Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

martes, 30 de septiembre de 2025

Yves Congar: Mi diario del Concilio (2 de 2)

 


Estoy empezando a conocer bastante bien la historia de la eclesiología. Durante más de quince siglos, Roma se ha esforzado por monopolizar —sí, monopolizar— todas las líneas de dirección y control. ¡Y lo ha logrado! Se puede decir que para 1950 era perfecta. Y ahora, tenemos un papa que amenaza con ceder algunos de estos cargos. La Iglesia iba a tener voz y voto. Se hablaba de dar más independencia a los obispos. Mientras que antes, el pequeño equipo de teólogos romanos cooptados había impuesto sus ideas al resto, ahora se hablaba de darles a esos «restos» su propia oportunidad. Me parecía que lo que estaba sucediendo era que la Curia de Pío XII seguía en pie; que era muy consciente del peligro; que cedería cuando fuera necesario, pero no se derrumbaría; de hecho, haría todo lo posible por minimizar el daño que se le estaba haciendo al sistema.

Esta había sido mi impresión más clara desde la Pascua de 1959, y fue confirmada por una conversación que tuve con el pastor Roger Schutz [el pastor Roger Schutz fue cofundador y prior de la comunidad ecuménica de Taizé; durante el Concilio, fue uno de los huéspedes del Secretariado para la Unidad Cristiana. Congar se había alojado en Taizé los días 19 y 20 de junio de 1959 (según consta en los Archivos de Congar)] el 20 de junio de 1960. Schutz me contó, aunque con la mayor discreción, sobre la audiencia que le había organizado el cardenal Gerlier, que había tenido con Juan XXIII la tarde o la mañana siguiente a su consagración. Según Schutz, el Papa le había dicho cosas increíbles, incluso abiertamente heréticas, como: «La Iglesia católica no posee toda la verdad; deberíamos buscarla juntos...». Creo que los dirigentes de la Curia se dieron cuenta muy pronto de que con Juan XXIII y su proyecto de Concilio les esperaba una aventura muy extraña, que era necesario levantar vallas, recuperar el control en la medida de lo posible y limitar los posibles daños.

Varios indicios, la lógica interna de las reacciones de la Curia, tal como las percibí, me hicieron pensar rápidamente en lo que voy a escribir aquí, en este mes de julio de 1960, para mantener un registro actualizado, pase lo que pase: tanto si el futuro confirma como si desmiente lo que ahora pienso. Temía, me parecía, que la Curia limitara al máximo el trabajo del Concilio. El Concilio es una reunión eficaz de obispos, en la que discuten libremente y luego toman una decisión. Mi temor era que esta reunión eficaz de obispos se redujera a una fase final, y que el trabajo se realizara mediante textos elaborados íntegramente por comisiones controladas por Roma, si no compuestos en Roma, a los que se pediría a los obispos que presentaran sus reacciones por escrito. Estas reacciones, si las hubiera, podrían o no ser tomadas en cuenta en un texto final que, sin duda, sería aprobado por abrumadora mayoría durante la sesión del Concilio, que duraría solo unas semanas.

Este procedimiento, si realmente se lleva a cabo, puede justificarse desde ciertos puntos de vista. Es cierto que una discusión de principio a fin se ha vuelto prácticamente imposible. El trabajo tendrá que estar muy avanzado antes de que los obispos se reúnan en Concilio. ¡Pero qué riesgo! El gran riesgo es que el Concilio resulte haber sido prefabricado en Roma o bajo su dirección. Muchos obispos son incapaces de tener una visión global de las cosas, en particular de sus aspectos ideológicos o teológicos. Están lidiando con sus propios problemas pastorales inmediatos. Además, en gran medida, ¡han perdido el hábito de estudiar y de decidir por sí mismos! Se han acostumbrado a aceptar decisiones de Roma incluso cuando estas suprimen o revocan acuerdos que ellos mismos consideraban buenos (cf. el movimiento de sacerdotes obreros, el Catecismo). Me temo que muchos de ellos, al recibir un documento, lo hojearán y solo encontrarán algunos detalles editoriales que comentar, y así es como se producirán los textos...

Esto sería una traición al Concilio. La teología distingue cuidadosamente entre el episcopado disperso y el congregado. Solo este último forma un Concilio. La idea y la expresión «una especie de Concilio por escrito», utilizadas en relación con la consulta, apenas real, del episcopado que precedió a las declaraciones de 1854 y 1950, traicionaron lo que realmente es un Concilio. Esto se debe a que, de hecho, no existe tal cosa como un Concilio en tal procedimiento. No hay Concilio excepto en la reunión efectiva de los obispos, que implica libre debate y toma de decisiones. Además, psicológica, moral y antropológicamente, el episcopado congregado es bastante diferente de los obispos por sí solos. Reunidos, toman conciencia de su episcopado y de su derecho. A medida que algunos hablan, reaccionan y despiertan ecos en otros, llegan a formar un grupo con su propia densidad, que se convierte en un bloque. Dispersos, apenas existen; Solo pueden expresar reacciones aisladas e imprevistas, que serán recibidas y manipuladas por una comisión romana o controlada por Roma, que hará con ellas lo que le plazca. Al ignorar las reacciones de los demás, los obispos ni siquiera se darán cuenta de que han sido engañados.

Esta dispersión, esta atomización del episcopado es el ejemplo perfecto de «Divide ut imperes» [divide y vencerás]. ¿Cómo evitarlo?

(Yves Congar, Mi Diario del Concilio, pp. 3-8. El libro de 1100 páginas puede adquirirse en Liturgical Press  )

Fuente ; PrayTellblog. Y en ese mismo blog pueden leerse 30publicacones mas breves  

 

Yves Congar: Mi diario del Concilio (1 de 2)


(Esta primera parte es la introducción al libro de la editorial Liturgical Press donde también se pueden leerse comentarios -  Yves Congar, Mi Diario del Concilio, pp. 3-8. El libro de 1100 páginas puede adquirirse en Liturgical Press. 

 Al comienzo de la reunión, el cardenal Ottaviani dijo que, para agilizar el trabajo, los expertos solo intervendrían si se les formulaba una pregunta. A mi lado, Rahner, impaciente, me preguntó: "¿Qué hacemos aquí…?" (Miércoles 3 de junio de 1964).

Yves Congar, OP, dominico francés, fallecido en 1995, fue uno de los teólogos más importantes e influyentes del siglo XX. Gran parte de esta influencia se debió a su papel como asesor teológico de los obispos que participaron en el Concilio Vaticano II (1962-1965). Tras trabajar bajo una nube de censura y sospecha eclesiástica en la década anterior a su inicio, Congar fue, de principio a fin, un influyente participante diario en los trabajos del concilio. También logró mantener notas personales detalladas durante todo el tiempo. (…) Este material constituye un valioso recurso de información y perspectiva para cualquier persona interesada en la historia de dicho concilio y su notable e histórica enseñanza. Ofrece una perspectiva sobre los trabajos del concilio y el desarrollo de lo que se convertiría en una serie de documentos y declaraciones históricas. También ofrece la perspectiva práctica y personal de Congar sobre muchas de las otras figuras destacadas que participaron en el concilio. Congar se basó en fuentes bíblicas, patrísticas y medievales para revitalizar la disciplina de la teología contemporánea. Fue uno de los primeros defensores del ecumenismo y también contribuyó a dar forma a la agenda teológica del movimiento litúrgico del siglo XX. Fue nombrado cardenal en 1994 por el Papa Juan Pablo II. Liturgical Press también ha publicado  At the Heart of Christian Worship: Liturgical Essays de Yves Congar y la obra clásica de Congar True and False Reform in the Church.

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 Fuente de este texto PrayTellblog. Y en ese mismo blog pueden leerse 30publicacones mas breves  

Nota del moderador cuando iniciaba una nueva serie, en vísperas del 50.º aniversario de la aprobación de la constitución litúrgica Sacrosanctum Concilium  del 4 de diciembre de 1963 , con estos extractos de Mi Diario del Concilio (Liturgical Press, 2012), del destacado teólogo dominico Yves Congar. Los extractos de Pray Tell serán las partes de su diario relacionadas con la liturgia. Sin embargo, esta primera entrada, más extensa que los siguientes extractos, proviene del principio del libro y sirve de introducción a la serie, ligeramente editada, con notas editoriales seleccionadas incluidas entre corchetes.

Este diario no puede comenzar aquí y ahora, a finales de julio de 1960, fecha en que me enteré de mi nombramiento como Consultor de la Comisión Teológica. Debe comenzar bastante más atrás y seguramente tendré impresiones posteriores que plasmar  más adelante. Pero no empiezo hoy desde cero, con una tabla rasa. La decisión de convocar un Consejo se anunció hace un año y medio, y claramente he tenido tiempo para desarrollar varias ideas.

Algunos de nosotros vimos inmediatamente en el Concilio una oportunidad para la causa, no solo del unionismo [Esta palabra (l’unionisme) se usaba antes del último Concilio para indicar la actividad de los católicos a favor de la unidad cristiana: el Vaticano II llegó a preferir el término «ecumenismo», especificando su significado en el Decreto UnitatisRedintegratio], sino también de la eclesiología. Vimos una oportunidad que debía aprovecharse al máximo, para acelerar la recuperación de los valores del episcopado y la Ecclesia [Cuando Congar usa esta palabra latina, se refiere a la Iglesia como una comunidad cristiana integral] en la eclesiología, y para lograr avances sustanciales desde el punto de vista del ecumenismo. Personalmente, me he esforzado por instar a la opinión pública a esperar y pedir mucho. Sin embargo no me canse de decir que quizás no superaría el cinco por ciento de lo que queríamos. Tanta mayor la razón para maximizar nuestras peticiones. La opinión pública cristiana debe forzar la existencia del Concilio para lograr algo..

Desde el punto de vista teológico, y sobre todo desde el del ecumenismo, parecería que el Concilio ha llegado veinticinco años antes de lo previsto. De hecho, las cosas no han avanzado lo suficiente. Ya han cambiado bastantes ideas. Pero dentro de veinte años, podríamos haber tenido un episcopado formado por hombres formados en ideas arraigadas en la Biblia y la tradición, con una perspectiva pastoral y misionera realista. Aún no hemos llegado a ese punto. Sin embargo, varias ideas ya han avanzado mucho, y el propio anuncio del Concilio, con su objetivo ecuménico a largo plazo, en el clima más humano y cristiano del pontificado de Juan XXIII, bien podría acelerar este proceso. Varios obispos, que hasta entonces se habían mostrado en contra, sin duda se abrirían a la idea del ecumenismo, porque Roma ahora estaba a favor. En el espacio de dos años, se han convertido en “buenas ideas” las que durante los veinte anteriores apenas habían sido toleradas: sólo que ahora nada sería del agrado de las autoridades si no se hubiera luchado por conseguirlo y sembrado con lágrimas.

El anuncio del Concilio despertó gran interés y gran esperanza. Parecía que, tras el régimen asfixiante de Pío XII, por fin se abrían las ventanas; se podía respirar. La Iglesia tenía su oportunidad. Uno se abría al diálogo.

Poco a poco, estas esperanzas se fueron envolviendo en una fina capa de polvo. Hubo un largo silencio, una especie de apagón, interrumpido solo por algún que otro anuncio alentador del Papa. Pero incluso estos eran bastante vagos, y parecían, en cierta medida, haber retrocedido en comparación con el anuncio original. Esta impresión provenía de diversas fuentes. El propio Papa declaró públicamente que no había cambiado de opinión. Pero en una conversación con el P. Liégé, admitió que su idea original había sido una auténtica conversación con los Otros. [La forma en que Congar se refería a los cristianos no católicos.]

Se tenía la impresión —confirmada por gente que venía de Roma con los últimos chismes de «esa miserable corte»— de que en Roma todo un equipo se dedicaba a sabotear el proyecto del Papa. Incluso se decía que el Papa sabía lo que estaba pasando y lo había hablado en confidencia (algo que me sigue sorprendiendo y me hace bastante escéptico: un Papa no divulga tales confidencias).

Personalmente, me sentí defraudado rápida y repetidamente porque, aunque el Papa Juan XXIII habló y actuó con extrema compasión, sus decisiones, su gobierno, distaban mucho de lo que había despertado esperanza. Su estilo humano era cálido y amigable, cristiano. Todo lo relacionado con él personalmente nos había rescatado del terrible satrapismo de Pío XII. Sin embargo, había conservado a casi todo el personal de su predecesor: no al grupo de expertos jesuitas, que, sin embargo, había sido notablemente eficaz; ni a Sor Pasqualina; ni a todos los prelados. Pero sí a todos los demás: los cardenales Tardini y Ottaviani eran sus consejeros cercanos. El Papa había llamado a Monseñor Parente a Roma y le había asignado un puesto importante en el Santo Oficio: Parente, el hombre que condenó al Padre Chenu, el fascista, el monofisita. Conocí a Christine Mohrmann a su regreso de una estancia de seis semanas en Roma, en abril y mayo de 1959. Viaja a Roma con bastante frecuencia, quizás todos los años. Tiene varios contactos y “antenas” allí. Su delicadeza femenina y humanista capta muchas cosas. Le conté cómo me sentía, mi asombro y mis temores.

Ella respondió con un optimismo que me pareció excesivo. Según ella, el Papa sabe muy bien lo que hace y adónde va. Es muy consciente de que está rodeado de hombres con una visión totalmente diferente, incluso totalmente contraria. Con el tiempo, los neutralizará, pero poco a poco. No quiere precipitarse, sino proceder con mucha cautela, etc. No me pareció que estas conclusiones se basaran en los hechos.

Me parecía que toda la «vieja guardia» había permanecido en el cargo. ¿Qué diferencia habría supuesto la dimisión del cardenal Tisserant en otoño de 1959? [Los Archivos Congar contienen notas de una conversación con Christine Mohrmann, celebrada el 22 de abril de 1959, a su regreso de una estancia en Roma. En concreto, Congar registró lo siguiente: «El Papa NO QUIERE seguir como su predecesor. Pero no quiere iniciar revoluciones. Por eso no cambia de golpe a los funcionarios. Además, quiere vigilar para evitar nombrar a personas que, de hecho, podrían intentar contrarrestar su política... Su plan de un Concilio está siendo combatido con firmeza y saboteado por aquellos nombrados durante el régimen anterior que aún están en el cargo. El Papa parece saberlo. Es muy observador y está plenamente al tanto de lo que ocurre».] Pregunté a varias personas sobre esto y no obtuve una respuesta satisfactoria; más bien, una variedad de opiniones diferentes, incluso divergentes. No importa mucho. Nunca esperé grandes cosas de ese sector. Pero uno tenía la clara impresión de que en Roma, la «vieja guardia» de la Curia se sentía en peligro y hacía todo lo posible por evitarlo, a la vez que seguía el juego al nuevo pontificado, pues se enfrentaban a un nuevo pontificado. El peligro era que se les escapaban de las manos algunas riendas del gobierno.

sábado, 27 de septiembre de 2025

Cardenal Paul Poupard : El Concilio Vaticano II (3 de 3)

 

 (publicado en el Nro 68 de la RevistaHumanitas, Chile al estar cumplindose los 50 años del Concilio Vaticano II) 

 El misterio de la Iglesia: en el mundo y su tiempo



En su carta apostólica Tertio Millennio Advenientedel 10 de noviembre de 1994, el Papa Juan Pablo II, que fue uno de los Padres más jóvenes y también uno de los más activos del Concilio, lo presenta así:

«El Concilio Vaticano II constituye un acontecimiento providencial gracias al cual la Iglesia ha iniciado la preparación próxima del Jubileo del segundo milenio. Se trata de un concilio semejante a los anteriores, aunque muy diferente: un concilio centrado en el misterio de Cristo y de su Iglesia, y al mismo tiempo abierto al mundo, contribución que marca la preparación de la nueva primavera de vida cristiana que deberá manifestar el Gran Jubileo si los cristianos son dóciles a la acción del Espíritu Santo».

De acuerdo con la orientación propuesta por el cardenal Montini a los Padres del Concilio —previamente presentada a Juan XXIII y aceptada por él— al terminar la primera sesión, se relee, reduce y reorienta el conjunto inconexo de los 70 esquemas preparatorios para presentar el misterio de la Iglesia a los hombres de nuestro tiempo a la luz de Jesús, Verbo de Dios, que resplandece sobre su rostro e ilumina en ella los elementos humanos y divinos, visibles e invisibles, como una realidad de fe, rica de vida, portadora de esperanza y desbordante de amor, ad intra y ad extra. No es la Iglesia la luz de las naciones, sino Cristo, del cual ella debe ser el reflejo y la mensajera, la Iglesia que los cristianos que viven en el mundo actual deben redescubrir en su misterio de fe, para presentarla a los hombres: son las dos grandes constituciones conciliares, la constitución dogmática Lumen gentium y la constitución pastoral Gaudium et spes.

(…)

La sorprendente actualidad del Concilio



El Concilio Vaticano II, nacido de una decisión de Juan XXIII, que maduró en el estudio y la oración, quiso rejuvenecer la Iglesia, lo cual para él significaba “aclarar el pensamiento, afianzar la unidad religiosa, avivar el fervor cristiano” (25 de enero de 1959).


Pero, acordándose tal vez de la vieja ley que recordaba Newman, el 7 de agosto de 1870, a una de las personas con las cuales se escribía: “Debemos recordar que rara vez ha habido un concilio al cual no haya seguido una gran confusión” (Cardenal John Henry Newman, Pensées sur l’Église, Cerf, col. Unam Sanctam, No. 30, p. 112), Juan XXIII agregaba, en la audiencia general del 5 de septiembre de 1959: “No debemos creer, sin embargo, que después del Concilio Ecuménico Vaticano II la paz será perfecta en el mundo. No debemos pensar que la vida en la tierra, a consecuencia de la renovación y el bienestar espiritual, será una especie de anticipación de la permanencia bienaventurada en el cielo. Desgraciadamente, en la existencia siempre estarán presentes las cargas y las angustias propias del peregrinaje terrenal. --- Sin embargo, habrá más claridad y las almas estarán mejor preparadas y dispuestas para recibir la ayuda del Señor”.

Newman tenía razón. Muchos concilios fueron seguidos de un largo período de debates, ciertamente de confusión en torno a los puntos de doctrina abordados, y también de falta de dedicación a la puesta en ejecución. En su carta del 6 de enero de 2001, Juan Pablo II se preguntaba cómo era realmente la situación cincuenta años después del Concilio Vaticano II. “¡Cuánta riqueza, queridos hermanos y hermanas, en las orientaciones que nos dio el Concilio Vaticano II! Por eso, en la preparación del Gran Jubileo, he pedido a la Iglesia que se interrogase sobre la acogida del Concilio. ¿Se ha hecho?” Al Concilio Vaticano II acompañó y sobre todo siguió una mutación sociocultural cuya amplitud, radicalidad, rapidez y carácter cósmico no tienen equivalente: el triunfo de los métodos críticos, la invasión de las ciencias humanas, la rebelión de parte de la juventud, la urbanización galopante, la secularización radical, la crisis del magisterio, el desinterés por todo cuanto proviene de una jerarquía, el acaparamiento de las cosas terrenales y la invasión de lo económico.

(…)

“A medida que pasan los años —declaraba Juan Pablo II el 6 de enero de 2001— los textos del Concilio no pierden nada de su valor ni su esplendor. Es necesario leerlos de manera apropiada y que sean conocidos y asimilados como textos cualificados y normativos del Magisterio, dentro de la Tradición de la Iglesia. Después de concluir el Jubileo siento más que nunca el deber de indicar el Concilio como la gran gracia de la que la Iglesia se ha beneficiado en el siglo XX. Con el Concilio se nos ha ofrecido una brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que comienza” (Novo millennio ineunte, n. 57).

En cuanto a su sucesor Benedicto XVI, su preocupación principal es poner en ejecución todo el Concilio de manera orgánica, en la continuidad de la Iglesia. En una cultura que todo lo aplana, nos recuerda —y lo ha dicho con fuerza ante sus compatriotas alemanes— que nuestro Padre del Cielo nos llama a vivir como hermanos responsables en la tierra, en la salvaguardia de la creación, el respeto a nuestros hermanos de todas las culturas y religiones, y siendo consecuentes con nuestra identidad propia de cristianos, amigos y discípulos de Jesús.

Sobre el autor : Nacido en Angers, Francia, el 30 de agosto de 1930. Tras sus estudios fue ordenado sacerdote en 1954. Se doctoró en Teología e Historia en La Sorbona, con una tesis sobre la relación entre razón y fe y entre la Iglesia y el Estado. Entre 1959 y 1971, fue oficial de la Secretaría de Estado y capellán del Instituto de San Doménico en Roma. En este cargo, estuvo presente en la solemne apertura del Concilio Vaticano II y trabajó junto a Juan XXIII y Pablo VI. De vuelta a Francia, se desempeñó durante diez años como rector del Instituto Católico de París. En 1979 fue nombrado auxiliar del arzobispo de París y llamado a unirse al Colegio de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos y al Secretariado para los No Cristianos. Ha recibido reconocimientos como Gran Premio Cardenal Grente de la Academia Francesa, Caballero de la Legión de Honor, entre otros. Creado cardenal el 27 de mayo de 1985, fue presidente del Consejo Pontificio para el Diálogo con los No Creyentes hasta el 4 de abril de 1993, cuando este se fusionó con el Consejo Pontificio para la Cultura. Desde 1988 hasta 2007 fue presidente del Consejo Pontificio para la Cultura y presidente emérito del Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso. Ver mas   

Fuente Revista Humanitas, Chile

 

 

Cardenal Paul Poupard : El Concilio Vaticano II (2 de 3)

 

 (publicado en el Nro 68 de la Revista Humanitas, Chile al estar acumplindose los 50 años del Concilio Vaticano II) 

 


Benedicto XVI se preguntó con valentía y sencillez:«¿Cuál ha sido el resultado del Concilio? ¿Ha sido recibido de modo correcto? En la recepción del Concilio, ¿qué se ha hecho bien?, ¿qué ha sido insuficiente o equivocado?, ¿qué queda aún por hacer?Nadie puede negar que, en vastas partes de la Iglesia, la recepción del Concilio se ha realizado de un modo más bien difícil (...) Surge la pregunta: ¿Por qué? Pues bien, todo depende de la correcta interpretación del Concilio o, como diríamos hoy, de su correcta hermenéutica, de la correcta clave de lectura y aplicación. Los problemas de la recepción han surgido del hecho de que se han confrontado dos hermenéuticas contrarias y se ha entablado una lucha entre ellas. Una ha causado confusión; la otra, de forma silenciosa pero cada vez más visible, ha dado y da frutos.Por una parte existe una interpretación que podría llamar “hermenéutica de la discontinuidad y de la ruptura”; a menudo ha contado con la simpatía de los medios de comunicación y también de un dector de la teología moderna. Por otra parte, está la “hermenéutica de la reforma”, de la renovación dentro de la continuidad del único sujeto-Iglesia, que el Señor nos ha dado; es un sujeto que crece en el tiempo y se desarrolla, pero permaneciendo siempre el mismo, único sujeto del pueblo de Dios en camino.Cuarenta años después del concilio podemos constatar que lo positivo es más grande y más vivo de lo que pudiera parecer en la agitación de los años cercanos a 1968. Hoy vemos que la semilla buena, a pesar de desarrollarse lentamente, crece, y así crece también nuestra profunda gratitud por la obra realizada por el Concilio (...).

Así hoy podemos volver con gratitud nuestra mirada al Concilio Vaticano II: si lo leemos y acogemos guiados por una hermenéutica correcta, puede ser y llegar a ser cada vez más una gran fuerza para la renovación siempre necesaria de la Iglesia».

(…)

Para llevar a cabo este exigente programa, el Concilio nos dejó un conjunto de textos impresionante. Al releerlos al cabo de veinte años, el Sínodo extraordinario de los Obispos convocado por Juan Pablo II en 1985 tuvo el mérito de poner de relieve con toda claridad los cuatro pilares fundamentales del Concilio a partir de las cuatro constituciones dedicadas a los mismos: la Revelación (Dei verbum), la Iglesia (Lumen gentium),la liturgia (Sacrosanctumconcilium)la misión de la Iglesia en el mundo (Gaudium et spes) 

He aquí, en resumen, lo esencial:


En primer lugar, como dice Juan Pablo II en su carta apostólica Novo Millennio Ineunte  al concluir el Gran Jubileo del año 2000, el redescubrimiento de la Iglesia como misterio, es decir, como “pueblo unido de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, no podía no incluir también el redescubrimiento de su ‘santidad’, entendida en el sentido fundamental de ser propia de Aquel que es por excelencia el Santo, el ‘tres veces Santo’, con el ‘llamado universal a la santidad’, ese ‘alto grado’ de la vida cristiana común: toda la vida de la comunidad eclesial y de las familias cristianas debe conducir en esa dirección. La Iglesia es misterio de gracia. Cada bautizado es responsable en ella, en su lugar, no solo de su salvación personal, sino también de la fidelidad de la Iglesia a su misión, para la cual tiene el deber de hacer fructificar su don de gracia, recibido en el bautismo y alimentado por los sacramentos, en especial la Eucaristía, y por la Palabra de Dios. En la Iglesia, todos los ministerios, comenzando por el del Papa, están al servicio de esta comunión eclesial fortalecida por la educación cristiana, de la cual los padres son los primeros responsables” (Declaración Gravissimum educationis sobre la educación cristiana).  

(…)

2. La restauración de la liturgia es sin duda alguna el fruto más visible del Concilio y también el que ha provocado el mayor número de reacciones contrastantes y ampliamente mediatizadas. ¿Qué pretendió el Concilio? Lo cito en su Constitución Sacrosanctum concilium: 

 “Organizar los textos y los ritos de tal manera que expresen con mayor claridad las realidades simples que representan y que el pueblo cristiano, en la medida de lo posible, pueda comprenderlos fácilmente y participar en los mismos mediante una celebración plena, activa y comunitaria” para “hacer progresar la vida cristiana día a día entre los fieles”. A un cuarto de siglo de distancia de la Constitución conciliar sobre la sagrada liturgia, el 4 de diciembre de 1988, Juan Pablo II publica una carta apostólica en la cual hace suya la apreciación positiva del Sínodo extraordinario de los obispos reunido por su iniciativa en Roma, en 1985, para revivir el Concilio como experiencia espiritual, verificar lo que ha inspirado en la vida de la Iglesia, profundizar su mensaje y proseguir con su aplicación: “La renovación litúrgica es el fruto más claro de toda la obra conciliar. Al mismo tiempo, como reconoce el Papa, la implementación del Concilio ha tropezado con dificultades considerables. Ciertos fieles han retrocedido a las formas litúrgicas anteriores. Otros han promovido innovaciones fantasiosas, omisiones o añadidos ilícitos y confusiones entre el sacerdocio ministerial vinculado con la ordenación sacramental y el sacerdocio común de los fieles cuyo fundamento reside en el bautismo.

(…)

El Papa Benedicto XVI, como somos testigos, no deja de recurrir a todos los medios posibles para una reconciliación con la Fraternidad San Pío X de monseñor Lefebvre (ver Gérard Leclerc, Rome et les Lefebvristes, Le Dossier, Salvator, 2009), y al respecto ha liberalizado el uso de la liturgia vigente con anterioridad al Concilio Vaticano II, convertida en “forma extraordinaria” del rito romano, permaneciendo el Misal de Pablo VI como “la forma ordinaria”, mediante el Motu proprio “Summorum Pontificum” del 7 de julio de 2007, con el fin de ofrecer a todos los fieles el uso más antiguo de la liturgia romana, considerada un tesoro precioso que se debe conservar; garantizar y asegurar realmente a quienes lo solicitan el uso de la forma extraordinaria y favorecer la reconciliación en el seno de la Iglesia. La instrucción de la Pontificia Comisión Ecclesia Dei, del 30 de abril de 2011, titulada Universae Ecclesiae, señala las modalidades de aplicación (ver D.C. del 19 de junio de 2011, No. 2470, pp. 572-578)

3. La primacía de la Palabra de Dios: la Revelación es Cristo preparado en una historia, el Antiguo Testamento; manifestado en un tiempo histórico, los Evangelios; transmitido en la Iglesia ante todo por la palabra viva de los testigos, y fijado en la Escritura santa de la cual Dios mismo es el autor en la medida en que es Él quien la ha inspirado. Para que el Evangelio se conserve intacto y vivo en la Iglesia, los apóstoles transmitieron a sus sucesores, los obispos, su propio ministerio de enseñanza. Y la Revelación divina se transmitió así en su integridad a través de la santa Tradición y la Sagrada Escritura auténticamente interpretada por el magisterio. La Tradición proveniente de los apóstoles no es una materia inerte, sino un cuerpo vivo que se desarrolla en la Iglesia bajo la asistencia del Espíritu Santo.

4. La apertura hacia todos los que no son miembros de la Iglesia, catalogados hasta ese momento como “de afuera”. En una mirada de fe, la visión de la encíclica Ecclesiam suam de Pablo VI, del 6 de agosto de 1964, de los tres círculos concéntricos —no católicos, no cristianos y no creyentes— los abarca a todos en la voluntad universal de salvación de Dios, a través de Cristo, único Salvador, de una manera que solo Él conoce, ya que nadie es abandonado por la gracia y cada uno debe seguir a su conciencia, que tiene el deber de iluminar. A nadie se le puede impedir ni obligar a creer, señala la Declaración Dignitatis humanae  sobre la libertad religiosa. Se crean tres dicasterios para poner en ejecución los decretos conciliares: Unitatis redintegratio, sobre el ecumenismo y las relaciones de la Iglesia con las iglesias orientales ortodoxas —otro decreto, Orientalium ecclesiarum, está dedicado a las iglesias orientales católicas— y las iglesias y comunidades eclesiales separadas en Occidente; Nostra aetate sobre las relaciones de la Iglesia con las religiones no cristianas —el hinduismo, el budismo, la religión musulmana y la religión judía—, y Gaudium et spessobre los ateos, agnósticos, indiferentes, no creyentes.

 

Cardenal Paul Poupard : El Concilio Vaticano II (1 de 3)

 

 (publicado en el Nro 68 de la RevistaHumanitas, Chile al estar cumpliéndose los 50 años del Concilio Vaticano II) 

 


Al Concilio Vaticano II acompañó y sobre todo siguió una mutación sociocultural cuya amplitud, radicalidad, rapidez y carácter cósmico no tienen equivalente: el triunfo de los métodos críticos, la invasión de las ciencias humanas, la rebelión de parte de la juventud, la urbanización galopante, la secularización radical, la crisis del magisterio, el desinterés por todo cuanto proviene de una jerarquía, el acaparamiento de las cosas terrenales y la invasión de lo económico.

Lo recuerdo, era ayer, en ese otoño ya lejano de 1959. Angelo Giuseppe Roncalli había sucedido el año anterior al Papa Pío XII con el nombre de Juan XXIII. El viejo campesino lombardo, que en la sede de Pedro decían ser de transición, heredaba una Iglesia con tranquilas certezas en un mundo que, tras los crujidos de la Segunda Guerra Mundial, aspiraba a disfrutar la vida intensamente. Para asombro de todos, acababa de convocar un Concilio. Muchos no sabían ni siquiera de qué se trataba. Y prácticamente nadie lo esperaba. Mis profesores de la Facultad de Teología de Angers estaban convencidos de que a partir de la definición de la infalibilidad del Papa ya no era necesario un concilio.

Con su estilo pragmático, el buen Papa Juan, como lo llamaban —y también Juan extramuros—, desmentía la idea. Sería preciso por tanto aceptar la situación. Para algunos, eso era algo difícil. El Papa los ayudaba, sin grandes teorías, mediante numerosas confidencias en privado y en público. Todos mis visitantes en la Secretaría de Estado me decían que en cada audiencia Juan XXIII les hablaba del Concilio en su lenguaje familiar: “Una verdadera alegría para la Iglesia universal de Cristo, eso es lo que pretende ser el nuevo Concilio Ecuménico. En materia de concilio, somos todos novicios. El Espíritu Santo estará ahí cuando todos los obispos se reúnan. ¡Y se verá claramente! Será la flor espontánea de una primavera inesperada. El Concilio no es una asamblea especulativa; es un organismo vivo y vibrante, que abarca al mundo entero; una casa adornada para una fiesta, que resplandece con su decoración de primavera, donde la Iglesia llama a todos los hombres hacia ella”. “El Concilio —decía él, agregando el gesto a la palabra— es la ventana abierta, o también es sacar el polvo y barrer la casa, poner flores en ella y abrir la puerta diciendo a todos: ‘Vengan a ver. Aquí está la casa del Buen Dios’. El Concilio hará subir al Cielo un canto primaveral de juventud”. A los arquitectos les decía: “El Concilio quiere construir un edificio nuevo sobre los fundamentos colocados en el curso de la historia”. A una orquesta: “Será una poderosa sinfonía”. Y a todos: “Produce en todo el mundo una gran esperanza. ¿Qué puede ser un concilio sino la renovación del encuentro con el rostro de Jesús Resucitado? El Concilio es la Iglesia iluminando al mundo a través de los siglos. Sí, luz de Cristo, Iglesia de Cristo, luz de las naciones...” (Ver Documentación católica, T. LIX, 7 de octubre de 1962, No. 1385, El Concilio).


Luego tuvo lugar en la Plaza San Pedro la inolvidable procesión de los dos mil 860 padres, provenientes de 141 países; los obispos con mitra blanca, con el anciano Pontífice Papa en intenso recogimiento, como un bloque de oración; la interminable celebración —más de cinco horas en la Basílica de San Pedro— marcada por la extensa e impresionante homilía del viejo pontífice, con una voz sorprendentemente joven, firme y clara, fustigando a los profetas de desgracias y enunciando la famosa distinción entre el depósito de la fe y la forma del anuncio, debiendo este conservar no obstante el mismo sentido y el mismo alcance. La voz vigorosa resuena aún en mis oídos, marcada por un gesto resuelto: “Será preciso dar mucha importancia a esta forma y trabajar con paciencia, si es necesario, en esta elaboración. Y habrá que recurrir a una manera de presentar la enseñanza que tenga un carácter pastoral”.

Al clausurar esa primera sesión, el 8 de diciembre de 1962, Juan XXIII agregaba: “Será el nuevo Pentecostés tan esperado”; pero en privado añadía: “Mi parte será el sufrimiento”. Y moría, ofreciendo su vida por el Concilio.

Poco después de su muerte, su sucesor, Pablo VI, recogió ese legado con intrepidez, trayendo nuevamente a tierra, según la gráfica expresión de Jean Guitton, la carabela que quedaba en el cielo. Hierático y con recogimiento, abrió la segunda sesión el 29 de septiembre de 1963, manifestando de manera sorprendente la orientación que daba al Concilio: “Cristo es nuestro principio, nuestra vía y nuestro fin. De él venimos, en él caminamos, hacia él vamos”. La imagen, que empleó con audacia, se convirtió en un leitmotiv: el Concilio trabajará para tender un puente hacia el mundo contemporáneo. Estaban muy impresionados los observadores del patriarcado de Moscú con los cuales yo cenaba esa misma noche donde las Hermanas del Convento del Sagrado Corazón de Angers, en el Janículo.

 

El 7 de diciembre de 1965, presidiendo la sesión de clausura, Pablo VI destacaba la generosidad del Concilio en el encuentro con “el humanismo laico y profano, que se manifestó en su terrible estatura y en cierto sentido desafió al Concilio. ¿Qué sucedió? ¿Un choque, una lucha, un anatema? Eso podía ocurrir, pero no tuvo lugar. La vieja historia del samaritano fue el modelo de la espiritualidad del Concilio. Lo invadió enteramente una simpatía sin límites. El descubrimiento de las necesidades humanas —y son tanto mayores en la medida en que el hijo de la tierra va siendo más grande— absorbió la atención de nuestro Sínodo”. Y al día siguiente, en la Plaza San Pedro resplandeciente con el sol, en un gesto totalmente nuevo en la historia conciliar de los dos milenios, el Papa entregaba radiante los mensajes al mundo, a los gobiernos, a los hombres de pensamiento y de ciencia, a los artistas, a las mujeres, a los trabajadores, a los pobres, a los enfermos, a todos los que sufren, a los jóvenes, diciéndoles con calidez comunicativa: “Para la Iglesia Católica nadie es un extraño, nadie está excluido, nadie es lejano”. El Concilio terminaba en Roma y recién comenzaba a través del mundo.

Así, el Concilio, al terminar, recobraba la inspiración de su primer gesto, el mensaje dirigido al mundo el 20 de octubre de 1962, sobre el cual Pablo VI pudo decir: “Gesto insólito, pero admirable. ¡Es como si el carisma profético de la Iglesia hubiese explotado repentinamente! Como Pedro, que en el día de Pentecostés se sintió llamado a alzar de inmediato la voz y hablar al pueblo, habéis querido en primer lugar ocuparos no de vuestros asuntos, sino de aquellos propios de la familia humana, y entablar el diálogo no entre vosotros, sino con los hombres”.

 

miércoles, 24 de septiembre de 2025

Juan Pablo II en Eslovenia por 2da vez - beatificación obispo Slomšek – Recuerdos imborrables (reposteo)

 


La Iglesia eslovena celebra hoy la memoria litúrgica del Beato Anton Martin Slomsek y recuerda aquellos inolvidables momentos del 19 de septiembre de 1999 cuando el Papa Juan Pablo II, en emotiva ceremonia,   lo proclamaba beato en la ciudad de Maribor, Eslovenia. El Obispo Anton Martin Slomsek, era entonces el primer hijo de la nación eslovena en ser elevado a la gloria de los altares. (El 13 de junio de 2010 sería proclamado beato el mártir Alojzij Grozde)

El 19 de septiembre de 1999 todos los caminos de Eslovenia y países vecinos llevaban a la explanada de Betnava en Maribor, donde el Santo Padre Juan Pablo II, beatificaría al “primer hijo de la nación eslovena en ser elevado a la gloria de los altares”. La visita fue muy breve: tan sólo un día, pero toda Eslovenia era una fiesta.

Habían pasado tres años de su primera visita en 1996. “La santidad es la única fuerza que vence al mundo” nos había dicho entonces. 

Ahora venía a presentarnos un modelo de santidad esloveno, el obispo Anton Martin Slomšek, “un sarmiento que dio frutos abundantes de santidad cristiana, de singular riqueza cultural y de notable amor a la patria”. “En el nuevo beato – decía Juan Pablo II en su homilía - resplandecen, ante todo, los valores de la santidad cristiana. Siguiendo las huellas de Cristo, se hizo buen samaritano del pueblo esloveno … fiel y dócil a la Iglesia,  profundamente abierto al ecumenismo,  y en Europa central fue uno de los primeros en trabajar por la unidad de los cristianos”.


Habíamos salido muy temprano de Ljubljana (alrededor de las 5 am) hacia la plaza donde nos esperaba el bus. Todavía era de noche oscura, con fuerte lluvia. Aunque veníamos equipadas íbamos pensando cómo nos ubicaríamos allí (porque todos teníamos lugares predestinados) en medio del predio, la lluvia y el barro del parque. Las parroquias se encargaban de la logística, incluida la distribución de  agregados (una banqueta de cartón plegable, agua y  banderines).



Lluvia durante todo el viaje casi hasta  Maribor, si bien llegando había  amainado un poco . Allí  organizados,   encolumnados sobre un carril (el otro quedaba libre para los automóviles de invitados),  entre cantos y rezos,  íbamos moviéndonos lentamente,  como ondulantes ríos,  hacia nuestros respectivos lugares . De repente sucedió algo.  Se detiene un auto,  sorprendidas escuchamos “vamos rápido suban!!”  Era un amigo (parte del gobierno en ese momento ) de mi cuñado con su esposa. “Vamos suban, venimos sin  hijos”. Una de las hijas se había quedado en casa, la otra cantaba en el coro y ya estaba en el lugar,  y el hijo dedicado desde temprano como auxiliar de la  organización de los invitados. Había sucedido un pequeño milagro (que ya comente en otro post) : ya no nos harían falta las banquetas plegables y nos esperaba la tercer fila de los invitados, (en sillas por supuesto) un regalo del cielo. Hasta el dia de hoy me cuesta comprenderlo. En primer fila el Presidente Kučan y su esposa, en la segunda su ministro (*) con la esposa y detrás de ellos los asientos destinados a sus hijos que ocupamos nosotras.   Detrás nuestro el Ministro de Finanzas y una fila más atrás quien después sería Primer Ministro de Eslovenia,  Janez Janša!

 


Todo tan  cerca!! El altar, el coro, los invitados importantes y la gran pantalla donde pudimos ver la  llegada del Santo Padre y esos increíbles momentos cuando se abría la escotilla del avión,  se partían las nubes y aparecía el sol. 



El  maravilloso y tradicional repique de campanas, era acompañado, allí en el prado, por las voces de 2500 integrantes de coros de toda Eslovenia, que bajo la batuta del profesor Joze Trost de Ljubljana, entonaban el majestuoso “Jubilate Deo”; luego seguirían “Tu eres Pedro, la Piedra” “Este es el día que hizo el Señor” y “Maria, madre amada” dando comienzo a la solemne ceremonia con la participación de unos 200.000 fieles, entre ellos 800 sacerdotes, 55 arzobispos y obispos, 3 cardenales, 800 religiosas, 2100 monaguillos, 2000 scouts, 1500 inválidos, 800 catecúmenos, 320 auxiliares, 1600 invitados especiales.

Había llegado el tan esperado momento y el obispo de Maribor Franc Kramberger solicitaba al Santo Padre, en nombre de todo el pueblo esloveno, que proclamase beato al obispo Slomsek. Pronto se correría el velo y veríamos el  gran cuadro completo.

“Seguid las huellas de este compatriota vuestro, íntegro y generoso, que anhelaba conocer la voluntad de Dios y cumplirla a toda costa. Su firmeza interior y su optimismo evangélico estaban arraigados en una sólida fe en la victoria de Cristo sobre el pecado y sobre el mal.” nos decía el Santo Padre en su homilía. “Sed constructores de paz también dentro de Europa. El proceso de unificación, en el que el continente está comprometido, no puede basarse sólo en intereses económicos; también debe encontrar inspiración en los valores cristianos, en los que se arraigan sus raíces más antiguas y auténticas. Una Europa atenta al hombre y al pleno respeto de sus derechos es la meta a la que hay que dirigir los esfuerzos. Ojalá que la vieja Europa transmita a las nuevas generaciones la antorcha de la civilización humana y cristiana, que iluminó los pasos de sus antepasados durante el milenio que está a punto de concluir”

Durante la Eucaristía no puedo olvidar el momento de la comunión. Estuve por escapar y tratar de recibirla del mismo Juan Pablo II pero me detuvieron allí mismo en mi fila diciendo que no me dejarían pasar. Que hubiera ocurrido si lo intentaba? Nunca lo sabre!

En el Ángelus el Santo Padre recordaba los tres santuarios marianos más celebres de Eslovenia : Monte Santo, Brezje y Ptujska Gora y por la tarde, en el encuentro con los sacerdotes, religiosos y laicos en la catedral de Maribor, donde descansan los restos mortales del venerado obispo y nuevo beato Antón Martin Slomsek, el Santo Padre recordaba otras “personas que en este pueblo esloveno se han distinguido por sus virtudes… por ejemplo, los obispos Friderik Baraga, Janez Gnidovec y Anton Vovk; en el padre Vendelin Vosnjak; y en el joven Lojze Grozde”.


Después de rezar en la capilla de la Catedral ante los restos del nuevo beato el Santo Padre dirigió un mensaje a los 340 delegados del Sínodo de obispos, concluyendo este viaje apostólico tan breve, pero tan intenso ese mismo día.


El Obispo de Maribor Franc Kramberger lo despedía con un sincero y sencillo saludo esloveno “Santo Padre, a Dios gracias por todo lo que hemos vivido hoy junto a Usted y con Usted”

Juan Pablo II Eslovenia nunca lo olvidará!

Y nosotras tampoco. Había sido un día  pleno, magnifico, majestuoso, único,  que quedara grabado para siempre. Un verdadero cántico del Salmo 118:24- “Este es el dia que hizo el Señor, alegrémonos y regocijémonos en  él”.

 

(*)  Lojze Peterle, quien en mayo de 1990 fue Presidente del primer gobierno elegido democráticamente – coalición DEMOS –  un año antes elegido presidente del nuevo partido de la democracia cristiana SKD, los años 1993-1994 vicepresidente de gobierno y canciller y canciller también en 2000 y diutado y miembro de la UE durante años.

 

 

Invito ver entradas anteriores  Juan Pablo II visita Eslovenia 1996


martes, 23 de septiembre de 2025

Juan Pablo II, el santo padre Pio y mi visita de San Giovanni Rotondo (reposteo)

 


En mayo de 1987 en el marco de su  visita pastoral a Puglia el Santo Padre Juan Pablo II visitó cinco diócesis. La primera etapa de este viaje apostólico fue San Giovanni Rotondo (Foggia), ciudad de más de 20.000 habitantes, donde pasó la mayor parte de su vida y donde murió el 23 de septiembre de 1968 San Pío de Pietrelcina. El Papa había estado ya allí en 1947, siendo estudiante en Roma, y en 1974, siendo cardenal arzobispo de Cracovia.

El 23 de mayo de 1987 por la tarde, en el centenario del nacimiento del padre Pío (nacido el 25 de mayo de 1887 en Pietrelcina) el Papa acudió al Santuario de Santa María de las Gracias y visitó, en la cripta, la tumba del padre Pío, ante la que oró unos momentos. A continuación Juan Pablo II se dirigió al cercano hospital «Casa Alivio del Sufrimiento», obra que inspiró y promovió el padre Pío y que hoy es una gran institución; donde pronunció undiscurso. Y luego concelebró la Santa Misa en le Campo Sportivo Antono Massa  

En el 2006 finalmente pude ir a San Giovanni Rotondo. En tren desde Roma Termini a Foggia. Hermosa campiña ondulante, entre cerros y montañas, cierto parecido a la provincia de Cordoba, Argentina, pero mas poblado. Fui hasta tan afortunada que a mi lado se sentó una monjita muy habladora que me surtió de todo tipo de información acerca de los lugares por donde ibamos pasando, su gente, naturaleza e historia de esta region de Puglia, en parte rica, con plantaciones de todo tipo de productos exportables. Llegamos a la “mesada de la Puglia” que es Foggia, a las 11.11, pero el ómnibus a San Giovanni habido partido asi que debi tomar un taxi (50 Euros!) . Finalmente estaba alli ante el convento y la capilla como en un sueño....


Comenzada en 1540, consagrada y dedicada a Santa Maria de las Gracias el 5 de julio de 1676, donde el Padre Pio celebró misas desde 1945 a 1959. El Padre Pio, este extraordinario sacerdote de las estigmas y la increíble bilocación, llegó al monasterio por primera vez en 1916, un lugar solitario y apartado a 1500 mts de la ciudad misma, aceptando una invitacion del Padre Provincial que habia notado como sufria el calor estival. Su nombre quedó asociado al lugar para siempre.

 


Ya no es posible entrar a la celda misma del Padre Pio que debe verse a traves de un panel vidriado, pero aun asi lo senti muy cerca - qué emoción - recordando las palabras del Santo Padre Juan Pablo II “También yo, durante mi juventud, tuve el privilegio de aprovechar su disponibilidad hacia los penitentes”(canonización 16 06 2002).



Trate de quedarme todo el tiempo que pude rezando y observando sus pertenencias modestas, recordando sus palabras "Soy un pobre fraile que ora", convencido de que "la oración es la mejor arma que tenemos, una llave que abre el Corazón de Dios". Tomé algunas fotografias y continue mi peregrinar en esa atmosfera bendecida por corredores y pasillos donde se exhibe una gran cantidad de reliquias de este increíble, profundo y exigente santo, prolijamente guardadas y protegidas. Otros momentos especiales de vivencia profunda: ante la Cruz del Padre Pio y frente a su tumba, observar sus pertenencias, sus guantes, el confesionario, la silla, su escritorio....

 Algo enojoso quizas fue ver tanta gente tirando monedas sobre la tumba, como si fuese la Fontana de Trevi! Quizas debi haber preguntado, a lo mejor era su intenso deseo de volver.... De todas maneras, no es la Fontana de Trevi!

 

(hubo cambios despues de mi visita, ahora el Padre Pio descansa en el Santuario)

Tambien visite brevemente el primero y el 2do piso de la "Casa de alivio del sufrimiento". Una impresionante y desafiante idea del Padre Pio hecha realidad. El no quiso que esta “catedral de la caridad” se llamase hospital.



Pero wow, quede petrificada cuando entre a la Iglesia Nueva (con una capacidad de 10.000 personas sentadas) una pieza de arte moderno semicircular (como una San Pedro moderna). He visto muchas iglesias y capillas modernas, pero esta verdaderamente me impactó con su cruz artistica de bronce de 2,4 m de altura, 2,2 ancho, obra maestra de Arnaldo Pomodoro (quien admite haberse inspirado el dia de la beatificación del Padre Pio).



El arquitecto de la obra: Renzo Piano. Ya no me quedaba tiempo para el Via Crucis (oficialmente inaugurado en 1971) sobre la ladera del Monte Castellano, y me perdi la procesión. Pero necesitaba alcanzar el tren…. hmmmm no habia ómnibus a Foggia asi que otra vez debi tomarme un taxi. También el viaje de regreso fue interesante y agradable, una joven de Foggia que estudia en Roma, otra que trabaja en Roma y regresa a su casa los fines de semana, una del sur que hace años vive en Roma, elaborando un proyecto de desarrollo para el Sur pero piensa volver a sus pagos. Todas “emigrantes” en su propio pais, con sus problemas y preocupaciones. Volví tarde a Roma cansadísima pero espiritualmente satisfecha de haber cumplido uno de mis sueños pendientes y haber visitado a uno de los amigos de Juan Pablo II aun antes que fuese Papa.