Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

viernes, 10 de octubre de 2025

Juan XXIII, Juan Pablo II y el Concilio Vaticano II - Dr. D. Santiago Madrigal Terrazas (1 de 2)

 




Roncalli y Wojtyla: dos figuras unidas simbólicamente por el Concilio La ceremonia decanonización de los papas Juan XXIII y Juan Pablo II reunió el domingo 27 deabril de 2014  en Roma a unas 800.000 personas, repartidas entre la Plaza de San Pedro en el Vaticano y diversos puntos de observación de los actos en toda la capital italiana.



Nuestra contemplación del triángulo Roncalli, Wojtyla y Vaticano II adopta la perspectiva expresada en la valoración histórica hecha por el Papa Francisco en su homilía de canonización: Juan XXIII y Juan Pablo II son «dos figuras unidas simbólicamente por el Concilio». En otras palabras: este acontecimiento marcó, aunque en posiciones diferentes, las vidas de estos dos hombres.

Efectivamente, son dos personajes muy distintos y su relación con el Concilio Vaticano II —objeto específico de esta disertación— fue también diferente. Pero vayan por delante unos trazos biográficos rápidos. Juan Pablo II, que había nacido en la ciudad polaca de Wadowice, casi sin familia, descubre su vocación sacerdotal mientras alterna el estudio en la universidad, el aula de teatro y el trabajo en una fábrica de sodio. Tras los estudios de teología y su especialización en la mística de S. Juan de la Cruz se familiariza con la filosofía de Max Scheler, para ocupar la cátedra de ética en la universidad de Lublin hasta el comienzo de su tarea episcopal.

Juan XXIII, que procedía del medio rural y labriego del norte de Italia, de una familia numerosa de trece hermanos, fue de forma pasajera profesor de historia de la Iglesia y se movió en el mundo del trabajo diplomático de la curia romana en países del Este (Bulgaria, Turquía, Grecia). Su misión como nuncio en París en las difíciles circunstancias posteriores a la Segunda Guerra Mundial le acreditó como un sagaz y sereno negociador. Ante sus diocesanos de Venecia pronunció aquellas palabras: «Procedo de la humildad. He sido educado en una estrecha y bendita pobreza, poco exigente, pero que garantiza el pleno desarrollo de las virtudes más notables y elevadas, y prepara para las grandes subidas de la vida. La Providencia me sacó de mi pueblo natal y me hizo recorrer los caminos del mundo por Oriente y Occidente. Ella misma me ha hecho entablar relaciones con hombres diferentes por la religión y las ideologías. Ella me ha hecho afrontar problemas sociales agudos y amenazadores, frente a los cuales he conservado la calma y el equilibrio del juicio y de la imaginación, para apreciar bien las cosas, preocupado siempre, en el respeto de los principios del Credo católico y de la moral, no por lo que separa y provoca conflictos, sino por lo que une». Fiel a su lema episcopal, «obediencia y paz», nació su gran obra: la convocatoria del Concilio Vaticano II.

En aquel momento Karol Wojtyla, a sus 42 años, era uno de los obispos más jóvenes en aquella asamblea ecuménica que vivió con entusiasmo desde el principio hasta el final. En sus discursos conciliares predicó resistencia, desenmascarando el silencio de Occidente ante los horrores vividos en los países del llamado telón de acero. Partimos, pues, de la constatación histórica de la diversa relación de estos hombres con el Vaticano II: la idea de un concilio ecuménico ha nacido en el alma de Juan XXIII; resulta, por otro lado, que el papa Francisco le ha canonizado con la dispensa del milagro requerido, como considerando que el Vaticano II ha sido el verdadero milagro de este pontífice.   Juan Pablo II, que participó como obispo en los cuatro otoños conciliares transcurridos entre 1962-1965 quiso poner su pontificado bajo el signo del Vaticano II; sus casi 27 años al frente de la Iglesia católica estuvieron marcados por la voluntad de aplicar las directrices del Concilio a la vida de la Iglesia. Así lo refleja aquel famoso pasaje de su testamento espiritual en el que resalta la importancia del Vaticano II: «Al estar en el umbral del tercer milenio “in medio Ecclesiae”, deseo expresar una vez más gratitud al Espíritu Santo por el gran don del Concilio Vaticano II, con respecto al cual, junto con la Iglesia entera, y en especial con todo el episcopado, me siento en deuda. Estoy convencido de que durante mucho tiempo aún las nuevas generaciones podrán recurrir a las riquezas que este Concilio del siglo XX nos ha regalado. Como obispo que participó en el acontecimiento conciliar desde el primer día hasta el último, deseo confiar este gran patrimonio a todos los que están y estarán llamados a aplicarlo. Por mi parte, doy las gracias al eterno Pastor, que me ha permitido estar al servicio de esta grandísima causa a lo largo de todos los años de mi pontificado»

En suma: la santidad personal de estos dos papas ha quedado vinculada con su visión de la Iglesia y de su futuro, esa que representa programáticamente el Vaticano II. Los papas son figuras públicas, protagonistas de la historia común, que atraen el interés y la atención de los medios de comunicación y de la investigación histórica. Con la canonización, estos dos hombres, Roncalli y Wojtyla, quedan sustraídos a las dimensiones de la historia para ser proyectados a las de la santidad. En uno y en otro caso… estos dos protagonistas de la historia reciente fueron objeto de una poderosa corriente de devoción que demandó un rápido proceso de canonización. Cierto es, por lo demás, que la proclamación de la santidad no significa automáticamente una glorificación de todo el comportamiento de una persona y de todas sus opciones y decisiones, pero significa reconocer que su testimonio y su pontificado representan algo muy valioso para la Iglesia del siglo XXI, en especial, como ya se ha dicho, a la luz y bajo el prisma del último Concilio.

 Fuente:  Real Academia de Doctores de España

 

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