El concilio Vaticano II, después de haber proclamado a María «miembro muy eminente», «prototipo» y «modelo» de la Iglesia, afirma: «La Iglesia católica, instruida por el Espíritu Santo, la honra como a madre amantísima con sentimientos de piedad filial» (Lumen gentium, 53).
A decir verdad, el texto conciliar no atribuye
explícitamente a la Virgen el título de «Madre de la Iglesia», pero enuncia de
modo irrefutable su contenido, retomando una declaración que hizo, hace más de
dos siglos, en el año 1748, el Papa Benedicto XIV (Bullarium romanum, serie
2, t. 2, n. 61, p. 428).
En dicho documento, mi venerado predecesor, describiendo
los sentimientos filiales de la Iglesia que reconoce en María a su madre
amantísima, la proclama, de modo indirecto, Madre de la Iglesia.
2. El uso de dicho apelativo en el pasado ha sido más
bien raro, pero recientemente se ha hecho más común en las enseñanzas del
Magisterio de la Iglesia y en la piedad del pueblo cristiano. Los fieles han
invocado a María ante todo con los títulos de «Madre de Dios», «Madre de los
fieles» o «Madre nuestra», para subrayar su relación personal con cada uno de
sus hijos.
Posteriormente, gracias a la mayor atención dedicada al
misterio de la Iglesia y a las relaciones de María con ella, se ha comenzado a
invocar más frecuentemente a la Virgen como «Madre de la Iglesia».
La expresión está presente, antes del concilio Vaticano II,
en el magisterio del Papa León XIII, donde se afirma que María ha sido «con
toda verdad madre de la Iglesia» (Acta Leonis XIII, 15, 302). Sucesivamente,
el apelativo ha sido utilizado varias veces en las enseñanzas de Juan XXIII y
de Pablo VI.
(…)
El Papa Pablo VI habría deseado que el mismo
concilio Vaticano II proclamase a «María, Madre de la Iglesia, es decir, Madre
de todo el pueblo de Dios, tanto de los fieles como de los pastores ». Lo hizo
él mismo en el discurso de clausura de la tercera sesión conciliar (21
de noviembre de 1964), pidiendo, además, que «de ahora en adelante, la Virgen
sea honrada e invocada por todo el pueblo cristiano con este gratísimo título»
(AAS 56 [1964], 37).
De este modo, mi venerado predecesor enunciaba
explícitamente la doctrina ya contenida en el capítulo VIII de la Lumen gentium, deseando que el título de
María, Madre de la Iglesia, adquiriese un puesto cada vez más importante en la
liturgia y en la piedad del pueblo cristiano.
(Juan Pablo II de la AudienciaGeneral
17 de septiembre de 1997)
Aprovecho la oportunidad de esta festividad mariana para
recordar mi post
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