Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

domingo, 29 de junio de 2025

Quien fue San Pablo?

 


SAN PABLO, APOSTOL PATRON DE LA CIUDAD DE ROMA

 

Judío de Tarso, en la actual Turquía, Saulo, ciudadano romano, culto, instruido en la escuela judía de Jerusalén, tenía una buena formación greco-helenista, conocía el griego y el latín. Hijo de un tejedor de tendales, había aprendido también el arte manufacturero del padre. Como muchos judíos de esa época, tenía un segundo nombre greco-latino: Pablo, elegido por una simple asonancia con su propio nombre. Impetuoso, valeroso y audaz, tenía buena capacidad dialéctica. Su personalidad emerge de los Hechos de los Apóstoles y de las 13 Cartas. No conoce a Jesús y es entre los primeros en perseguir a los cristianos, considerados como una secta peligrosa por derrotar. En las Escrituras es mencionado por primera vez en la narración de la lapidación de Esteban – primer mártir cristiano – en Jerusalén. Orgulloso sostenedor de la tradición judía, Saulo “trataba de destruir la Iglesia: entraba en las casas, tomaba hombres y mujeres y los metía a la cárcel” (Hech 8,3). Los discípulos lo temen y para huir de la persecución algunos se dispersan en varias ciudades, entre las cuales Damasco.

Por el camino a Damasco

Saulo se hace autorizar por el sumo sacerdote a llevar a juicio a los fugitivos a Jerusalén. “Y mientras iba caminando, al acercarse a Damasco, una luz que venía del cielo lo envolvió de improviso con su resplandor. Y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?». El preguntó: «¿Quién eres tú Señor?». «Yo soy Jesús, a quien tú persigues, le respondió la voz. Ahora levántate, y entra en la ciudad: allí te dirán qué debes hacer»” (Hech 9, 3-6). Fue acompañado a Damasco, donde por tres días, afectado por lo sucedido, no tomó “ni alimentos ni bebidas”. Al tercer día se presentó a él un tal Ananías al cual Dios, durante una visión, había pedido buscarlo y de imponerle las manos para que recuperara la vista. “Él es el instrumento que he escogido, para que lleve mi nombre ante las naciones, a los reyes y a los hijos de Israel; y yo le mostrare cuanto debe sufrir por mi nombre”, le fue revelado a Ananías. Pablo se hace bautizar, conoce la pequeña comunidad cristiana del lugar, se presenta en la Sinagoga y testimonia cuanto le ha sucedido. Comienza de aquí su apostolado. Se entretiene con los discípulos que se encuentran en Damasco, inicia a predicar con entusiasmo y enseguida llega a Jerusalén. Aquí conoce a Pedro y a los otros apóstoles que, después de una diferencia inicial, lo acogen y le hablan ampliamente de Jesús. Pablo los escucha, aprende las enseñanzas dejadas por el Maestro y fortalece su fe. Prosigue la predicación, pero se confronta con la hostilidad de tantos judíos y la perplejidad de diversos cristianos. Deja Jerusalén y regresa a Tarso, donde retoma el oficio de tejedor de tendales y continúa a dedicarse a la evangelización. Algunos años después Pablo, junto a Bernabé, entre los primeros judíos convertidos, llega a Antioquia e instaura estrechas relaciones con la comunidad cristiana.

Los viajes apostólicos

Después de una breve estadía en Jerusalén, desde Antioquía Pablo prosigue su misión entre los judíos y sobre todo entre los paganos – llamados “gentiles” – para otras metas. Tres son sus grandes viajes apostólicos. Durante el primero llega a Chipre y a diversas ciudades de Galacia, funda varias comunidades, luego regresa nuevamente a Antioquia y luego a Jerusalén, para discutir con los apóstoles si los convertidos del paganismo debían respetar o no los preceptos de la tradición judía. En el segundo viaje Pablo se dirige al sur de Galacia, luego a Macedonia y a Grecia. Se detiene en Corinto por más de un año y luego visita otras ciudades, entre las cuales Éfeso y Jerusalén, y se dirige nuevamente a Antioquia. Desde aquí parte para su tercer viaje. Se queda tres años en Éfeso, luego llega a Macedonia, Corinto y otras localidades, visita la comunidad que lo había acogido precedentemente y finalmente regresa a Jerusalén. Por motivo de las tensiones desarrolladas entre las comunidades que había fundado y los judeocristianos acerca de la observancia de algunas normas de la ley judía, se confronta con Santiago.

Hacia el martirio

Acusado por los judíos de haber predicado contra ley y de haber introducido en el templo un pagano convertido es arrestado, pero, bajo proceso, Pablo, en calidad de ciudadano romano, se apela al emperador y es transferido a Roma. Luego llega a estar en la cárcel en Cesarea y diversas etapas en otras ciudades. En Roma, donde se encuentra también Pedro, entra en contacto con la comunidad cristiana. Liberado por la falta de pruebas, luego, prosigue con su misión. Es arrestado una vez más bajo Nerón; condenado a muerte por el tribunal romano, es decapitado en la Via Ostiense, mientras Pedro, es crucificado en la colina Vaticana. La tradición refiere que el martirio de Pedro y Pablo ha ocurrido el mismo día: el 29 de junio del año 67. En sus tumbas surgen la Basílica de San Pedro y la Basílica de San Pablo fuera de los Muros.

(Fuente: Vatican News)

Quien fue San Pedro?

 


S. PEDRO, APÓSTOL PATRÓN DE LA CIUDAD DE ROMA

Su nombre era Simón, aunque más tarde Jesús lo llamó Pedro. Nació en Betsaida, vivía en Cafarnaún y era pescador en el lago de Tiberíades. El Maestro lo invitó a seguirlo junto a su hermano Andrés, y con Santiago y Juan los hizo testigos de grandes hechos: la resurrección de la hija de Jairo, la transfiguración, la agonía en el huerto de los olivos.

En su camino al lado del Mesías, Pedro se muestra como un hombre sencillo, franco y a veces impulsivo. A menudo habla y actúa en nombre de los apóstoles, no duda en pedir explicaciones y aclaraciones a Jesús acerca de la predicación o las parábolas, lo interroga sobre diferentes temas. Y es el primero en responder cuando el Maestro se dirige a los Doce. “¿También ustedes quieren marcharse?”, les pregunta, tras hablar en la sinagoga de Cafarnaún suscitando desconcierto incluso entre sus discípulos, muchos de los cuales deciden dejarlo. “Señor —contesta Simón Pedro—, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído, y sabemos que Tú eres el Santo de Dios.”

La confesión de fe

En Cesarea de Filipo, Jesús pregunta a los suyos: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”. Simón Pedro responde: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”. (Mt 16,16).  Y Jesús afirma: “Yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y las puertas del reino de la muerte no prevalecerán contra ella. Te daré las llaves del reino de los cielos; todo lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo.” (Mt 16,18-19).

Este es el encargo que recibe Pedro: gobernar la Iglesia. Los Evangelios revelan que Jesús escoge a un pescador sin instrucción para gobernar su Iglesia. Se trata de un hombre que a veces no ve la voluntad de Dios, es instintivo: Pedro protesta cuando Jesús revela su cercana Pasión; quiere evitar el momento del lavatorio de los pies en la última cena, no acepta ese gesto tan humilde del Maestro; niega tres veces que conoce a Jesús tras su arresto.

No obstante, los apóstoles reconocen la misión que Jesús le confirió, de modo que es Pedro quien está al frente de ellos y toma diversas iniciativas. La mañana de la Pascua, al ser informado por María Magdalena de la desaparición del cuerpo del Maestro, corre a verificar lo sucedido junto a otro discípulo quien, a pesar de que llega primero, espera a Pedro y le cede el paso para que entre en el sepulcro antes que él.

La misión de Pedro

Después de la resurrección de Jesús, los apóstoles se reunen en el cenáculo, donde a veces se presenta el Maestro. Cada uno regresa a su propia vida cotidiana, y Pedro retoma su barca y sus redes. Y justo después de una noche en que estaba pescando, el Maestro se le aparece de nuevo, le pide que apaciente sus corderos y le predice con qué muerte glorificará a Dios (Jn 21, 3-19).

Después de la ascensión del Señor, Pedro es el punto de referencia de los apóstoles y de los primeros seguidores de Cristo. Comienza a hablar en público, a predicar y a hacer curaciones. El Sinedrio lo arresta y lo libera varias veces. Toma conciencia de la autoridad con la que habla y del entusiasmo de la gente a su alrededor. El número de los primeros cristianos aumenta poco a poco.

Pedro comienza a viajar de ciudad en ciudad anunciando la Buena Nueva. Regresa a menudo a Jerusalén, y es allí donde un día Pablo se presenta ante él y ante los otros apóstoles, dándoles testimonio de su conversión. A partir de entonces Pedro y Pablo viajan por caminos distintos, aunque se encuentran en Jerusalén. Pedro se confronta con Pablo muchas veces, acepta sus observaciones y consideraciones, y discuten sobre cómo orientar la Iglesia naciente. Por último los dos apóstoles llegan a Roma.

Obispo de  Roma

Pedro refuerza la comunidad cristiana de Roma, de la que es guía. Durante la persecución de Nerón, es hecho prisionero y luego crucificado cabeza abajo -como solicita él mismo porque no se siente digno de morir del mismo modo que el Señor-. Pablo, condenado a muerte por el Tribunal romano, será decapitado. Según la tradición, el martirio de ambos ocurre el mismo día, el 29  de junio del año 67. Pedro murió en el circo de Nerón y fue enterrado en la colina del Vaticano; Pablo, en la Via Ostiense. Sobre sus tumbas surgen las Basílicas de San Pedro y San Pablo extramuros.

Fuente: Vatican News

Solemnidad de San Pedro y San Pablo – Papa Leon XIV comunión eclesial y la vitalidad de la fe

 


La historia de estos dos apóstoles nos interpela de cerca también a nosotros, que somos la comunidad peregrina de los discípulos del Señor en nuestro tiempo. En particular, viendo sus testimonios, quisiera subrayar dos aspectos: la comunión eclesial y la vitalidad de la fe..

 

En primer lugar, la comunión eclesial. La liturgia de esta solemnidad, de hecho, nos hace ver cómo Pedro y Pablo fueron llamados a vivir un único destino, el del martirio, que los asoció definitivamente a Cristo. (…) Tanto Pedro como Pablo, por tanto, dan su vida por la causa del Evangelio.(…)

 

Sin embargo, esta comunión en la única confesión de la fe no es una conquista pacífica. Los dos apóstoles la alcanzan como una meta a la que llegan después de un largo camino, en el cual cada uno ha abrazado la fe y ha vivido el apostolado de manera diversa. Su fraternidad en el Espíritu no borra la diversidad de sus orígenes: Simón era un pescador de Galilea, Saulo en cambio un riguroso intelectual perteneciente al partido de los fariseos; el primero deja todo inmediatamente para seguir al Señor; el segundo persigue a los cristianos hasta que es transformado por Cristo Resucitado; Pedro predica sobre todo a los judíos; Pablo es impulsado a llevar la Buena Noticia a los gentiles. (…)  la historia de Pedro y Pablo nos enseña que la comunión a la que el Señor nos llama es una armonía de voces y rostros, no anula la libertad de cada uno. Nuestros patronos han recorrido caminos diferentes (…) . Sin embargo, eso no les impidió vivir la concordia apostolorum, es decir, una viva comunión en el Espíritu, una fecunda sintonía en la diversidad. Como afirma san Agustín: «En un solo día celebramos la pasión de ambos apóstoles. Pero ellos dos eran también una unidad; aunque padeciesen en distintas fechas, eran una unidad» (Sermón 295, 7). (…)  Todo esto nos interroga sobre el camino de la comunión eclesial. Esta nace del impulso del Espíritu, une las diversidades y crea puentes de unidad en la variedad de los carismas, de los dones y de los ministerios. Es importante aprender a vivir la comunión de ese modo, como unidad en la diversidad, para que la variedad de los dones, articulada en la confesión de la única fe, contribuya al anuncio del Evangelio.(…)

Los santos Pedro y Pablo nos interpelan también sobre la vitalidad de nuestra fe. En la experiencia del discipulado, de hecho, siempre existe el riesgo de caer en la rutina, en el ritualismo, en esquemas pastorales que se repiten sin renovarse y sin captar los desafíos del presente. En la historia de los dos apóstoles, en cambio, nos inspira su voluntad de abrirse a los cambios, de dejarnos interrogar por los acontecimientos, los encuentros y las situaciones concretas de las comunidades, de buscar caminos nuevos para la evangelización partiendo de los problemas y las preguntas planteados por los hermanos y hermanas en la fe.

Y en el centro del Evangelio que hemos escuchado está precisamente la pregunta que Jesús hace a sus discípulos, y que también nos dirige hoy a nosotros, para que podamos discernir si el camino de nuestra fe conserva dinamismo y vitalidad, si aún está encendida la llama de la relación con el Señor: «Y ustedes, […] ¿quién dicen que soy?» (Mt 16,15).

Cada día, en cada momento de la historia, siempre debemos prestar atención a esta pregunta.(…)

(de la Homilía del Papa León XIV en la santa Misa de laSolemnidad delos Santos Apóstoles san Pedro y San Pablo – 29 de junio 2025)

sábado, 28 de junio de 2025

Inmaculado Corazón de Maria

 




En su discurso a quienes habían participado del Simposio Internacional de la Alianza de los dos corazones d Jesús y Maria; en el ya lejano 1986 el Papa Juan Pablo II decía:


“En el corazón de Maria vemos simbolizado su amor maternal, su singular santidad y su rol central en la misión redentora de su Hijo. Es precisamente en relación a ese rol especial en la misión de su Hijo que la devoción al Corazón de Maria adquiere primordial importancia, porque mediante el amor a su Hijo y a toda la humanidad ella actúa de instrumento para llevarnos a El. El acto de confiarnos al Inmaculado Corazón de María que solemnemente proclame en Fátima el 13 de mayo de 1982, y nuevamente el 25 de Marzo de 1984, a la clausura del Año Santo Extraordinario de la Redención, radica en esta verdad del amor maternal de Maria y de su particular papel de intercesora. Si nos confiamos al Sagrado Corazón de Maria ella con seguridad nos ayudara a vencer la amenaza del mal, que tan fácilmente se arraiga en el corazón de los hombres de hoy y que en sus efectos inconmensurables ya grava sobre la vida presente y parece cerrar los caminos hacia el futuro!.”

Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios; no deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bien, líbranos de todo peligro,

¡oh siempre Virgen, gloriosa y bendita.

viernes, 27 de junio de 2025

Madre del Redentor acércanos al Corazon de tu Hijo

 



Nos hemos unido en la oración

contigo, Madre de Cristo:
contigo, que has participado
en sus sufrimientos ("conduluit")...
Tú nos conduces al Corazón de tu Hijo
agonizante en la cruz:
cuando en su despojamiento
se revela hasta el fondo como Amor.

Oh Tú, que has participado
en sus sufrimientos,
permítenos perseverar siempre
abrazando este misterio.

¡Madre del Redentor!

¡Acércanos al Corazón de tu Hijo!

 

(del Ängelus delPapa Juan Pablo II del 31 de agosto de 1986

 

Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesus

 


La solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús es una fiesta litúrgica que irradia una peculiar tonalidad espiritual sobre todo el mes de junio. Es importante que en los fieles siga viva la sensibilidad ante el mensaje que de ella brota: en el Corazón de Cristo el amor de Dios salió al encuentro de la humanidad entera.


Se trata de un mensaje que, en nuestros días, cobra una actualidad extraordinaria. En efecto, el hombre contemporáneo se encuentra a menudo trastornado, dividido, casi privado de un principio interior que genere unidad y armonía en su ser y en su obrar. Modelos de comportamiento bastante difundidos, por desgracia, exasperan su dimensión racional-tecnológica o, al contrario, su dimensión instintiva, mientras que el centro de la persona no es ni la pura razón, ni el puro instinto. El centro de la persona es lo que la Biblia llama «el corazón».


Hoy parece ya superada la incredulidad de corte iluminista, que dominó durante mucho tiempo. Las personas, experimentan una gran nostalgia de Dios, pero dan la impresión de haber perdido el camino del santuario interior en donde es preciso acoger su presencia: ese santuario es precisamente el corazón, donde la libertad y la inteligencia se encuentran con el amor del Padre que está en los cielos.


El Corazón de Cristo es la sede universal de la comunión con Dios Padre, es la sede del Espíritu Santo. Para conocer a Dios, es preciso conocer a Jesús y vivir en sintonía con su Corazón, amando, como él, a Dios y al prójimo.


La devoción al Sagrado Corazón, tal como se desarrolló en la Europa de hace dos siglos, bajo el impulso de las experiencias místicas de santa Margarita María Alacoque, fue la respuesta al rigorismo jansenista, que había acabado por desconocer la infinita misericordia de Dios. Hoy, a la humanidad reducida a una sola dimensión o, incluso, tentada de ceder a formas de nihilismo, si no teórico por lo menos práctico, la devoción al Corazón de Jesús le ofrece una propuesta de auténtica y armoniosa plenitud en la perspectiva de la esperanza que no defrauda.”

 (de la Audiencia General del Papa Juan Pablo II del 8 de junio de 1994) 


 

jueves, 26 de junio de 2025

El diálogo virtuoso entre filosofía y teología “Razón y Fe”

 


La encíclica Fides et Ratio del Papa Juan Pablo II representa un hecho de gran relevancia religiosa y cultural: vuelve a proponer al homo viator el camino de la inteligencia filosófica que, en la búsqueda de la verdad, se abre a la revelación cristiana.

La filosofía le es de ayuda a la teología por dos motivos que constituyen el método de investigación teológica: el auditus fidei y el intellectus fidei. Mediante el auditus fidei la teología entra en posesión de los contenidos de la Revelación; mediante el intellectus fidei la teología elabora una reflexión especulativa sobre la Revelación misma. En cuanto a la preparación de un correcto auditus fidei, la filosofía ayuda a la teología sobre todo de dos maneras: considerando la estructura de la conciencia y del lenguaje; aportando instrumentos para una comprensión coherente de la Tradición, de los pronunciamientos del Magisterio y de las reflexiones de los grandes teólogos (Fideset Ratio, n.65

En cuanto al intellectus fidei, la filosofía ayuda a la teología a identificar las estructuras lógicas y conceptuales en las que se articula la enseñanza de la Iglesia y la misma reflexión del teólogo. El debate, pues, se diversifica y se explica en base a las ramificaciones del saber teológico. Sobre todo la filosofía ayuda a  la teología dogmática a articular las reflexiones sobre el Misterio de Dios Uno y Trino y sobre la economía de la salvación, que culmina en la Encarnación y el Misterio Pascual, tanto de forma narrativa, como sobre todo de forma argumentativa. Además la teología dogmática presupone e implica una filosofía del hombre, del mundo y, más radicalmente, del ser, fundada sobre la verdad objetiva (id. nr. 66).

Por cuanto se refiere a la teología moral, esta presupone una ética filosófica que le permita hacerse comprender por todo hombre cuando utiliza los términos como “ley moral” “conciencia”, “libertad”, “culpa”, “responsabilidad personal” y los profundice a la luz de la fe. Más fuerte aún es la interacción entre filosofía y teología fundamental: la filosofía, de hecho, posee también una función “propedéutica” a la fe, demostrando verdades fundamentales para formular correctamente la cuestión de la relación entre Dios y el hombre, como por ejemplo la existencia y el conocimiento de Dios, la inmortalidad del alma, la racionabilidad y la credibilidad de la Revelación misma. Podría finalmente afirmarse que la filosofía es capaz de desarrollar una función “apologética”  por cuanto puede defender la fe corrigiendo perspectivas filosóficas erradas incompatibles con la teología cristiana (por ejemplo el relativismo ético). La Encíclica, por lo tanto, pone en evidencia que la razón filosófica es verdaderamente correcta en su despliegue cuando sabe reconocer dentro de su propia búsqueda el límite dado entre la desproporción entre sujeto consciente y objeto investigado. Además de este conocimiento, la filosofía está llamada a adoptar y expresar la exigencia de un acto revelador capaz de llenar el vacío evidenciado por la desproporción entre lo finito y el Infinito: acto que no puede provenir del hombre mismo, sino del Absoluto trascedente.”

Fuente:  Mario Pangallo  Totus Tuus, N. 3 mayo/junio/julio 2010

martes, 24 de junio de 2025

El llamado del Papa Leon XIV a los seminaristas – Ser testigos de esperanza y «puentes»

 


Con ocasión del Jubileo de los seminaristas, sacerdotes y obispos que se celebra en Roma del 23 al 27 de junio hoy tuvo lugar un encuentro del Papa Leon XIV con los seminaristas en la Basílica de san Pedro. Mas que una Meditación como se la ha llamado fue “una intervención espontánea y cercana, dirigidaa miles de jóvenes como no podía ser de otra manera, pues conoce profundamente la  etapa de formación del sacerdote por su vasta y múltiple experiencia de profesor, director del proyecto de formación común de los aspirantes agustinos de los Vicariatos de Chulucanas, Iquitos y Apurímac, director de formación, maestro de profesos, director de estudios  y Rector encargado. (verbiografia

Les habló a las almas de los jóvenes y se lo veía muy feliz compartiendo con ellos en preciosas palabras ese llamado “a vivir una experiencia de amistad con Jesus” en la “fascinante aventura de la vocación sacerdotal”

He escogido algunos párrafos, pero invito leer la alocución completa, que no tiene desperdicios. 

 (Palabras del Santo Padre León XIV)

 Hoy no son solo peregrinos, sino también testigos de esperanza: la testimonian a mí y a todos, porque se han dejado involucrar por la fascinante aventura de la vocación sacerdotal en un tiempo no fácil. Han acogido la llamada a convertirse en anunciadores mansos y fuertes de la Palabra que salva, servidores de una Iglesia abierta y de una Iglesia en salida misionera. (…)

A Cristo que llama, ustedes le están diciendo «sí», con humildad y valentía; y este «aquí estoy» que le dirigen a Él, germina en la vida de la Iglesia y se deja acompañar por el necesario camino de discernimiento y formación.  (…)

Jesús, como ustedes saben, los llama ante todo a vivir una experiencia de amistad con Él y con los compañeros de cordada (cf. Mc 3,13); una experiencia destinada a crecer de manera permanente también después de la Ordenación y que involucra todos los aspectos de la vida. De hecho, no hay nada en ustedes que deba ser descartado, sino que todo debe ser asumido y transfigurado en la lógica del grano de trigo, con el fin de convertirse en personas y sacerdotes felices, «puentes» y no obstáculos para el encuentro con Cristo para todos aquellos que se acercan a ustedes. Sí, Él debe crecer y nosotros disminuir, para que podamos ser pastores según su Corazón [1].

(…)

Les invito a invocar con frecuencia al Espíritu Santo, para que forme en ustedes un corazón dócil, capaz de captar la presencia de Dios, también escuchando las voces de la naturaleza y del arte, de la poesía, de la literatura [5] y de la música, así como de las ciencias humanas [6]. En el riguroso compromiso del estudio teológico, sepan también escuchar con mente y corazón abiertos las voces de la cultura, como los recientes desafíos de la inteligencia artificial y los de las redes sociales [7]. Sobre todo, como hacía Jesús, sepan escuchar el grito, a menudo silencioso, de los pequeños, de los pobres y de los oprimidos y de tantos, sobre todo jóvenes, que buscan un sentido a su vida. (…)

Si cuidarán su corazón, con momentos diarios de silencio, meditación y oración, podrán aprender el arte del discernimiento. También esto es un trabajo importante: aprender a discernir. Cuando somos jóvenes, llevamos dentro muchos deseos, muchos sueños y ambiciones. El corazón a menudo está abarrotado y sucede que nos sentimos confundidos. En cambio, siguiendo el modelo de la Virgen María, nuestra interioridad debe ser capaz de custodiar y meditar. Capaz de synballein, como escribe el evangelista Lucas (2,19.51): juntar los fragmentos [8]. Guárdense de la superficialidad y junten los fragmentos de la vida en la oración y la meditación, preguntándose: ¿qué me enseña lo que estoy viviendo? ¿Qué me dice a mi camino? ¿Hacia dónde me está guiando el Señor? (…)

Queridísimos, tengan un corazón manso y humilde como el de Jesús (cf. Mt 11,29).

(…)  En un mundo en el que a menudo hay ingratitud y sed de poder, en el que a veces parece prevalecer la lógica del descarte, ustedes están llamados a dar testimonio de la gratitud y la gratuidad de Cristo, del júbilo y la alegría, de la ternura y la misericordia de su Corazón. Practicar el estilo de acogida y cercanía, de servicio generoso y desinteresado, dejando que el Espíritu Santo «unja» su humanidad incluso antes de la ordenación. (…)

 Queridos seminaristas, la sabiduría de la Madre Iglesia, asistida por el Espíritu Santo, busca siempre, a lo largo del tiempo, los medios más adecuados para la formación de los ministros ordenados, según las necesidades de los lugares. En este compromiso, ¿cuál es su tarea? Es la de no rebajar nunca sus exigencias, no conformarse, no ser meros receptores pasivos, sino apasionarse por la vida sacerdotal, viviendo el presente y mirando al futuro con corazón profético. Espero que este nuestro encuentro ayude a cada uno de ustedes a profundizar en el diálogo personal con el Señor, en el que le pidan asimilar cada vez más los sentimientos de Cristo, los sentimientos de su Corazón. Ese Corazón que palpita de amor por ustedes y por toda la humanidad. ¡Buen camino! Los acompaño con mi bendición.


(de la Meditación del Santo Padre Leon XIV a losparticipantes en el Jubileo de los Seminaristas, Basílica de San Pedro, Altarde la Cátedra, 24 de junio 2025)

lunes, 23 de junio de 2025

El sacramento de la reconciliación

 


A lo largo de la historia y en la praxis constante de la Iglesia, el «ministerio de la reconciliación» (2 Co 5,18), concedida mediante los sacramentos del Bautismo y de la Penitencia, se ha sentido siempre como una tarea pastoral muy relevante, realizada por obediencia al mandato de Jesús como parte esencial del ministerio sacerdotal. La celebración del sacramento de la Penitencia ha tenido en el curso de los siglos un desarrollo que ha asumido diversas formas expresivas, conservando siempre, sin embargo, la misma estructura fundamental, que comprende necesariamente, además de la intervención del ministro —solamente un Obispo o un presbítero, que juzga y absuelve, atiende y cura en el nombre de Cristo—, los actos del penitente: la contrición, la confesión y la satisfacción.

En la Carta apostólica Novo millennio ineunte he escrito: «Deseo pedir, además, una renovada valentía pastoral para que la pedagogía cotidiana de la comunidad cristiana sepa proponer de manera convincente y eficaz la práctica del Sacramento de la Reconciliación. Como se recordará, en 1984 intervine sobre este tema con la Exhortación postsinodal Reconciliatio et paenitentia, que recogía los frutos de la reflexión de una Asamblea general del Sínodo de los Obispos, dedicada a esta problemática. Entonces invitaba a esforzarse por todos los medios para afrontar la crisis del “sentido del pecado” [...].

(…)

A fin de que el discernimiento sobre las disposiciones de los penitentes en orden a la absolución o no, y a la imposición de la penitencia oportuna por parte del ministro del Sacramento, hace falta que el fiel, además de la conciencia de los pecados cometidos, del dolor por ellos y de la voluntad de no recaer más(6), confiese sus pecados. En este sentido, el Concilio de Trento declaró que es necesario «de derecho divino confesar todos y cada uno de los pecados mortales»(7). 

(…)

Los Ordinarios han de recordar a todos los ministros del sacramento de la Penitencia que la ley universal de la Iglesia ha reiterado, en aplicación de la doctrina católica sobre este punto, que:

a) «La confesión individual e íntegra y la absolución constituyen el único modo ordinario con el que un fiel consciente de que está en pecado grave se reconcilia con Dios y con la Iglesia; sólo la imposibilidad física o moral excusa de esa confesión, en cuyo caso la reconciliación se puede conseguir también por otros medios»(12).

b) Por tanto, «todos los que, por su oficio, tienen encomendada la cura de almas, están obligados a proveer que se oiga en confesión a los fieles que les están encomendados y que lo pidan razonablemente; y que se les dé la oportunidad de acercarse a la confesión individual, en días y horas determinadas que les resulten asequibles»(13).

Además, todos los sacerdotes que tienen la facultad de administrar el sacramento de la Penitencia, muéstrense siempre y totalmente dispuestos a administrarlo cada vez que los fieles lo soliciten razonablemente (14). La falta de disponibilidad para acoger a las ovejas descarriadas, e incluso para ir en su búsqueda y poder devolverlas al redil, sería un signo doloroso de falta de sentido pastoral en quien, por la ordenación sacerdotal, tiene que llevar en sí la imagen del Buen Pastor.

 (de laCarta Apostólica en forma “Motu Proprio” Misericordia Dei del Papa Juan PabloII)

Cuando Dios reina el hombre es liberado de todo mal – Papa Leon XIV



 (..) es hermoso estar con Jesús.

 La compasión de Jesús por quienes sufren manifiesta la amorosa cercanía de Dios, que viene al mundo para salvarnos. Cuando Dios reina, el hombre es liberado de todo mal. Sin embargo, incluso para aquellos que reciben la buena nueva de Jesús, llega la hora de la prueba. En aquel lugar desierto, donde las multitudes han escuchado al Maestro, cae la tarde y no hay nada para comer (cf. v. 12). El hambre del pueblo y la puesta del sol son signos de un límite que se cierne sobre el mundo, sobre cada criatura: el día termina, al igual que la vida de los hombres. Es en esta hora, en el tiempo de la indigencia y de las sombras, cuando Jesús permanece entre nosotros.

Justo cuando el sol se pone y el hambre crece, mientras los propios apóstoles piden despedir a la gente, Cristo nos sorprende con su misericordia. Él tiene compasión del pueblo hambriento e invita a sus discípulos a que se ocupen de él, porque el hambre no es una necesidad que no tenga que ver con el anuncio del Reino y el testimonio de la salvación. Al contrario, esta hambre está vinculada con nuestra relación con Dios. Sin embargo, cinco panes y dos peces no parecen suficientes para alimentar al pueblo, porque los cálculos de los discípulos, aparentemente razonables revelan, en cambio, su poca fe. Ya que, en realidad, con Jesús contamos con todo lo necesario para dar fuerza y sentido a nuestra vida.

En efecto, a la urgencia del hambre, Él responde con el signo del compartir: levanta los ojos, pronuncia la bendición, parte el pan y da de comer a todos los presentes (cf. v. 16).

 (…)

Para multiplicar los panes y los peces, Jesús divide los que hay: sólo así hay suficiente para todos, es más, sobran. Después de haber comido ―hasta saciarse―, con lo que sobró, llenaron doce canastos (cf. v. 17).

Esta es la lógica que salva al pueblo hambriento: Jesús actúa según el estilo de Dios, enseñando a hacer lo mismo.

Hoy, en lugar de las multitudes que aparecen en el Evangelio, hay pueblos enteros, humillados por la codicia ajena aún más que por el hambre misma. Ante la miseria de muchos, la acumulación de unos pocos es signo de una soberbia indiferente, que produce dolor e injusticia. En lugar de compartir, la opulencia desperdicia los frutos de la tierra y del trabajo del hombre.

Especialmente en este año jubilar, el ejemplo del Señor sigue siendo para nosotros un criterio urgente de acción y servicio: compartir el pan, para multiplicar la esperanza, proclama la venida del Reino de Dios

 (Del Ángelus del Papa León XIV 22 de junio 2025 - Leer completo en el sitio de la Santa Sede) 

viernes, 20 de junio de 2025

Corpus Christi – la profundidad del misterio de Cristo

 


"Tantum ergo sacramentum veneremur cernui":  "Adoremos, postrados, tan gran sacramento".

En la santa Eucaristía está realmente presente Cristo, muerto y resucitado por nosotros.

En el pan y en el vino consagrados permanece con nosotros el mismo Jesús de los evangelios, que los
discípulos encontraron y siguieron, que vieron crucificado y resucitado, y cuyas llagas tocó Tomás, postrándose en adoración y exclamando:  "Señor mío y Dios mío" (Jn 20, 28; cf. 20, 17-20).

En el Sacramento del altar se ofrece a nuestra contemplación amorosa toda la profundidad del misterio de Cristo, el Verbo y la carne, la gloria divina y su tienda entre los hombres. Ante él no podemos dudar de que Dios está "con nosotros", que asumió en Jesucristo todas las dimensiones humanas, menos el pecado, despojándose de su gloria para revestirnos a nosotros de ella (cf. Jn 20, 21-23).

En su cuerpo y en su sangre se manifiesta el rostro invisible de Cristo, el Hijo de Dios, con la modalidad más sencilla y, al mismo tiempo, más elevada posible en este mundo. A los hombres de todos los tiempos, que piden perplejos:  "Queremos ver a Jesús" (Jn 12, 21), la comunidad eclesial responde repitiendo el gesto que el Señor mismo realizó para los discípulos de Emaús:  parte el pan. Al partir el pan se abren los ojos de quien lo busca con corazón sincero. En la Eucaristía la mirada del corazón reconoce a Jesús y su amor inconfundible, que se entrega "hasta el extremo" (Jn 13, 1). Y en él, en ese gesto suyo, reconoce el rostro de Dios.

(de la homilía delPapa Juan Pablo II en la solemnidad de Corpus Christi – Basilica San Juan deLetran 14 de junio 2001)

jueves, 19 de junio de 2025

Karol Wojtyla y el Concilio Vaticano II – Remembranza y actualización – Santiago Madrigal SJ (4 de 4)

 


(…)  - pagina 15 de la presentación-144 en la Revista de Teología citada al final.

 d) Conclusión: para una mistagogía o iniciación al Concilio La figura de K. Wojtyla es altamente representativa no sólo por su condición de actor y protagonista del Vaticano II que accede al solio pontificio, sino también por el hecho extraordinario de hallarnos ante el caso de un padre conciliar que redactó una reflexión sistemática sobre el Concilio con el título de La renovación en sus fuentes. Sobre la aplicación del Concilio Vaticano II. Con este estudio, —escribe en la última página—, el autor “desea pagar su deuda contraída con el Concilio Vaticano II”.31 Ese ensayo, pensado para servir de guía a los trabajos del Sínodo de Cracovia, tiene el hálito de un documento de iniciación y de introducción a la doctrina y al mensaje conciliar, es decir, de mistagogía para la participación en el misterio del Vaticano II. Además, el autor ha hecho notar que el libro sale de la pluma de un pastor, de un obispo del Concilio, que escribe como maestro de la fe, no desde la especialización del teólogo.32 La tesis fundamental de este ensayo puede ser expresada en estos términos: “El Concilio trajo consigo un gran enriquecimiento de la fe, tanto en el sentido objetivo como existencial. En el sentido objetivo, porque la verdad revelada encontró en su enseñanza la expresión más plena y madura. En el sentido existencial, porque creó condiciones para vivir la fe con más profundidad y madurez, para aquellas actitudes espirituales que corresponden mejor al hombre contemporáneo y especialmente al cristiano de hoy”.33 La renovación buscada por el Concilio ha sido de manera eminente un enriquecimiento de la fe, conforme a ese pasaje de la constitución sobre la revelación que afirma: “La Iglesia camina a través de los siglos hacia la plenitud de la Verdad, hasta que se cumplan en ella plenamente las palabras de Dios” (DV 8). Desde esta noción de enriquecimiento de la fe se explica el alcance del Concilio pastoral querido por Juan XXIII y por Pablo VI, porque “un concilio «puramente» doctrinal habría concentrado preferentemente su atención en precisar el significado de las propias verdades de fe, mientras que un concilio pastoral, sobre la base de las verdades que proclama, recuerda o esclarece, se propone ante todo brindar un estilo de vida a los cristianos, a su modo de pensar y de actuar”.34 Por ello, el Concilio intentó sobre todo dar una respuesta a estos interrogantes: “qué significa ser creyente, ser católico, ser miembro de la Iglesia”. “Estas preguntas de carácter existencial —nos indica más adelante— estaban implícitas en el problema central que el Concilio se planteó y que ha formulado en su interrogación inicial: «Iglesia, qué dices de ti misma»”.35 Por lo demás, la mutua implicación de esas cuestiones ha determinado la orientación pastoral del Concilio Vaticano II. Por su parte, la teología tiene ante sí la tarea de seguir analizando las opciones doctrinales del concilio pastoral: Escritura y Tradición, la pertenencia común a Cristo y a la Iglesia por el bautismo, el valor de las religiones no cristianas, la libertad religiosa, la persona humana y su dignidad, la Iglesia y el mundo. El Vaticano II comporta un “enriquecimiento de la fe”, que Wojtyla ponía en conexión con un concepto existencial de la fe, que incluye tanto un “estado de conciencia” como una “actitud creyente”. Lo primero se concreta en la “formación de la conciencia” por relación a los grandes temas de la verdad revelada, al hilo del armazón estructural que ofrece el Credo: creación, trinidad salvadora, redención del hombre en Cristo y por la Iglesia, el pueblo de Dios peregrino hacia la consumación escatológica. Lo segundo atiende a “la formación de actitudes”. Son seis las actitudes que habría que inculcar en el espíritu de los creyentes: misión y testimonio, participación, identidad y responsabilidad, actitud ecuménica, actitud apostólica y construcción de la Iglesia como comunidad. El sentido misionero, la responsabilidad cristiana y la actitud apostólica y ecuménica pueden ser compendiadas en torno a esa actitud de la participación. La actitud de la participación guarda profunda relación con la afirmación conciliar: el Vaticano II ha ligado la misión salvífica a la triple potestad de Cristo, sacerdote, profeta y rey, “uno de los filones centrales de la doctrina conciliar sobre el pueblo de Dios”.

 

 Y Wojtyla pasaba a explicitar cómo el cristiano participa en el triple munus (oficio) de Cristo: munus sacerdotale, munus propheticum, munus regale, que forma parte de la definición del laicado (cf. LG IV, 31) y constituye asimismo el contenido del testimonio cristiano. A todo ello nos inicia el bautismo, generando esa actitud por la cual el ser humano se pone a sí mismo y al mundo en manos de Dios. El Vaticano II ha puesto la participación en la misión profética de Cristo y del testimonio cristiano al lado de la participación en el sacer docio de Cristo (cf. LG II, 12). El enriquecimiento de la fe que propicia el Concilio aparece con especial densidad en este momento, al hablar del “sentido de la fe”, que suscita el Espíritu de la verdad, para “acoger no la palabra de los hombres, sino, como es en realidad, la palabra de Dios” (1 Tes 2, 13). El cristiano que, imitando a Cristo, es capaz de vencerse a sí mismo y dominar al pecado, participa en ese señorío de Cristo y colabora a la realización de su reino. Es la realeza que se ejerce como servicio (cf. LG IV, 36). Esta idea sustenta buena parte de la reflexiones sobre el apostolado seglar y su compromiso en el mundo: “Siguiendo el ejemplo de Cristo, quien ejerció su trabajo de artesano, alégrense los cristianos de poder ejercer todas sus actividades temporales haciendo una síntesis vital del esfuerzo humano, familiar, profesional, científico o técnico, con los valores religiosos, bajo cuya altísima jerarquía todo coopera a la gloria de Dios” (GS 43). Sirvan estas pinceladas para ilustrar esa tarea pendiente de brindar a las nuevas generaciones de cristianos una mistagogía o iniciación al misterio del Vaticano II. Enlaza esta tarea con una idea muy acendrada en la valoración que K. Rahner hiciera del Concilio como comienzo y como impulso37: “Un Concilio es con todo lo que decide y enseña solo un comienzo y un servicio. El Concilio puede dar indicaciones y expresar verdades doctrinalmente. Y por eso es solo un comienzo. Porque después todo depende de que esas indicaciones y esas verdades arraiguen en el corazón creyente y produzcan en él espíritu y vida. Esto no depende del Concilio mismo, sino de la gracia de Dios y de todas las personas de la Iglesia y de su buena voluntad. Y por eso el concilio es solo un comienzo”.

Fuente: UCA donde se puede leer la presentación completa (34 paginas)  presentada en un Congreso en la UCA  bajo el titulo: El concilio Vaticano II: remembranza y actualización

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Revista Teología • Tomo LII • Nº 117 • Agosto 2015 Este documento está disponible en la Biblioteca Digital de la Universidad Católica Argentina, repositorio institucional desarrollado por la Biblioteca Central “San Benito Abad”. Su objetivo es difundir y preservar la producción intelectual de la Institución. La Biblioteca posee la autorización del autor para su divulgación en línea. Cómo citar el documento: MADRIGAL, Santiago, El concilio Vaticano II : remembranza y actualización [en línea]. Teología, 117 (2015).

 Nota: En este enlace de la Santa Sede se puede acceder a todos los documentos del Concilio Vaticano II  

Karol Wojtyla y el Concilio Vaticano II – Remembranza y actualización – Santiago Madrigal SJ (3 de 4)

 


(…)  - pagina 13 de la presentación-142 en la Revista de Teología citada al final.

 

 c) El ecumenismo y la Ecclesia ad extra: los tres círculos de diálogo En su origen el esquema sobre el ecumenismo integraba dos capítulos sobre la libertad religiosa y otro sobre la actitud de la Iglesia hacia los judíos. De ahí surgieron dos documentos independientes: la declaración sobre la libertad religiosa (Dignitatis humanae) y la declaración sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas (Nostraaetate). Al ordenar los documentos conciliares en la perspectiva de la Ecclesia ad extra parece oportuno comenzar por el decreto sobre el ecumenismo (Unitatisredintegratio), que atiende a los hermanos separados de Oriente y de Occidente, de modo que el documento sobre las Iglesias orientales católicas (OrientaliumEcclesiarum), que se mueve propiamente en el ámbito de la renovación ad intra, puede servir de puente. La constitución sobre la revelación (Dei Verbum), que trata cuestiones fundamentales que afectan a las relaciones con los hermanos separados de Occidente, guarda una estrecha relación con el ecumenismo.28 A la hora de sistematizar los documentos conciliares Ecclesia ad extra, Wojtyla echaba mano de los tres círculos de diálogo propuestos por Pablo VI en su encíclica Ecclesiam suam: el diálogo con los otros cristianos, el diálogo con los seguidores de las otras religiones, el diálogo con los no creyentes y los defensores del ateísmo. A lo largo de su desarrollo el Concilio fue adquiriendo una conciencia cada vez más intensa de su misión ad extra y de la posibilidad y alcance del diálogo, una conciencia que emanaba en realidad de la misma constitución dogmática sobre la Iglesia. Todas estas expectativas de diálogo cuajaron no solo en el decreto sobre el ecumenismo, sino también en la constitución “pastoral”, sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo. Así las cosas, el primer círculo lo componen Unitatis redintegratio y Dei Verbum, en el segundo círculo se sitúa Nostra aetate; el tercer círculo lo ocupa Gaudium etspes. “El documento que vincula, de algún modo, los tres círculos es la declaración sobre la libertad religiosa Dignitiatis humanae”.29 En esta lectura de conjunto de la doctrina conciliar Wojtyla da un paso más para afirmar que la declaración sobre la libertad religiosa ocupa un lugar singular a la hora de establecer la correlación y la complementariedad entre la Ecclesia ad intra y la Ecclesia ad extra, entre “co nciencia de la Iglesia – diálogo”. Por eso, apela a sus palabras iniciales: “Los hombres de nuestro tiempo se hacen cada vez más conscientes de la dignidad de la persona humana, y aumenta el número de aquellos que exigen que los hombres en su actuación gocen y usen del propio criterio y libertad responsables, guiados por la conciencia del deber y no movidos por la coacción” (DH 1). El texto resalta la centralidad de la persona humana, como lo que está más dentro de la Iglesia en su relación con Dios, de manera que la declaración Dignitatis humanae es tanto plataforma de diálogo como fuente de autoconocimiento de la Iglesia; por ello esta declaración puede ser considerada “como una especie de praeambulum a la constitución dogmática sobre la Iglesia”, que descubre al pueblo de Dios en la realidad divina de la Iglesia, comunidad de vida en el Espíritu, principio de verdad y de libertad; por su parte, la constitución pastoral muestra a la Iglesia a través del mundo y en la responsabilidad que tiene contraída respecto a la dignidad de la persona humana.30 De esta manera quedamos ante la condición escatológica de la Iglesia desarrollada en el capítulo séptimo de la constitución dogmática sobre la Iglesia, que concluye en un último capítulo sobre la participación singular que la Virgen María tiene en el misterio de Cristo y de la Iglesia. Por consiguiente, podemos iniciar una lectura de los documentos del Vaticano II, bien empezando por los documentos ad intra, aunque también se puede comenzar por los documentos orientados ad extra, es decir, a partir de la declaración sobre la libertad religiosa y de la constitución pastoral que nos devolverán a la constitución dogmática sobre la Iglesia y su autoconciencia.

Nota: En este enlace de la Santa Sede se puede acceder a  todos los documentos del Concilio Vaticano II


Karol Wojtyla y el Concilio Vaticano II – Remembranza y actualización – Santiago Madrigal SJ (2 de 4)





 (…)  - pagina 12 de la presentación-141 e la Revista de Teología citada al final.

b) La Constitución Lumen gentium, Ecclesia ad intra, y el principio de renovación Partimos de la consideración Ecclesia ad intra, si bien, como hemos de ver, este aspecto no se puede separar de la Ecclesia ad extra, ya que ambas dimensiones son en la mente del Concilio correlativas y complementarias. Ahora bien, la constitución sobre la Iglesia Lumen gentium es considerada como el documento principal, de modo que puede decirse, desde su contenido y del orden de sus capítulos, que “todos los documentos que forman el programa íntegro de la renovación (renovatio) se sitúan en torno a la constitución sobre la Iglesia, en torno a su contenido doctrinal”.24 Esta renovación que brota de la realidad misma de la Iglesia concierne a obispos, sacerdotes, religiosos y seglares. A partir de la constitución sobre la Iglesia se establecen una serie de relaciones decisivas: en primer lugar, con la constitución sobre la liturgia, Sacrosanctum Concilium, que pone de manifiesto la realidad de la Iglesia-misterio y la Iglesia-pueblo de Dios, con su sacerdocio universal y su sacerdocio ministerial o jerárquico. En segundo lugar, el decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia, Ad gentes, enlaza con el comienzo de la constitución sobre la Iglesia, que empieza hablando de las misiones divinas y pone a toda la Iglesia en estado de misión, “hacia fuera”, pero precisamente “desde dentro”, desde su vitalidad interior: la acción misionera brota de la Iglesia-misterio, y se convierte en tarea de todo el pueblo de Dios, pastores, laicos y religiosos. La misión histórica de la Iglesia pone a la constitución sobre la Iglesia en conexión con el decreto sobre los medios de comunicación social, Inter mirifica. El capítulo III de la constitución Lumen gentium guarda relación con el decreto sobre el oficio pastoral de los obispos, Christus Dominus, que contiene las aplicaciones prácticas de la doctrina de la colegialidad. Este mismo capítulo introduce la realidad de los diáconos y de los presbíteros. Además, tanto el decreto sobre la formación sacerdotal, Optatam totius, como el dedicado al ministerio y vida de los presbíteros, Presbyterorum ordinis, guardan un vínculo orgánico con este capítulo de la constitución sobre la Iglesia. El capítulo IV, que está dedicado al laicado, establece la base doctrinal para el decreto Apostolicam actuositatem, sobre el apostolado seglar. Este documento guarda una cierta afinidad con la declaración sobre la educación cristiana, Gravissimum educationis. Finalmente, el capítulo sexto, dedicado a los religiosos, mantiene una estrecha relación con el decreto Perfectaecaritatis, que exhibe la fórmula clave de la renovación (accommodata renovatio), aggiornamento, puesta al día25. Y apostilla: “La renovación es, pues, un entendimiento nuevo, una nueva visión de la eterna verdad revelada. Ante todo la renovación es teología porque ella instituye una nueva madurez de la lectura del Evangelio y de su mensaje”.26 El término «renovación» tiene un doble sentido: las transformaciones de lo antiguo a lo nuevo o la iniciativa de un comienzo de algo que aparentemente no tiene pasado, como si se tratara del descubrimiento de un tesoro. Wojtyla enumeraba varios ejemplos de esta renovación y en este doble sentido de la palabra: “La enseñanza sobre la participación de todo el pueblo de Dios en la misión sacerdotal, profética y regia de Cristo, las enseñanzas sobre la colegialidad, sobre la Iglesia in statu missionis”.27 Estas observaciones son importantes para iluminar el significado de su libro La renovación en sus fuentes, del que nos ocuparemos enseguida. En la terminología conciliar el sustantivo “renovación” va acompañado del adjetivo “acomodada”, es decir, se ajusta al grado de conciencia alcanzado por la Iglesia gracias al Concilio. Pero esta renovación ad intra es inseparable de una acomodación ad extra, que abre la puerta a la consideración de otros documentos conciliares, empezando por el decreto sobre el ecumenismo y siguiendo por la definición de la actitud de la Iglesia hacia el mundo contemporáneo.

 Nota: En este enlace de la Santa Sede se puede acceder a  todos los documentos del Concilio Vaticano II