Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

viernes, 6 de septiembre de 2019

Pontificio Instituto Juan Pablo II, Roma – Sus comienzos por D. Juan de Dios Larrú (3 de 5)



La segunda década del Instituto (1992-2002)

El primer evento significativo de la segunda década del Instituto es la publicación sucesiva de tres documentos de gran relevancia para la profundización sobre el matrimonio y la familia: la Encíclica Veritatis splendor (6.VIII.1993), la Carta a las familias (2.II.1994) y la Encíclica Evangelium vitae (25.III.1995). l

La Encíclica Veritatis splendor es el primer documento del Magisterio de la Iglesia que trata específicamente de la moral fundamental. La creciente importancia de la moral en el mundo contemporáneo, junto a la necesidad de ofrecer un discernimiento acerca de algunas corrientes de renovación de la teología moral no conformes a la doctrina católica, condujo a la redacción y publicación de este documento.
En estrecha relación con la recepción teológica de esta encíclica, y para proseguir en la dirección de las pistas de investigación que el documento abre, el 7 de febrero de 1997 se crea en el Instituto el Área de Investigación en Teología Moral Fundamental. Este grupo de estudiosos, a partir de algunas sintéticas tesis elaboradas a raíz del estudio de la encíclica Veritatis splendor, va a organizar a partir de 1998 un coloquio internacional anual en el que participan diferentes especialistas con el que este grupo de investigadores se confronta. Como fruto de este trabajo, se han publicado ya las actas de los siete primeros coloquios organizados que constituyen una valiosa contribución para el desarrollo de la renovación de la teología moral fundamental. Un valor del todo relevante adquiere el congreso organizado por este grupo de estudiosos, los días 21-23 de noviembre del 2003, con motivo de los diez años de la publicación de la Encíclica. Desde una comprensión unitaria del documento, y valorando especialmente las afirmaciones y vías de renovación abiertas, en un clima de verdadero diálogo teológico y con una extraordinaria participación de especialistas de todo el mundo, el congreso puso de relieve la fecundidad de la encíclica para la renovación de la teología moral.
Además de todo ello, son ya numerosas las tesis doctorales defendidas en torno al Área de investigación en estos años, muchas de ellas bajo la dirección de Livio Melina. Las primeras son especialmente importantes, particularmente la del profesor Juan José Pérez-Soba, actualmente catedrático de moral fundamental en la Facultad de San Dámaso de Madrid y en la sección española del Instituto, la del profesor José Noriega, actualmente Vicepresidente y Profesor estable del Instituto en Roma, la de Jean-Charles Nault, OSB, que recibió el premio Henri de Lubac el año 2004, premio que otorga la embajada francesa ante la Santa Sede, y que ha recibido también, en el año 2007, Brice de Malherbe. Conviene además señalar la tesis de Stephan Kampowski, actualmente profesor de Ética en la Sección Central.

Con ocasión de la celebración del Año de la Familia promovido por la ONU, el año 1994, Juan Pablo II escribe el 2 de febrero de aquel mismo año, la Carta a las familias, Gratissimam sane, dirigida a cada una de las familias del mundo. En ella, el Papa afirma que la familia es el camino de cada hombre, el camino de la Iglesia. La familia es una comunidad singular, pues es una comunión de personas. Esta comunión de personas que tiene su origen en el amor conyugal, se completa y se perfecciona dilatándose en los hijos. Las relaciones padres-hijos son contempladas a la luz del cuarto mandamiento. El término clave de este precepto es la honra. Honrar significa reconocimiento convencido de la persona, una entrega sincera de la persona a la persona, y por ello honra y amor convergen.

El tercer documento importante es la Encíclica Evangelium vitae, publicada el 25 de marzo de 1995. Unida a la recepción de este documento, se encuentra la presentación inaugural del Instituto en España, pues a propósito de la encíclica se organizó un Congreso sobre la encíclica Evangelium vitae los días 16-18 de noviembre de 1995. La sede española del Instituto se encuentra en la ciudad de Valencia. El interés mostrado por D. Juan Antonio Reig Plá, actual Vicepresidente de la Sección Española, que por aquel entonces era delegado de pastoral familiar de la Archidiócesis de Valencia, condujo a que la sede española fuera la ciudad levantina. Como reconocía no hace mucho Mons. García Gasco, arzobispo de Valencia, cada vez que se encontraba con el Papa, la primera pregunta que le hacía siempre era la misma: “¿cómo va el Instituto en Valencia?”

El 8 de septiembre de 1995, Juan Pablo II nombra a Mons. Carlo Caffarra, hasta entonces Presidente del Instituto, Arzobispo de la diócesis de Ferrara-Comacchio. El Vicepresidente durante el trienio 1993-1996, Mons. Massimo Camisasca, fue el encargado de dar la noticia al Instituto del nombramiento del Papa. Caffarra fue ordenado obispo el 21 de octubre de aquel mismo año. Días antes, el Pontífice enviaba una carta de ánimo y agradecimiento por la labor desempeñada al frente del Instituto. Con este nombramiento se cierran los primeros quince años de vida del mismo, en los que Mons. Caffarra supo hacer de padre, pues no solamente acompañó el nacimiento del nuevo Instituto, sino que también favoreció su posterior crecimiento, tanto coordinando la creación de un cuerpo de profesores en Roma cuanto promoviendo la creación de las primeras sedes de Washington (1988), Ciudad de Méjico y Guadalajara (1992), y Valencia (1994). La contribución científica de Carlo Caffarra para el Instituto se sitúa en el ámbito de la teología moral fundamental. En unos años en los que las dificultades para abrir caminos de renovación eran más que patentes, Caffarra supo contribuir originalmente a este deseo de renovación expresado en el Concilio Vaticano II, ofreciendo sobre todo en su obra “Vida en Cristo” una estimulante visión de la moral siguiendo las huellas de su maestro Santo Tomás de Aquino e incorporando las intuiciones de algunos insignes teólogos contemporáneos, particularmente de H. Urs Von Balthasar. Junto a esta obra hay quedestacar también “Ética general de la sexualidad” en la que con la claridad y concisión que le caracterizan, ofrece una síntesis antropológicamente fundada de la ética de la sexualidad.

Para sustituir a Mons. Caffara, Juan Pablo II nombra el 29 de septiembre de 1995 a Mons. Angelo Scola, que era ya desde el 24 de julio de 1995 Rector Magnífico de la Pontificia Universidad Lateranense. Con ello el Papa une en una sola persona la figura del Presidente del Instituto y el Rector de la Universidad. Mons. Scola, nacido en 1941, ordenado sacerdote en 1970, es Doctor en Filosofía por la Universidad Católica de Milán y en Teología por la Universidad de Friburgo (Suiza). Él había sido nombrado Obispo de Grosseto el 20 de julio de 1991 y ordenado el 21 de septiembre del mismo año. El lema episcopal que eligió fue el dicho de S. Pablo «Sufficit gratia tua» (cfr. 2Co 12,9, «Basta tu gracia»).

Como Vicepresidente para el trienio 1997-2000 fue designado Mons. Jean Laffitte. Especialista en temas de moral y espiritualidad, ha sido nombrado recientemente, el 24 de enero de 2006, Vicepresidente de la Pontificia Academia para la Vida. El 9 de mayo de 1996, con ocasión del decimoquinto aniversario del Instituto, el Papa recibe de nuevo en audiencia a los profesores y alumnos del Instituto, junto a los miembros del Pontificio Consejo para la Familia. En su alocución, Juan Pablo II recuerda que la familia debe ser puesta en el centro de los planes diocesanos y nacionales porque “el futuro de la humanidad pasa por la familia” (FC 86). La profundización académica con rigor científico, según una visión correcta de la antropología humana iluminada por el Evangelio, es particularmente necesaria. Por ello, el Papa considera que hacía falta un Instituto de nivel superior donde los estudiantes recibieran una preparación específica para poder, a su vez, –ya sea como profesores, ya sea como animadores de la pastoral familiar en las diversas áreas geográficas-, contribuir a enriquecer la vida de los fieles haciéndoles descubrir la vocación a la santidad de los cónyuges y de los demás miembros de la familia. De ahí que Juan Pablo II animara a continuar el trabajo iniciado en la formación de personas así como la expansión siempre mayor del Instituto.

Del 22 al 27 de agosto de 1999, se organiza en Roma una Semana Internacional de Estudio, que cuenta con la presencia de 114 profesores de todo el mundo y 30 doctorandos y colaboradores. Durante la misma se profundiza en la naturaleza, contenido y método interdisciplinar propios del Instituto, compartiendo los mejores resultados de las investigaciones llevadas a cabo en los diferentes campos. El trabajo se divide en cuatro áreas: antropología teológica, antropología filosófica, moral y sociología. Un número extraordinario de la revista Anthropotes recoge estos trabajos, que son como un punto de referencia precioso, tras los primeros 18 años de vida del Instituto.
Como conclusión de esa semana, el 27 de agosto de 1999, el Papa recibe a sus participantes en su residencia de Castelgandolfo. En su importante discurso Juan Pablo II mira el futuro, constatando que la provocación de la mentalidad secularista es ahora, en cierto sentido, más radical sobre la persona, el matrimonio y la familia.

El desafío al inicio del tercer milenio al que ha de dar respuesta el Instituto es, por ello, esa inaceptable división entre libertad y naturaleza la que produce la consideración del cuerpo, de la diferencia sexual y las mismas facultades procreativas como puros datos biológicos. Para responder al desafío, Juan Pablo II propone una ulterior profundización en el designio de Dios sobre la persona, el matrimonio y la familia, y sugiere algunas perspectivas en esta dirección. La primera se refiere al fundamento del misterio trinitario como fuente última del ser y clave última de la antropología. La segunda se refiere a la vocación del hombre y la mujer a la comunión. La tercera a la realidad sacramental de la Iglesia y la cuarta a la relación persona-sociedad. Todas ellas tienen como punto de convergencia una referencia cristocéntrica. Estas perspectivas han de articular las áreas teológica, filosófica y de las ciencias humanas que son necesarias para la visión orgánica del matrimonio y la familia.

La notable insistencia en la necesidad de partir siempre de la unidad del designio de Dios sobre la persona, el matrimonio y la familia, haciendo posible una investigación y una enseñanza interdisciplinares, es una nota importante en todos los discursos y alocuciones de Juan Pablo II al Instituto en orden a superar la creciente deconstrucción del matrimonio y la familia.

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