Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

sábado, 6 de septiembre de 2025

Pablo VI y Juan Pablo II

 


Giovanni Battista (Enrico Antonio Maria) Montini , nació en Concesio, cerca de Brescia, Italia, el 26 de septiembre de 1897. En 1954, el Papa Pío XII lo nombró Arzobispo de Milán, donde debió enfrentar grandes retos, y seria conocido como el "Arzobispo de los obreros". En diciembre de 1958 fué creado Cardenal por S.S. Juan XXIII quien, al mismo tiempo, le otorgó un importante rol en la preparación del Concilio Vaticano II al nombrarlo asistente.

Al morir el Santo Padre Juan XXIII, Montini, a los 66 años, fue elegido Papa el 21 de junio de 1963.

En su primer mensaje al mundo el nuevo Santo Padre Pablo VI se comprometió a continuar los trabajos comenzados por Juan XXIII. Creó el Sínodo de los Obispos en 1965, y naturalmente quedó profundamente vinculado al Concilio Vaticano II que heredó y llevó a feliz término. El Concilio que habia sido inaugurado por decisión de Juan XXIII el 11 de octubre de 1962 concluyó solemnemente el 8 de diciembre de 1965.

De las 7 Encíclicas de Pablo VI la controvertida Humanae vitae del 24 de julio de 1968 fue la última.

Si bien no viajó tanto como Juan Pablo II, tambien él fue llamado en su momento “el papa viajero” y fue el primer Papa en viajar fuera de Europa.

Su relación con Polonia comenzó cuando en 1923 fué enviado a Varsovia a la Nunciatura, pero debido a su delicado estado de salud, que el crudo invierno polaco no favorecia, retornó a Roma comenzando alli su carrera diplomática al servicio de la Santa Sede.

Tuvo intenciones de regresar a Polonia ya como Pablo VI para las ceremonias del milenio en Jasna Gora, el 3 de mayo de 1966, pero las autoridades de entonces no se lo permitieron, hecho que Juan Pablo II citó en su visita al Santuario de Jasna Gora el 4 de junio de 1997 diciendo “Quisiera ahora citar las palabras de mi predecesor en la sede de Pedro, Pablo VI, el Papa que amaba a Polonia y quería participar en las ceremonias del milenio en Jasna Góra, el 3 de mayo de 1966, pero al que las autoridades de entonces no se lo permitieron. «Amad a la Iglesia. Ha llegado la hora de amar a la Iglesia con corazón fuerte y nuevo. (...) Los defectos y las flaquezas de los hombres de Iglesia tendrían que volver más fuerte y solícita la caridad de quien quiere ser miembro vivo, sano y paciente de la Iglesia. Así hacen los hijos buenos, así hacen los santos. (...) Amarla (a la Iglesia) significa estimarla y ser felices de pertenecer a ella, significa ser denodadamente fieles; significa obedecerle y servirla, ayudarla con sacrificio y con gozo en su ardua misión»

 En su Audiencia del miércoles 25 de junio de 2003 Juan Pablo II recordando los cuarenta años de la elección a la Cátedra de Pedro de Pablo VI y los 25 años de su muerte expresó : “Al sucederle en la Cátedra de Pedro, me he esforzado por proseguir la acción pastoral que había iniciado, inspirándome en él como en un padre y maestro”….. Pude apreciar personalmente el empeño que Pablo VI puso siempre con vistas a la necesaria actualización de la Iglesia a las exigencias de la nueva evangelización. Pablo VI, apóstol fuerte y amable, amó a la Iglesia y trabajó por su unidad y por intensificar su acción misionera….. Con prudente sabiduría supo resistir a la tentación de "adaptarse" a la mentalidad moderna, afrontando con fortaleza evangélica dificultades e incomprensiones, y en algunos casos también hostilidades…. Su magisterio es rico y, en gran parte, está orientado a educar a los creyentes en el sentido de Iglesia.. Entre sus numerosas intervenciones, me limito a recordar, además de la encíclica Ecclesiam suam, publicada al inicio de su pontificado, su conmovedora profesión de fe, conocida como el Credo del pueblo de Dios, que pronunció con vigor en la plaza de San Pedro el 30 de junio de 1968…. sus valientes tomas de posición en defensa de la vida humana con la encíclica Humanae vitae, y a favor de los pueblos en vías de desarrollo con la encíclica Populorum progressio, para construir una sociedad más justa y solidaria” .

La relación del Santo Padre Pablo VI con Karol Wojtyla tuvo varios momentos importantes que se fueron fortaleciendo en el tiempo: desde las tres campanas enviadas para la parroquia de San Florian en Cracovia, confiscadas por las autoridades pero luego entregadas, a la beatificación de Maximiliano Kolbe durante el II Sinodo de Obispos en Roma.

Karol Wojtyla fue nombrado Arzobispo y creado cardenal por Pablo VI. Además durante las arduas negociaciones con el régimen para construir una iglesia en Nowa Huta recibió de Pablo VI un regalo especialmente simbólico: la piedra basal que formaría parte de la Iglesia Arka Pana en Nowa Huta. Karol Wojtyla iba ganando cierta admiración por parte del Santo Padre Pablo VI y su activa y entusiasta participación en el Concilio Vaticano II habría intensificado esa relación. En 1976 el Santo Padre Pablo VI llamó al Cardenal Wojtyla al Vaticano para que predique los ejercicios espirituales de Cuaresma para el Pontífice y la Curia. El tema elegido por Wojtyla fué : "Signos de contradicción", reflexiones que más tarde serían publicadas en varias lenguas.

El 29 de mayo de 1970 Wojtyla y otros sacerdotes polacos participan en Roma de las celebraciones por el 50º aniversario de sacerdocio de Pablo VI y al dia siguiente de la Santa Misa y la audiencia especial. El 30 de mayo de 1970 el Santo Pare Pablo VI dirige un discurso a los sacerdotes de Polonia por la XXV liberacion de los campos de concetración.

De Pablo VI llamado a veces el “papa olvidado” Juan Pablo II dijo: "El Señor había dado a Pablo VI dotes incomparables, que él hizo fructificar estupendamente, con una delicadísima modestia: el corazón lleno de comprensión y longanimidad; la inteligencia aguda, lúcida, sintética; la mirada viva y penetrante; la voluntad diamantina sin compromisos; la fuerza y la belleza de la expresión hablada y escrita; los monumentos de sus encíclicas y de sus discursos; el ardor de sus viajes que él inició, el primero en este siglo a escala internacional, en el ansia que le urgía en su interior de proclamar la verdad, de anunciar a Cristo, de hacer amar a María, Madre de la Iglesia, de hacer conocer la misma Iglesia. Su inteligencia y cultura le dieron un sentido agudo de la grandeza y de la miseria del hombre en una situación contradictoria como aquella de nuestra generación: pero su fe y caridad le inspiraron aquella «civilización del amor» sin la cual, hoy como nunca, la humanidad difícilmente podrá encontrar la solución a los problemas que la turban profundamente. Comprendió al hombre porque lo miró con los ojos de Cristo. Ayudó al hombre, porque lo amó con el amor de Cristo. Sirvió al hombre, porque le indicó la verdad de Cristo en toda su plenitud"

 

 

viernes, 5 de septiembre de 2025

Santa Madre Teresa de Calcuta, “pequeña mujer enamorada de Dios”

 


"Os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25, 40).

Este pasaje evangélico, tan fundamental para comprender el servicio de la madre Teresa a los pobres, fue la base de su convicción llena de fe de que al tocar los cuerpos quebrantados de los pobres, estaba tocando el cuerpo de Cristo. A Jesús mismo, oculto bajo el rostro doloroso del más pobre de entre los pobres, se dirigió su servicio. La madre Teresa pone de relieve el significado más profundo del servicio: un acto de amor hecho por los hambrientos, los sedientos, los forasteros, los desnudos, los enfermos y los prisioneros (cf. Mt 25, 34-36), es un acto de amor hecho a Jesús mismo.

Lo reconoció y lo sirvió con devoción incondicional, expresando la delicadeza de su amor esponsal. Así, en la entrega total de sí misma a Dios y al prójimo, la madre Teresa encontró su mayor realización y vivió las cualidades más nobles de su feminidad. Buscó ser un signo del "amor, de la presencia y de la compasión de Dios", y así recordar a todos el valor y la dignidad de cada hijo de Dios, "creado para amar y ser amado". De este modo, la madre Teresa "llevó las almas a Dios y Dios a las almas" y sació la sed de Cristo, especialmente de aquellos más necesitados, aquellos cuya visión de Dios se había ofuscado a causa del sufrimiento y del dolor.

 "El Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate de todos" (Mc 10, 45). La madre Teresa compartió la pasión del Crucificado, de modo especial durante largos años de "oscuridad interior". Fue una prueba a veces desgarradora, aceptada como un "don y privilegio" singular.

En las horas más oscuras se aferraba con más tenacidad a la oración ante el santísimo Sacramento. Esa dura prueba espiritual la llevó a identificarse cada vez más con aquellos a quienes servía cada día, experimentando su pena y, a veces, incluso su rechazo. Solía repetir que la mayor pobreza era la de ser indeseados, la de no tener a nadie que te cuide.

"Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti". Cuántas veces, como el salmista, también madre Teresa, en los momentos de desolación interior, repitió a su Señor:  "En ti, en ti espero, Dios mío".

Veneremos a esta pequeña mujer enamorada de Dios, humilde mensajera del Evangelio e infatigable bienhechora de la humanidad. Honremos en ella a una de las personalidades más relevantes de nuestra época. Acojamos su mensaje y sigamos su ejemplo.

Virgen María, Reina de todos los santos, ayúdanos a ser mansos y humildes de corazón como esta intrépida mensajera del amor. Ayúdanos a servir, con la alegría y la sonrisa, a toda persona que encontremos. Ayúdanos a ser misioneros de Cristo, nuestra paz y nuestra esperanza. Amén.

(de laHomilia del Papa Juan Pablo II en la Misa de Beatificacion de la Madre Teresade Calcuta el 19 de octubre de 2003) l

 La Madre Teresa fue  canonizada por el Papa Francisco el 4 de septiembre de 2016. 

Masinformacion sobre la Madre Teresa el dia de la beatificación y otros documentosinteresantes sobre las Misiones y temas afines. 

Invitovisitar Posts en este blog sobre la Madre Teresa 

jueves, 4 de septiembre de 2025

Juan Pablo II: Mis conversaciones con Pablo VI

 


“El primero de estos encuentros tuvo lugar durante la primera sesión del Concilio Vaticano, cuando el Santo Padre Pablo VI aun era cardenal….Arzobispo de Milán.  Me dirigí a el por un tema muy especial.  Como vicario capitular de la Arquidiócesis de Cracovia, le llevaba un pedido de la parroquia de San Florián – encargado por su pastor – solicitando el obsequio de campanas para la iglesia.  Serian un símbolo de unidad y lazos entre iglesias.  El Cardenal Montini enseguida comprendió y comenzó a hablar de sus recuerdos de Polonia, donde había vivido como parte del personal de la nunciatura en Varsovia.  El había sido testigo de la devolución de las campanas retiradas durante la primera guerra mundial y luego traídas para su reconocimiento.   Las campanas habían sido donadas por la parroquia de Seregno…

Recuerdo particularmente bien nuestros encuentros previos a mi nombramiento al cardenalato. Era abril de 1967. Nunca olvidare lo que entonces dijo el Papa en conexión a la preparación del documento que un año más tarde aparecería como la encíclica Humanae vitae.  Como yo era miembro de un comité especial no había podido participar en aquella reunión en junio de 1966 y entonces le envié mi opinión al Santo Padre por escrito. El Papa comenzó una discusión sobre el tema de inmediato….  Y comprendí entonces la gravedad de los problemas a los cuales se estaba enfrentando Pablo VI como maestro y pastor de la iglesia. Nuestras reuniones trataban de temas variados.   La mayoría eran reuniones privadas en las cuales me encontraba a solas con el Santo Padre. Pero también hubo reuniones grupales. 

He participado varias veces de las reuniones que Pablo VI mantenía con el Consejo para los Laicos en las cuales participe como asesor del Consejo, también en las audiencias con la Secretaria General del Sínodo de Obispos. Y finalmente reuniones grupales con los obispos polacos.  Recuerdo con particular emoción la reunión mantenida en noviembre de 1973, cuando junto con el Cardenal Primado y nuevo Arzobispo metropolitano  de Wroclaw, y los obispos residentes de Opole, Gozow, Szcezin, Koszalin, Gdansk y Warmia,  agradecimos por la institución definitiva de una jerarquía regular de la Iglesia polaca para los territorios del oeste y el norte.  

Durante su pontificado de quince años, mantuvimos  tres visitas ad limina, 1967/68, 1972, y 1977. Siempre admire como se preparaba el Santo Padre para sus audiencias. Era emocionante escucharle hablar de temas eclesiales – a veces también acerca de la Iglesia en Italia y en Roma, cuando lo que decía correspondía a sus reflexiones personales. … Quienes participaban en estas conversaciones se sentían particularmente agradecidos por poder ser parte de este sollicitudo ómnium Ecclesiarum paulista…..Era una persona muy cálida – muchas veces extendía sus reuniones más allá del horario programado,  aun cuando se le notificaba que el tiempo había terminado…. Nunca rechazo recibir a los sacerdotes acompañantes, aunque traté de no aprovecharme de esta disposición. 


Naturalmente, recuerdo muy vivamente aquella reunión excepcional con Pablo VI a la cual me invitara durante la Cuaresma de 1976. Fue un retiro…. Me agradeció el ultimo día recibiéndome en audiencia privada….. Podríamos hablar mucho acerca de los tantos obsequios recibidos de él, en las varias reuniones.  Mencionare tan solo uno,  una particularmente importante: fue durante el Concilio Vaticano. El Santo Padre estaba muy interesado en el tema de la iglesia de Nowa Huta. Recuerdo cuando le hablaba sobre como los parroquianos asistieron a la Santa Misa…. escuchándome me interrumpió y me pregunto en polaco: “mroz”? (frío) si dijo,  recuerdo esta palabra de cuando conocía mejor vuestra lengua. El final de estas conversaciones fue que Pablo VI bendijo personalmente la piedra angular de la iglesia de Nowa Huta…. La última vez que vi a Pablo VI fue el 19 de mayo de 1978. Fue en una audiencia con el Consejo de al Secretaria General del Sínodo de Obispos…y aquella fue la ultima reunión.  El 11 de agosto el obispo Andrzej Deskur me llevo directamente del aeropuerto a la Basílica. Alli me arrodillé, rece y mire ese rostro que había visto tantas veces en mis conversaciones. Aquellos ojos tan vividos ahora estaban cerrados… Ahora ya no puedo  hablar con el. Está en otra dimensión.  Ahora el mira a otro Rostro. “  

(Fuente:  Adam Boniecki: Kalendarium of the Life of Karol Wojtyla, Marians of the Immaculte Conception, 2000)


 

Pablo VI – perfil biográfico (1897-1978)l

 


Segundogénito de Giorgio y de Giuditta Alghisi, Giovanni Battista Montini nació en Concesio, Brescia (Italia), el 26 de septiembre de 1897. De familia católica muy comprometida en el ámbito político y social, frecuentó la escuela primaria y secundaria en el colegio Cesare Arici de Brescia dirigido por los jesuitas, y la concluyó en el instituto estatal de la ciudad en 1916.

En otoño de ese año ingresó en el seminario de Brescia y cuatro años más tarde, el 29 de mayo de 1920, recibió la ordenación sacerdotal. Después del verano se trasladó a Roma, donde estudió filosofía en la Pontificia Universidad Gregoriana y letras en la universidad estatal, obteniendo luego el doctorado en derecho canónico y en derecho civil. Mientras tanto, tras un encuentro con el sustituto de la Secretaría de Estado Giuseppe Pizzardo en octubre de 1921, fue destinado al servicio diplomático y por algunos meses de 1923 trabajó en la nunciatura apostólica de Varsovia.

Comenzó a prestar servicio en la secretaría de Estado el 24 de octubre de 1924. En ese período acompañó a los estudiantes universitarios católicos reunidos en la fuci, de la que fue consiliario eclesiástico nacional de 1925 a 1933. Mientras tanto, a comienzos de 1930, fue nombrado secretario de Estado el cardenal Eugenio Pacelli, del que llegó a ser progresivamente uno de sus más estrechos colaboradores, hasta que en 1937 fue promovido a sustituto de la Secretaría de Estado. Función que mantuvo también cuando a Pacelli —que fue elegido Papa en 1939 tomando el nombre de Pío XII— le sucedió el cardenal Luigi Maglione. Ocho años más tarde, en 1952, fue nombrado prosecretario de Estado para los asuntos ordinarios.



Fue él quien preparó el borrador del extremo aunque inútil llamamiento de paz que el Papa Pacelli lanzó por radio el 24 de agosto de 1939, en vísperas del conflicto mundial: «Nada se pierde con la paz. Todo puede perderse con la guerra».

El 1 de noviembre de 1954 recibió inesperadamente el nombramiento como arzobispo de Milán, donde inició su ministerio el 6 de enero de 1955. Como guía de la Iglesia ambrosiana se comprometió plenamente a nivel pastoral, dedicando una especial atención a los problemas del mundo del trabajo, de la inmigración y de las periferias, donde promovió la construcción de más de cien nuevas iglesias.

Fue el primer cardenal que recibió la púrpura cardenalicia de manos de Juan XXIII, el 15 de diciembre de 1958. Participó en el Concilio Vaticano II, donde sostuvo abiertamente la línea reformadora. Tras fallecer Roncalli, el 21 de junio de 1963, fue elegido Papa y tomó el nombre de Pablo, con una referencia clara al apóstol evangelizador.

En los primeros actos del pontificado quiso destacar la continuidad con el predecesor, en particular con la decisión de retomar el Vaticano II, que volvió a abrirse el 29 de septiembre de 1963. Condujo los trabajos conciliares con atenta mediación, favoreciendo y moderando la mayoría reformadora, hasta su conclusión que tuvo lugar el 8 de diciembre de 1965 y precedida por la mutua anulación de las excomuniones surgidas en 1054 entre Roma y Constantinopla.

Se remonta también al período del Concilio los primeros tres de los nueve viajes que durante su pontificado le llevaron a los cinco continentes (diez fueron, en cambio, sus visitas en Italia): en 1964 visitó Tierra Santa y luego India, y en 1965 Nueva York, donde pronunció un histórico discurso ante la asamblea general de las Naciones Unidas. Ese mismo año inició una profunda modificación de las estructuras del gobierno central de la Iglesia, creando nuevos organismos para el diálogo con los no cristianos y los no creyentes, instituyendo el Sínodo de los obispos —que durante su pontificado tuvo cuatro asambleas ordinarias y una extraordinaria entre 1967 y 1977— y reformando el Santo Oficio.

Su voluntad de diálogo en el seno de la Iglesia, con las diversas confesiones y religiones y con el mundo estuvo en el centro de la primera encíclica Ecclesiam suam de 1964, seguida por otras seis: entre estas hay que recordar la Populorum progressio de 1967 sobre el desarrollo de los pueblos y la Humanae vitae de 1968, dedicada a la cuestión de los métodos para el control de la natalidad, que suscitó numerosas polémicas incluso en ambientes católicos. Otros documentos significativos del pontificado son la carta apostólica Octogesima adveniens de 1971 para el pluralismo del compromiso político y social de los católicos, y la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi de 1975 sobre la evangelización del mundo contemporáneo.

Comprometido en la no fácil tarea de aplicar las indicaciones del Concilio, aceleró el diálogo ecuménico a través de encuentros e iniciativas importantes. El impulso renovador en el ámbito del gobierno de la Iglesia se tradujo luego en la reforma de la Curia en 1967, de la corte pontificia en 1968 y del Cónclave en 1970 y en 1975. También en la liturgia realizó un paciente trabajo de mediación para favorecer la renovación pedida por el Vaticano II, sin lograr evitar las críticas de los sectores eclesiales más avanzados y la oposición de los conservadores.

Con la creación de 144 purpurados, la mayor parte no italianos, en seis consistorios remodeló notablemente el Colegio cardenalicio y acentuó su carácter de representación universal. Durante el pontificado desarrolló, además, la acción diplomática y la política internacional de la Santa Sede, comprometiéndose en favor de la paz —gracias a la institución también de una especial jornada mundial celebrada desde 1968 el 1 de enero de cada año— y prosiguiendo el diálogo con los países comunistas de Europa central y oriental comenzado por Juan XXIII.

En 1970, con una decisión sin precedentes, declaró doctoras de la Iglesia a dos mujeres, santa Teresa de Ávila y santa Catalina de Siena. Y en 1975 —tras el jubileo extraordinario que tuvo lugar en 1966 para la conclusión del Vaticano II y el Año de la fe celebrado entre 1967 y 1968 con ocasión del XIX centenario del martirio de los santos Pedro y Pablo— convocó y celebró un Año santo.

Murió el 6 agosto de 1978, por la tarde, en la residencia de Castelgandolfo, casi improvisamente. Tras el funeral que se celebró el 12 en la plaza de San Pedro, fue sepultado en la basílica vaticana.

El 11 de mayo de 1993 se inició en la diócesis de Roma la causa de canonización. El Papa Francisco autorizó a la Congregación para las causas de los santos la promulgación del decreto relativo al milagro atribuido a su intercesión.

Pablo VI fue beatificado el 19 de octubre de 2014 por el Papa Francisco..

Fue canonizado por el Papa Francisco en la Plaza de San Pedro el 14 de octubre de 2018.

lunes, 1 de septiembre de 2025

Karol Wojtyla, testigo de excepción en el Conciio Vaticano II - Teresa Cid, Universidad CEU, San Pablo, Brasil

 


Cuando comenzó el Concilio Vaticano II, Karol Wojtyla tenía cuarenta y dos años, y llevaba cuatro como obispo auxiliar de Cracovia, su participación en el Concilio, fue un acontecimiento decisivo para su existencia como obispo y una referencia constante durante todo su pontificado, así lo refleja en su testamento espiritual: «Estoy convencido de que durante mucho tiempo aún las nuevas generaciones podrán recurrir a las riquezas que este Concilio del siglo XX nos ha regalado. Como obispo que participó en el acontecimiento conciliar desde el primer día hasta el último, deseo confiar este gran patrimonio a todos los que están y estarán llamados a aplicarlo. Por mi parte, doy las gracias al eterno Pastor, que me ha permitido estar al servicio de esta grandísima causa a lo largo de todos los años de mi pontificado» .

La participación en un Concilio, en este caso el de Trento, y el celo pastoral marcó también la vida de otro gran santo: «Cuando pienso —escribe— en san Carlos Borromeo me conmueve la coincidencia de los hechos y quehaceres. Fue obispo de Milán en el siglo XVI, en el periodo del Concilio de Trento. A mí, el Señor me ha concedido ser obispo en el siglo XX, precisamente durante el Concilio Vaticano II, en vistas al cual se me ha confiado la misma tarea: su realización. Debo decir que en estos años de pontificado he pensado constantemente en la puesta en práctica del Concilio. Me ha sorprendido siempre esta coincidencia y en aquel obispo me fascinaba especialmente su enorme dedicación pastoral» .

Esa dedicación pastoral es una constante que le define a él también. Se puede afirmar que Karol Wojtyla incorpora a su pensamiento todo el bagaje necesario para desarrollar su incansable actividad pastora , de hecho, el origen de sus estudios sobre el hombre es, como él mismo escribe: «en primer lugar, pastoral, y es desde el ángulo de lo pastoral cómo, en Amor y responsabilidad, formulé el concepto de norma personalista. Tal norma es la tentativa de traducir el mandamiento del amor al lenguaje de la ética filosófica. La persona es un ser para el que la única dimensión adecuada es el amor. Somos justos en lo que afecta a una persona cuando la amamos: esto vale para Dios y vale para el hombre. El amor por una persona excluye que se la pueda tratar como un objeto de disfrute» . Esta norma, ya presente en Kant, subraya que la persona no puede ser tratada como medio sino como fin. Sin embargo, Kant, que se opone al utilitarismo anglosajón, no interpreta de modo completo el mandamiento del amor que exige la afirmación de la persona por sí misma. La verdadera interpretación personalista del amor se encuentra en las palabras del Concilio, tal como destaca nuestro autor: «“el hombre —que en la tierra es la única criaturaque Dios ha querido por sí misma— no puede encontrarse plenamente a sí misma si no es a través del don sincero de sí”.

Queda formulado con claridad el principio de afirmación de la persona por el simple hecho de ser persona; al mismo tiempo el texto conciliar subraya que lo más esencial del amor es el “sincero don de sí mismo”. En este sentido la persona se realiza mediante el amor. Así pues, estos dos aspectos —la afirmación de la persona por sí misma y el don sincero de sí mismo— no solo no se excluyen mutuamente, sino que se confirman y se integran de modo recíproco. El hombre se afirma a sí mismo de manera más completa dándose»

En sus intervenciones en el Concilio sobresalen sus preocupaciones pastorales y su interés por la participación de los laicos en la misión de la Iglesia .

Una de sus intervenciones en la tercera sesión (21-10-1964), sobre el entonces esquema XIII, provocó que se le incluyera en el equipo redactor: «Así pues, —escribe— ya durante la tercera sesión me encontré en el équipo que preparaba el llamado esquema XIII, el documento que se convertiría luego en la Constitución pastoral Gaudium et spes, pude de este modo participar en los trabajos extremadamente interesantes de este grupo, compuesto por representantes de la Comisión teológica y del Apostolado de los laicos. Permanece vivo en mi memoria el recuerdo del encuentro de Ariccia, en enero de 1965»

Durante su participación en la nueva redacción del esquema XIII de la Gaudium et spes, hizo esta propuesta muy conocida por los estudiosos: “Ya que el esquema quiere tener sobre todo un carácter profundamente pastoral, es bueno que se le dé la mayor importancia a la persona humana, tanto en sí misma como en la comunidad (en la vida social) y en general. En efecto, toda la solicitud pastoral presupone la persona humana, ya sea como sujeto […] ya sea como objeto»  En la alocución aborda fundamentalmente dos argumentos: el primero, sobre la “índole pastoral” del esquema, que justifica la atención principal que recibe, en la primera parte del esquema, la persona humana, considerada según la integridad de su vocación. Ahora bien, la pastoralidad sugiere, además, que el texto refleje adecuadamente el horizonte salvífico pues toda la solicitud pastoral presupone la obra de redención realizada en la cruz. Insiste en que la obra de la Iglesia no puede ser reducida al servicio de la edificación del mundo, pues el mayor servicio de la Iglesia es el servicio de la salvación eterna. Subraya que el elemento de la crítica del mundo es tan esencial como la actitud positiva hacia el esfuerzo humano. La idea de la trascendencia de la salvación eterna relativa a todo fin mundano es característica de su pensamiento. Esta idea de trascendencia permite comprender como la redención puede habitar la historia del hombre y, sin embargo, ser siempre irreductible a ella, e ilumina el sentido más profundo del bien común.

La segunda parte de la alocución está dedicada al tema del ateísmo y su relación con la libertad religiosa. Propone distinguir el ateísmo fruto de la decisión personal, del ateísmo impuesto coercitivamente, que constituye una ofensa contra la ley natural. Afirma que no es suficiente considerar el ateísmo como negación de Dios, el problema es específicamente humano: el hombre ateo está persuadido de su soledad final, escatológica. Se entiende entonces que el hombre responda a esta soledad vinculada a la negación de la inmortalidad buscando un sucedáneo de eternidad en el colectivismo.

Tras la clausura del Vaticano II, al regresar a Polonia organizó la celebración de un sínodo diocesano con amplia participación de sacerdotes y laicos. Sus trabajos se inician en 1972 y fueron clausurados por él ya como papa en 1979. Sobre la base de su experiencia conciliar y con vistas al sínodo, publicó La renovación en sus fuentes. Sobre la aplicación del Concilio Vaticano II (1972), una reflexión sistemática que recogía el núcleo de las enseñanzas del Concilio. Al comenzar la tercera parte del libro anota: «En conformidad con la situación del presente estudio, no tratamos de dar una explicación de la doctrina del Vaticano II “como tal”, sino más bien buscar en todo el magisterio conciliar la respuesta a las preguntas de carácter existencial: ¿Qué significa ser creyente, ser cristiano, estar en la Iglesia?».

A su juicio, el Concilio al responder a estos interrogantes existenciales en los que estaba implícito el problema central del Concilio, «Iglesia, ¿qué dices de ti misma?13», ha propiciado un verdadero enriquecimiento de la fe. Para el arzobispo de Cracovia la participación de todos los cristianos en la triple misión de Cristo, es decir, la dimensión profética, sacerdotal y real, era la clave decompresión de la doctrina conciliar. Esta toma de conciencia debía ir acompañada de una responsabilidad en la vida real y cotidiana.

Siguiendo la estela del Concilio, en su primera encíclica, Redemptor hominis (1979), el misterio de la redención está visto con los ojos de la gran renovación del hombre y de todo lo que es humano, propuesto por el Concilio, especialmente en la Gaudium et spes14. La encíclica recuerda el número 22 de Gaudium et spes,  como lo recuerda también la famosa homilía de inicio del pontificado:

 «Hermanos y hermanas, no tengáis miedo de acoger a Cristo y de aceptar su potestad, Ayudad al Papa y a todos los que quieren servir a Cristo y, con la potestad de Cristo, servir al hombre y a la humanidad entera, ¡No temáis!, ¡Abrid, más aun, abrid de par en par las puertas a Cristo! […]. Cristo conoce “lo que hay dentro del hombre”, ¡sólo Él lo conoce!”».

En la carta apostólica Novo millennio ineunte (2000) con motivo de la clausura de la celebración del Año jubilar, nos recuerda que el Vaticano II es «la gran gracia de la que la Iglesia se ha beneficiado en el siglo XX, una brújula segura para orientarnos en el camino del tercer milenio».

 Invito leer el articulo completo y ver todas las  referencias  “La superación de laautorreferencialidad del bien común en las fuentes wojtylianas” -  TERESA CID Universidad CEU San Pablo

 


Karol, un poeta de la piedra y de lo inmenso

 


Es verdad para todos los pontífices, naturalmente. Pero lo es, de manera especial, para Juan Pablo II, el primer papa eslavo, polaco, que conoció en carne propia las tragedias del siglo XX. Y, por lo tanto, no se puede comprender la figura de Karol Wojtyla –del mismo modo en que no se puede comprender su pontificado, basado en la defensa de la persona humana, de su dignidad, de sus derechos– sin remontarse a los orígenes, a las raíces de su vocación, a las diversas situaciones y experiencias que ha vivido. Incluida la experiencia artística.

Karol se acercó a la literatura en los años del bachillerato, en Wadowice, donde nació. Y al comenzar entonces a hacer teatro, su otra pasión, se dedicó obviamente a los mayores autores clásicos: Mickiewicz, Slowacki, Krasinski. Los cuales en el siglo XIX, con una Polonia borrada del mapa geopolítico de Europa, lograron preservar el patrimonio de su cultura y, por lo tanto, salvaguardar la identidad de la nación.

Pero, más aún que de los grandes poetas románticos, Wojtyla fue influenciado por la poesía de Cyprian Norwid. Otro extraordinario cantor de Polonia, pero más atento al hombre, a la relación entre fe y vida, a una visión más universal de la historia humana. Y, precisamente de Norwid, el joven Wojtyla aprendió el lenguaje de la poesía como comunicación de las emociones, de los sentimientos, de los propios ideales, de la propia tensión espiritual y, conjuntamente, como interpretación de la realidad, de los hechos de la vida humana.


La poesía de Karol, desde los inicios, se intuía a menudo con alusiones autobiográficas. Como la composición de la primavera de 1939, una de las primeras, si no es que la primera, cuando él tenía 19 años. Un desahogo dramático, porque expresaba toda su añoranza, pero se podría también decir su nostalgia, por la falta de su madre, fallecida desde hacía tiempo.

«Sobre tu blanca tumba
florecen las flores blancas de la vida.
Oh, cuántos años han desaparecido ya
sin ti – ¿cuántos años?
Sobre tu tumba blanca
cerrada desde hace años
algo parece levantarse:
inexplicable como la muerte.
Sobre tu tumba blanca,
Madre, amor mío apagado,
desde mi amor filial
una oración:
Dale a ella el eterno reposo».

Wojtyla fue un artista poliédrico. Hizo teatro, escribió de todo; dramas históricos, textos teatrales, ensayos científicos. Pero fue especialmente en la poesía donde logró expresar mejor el sentido profundo de lo que él mismo definió como el «continente hombre». El hombre en carne y hueso que se enfrenta con su libertad y con la esperanza cristiana. El hombre lidiando con las grandes preguntas de la vida. El hombre a menudo desfigurado, humillado por los falsos humanismos y, en cambio, en cuanto hijo de Dios, en posesión de su dignidad fundamental.

Mientras tanto, estalló la II Guerra Mundial, Polonia había sido invadida por los nazis. Y Karol, para no ser deportado a un campo de concentración, fue obligado a trabajar como obrero en una cantera de mármol. Sin embargo, precisamente esa experiencia le hizo conocer la dureza pero también el valor decisivo del trabajo: y de ahí –como recordará siendo Papa– el «misterio del hombre» tomó el primer lugar en sus reflexiones, y se sintió impulsado irresistiblemente a «defender el respeto del hombre».

«La piedra te da su poder, el trabajo madura al hombre
que recibe de él inspiración para un difícil bien.
Con el trabajo empieza un crecimiento de corazón y de mente
que a tantas personas implica y tantos eventos importantes
y entre los martillos madura el amor…».

Esta poesía, de 1956, se llamaba de hecho La cantera de mármol. Y, hasta un cierto punto, se llenaba de tristeza, de angustia. Karol estaba desconsolado por la muerte de un compañero de trabajo, arrollado por una explosión de dinamita.

«…Levantaron el cuerpo. Desfilaron en silencio.
De él aún emanaba cansancio y un sentido de injusticia…
Lo extendieron sobre un lienzo de grava.
Vino la mujer deshecha. Volvió el niño de la escuela…
Las piedras de nuevo se mueven. El carrito desaparece
entre las flores.
De nuevo una descarga eléctrica incide la cantera.
Pero el hombre se lleva consigo la secreta estructura del mundo
donde el amor prorrumpe más alto cuanto más lo impregna la rabia».

Sacerdote y obispo bajo el comunismo

Y entonces vino la gran decisión. Karol se volvió sacerdote. Estudió dos años en Roma y a su regreso, encontró su patria bajo un nuevo totalitarismo, el comunismo. Después de una breve experiencia en parroquia, se dedicó al ministerio de la confesión y se ocupó particularmente de jóvenes y parejas.

De esta manera conoció directamente, y desde dentro, toda la gama de sentimientos humanos y sus problemas existenciales: de los muchos interrogantes de las nuevas generaciones de cara a un futuro incierto, contradictorio, y sobretodo muy marcado por una concepción materialista, a las alegrías pero también a los dramas de la vida matrimonial.

Y todo esto, mediado siempre por una profunda sensibilidad religiosa, espiritual, entró en la obra literaria de Wojtyla. Como por ejemplo El taller del orfebre, de 1960, cuando ya era obispo. Es una pieza en verso, con la narración de tres historias de parejas, distintas pero enlazadas entre sí. Y basta el íncipit para entender la intensidad con que el autor se había acercado al gran misterio del amor.

Lo dice Teresa, la protagonista de la primera historia:

«Andrés me ha elegido y ha pedido mi mano.
Sucedió hoy entre las cinco y las seis de la tarde…
Caminaba por la parte derecha de la plaza,
cuando Andrés se volvió y dijo:
¿Quieres ser la compañera de mi vida?
Así dijo. Y no: quieres ser mi mujer,
sino: la compañera de mi vida…».

Karol Wojtyla se volvió arzobispo de Cracovia. Y, al hacerlo, fue el protector de todos los perseguidos por el régimen comunista: los obreros, los intelectuales, los jóvenes, los judíos, los revisionistas que esperaban aún en un socialismo con rostro humano. Wojtyla no se detuvo frente a las ideologías ni a las confesiones religiosas: defendió al hombre, cualquier hombre que fuera oprimido, pisoteado en su libertad, privado de sus derechos. Y, como hombre de Iglesia, contribuyó a la lucha por la justicia, por la salvaguarda de la memoria histórica y la independencia nacional. Este también es uno de los grandes temas que siempre, por influencia de Cyprian Norwid, estuvo al centro de su producción poética.

Pensando Patria… es una poesía compuesta por Wojtyla en 1974. Había revueltas de los trabajadores, intelectuales y estudiantes, luego nuevamente los obreros en el Báltico. Habían cambiado los dirigentes del partido comunista, Gierek en lugar de Gomulka, pero todo siguió como antes. Los polacos continuaban viviendo bajo el terror, y el peligro de nuevas represiones.

«Cuando pienso ‘Patria’ – me expreso a mí mismo, hundo mis raíces,
es voz del corazón, frontera secreta que de mí se ramifica a los demás,
para abrazar a todos, hasta el pasado más antiguo de cada uno;
de aquí surjo… cuando pienso ‘Patria’ – casi guardando en mí un tesoro.
Me pregunto cómo hacerlo crecer, cómo dilatar el espacio que llena
».

A la gente que estaba sumergida en la desesperación, que ya no reaccionaba, y sufría pasivamente la prepotencia del régimen, el arzobispo les dirigía palabras de fuego para empujarla al coraje, a la resistencia.

«Débil es el pueblo cuando permite la derrota, cuando
olvida su misión de velar hasta que
llegue la hora.
Las horas vuelven siempre sobre el gran cuadrado de la historia…».

Un Papa polaco… y poeta

Se llegó al 1978, el año de los dos cónclaves. Albino Luciani había sucedido a Pablo VI, pero había muerto repentinamente después de sólo 33 días. Los cardenales se habían vuelto a reunir y, el 16 de octubre, sucedió lo increíble: por primera vez en la historia un Papa polaco subía a la cátedra de Pedro. Y, sin embargo, la última poesía que Karol Wojtyla compuso como arzobispo de Cracovia, no parecía hacer pensar en un futuro como pontífice.

Estaba dedicada a san Stanislao, y a la Iglesia que nació con su martirio.

«Quiero describir a la Iglesia
–mi Iglesia que nace junto a mí,
pero no muere conmigo– y yo no muero con ella
que siempre me sobrepasa–
Iglesia: el fondo y la cumbre de mi ser.
Iglesia: raíz tendida en el pasado y en el futuro,
Sacramento de mi vida en Dios que es Padre.
Quiero describir la Iglesia– mi Iglesia ligada a mi tierra…».

Como Papa, Karol Wojtyla no escribió más poesías –no tenía evidentemente tiempo– pero a menudo en las homilías, especialmente en Navidad y Pascua, el desarrollo del texto era el de una composición poético espiritual.

Y en diversas ocasiones, además, discursos o incluso documentos terminaban con una oración escrita de manera poética. Juan Pablo II seguía de este modo siendo un gran «cantor» del hombre y un gran «testigo» de la verdad de Dios. Y era exactamente la clave de lectura que un famoso ensayista polaco, Z. Kubiak, dijo de las poesías de Karol Wojtyla: un poeta «de la piedra y de lo inmenso, es decir, de lo humano terrenal y de lo humano divino».

Y al final, cuando comenzó a ver aproximarse las puertas de la muerte, Karol Wojtyla entendió que, para expresar lo que sentía dentro, no podía hacerlo –una vez más, una última vez– sino con el lenguaje de la poesía. Y así nació Tríptico romano: meditaciones, casi un testamento espiritual. Es una obra en que dominan la maravilla y el estupor del ser humano frente a la Creación y que, realmente a veces a través de un camino difícil, le dan a conocer la verdad, el amor y la sabiduría del Dios Creador.

En particular, en la segunda parte de las tres estancias en que se subdivide la obra, Juan Pablo II se detenía en contemplación en el umbral de la Capilla Sixtina, admirando la obra maestra de Miguel Ángel en la representación del acto extraordinario de la Creación. Y aquí el Papa se dirigía –claramente– a los cardenales del futuro cónclave, deseando que éstos fueran iluminados y guiados por la luz y la transparencia de las imágenes del artista.

«Non omnis moriar (No moriré del todo) –



Lo que en mi hay de indestructible,
ahora se encuentra cara a cara con El que Es!
Así se pobló la pared central de la policromía sixtina.
…»Con-clave» (Con la llave): el común cuidado de la heredad de las llaves
de las llaves del Reino.
He aquí que se ven el Principio y el Final,
entre el Día de la Creación y el Día del Juicio.
Sólo le es dado al hombre morir una vez ¡y luego el Juicio!
La transparencia final y la luz.
La transparencia de los hechos –
la transparencia de las conciencias –
Es preciso que, durante el conclave, Miguel Ángel concientice a los hombres –
No olvidéis: Omnia nuda et aperta sunt ante oculos Eius.
Tú que penetras todo – ¡indica!
Él indicará…».

Gian Franco Svidercoschi

(tomado de Alfa y Omega)

viernes, 29 de agosto de 2025

Candido Pozo: La maternidad espiritual de Maria

 


El 25 de marzo de 1985, solemnidad de la Anunciación del Señor, S. S. Juan Pablo 11 firmaba la Encíclica Redemptoris Mater .  

Parece claro que el Pueblo de Dios esperaba de un Papa como él, un gran documento mariano. Se trata de un Papa que ha llevado a su escudo papal no sólo el anagrama de María, sino las palabras «Totus tuus» que sintetizan el núcleo fundamental de su consagración personal de esclavitud mariana, hecha mucho antes de su pontificado y renovada ante la imagen de la Virgen de Czestochowa en su primer viaje, como Papa, a Polonia ; de un Papa que en sus viajes apostólicos no omitia nunca la visita al santuario mariano más representativo de cada nación, para desde él fomentar con su ejemplo y su palabra la piedad mariana de cada pueblo.. En este sentido, puede decirse que Juan Pablo  II, aun dentro de su magisterio tan rico y abundante sobre la Virgen, estaba «en deuda» con la Iglesia.

En todo caso, es lógico que no pudiera escribir su gran documento sobre María, sino después de haber hablado de Dios, es decir, del misterio trinitario. Ello explica su gran trilogía previa de Encíclicas, en la que cada una de ellas está dedicada a una de las tres divinas personas: Redemptor hominis (4 de marzo de 1979)  trata del Hijo, Divesin misericordia  (30 dé noviembre de 1980) del Padre, Dominumet vivificantem  (18 de mayo de 1986)7 del Espíritu Santo.

Pero es significativo que a continuación Juan Pablo II haya querido hablar a la Iglesia sobre la Madre del Señor . El enfoque de su  Encíclica «Sobre la Bienaventurada Virgen María en la vida de la Iglesia peregrina» estaba condicionado por la primera de sus Encíclicas. Si la visión de Cristo que Juan Pablo II había subrayado en ella, era la de «Redentor del hombre», es normal que ahora el ángulo de acceso a la figura de María fuera el de «Madre del Redentor» (Redemptoris Mater), es decir, la relación de María con la obra redentora de Cristo, «su presencia activa y ejemplar en la vida de la Iglesia» .

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 En la Encíclica Redemptoris Mater, el Papa explica la respuesta de María al ángel como respuesta de fe; así la interpretó ya Isabel en la visitación: «Feliz la que ha creído» (Lc 1, 45): «La plenitud de gracia anunciada por el ángel significa el don de Dios mismo; la fe de María, proclamada por Isabel en la visitación, indica cómo la Virgen de Nazareth ha respondido a ese don» . Pero no podemos olvidar que la formulación histórica de la respuesta de fe de María tiene acentos de la más total entrega: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38). Es conocido que la palabra «fe» tiene en el Nuevo Testamento diversos sentidos.

(..-)

No puede subvalorarse la importancia de esta fe. Sin embargo, hay que declarar su insuficiencia, si no se desarrolla de modo que sea «la fe que actúa por la caridad» (Gal 5, 6). Cuando la fe no llega a un comportamiento coherente, habrá que reconocer con tristeza que «como el cuerpo sin espíritu está muerto, también la fe sin obras está muerta» (Sant 2, 26).

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La respuesta de fe de María evidentemente no se circunscribe a aceptar como verdadero el anuncio del ángel, sino que pasa a una disponibilidad absoluta frente a los planes de Dios. Como esclava se somete a su voluntad y se ofrece para unir su destino al de su Hijo: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1, 38). La Encíclica Redemptoris Mater llama a la profecía del anciano Simeón (Lc 2, 34-35), «un segundo anuncio a María».

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En efecto, el primer anuncio, el del ángel, tiene tonos gloriosos y triunfales . Del Hijo que se promete a la Virgen, se dice que «será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de su padre David, reinará sobre la casa de Jacob eternamente, y su reino no tendrá fin» (Lc 1, 32-33). Ahora María tiene que oir de labios de Simeón otras palabras, «sugeridas por el Espíritu Santo» (cfr. Lc 2, 25-27)28, que suenan de modo mucho más lóbrego. El «segundo anuncio» contiene dos elementos: de Jesús se profetiza que será «signo de contradicción» (Lc 2, 34), es decir, «bandera discutida» según nuestra traducción litúrgica (el tema impresiona fuertemente a Juan Pablo II quien, como es sabido, en los Ejercicios Espirituales que, siendo Cardenal, predicó a Pablo VI, centró alrededor de él todas sus consideraciones); como consecuencia de este combate en torno a Cristo y de la mención que se hace a Jesús, María tendrá que sufrir acerbamente: «a tu misma alma la traspasará una espada» (Lc 2, 35).

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Mientras María «avanzaba en la peregrinación en la fe» , la oscuridad es patente en Nazaret durante el largo período de la vida oculta. El Papa señala que en esos años, para usar expresiones de San Juan de la Cruz.   María vive la «noche de la fe» en cuanto que un «velo» cubre la realidad del misterio. El uso de esta terminología es normal en Juan Pablo 11; no se olvide que la tesis doctoral de Karol W ojtyla en teología fue sobre «La fe según San Juan de la Cruz» . Probablemente no siempre hemos meditado bastante estos aspectos, cuando nos hemos referido a la vida oculta de Jesús en Nazaret.

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 María convive en Nazaret con un Jesús desconcertantemente consagrado a tareas que nada parecen tener que ver con su misión ni siquiera parecen estar en concordancia con la descripción contenida en el anuncio del ángel. Es por ello maravilloso contemplar que «de este modo María, durante muchos años, permaneció en intimidad con el misterio de su Hijo, y avanzaba en su itinerario de fe» . Realmente María «vivía en la intimidad con este misterio sólo por medio de la fe».

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Aunque el Papa hace su afirmación en un contexto en el que la referencia se hace, sobre todo, al heroísmo con que «esperando contra toda esperanza, creyó» (Rom 4, 18), es sumamente sugestivo que escriba que la «'obediencia de la fe' por parte de María a lo largo de todo su camino tendrá analogías sorprendentes con la fe de Abraham» 49. Por su fe Abraham fue constituido «padre de todos los creyentes» (Rom 4, 11). La respuesta de fe de María al ángel es la razón última por la que Ella es la «Madre de los vivientes» , es decir, de los que creyendo reciben la vida verdadera.

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María, asunta en cuerpo y alma a los cielos, está espiritualmente presente en la Iglesia gracias a su permanente intercesión ante su Hijo resucitado, es decir, por su mediación intercesora.

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 La mediación de María es una mediación participada de la de Cristo y que, por ello, nada resta ni añade «a la dignidad y eficacia de Cristo, único mediadof» 57. En este contexto, el Papa recuerda la f6rmula de San Bernardo: «Mediadora al Mediador» , porque pone de relieve la subordinaci6n de la mediación de María a la de Cristo. Esta subordinación implica también una unión a las intenciones deCristo. La mediación de María «participa, por su carácter subordinado, de la universalidad de la mediación del Redentor, único Mediador»

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Juan Pablo II indica una pista teológica que puede ser sumamente' fecunda para mantener con nitidez la singularidad de la mediación de María, comparada con la de los santos: «Efectivamente la mediación de María está íntimamente unida a su maternidad y posee un carácter específicamente materno que la distingue del de las demás criaturas que, de un modo diverso y siempre subordinado, participan de la única mediación de Cristo». María es Madre de Cristo y Madre de los discípulos. Tanto con respecto a Cristo como con respecto a los discípulos tiene una relación materna. Por ello, en su intercesión María «se pone 'en medio', o sea hace de mediadora no como una persona extraña, sino en su papel de madre, consciente de que como tal puede -más bien 'tiene derecho de' - hacer presente al Hijo las necesidades de los hombres»  De este modo, dentro de las mediaciones subordinadas a la de Cristo, el único Mediador, se señala una nota específica de la mediación intercesora de María que se da en Ella y solamente en Ella, es decir, una nota que no se da en la mediación de ninguno de los santos: es una mediación materna no simplemente porque María es Madre de Cristo ante el que intercede.

 C. Pozo Facultad de Teología GRANADA

 

(En este enlace puede leerse el texto competo en pdf bajo el titulo: Candido Pozo: Lamaternidad espiritual de Maria)