Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

miércoles, 11 de septiembre de 2019

Pontificio Instituto Juan Pablo II Roma –Aldo Maria Valli entrevista a Stanisław Grygiel (2 de 2)


(El Profesor Grygiel y su esposa Ludmila)


A la luz de lo que está sucediendo en el Instituto Juan Pablo II, muchos tienen la impresión de que el magisterio del papa Wojtyła, sobre todo en lo que atañe a las cuestiones de moral familiar, ha quedado arrinconado en la buhardilla, donde se ponen las cosas que ya no sirven. ¿Comparte este juicio?

No lo comparto, aunque humanamente podría parecer así. La Iglesia vive de la fe del pueblo, de la que cada Pedro es custodio. Los teólogos pueden ayudarle o no a comprender esta fe, pero él es el garante de la fidelidad de la Iglesia a la Palabra del Hijo del Dios vivo. Los teólogos pueden interrumpir la Tradición e intentar hacerlo todo desde el inicio. Alejados del Principio en el que se basa el Evangelio, pueden inventar nuevas interpretaciones del propio Evangelio para que sea aceptable para el mundo posmoderno. Sin embargo, antes o después, el corazón del hombre orientado al Amor que es Dios se despertará, y gritará que ya no puede vivir lejos de la casa del Padre.
La sabiduría que procede de Dios permanece para siempre. La estupidez que procede del hombre pasa, dejando que el hombre dependa no de la verdad, sino de los vientos. Una tarde, el santo padre Juan Pablo II me puso entre las manos la carta que le había escrito un teólogo moralista muy conocido en el mundo. Este teólogo le pedía al papa que cambiara la ética de la vida matrimonial, en caso contrario, según este teólogo, la Iglesia perdería fieles. «¿Qué piensas de esto?», me preguntó el papa. Le respondí, tal vez demasiado bruscamente: «Ha escrito una estupidez». El papa me miró y al cabo de unos instantes me dijo: «Es verdad, pero ¿quién se lo dice?».

Es una opinión bastante difundida que Amoris laetitia representa un alejamiento verdadero de la enseñanza precedente. El profesor Seifert ha hablado incluso de una «bomba atómica» que corre el riesgo de destruir todo el edificio moral católico. ¿Cuál es su opinión a este respecto?

Al no ser teólogo, no quiero dar un juicio. Soy un simple creyente y como tal puedo y debo confesar que me siento identificado con este texto sólo parcialmente. Mi experiencia del amor es más evangélica que sociológica y psicológica. El que desea conocer la naturaleza humana, es decir, su ser orientado a Dios, debe contemplar a los santos y, sobre todo, al Hijo del Dios vivo, convertido en hombre en el seno de la Virgen Madre, María. Describir los trastornos matrimoniales y sexuales no es cumplir el mandamiento que dice «Id al mundo y predicad el Evangelio».
En estos días me vienen a la mente a menudo las palabras de Cristo, según las cuales «cualquiera» que abandone a su esposa y tome otra mujer comete adulterio (cf. Jn 2, 25). Él lo dice de cada hombre, sin excepción. Lo dice porque sabe qué hay dentro del hombre. Si es verdad que hoy en algunos casos no es adulterio, como algunos doctos teólogos afirman, significa que Cristo no sabe qué hay dentro del hombre. Por lo tanto, no es Dios. «Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?» (Lc 18, 8).  Este documento, si fuera más breve, sería más expresivo y tal vez más claro y adecuado a las palabras del Evangelio: «Sì, sì – no, no». En cambio, una nota a pie de página ofusca todo su contenido.
Si tuviera que hablar de Juan Pablo II a un joven de hoy, ¿cómo presentaría, en pocas palabras, al papa santo?

Juan Pablo II le diría a un joven de hoy las mismas palabras que dijo al pueblo en la plaza de San Pedro el día de su entronización: «¡No tengáis miedo!». Le llevaría al acto de la creación y al acto del Juicio Final, porque sólo a la luz del Principio y del Fin el hombre puede entrever la verdad a la que está orientado. Contemplaría junto al joven de hoy la belleza del Amor que es Dios e intentaría despertar en él el amor, para que este joven pueda ponerse en manos de Dios. Creo que la experiencia de la belleza de la persona humana, de la belleza de su amor, indica el camino que puede llevar a un joven de hoy a Dios. Tal vez por esto el maligno intenta golpear mortalmente el amor humano y a todos aquellos que, atraídos por él, con valentía, sin miedo, revelan su verdad. El maligno espera (es su única esperanza) destruir el fundamento del matrimonio y de la familia y, a fin de cuentas, también el de la Iglesia, atacando al amor divino-humano. La carta de sor Lucía al cardenal Carlo Caffarra habla de esto de manera clara y contundente.
Profesor, ¿tiene futuro la familia cristiana, fundada en el matrimonio?
Cada hombre, cada matrimonio, cada familia tiene ante sí un futuro a condición de que confíen en la verdad. «La verdad os hará libres», dijo Cristo. La libertad, que es el resultado de confiar en la verdad, representa el futuro hacia el que anhela el corazón humano. No hay que defender la verdad. Esta se defiende sola. Los que se confían en los juegos y los cálculos humanos perderán todo, aunque primero parezca que han ganado todo. Los hombres que confían en la verdad no buscan los éxitos de este mundo. Buscan la victoria eterna. Por ello, ya desde hoy participan en ella. La persona humana puede ser eliminada, la comunión en la que vive puede ser a veces destruida, pero la verdad nunca será vencida, porque es invencible.

Publicado por Aldo Maria Valli en su blog Duc in altum.
Traducido por Verbum Caro para InfoVaticana.

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