Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

viernes, 30 de agosto de 2019

Pontificio Instituto Juan Pablo II, Roma – Sus comienzos por D. Juan de Dios Larrú (1de5)



En la miríada de cambios y reformas iniciadas por el Papa Francisco en todos los ámbitos, también le ha tocado al Pontificio Instituto Juan Pablo II para el Matrimonio y la Familia de Roma. 

Se han generado toda clase de debates y controversias al respecto, por eso creo que este blog se merece reflexiones profundas desde el comienzo mismo, fundación, objetivos  y los cambios realizados ahora y sus motivos. 

Para  comenzar una historia detallada escrita por D. Juan de Dios Larrú, quien amablemente me concediera su permiso para publicarla. Lo haré en varios posts porque no solo sería injusto abreviar sino también dificil.  

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Repasar la historia de una institución académica nos puede permitir conocer mejor su inspiración y originalidad específicas. El pasado está continuamente contenido en el presente y nos proyecta hacia el futuro. Es necesario favorecer una comprensión más profunda de la herencia recibida, para afrontar la propia misión con una conciencia más clara del don que lo impulsa. Esta tarea de memoria histórica ha sido ya iniciada de forma sucinta en otras ocasiones. Por este motivo, intentaremos ahora recoger los datos ya existentes para presentarlos de una forma cronológicamente ordenada y que el lector pueda apreciar, de un modo más nítido, los fines de esta joven institución, determinado sus momentos más sobresalientes.
Vamos a presentar la historia del Instituto, subdividiéndola en cinco grandes apartados siguiendo un criterio cronológico: en primer lugar, intentaremos presentar los orígenes del mismo, para conocer cómo nació, cuál fue su inspiración fundacional y cómo dio sus primeros pasos. En segundo lugar, nos detendremos en la primera década de su vida (1981-1991). Estos años representan la etapa en la que el Instituto comienza a darse a conocer, van llegando los primeros alumnos y se va formando un primer cuerpo docente. En tercer lugar, veremos el desarrollo que experimenta en la segunda década (1992-2002). Son años en los que, paso a paso, el Instituto se va extendiendo geográficamente, donde se verifican también los primeros relevos institucionales importantes y donde nacen proyectos de investigación comunes entre los distintos profesores. En cuarto lugar veremos el inicio del nuevo decenio marcado por los últimos años del Pontificado y la muerte de Juan Pablo II. Finalmente, presentaremos la fase actual con la elección de Benedicto XVI como Sucesor de Pedro y la confirmación que él mismo nos ha dado de la misión del Instituto.
Como en la vida de toda familia, en ella encontramos momentos de luces y sombras, tiempos de esperanzas e incertidumbres, y periodos de crecimiento y de madurez. Pero es evidente a lo largo de estos más de veinticinco años la fecundidad de la intuición de su fundador y la capacidad formativa del Instituto, que ha transformado el corazón de tantas personas, matrimonios y familias, iluminando su misión en la Iglesia.
1. El inicio del Instituto
El 13 de mayo de 1981, el mismo día en que sufría el atentado en la Plaza de San Pedro, Juan Pablo II fundaba, junto al Pontificio Consejo para la Familia, el Pontificio Instituto para los estudios sobre matrimonio y familia que todavía lleva su nombre. Las palabras que tenía pensado pronunciar en aquella audiencia revelan con claridad su personalísima intención originaria: “He decidido fundar en la Pontificia Universidad Lateranense, que es la Universidad de la diócesis del Papa, un Instituto internacional de Estudios sobre matrimonio y familia que comenzará su actividad académica en el próximo octubre. Dicho Instituto se propone presentar a toda la Iglesia la aportación de la reflexión teológica y pastoral sin la que la misión evangelizadora de la Iglesia se vería privada de una ayuda esencial. Será un lugar donde la verdad sobre el matrimonio y la familia se estudien a fondo a la luz de la fe y con la contribución también de las distintas ciencias humanas”. En estas palabras se percibe cómo el Instituto nace de un carisma personal y una intuición original del mismo Pontífice. El objeto de la iniciativa no es crear un instituto más entre los muchos ya existentes sobre matrimonio y familia, sino instituir un espacio privilegiado para profundizar en el designio de Dios sobre la persona, el matrimonio y la familia.
Tanto la vocación universal del Instituto cuanto la conexión entre reflexión y misión evangelizadora de la Iglesia son subrayados de nuevo con más precisión, el 19 de diciembre de 1981, con ocasión del primer encuentro con los profesores y estudiantes del Instituto recién nacido, el Papa explicitaba la intención y el objetivo que pretendía en los siguientes términos: “He querido yo mismo este Instituto, atribuyéndoos una particular importancia para toda la Iglesia. En efecto, él está llamado a ser un centro superior de estudios y de investigación al servicio de todas las comunidades cristianas, con una finalidad precisa: profundizar cada vez más en el conocimiento de la verdad del matrimonio y de la familia a la luz conjunta de la fe y de la recta razón. Esta verdad debe ser objeto de toda vuestra investigación científica, profundamente conocedores de que sólo la fidelidad a ella salva completamente la dignidad del matrimonio y de la familia”.
En este discurso, se pone singularmente de manifiesto la importancia de colocar a la base de la reflexión del Instituto una sólida y adecuada antropología, que comprenda la completa verdad sobre la persona humana. Esta antropología integral, que tiene como objetivo profundizar en el misterio del hombre sin falsos reduccionismos, ha de tener como luz el Misterio del Verbo Encarnado (GS 22). Unida a esta reflexión antropológica ha de desarrollarse la reflexión moral, asimismo esencial para el Instituto.
Conviene caer en la cuenta del contexto histórico en el que se enmarcan estas palabras. En efecto, apenas un mes antes, el 22 de noviembre de aquel mismo año, el Papa había publicado la Exhortación Apostólica Familiaris consortiofruto de los trabajos del Sínodo de los Obispos celebrado en Roma del 26 de septiembre al 25 de octubre de 1980. El relator del sínodo fue el Cardenal J. Ratzinger, que valoró del siguiente modo la publicación de la exhortación: “El texto es un estímulo para los cristianos y al mismo tiempo una gran tarea”.
Es bien conocido que, como preparación a este sínodo, Juan Pablo II había comenzado a pronunciar una serie de catequesis que se extendieron desde el 5 de septiembre de 1979 hasta el 28 de noviembre de 1984, durante las audiencias de los miércoles, con dos únicas interrupciones debidas al atentado de 1981 y al año de la redención de 1983. Un total de 134 catequesis, distribuidas en seis ciclos. Con ellas, el Papa deseaba “acompañar desde lejos” los trabajos preparativos del Sínodo sobre los Deberes de la familia cristiana (De muneribus familiae christianae). Es significativo cómo con estas catequesis, Juan Pablo II no quiso abordar directamente el tema del Sínodo sino que concentró su atención en las profundas raíces de las que brota la propuesta sinodal. Esta intención del Pontífice de ir a la raíz para desde ella iluminar la cuestión del matrimonio y la familia se debe a varios motivos: su pasión por el Evangelio del matrimonio y la familia, su compasión por la situación actual de la familia y la ayuda pastoral que la Iglesia le debe dar. Ya en el discurso a las familias, con motivo de la celebración del Sínodo, mostró claramente la necesidad de volver a dar la confianza a las familias. Estas catequesis son para el Instituto como el documento fundante e inspirador, y constituyen una auténtica novedad metodológica y teológica, aún en buena parte por conocer, asimilar y difundir.
La inspiración del Instituto nace, pues, unida a la vocación y carisma personal de Karol Wojtyla. Ya como joven sacerdote, Karol sintió una llamada interior a dedicarse a preparar a los jóvenes para el matrimonio, a mostrarles la belleza del amor humano: “hay que enseñarles el amor (...) pues si se ama el amor humano, nace también la necesidad de dedicar todas las fuerzas a la búsqueda de un «amor hermoso»”. La experiencia de K. Wojtyla con estos jóvenes que él denominaba “su pequeña familia” (rodzinka), que posteriormente dio lugar a un entorno (Srodowisko) más numeroso, muchos de ellos casados entre sí, a los que prestaba una atención pastoral extraordinaria, es como el sustrato sobre el que irá creciendo su interés por el matrimonio y la familia. Es en esta experiencia personal donde se le muestra a Karol cómo todo hombre se revela en su unicidad e irrepetibilidad en la familia, cuyo fundamento es el matrimonio.
La intuición de Juan Pablo II al fundar el Instituto que lleva su nombre tiene su origen, por tanto, en su propia experiencia sacerdotal que sabe conjugar la reflexión teológica, filosófica y científica con una constante atención pastoral al matrimonio y la familia. Esta intrínseca relación entre pensamiento y vida, entre teología y pastoral, es verdaderamente decisiva para comprender la originalidad de esta institución, que ha de profundizar siempre más en el designio de Dios sobre la persona, el matrimonio y la familia. El Concilio Vaticano II que Juan Pablo II vivió en primera persona de un modo muy intenso, y particularmente el capítulo “Dignidad del matrimonio y de la familia” de la constitución Gaudium et spes, y la posterior publicación de la encíclica Humanae vitae 
(25.VII.1968) de Pablo VI, se encuentran siempre como en la raíz de la reflexión del Pontífice sobre el designio de Dios sobre el matrimonio y la familia. La necesidad creciente de un desarrollo orgánico de la teología del matrimonio y de la familia, a partir de estos documentos, es lo que va conduciendo a desplegar todos los medios para alcanzar este fin.
La actual visión inmanentista y secularista del matrimonio y la familia, de sus valores y exigencias, se funda en el rechazo de la fuente divina, de la que proceden el amor y la fecundidad de los esposos, y que expone hoy al matrimonio y la familia a disolverse incluso como experiencias humanas. Para superar esta visión, resulta decisivo profundizar en el designio de Dios sobre el matrimonio y la familia.

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