel pecado llamado por el Evangelio blasfemia contra el Espíritu Santo; antes bien que retroceda en las almas de los hombres y también en los mismos ambientes y en las distintas formas de la sociedad, dando lugar a la apertura de las conciencias, necesaria para la acción salvífica del Espíritu Santo. La Iglesia ruega que el peligroso pecado contra el Espíritu deje lugar a una santa disponibilidad a aceptar su misión de Paráclito, cuando viene para « convencer al mundo en lo referente al pecado, en lo referente a la justicia y en lo referente al juicio ».

48. Jesús en su discurso de despedida ha unido estos tres ámbitos del « convencer » como componentes de la misión del Paráclito: el pecado, la justicia y el juicio. Ellos señalan la dimensión de aquel misterio de la piedad, que en la historia del hombre se opone al pecado, es decir al misterio de la impiedad.189 Por un lado, como se expresa San Agustín, existe el « amor de uno mismo hasta el desprecio de Dios »; por el otro, existe el « amor de Dios hasta el desprecio de uno mismo ».190 La Iglesia eleva sin cesar su oración y ejerce su ministerio para que la historia de las conciencias y la historia de las sociedades en la gran familia humana no se abajen al polo del pecado con el rechazo de los mandamientos de Dios « hasta el desprecio de Dios », sino que, por el contrario, se eleven hacia el amor en el que se manifiesta el Espíritu que da la vida.

Los que se dejan « convencer en lo referente al pecado » por el Espíritu Santo, se dejan convencer también en lo referente a « la justicia y al juicio ». El Espíritu de la verdad que ayuda a los hombres, a las conciencias humanas, a conocer la verdad del pecado, a la vez hace que conozcan la verdad de aquella justicia que entró en la historia del hombre con Jesucristo. De este modo, los que « convencidos en lo referente al pecado » se convierten bajo la acción del Paráclito, son conducidos, en cierto modo, fuera del ámbito del « juicio »: de aquel « juicio » mediante el cual « el Príncipe de este mundo está juzgado ».191 La conversión, en la profundidad de su misterio divino-humano, significa la ruptura de todo vínculo mediante el cual el pecado ata al hombre en el conjunto del misterio de la impiedad. Los que se convierten, pues, son conducidos por el Espíritu Santo fuera del ámbito del « juicio » e introducidos en aquella justicia, que está en Cristo Jesús, porque la « recibe » del Padre,192 como un reflejo de la santidad trinitaria. Esta es la justicia del Evangelio y de la Redención, la justicia del Sermón de la montaña y de la Cruz, que realiza la purificación de la conciencia por medio de la Sangre del Cordero. Es la justicia que el Padre da al Hijo y a todos aquellos, que se han unido a él en la verdad y en el amor.

En esta justicia el Espíritu Santo, Espíritu del Padre y del Hijo, que « convence al mundo en lo referente al pecado » se manifiesta y se hace presente al hombre como Espíritu de vida eterna.

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