Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

jueves, 18 de mayo de 2023

La gloria de la Trinidad en la Ascensión

 

La gloria de la Trinidad en la Ascensión

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La Ascensión de Cristo al cielo, narrada por san Lucas como coronamiento de su evangelio y como inicio de su segunda obra, los Hechos de los Apóstoles, se ha de entender bajo esta luz. Se trata de la última aparición de Jesús, que "termina con la entrada irreversible de su humanidad en la gloria divina simbolizada por la nube y por el cielo" (Catecismo de la Iglesia católica, n. 659). El cielo es, por excelencia, el signo de la trascendencia divina. Es la zona cósmica que está sobre el horizonte terrestre, dentro del cual se desarrolla la existencia humana.

Cristo, después de recorrer los caminos de la historia y de entrar también en la oscuridad de la muerte, frontera de nuestra finitud y salario del pecado (cf. Rm 6, 23), vuelve a la gloria, que desde la eternidad (cf. Jn 17, 5) comparte con el Padre y con el Espíritu Santo. Y lleva consigo a la humanidad redimida. En efecto, la carta a los Efesios afirma:  "Dios, rico en misericordia, por el grande amor con que nos amó, (...) nos vivificó juntamente con Cristo (...) y nos hizo sentar en los cielos con Cristo Jesús" (Ef 2, 4-6). Esto vale, ante todo, para la Madre de Jesús, María, cuya Asunción es primicia de nuestra ascensión a la gloria.

3. Frente al Cristo glorioso de la Ascensión nos detenemos a contemplar la presencia de toda la Trinidad. Es sabido que el arte cristiano, en la así llamada Trinitas in cruce ha representado muchas veces a Cristo crucificado sobre el que se inclina el Padre en una especie de abrazo, mientras entre los dos vuela la paloma, símbolo del Espíritu Santo (así, por ejemplo, Masaccio en la iglesia de Santa María Novella, en Florencia). De ese modo, la  cruz  es  un símbolo unitivo que enlaza la unidad y la divinidad, la muerte y la vida, el sufrimiento y la gloria

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¡Oh mis Tres, mi todo, mi Bienaventuranza, Soledad infinita, Inmensidad en la que me pierdo, yo me abandono a ti..., a la espera de poder contemplar a tu luz el abismo de tu grandeza!" (Elevación a la Santísima Trinidad, 21 de noviembre de 1904).

(de la Audiencia General de Juan Pablo II del 24 de mayo de 2000)

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