Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

lunes, 13 de octubre de 2025

Pío XII y Fátima; el apunte secreto sobre el “milagro del sol” – Andrea Tornielli

 




Entre los documentos del Papa Pacelli, el resumen, seco y notarial, de lo que el Pontífice vio antes de la proclamación de la Asunción, en 1950: el globo solar giraba, como sucedió durante la última de las apariciones portuguesas

Hasta hace poco (12 de mayo 2017)  era un caso conocido, pero sin fundamento documental. En 1950, poco antes de proclamar el dogma mariano de la Asunción de María con su cuerpo en el cielo en el momento de su muerte, el último de los dogmas proclamados por la Iglesia católica, Pío XII asistió a un hecho extraordinario. Mientras paseaba por los jardines vaticanos vio varias veces el mismo fenómeno que se verificó el 13 de octubre de 1917, al final de las apariciones de Fátima, cuando la multitud acudió a donde estaban los tres pastorcillos en un día lluvioso: de repente vio que el sol giraba y se acercaba. Los presentes pudieron observar esta extraña «danza» sin deslumbrarse.



El primero y único que había hablado sobre el «milagro» que vio Pío XII fue el cardenal Federico Tedeschini, durante una homilía. Hace nueve años surgió, en el archivo de la familia Pacelli, un apunte autógrafo del Papa. Un texto inédito sobre aquella visión. Se trata de un apunte manuscrito en el que, en primera persona, Pío XII cuenta lo que le sucedió. La descripción es seca, casi notarial, sin ceder a ningún sensacionalismo. El Papa Pacelli lo escribió reutilizando una hoja que, en la otra cara, tenía algunas líneas mecanografiadas para una audiencia, rasgo que confirma el carácter parsimonioso del Pontífice que nació en Roma, acostumbrado a apagar personalmente las luces en las salas del Vaticano después de las audiencias y a reciclar los sobres con los que le enviaban el programa cotidiano de las audiencias.

  «Era el 30 de octubre de 1950», ante-vigilia del día de la solemne definición de la Asunción, explica Pío XI. El Papa se preparaba para proclamar como dogma de fe lo que la Iglesia siempre había creído desde los primeros siglos, es decir la asunción corporal hacia el cielo de la Virgen en el momento de su muerte. Lo hizo después de haber consultado al episcopado mundial, de acuerdo a la unanimidad: solo 6 respuestas de 1181 manifestaron algunas reservas. Hacia las cuatro de la tarde llevaba a cabo «el acostumbrado paseo por los jardines vaticanos, leyendo y estudiando». Pacelli recuerda que, mientras subía por la explanada de la Virgen de Lourdes «hacia la cumbre de la colina, en la calle de la derecha, que costea la muralla», levantó los ojos hacia el cielo. «Fui sorprendido por un fenómeno, nunca hasta ahora visto por mí. El sol, que estaba todavía bastante alto, parecía como un globo opaco amarillento, circundado por un círculo luminoso», pero que no impedía de ninguna manera fijar la mirada «sin recibir la mínima molestia. Una nubecita muy ligera encontrábase delante». «El globo opaco —continúa Pío XII en su apunte— se movía ligeramente en el extremo, tanto girando como desplazándose de izquierda a derecha y viceversa. Pero dentro del globo se veían, con toda claridad y sin interrupción, movimientos muy fuertes».

El Papa después dice haber asistido al mismo fenómeno el día siguiente, 31 de octubre, y también el primero de noviembre, el día de la definición del dogma de la Asunción. Se habría repetido también el 8 de noviembre. «Y después ya no». Recuerda también haber tratado, en otros días, a la misma hora y en condiciones atmosféricas semejantes, «mirar el sol para ver si aparecía el mismo fenómeno, pero en vano; no pude mirarlo ni siquiera un instante, la vista quedaba inmediatamente deslumbrada».

Hay que notar que el Papa no habla de «milagro» ni se lanza con posibles interpretaciones. Lo que es seguro es que quedó sorprendido por la coincidencia. Durante los días siguientes, Pío XI contó lo que había visto «a pocos íntimos y a un pequeño grupo de cardenales (tal vez cuatro o cinco), entre los que estaba el cardenal Tedeschini». Este último, en octubre del año siguiente, 1951, debía viajar a Fátima para cerrar las celebraciones del Año Santo. Antes de partir fue recibido en audiencia y le pidió al Papa si podía citar esa singular visión del sol girando en su homilía. «Le respondí: “Déjalo, no es el caso”. Pero él insistió —continúa Pío XII en el manuscrito—, sosteniendo la oportunidad de tal anuncio, y yo entonces le expliqué algunos particulares del evento». «Esta es, en breves y simples términos —concluye Pacelli— la pura verdad». «Pío XII estaba muy persuadido de la realidad del fenómeno extraordinario al que asistió en cuatro ocasiones», dijo en su momento sor Pascalina Lehnert, la religiosa y gobernante del aposento papal.

El llamado «milagro del sol», como hemos recordado, se había verificado el 13 de octubre de 1917 en Fátima, durante la última de las apariciones a los tres pastorcillos. Lo describió de esta manera en su crónica M. Avelino di Almeida, periodista laico y no creyente enviado por el periódico «O Seculo», y testigo ocular: «Y se asiste entonces a un espectáculo único e increíble al mismo tiempo, para quien no fue testigo… Se ve a la inmensa multitud voltear hacia el sol, libre de nubes, en pleno día. El sol recuerda un disco de plata descolorido y es posible verlo a la cara sin sentir el más mínimo malestar. No quema, no deslumbra. Se diría un eclipse».

Pío XII tenía un fuerte vínculo con Fátima: la primera aparición a los tres pastorcillos se verificó el 13 de mayo de 1917, el mismo día en el que el Papa Pacelli fue consagrado arzobispo en la Capilla Sixtina. Existen documentos que demuestran que Pío XII y la vidente sor Lucía dos Santos siempre quedaron en contacto, y que el Pontífice, en el último año de su vida, guardó el texto del Tercer Secreto de Fátima en su aposento. Quien mantuvo los contactos directos entre Lucía y el Papa fue la marquesa Olga Morosini Cavadal, la mujer que en 1977 acompañó al patriarca de Venecia, Albino Luciani, a visitar a la vidente de Fátima en el monasterio de Coimbra: «Varias veces —declaró la marquesa en el proceso de beatificación de Pacelli— transmití mensajes del Santo Padre a sor Lucía y de ella para él, pero, como prometí nunca revelar nada a quién sabe quién, no me siento autorizada para hacerlo ahora».

 

Andrea Tornielli– La Stampa

Joseph Ratzinger: Un intento de interpretación del secreto de Fátima

 


 (En este enlace del sitio oficial de la SantaSede – Congregacion para la Doctrina de la Fe puede leerse el extenso texto completo del secreto de Fatima titulado El Mensaje de Fátima 1ra, 2da y 3ª parte) que fuera presentado asi:  En el tránsito del segundo al tercer milenio, Juan Pablo II ha decidido hacer público el texto de la tercera parte del « secreto de Fátima ».

Lo siguiente es parte de la segunda mitad del texto Comentario teologico firmado por el Cardenal Joseph Ratzinger:  

Quien lee con atención el texto del llamado tercer “secreto” de Fátima, que tras largo tiempo, por voluntad del Santo Padre, viene publicado aquí en su integridad, tal vez quedará desilusionado o asombrado después de todas las especulaciones que se han hecho. No se revela ningún gran misterio; no se ha corrido el velo del futuro. Vemos a la Iglesia de los mártires del siglo apenas transcurrido representada mediante una escena descrita con un lenguaje simbólico difícil de descifrar. ¿Es esto lo que quería comunicar la Madre del Señor a la cristiandad, a la humanidad en un tiempo de grandes problemas y angustias? ¿Nos es de ayuda al inicio del nuevo milenio? O más bien ¿son solamente proyecciones del mundo interior de unos niños crecidos en un ambiente de profunda piedad, pero que a la vez estaban turbados por las tragedias que amenazaban su tiempo? ¿Cómo debemos entender la visión, qué hay que pensar de la misma?

(…)

Un intento de interpretación del secreto de Fátima

La primera y segunda parte del secreto de Fátima han sido ya discutidas tan ampliamente por la literatura especializada que ya no hay que ilustrarlas más. Quisiera sólo llamar la atención brevemente sobre el punto más significativo. Los niños han experimentado durante un instante terrible una visión del infierno. Han visto la caída de las « almas de los pobres pecadores ». Y se les dice por qué se les ha hecho pasar por ese momento: para « salvarlas », para mostrar un camino de salvación. Viene así a la mente la frase de la Primera Carta de Pedro: « meta de vuestra fe es la salvación de las almas » (1,9). Para este objetivo se indica como camino -de un modo sorprendente para personas provenientes del ámbito cultural anglosajón y alemán- la devoción al Corazón Inmaculado de María. Para entender esto puede ser suficiente aquí una breve indicación. « Corazón » significa en el lenguaje de la Biblia el centro de la existencia humana, la confluencia de razón, voluntad, temperamento y sensibilidad, en la cual la persona encuentra su unidad y su orientación interior. El «corazón inmaculado » es, según Mt 5,8, un corazón que a partir de Dios ha alcanzado una perfecta unidad interior y, por lo tanto, « ve a Dios ». La « devoción » al Corazón Inmaculado de María es, pues, un acercarse a esta actitud del corazón, en la cual el « fiat » —hágase tu voluntad— se convierte en el centro animador de toda la existencia. Si alguno objetara que no debemos interponer un ser humano entre nosotros y Cristo, se le debería recordar que Pablo no tiene reparo en decir a sus comunidades: imitadme (1 Co 4, 16; Flp 3,17; 1 Ts 1,6; 2 Ts 3,7.9). En el Apóstol pueden constatar concretamente lo que significa seguir a Cristo. ¿De quién podremos nosotros aprender mejor en cualquier tiempo si no de la Madre del Señor?

 

Llegamos así, finalmente, a la tercera parte del « secreto » de Fátima publicado íntegramente aquí por primera vez. Como se desprende de la documentación precedente, la interpretación que el Cardenal Sodano ha dado en su texto del 13 de mayo, había sido presentada anteriormente a Sor Lucia en persona. A este respecto, Sor Lucia ha observado en primer lugar que a ella misma se le dio la visión, no su interpretación. La interpretación, decía, no es competencia del vidente, sino de la Iglesia. Ella, sin embargo, después de la lectura del texto, ha dicho que esta interpretación correspondía a lo que ella había experimentado y que, por su parte, reconocía dicha interpretación como correcta. En lo que sigue, pues, se podrá sólo intentar dar un fundamento más profundo a dicha interpretación a partir de los criterios hasta ahora desarrollados.

Como palabra clave de la primera y de la segunda parte del « secreto » hemos descubierto la de « salvar las almas », así como la palabra clave de este « secreto » es el triple grito: « ¡Penitencia, Penitencia, Penitencia! ». Viene a la mente el comienzo del Evangelio: « paenitemini et credite evangelio » (Mc 1,15). Comprender los signos de los tiempos significa comprender la urgencia de la penitencia, de la conversión y de la fe. Esta es la respuesta adecuada al momento histórico, que se caracteriza por grandes peligros y que serán descritos en las imágenes sucesivas. Me permito insertar aquí un recuerdo personal: en una conversación conmigo Sor Lucia me dijo que le resultaba cada vez más claro que el objetivo de todas las apariciones era el de hacer crecer siempre más en la fe, en la esperanza y en la caridad. Todo el resto era sólo para conducir a esto.

 

Examinemos ahora más de cerca cada imagen. El ángel con la espada de fuego a la derecha de la Madre de Dios recuerda imágenes análogas en el Apocalipsis. Representa la amenaza del juicio que incumbe sobre el mundo. La perspectiva de que el mundo podría ser reducido a cenizas en un mar de llamas, hoy no es considerada absolutamente pura fantasía: el hombre mismo ha preparado con sus inventos la espada de fuego. La visión muestra después la fuerza que se opone al poder de destrucción: el esplendor de la Madre de Dios, y proveniente siempre de él, la llamada a la penitencia. De ese modo se subraya la importancia de la libertad del hombre: el futuro no está determinado de un modo inmutable, y la imagen que los niños vieron, no es una película anticipada del futuro, de la cual nada podría cambiarse. Toda la visión tiene lugar en realidad sólo para llamar la atención sobre la libertad y para dirigirla en una dirección positiva. El sentido de la visión no es el de mostrar una película sobre el futuro ya fijado de forma irremediable. Su sentido es exactamente el contrario, el de movilizar las fuerzas del cambio hacia el bien. Por eso están totalmente fuera de lugar las explicaciones fatalísticas del « secreto » que, por ejemplo, dicen que el atentador del 13 de mayo de 1981 habría sido en definitiva un instrumento del plan divino guiado por la Providencia y que, por tanto, no habría actuado libremente, así como otras ideas semejantes que circulan. La visión habla más bien de los peligros y del camino para salvarse de los mismos.

 

Las siguientes frases del texto muestran una vez más muy claramente el carácter simbólico de la visión: Dios permanece el inconmensurable y la luz que supera todas nuestras visiones. Las personas humanas aparecen como en un espejo. Debemos tener siempre presente esta limitación interna de la visión, cuyos confines están aquí indicados visivamente. El futuro se muestra sólo « como en un espejo de manera confusa » (cf. 1 Co 13,12). Tomemos ahora en consideración cada una de las imágenes que siguen en el texto del « secreto ». El lugar de la acción aparece descrito con tres símbolos: una montaña escarpada, una grande ciudad medio en ruinas y, finalmente, una gran cruz de troncos rústicos. Montaña y ciudad simbolizan el lugar de la historia humana: la historia como costosa subida hacia lo alto, la historia como lugar de la humana creatividad y de la convivencia, pero al mismo tiempo como lugar de las destrucciones, en las cuales el hombre destruye la obra de su propio trabajo. La ciudad puede ser el lugar de comunión y de progreso, pero también el lugar del peligro y de la amenaza más extrema. Sobre la montaña está la cruz, meta y punto de orientación de la historia. En la cruz la destrucción se transforma en salvación; se levanta como signo de la miseria de la historia y como promesa para la misma.

 

Aparecen después aquí personas humanas: el Obispo vestido de blanco (« hemos tenido el presentimiento de que fuera el Santo Padre »), otros Obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas y, finalmente, hombres y mujeres de todas las clases y estratos sociales. El Papa parece que precede a los otros, temblando y sufriendo por todos los horrores que lo rodean. No sólo las casas de la ciudad están medio en ruinas, sino que su camino pasa en medio de los cuerpos de los muertos. El camino de la Iglesia se describe así como un viacrucis, como camino en un tiempo de violencia, de destrucciones y de persecuciones. Se puede ver representada en esta imagen la historia de todo un siglo. Del mismo modo que los lugares de la tierra están sintéticamente representados en las dos imágenes de la montaña y de la ciudad y están orientados hacia la cruz, también los tiempos son presentados de forma compacta. En la visión podemos reconocer el siglo pasado como siglo de los mártires, como siglo de los sufrimientos y de las persecuciones contra la Iglesia, como el siglo de las guerras mundiales y de muchas guerras locales que han llenado toda su segunda mitad y han hecho experimentar nuevas formas de crueldad. En el « espejo » de esta visión vemos pasar a los testigos de la fe de decenios. A este respecto, parece oportuno mencionar una frase de la carta que Sor Lucia escribió al Santo Padre el 12 de mayo de 1982: « la tercera parte del “secreto” se refiere a las palabras de Nuestra Señora: “Si no (Rusia) diseminará sus errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones a la Iglesia. Los buenos serán martirizados, el Santo Padre tendrá que sufrir mucho, varias naciones serán destruidas” ».

En el viacrucis de este siglo, la figura del Papa tiene un papel especial. En su fatigoso subir a la montaña podemos encontrar indicados con seguridad juntos diversos Papas, que empezando por Pío X hasta el Papa actual han compartido los sufrimientos de este siglo y se han esforzado por avanzar entre ellas por el camino que lleva a la cruz. En la visión también el Papa es matado en el camino de los mártires. ¿No podía el Santo Padre, cuando después del atentado del 13 de mayo de 1981 se hizo llevar el texto de la tercera parte del « secreto », reconocer en él su propio destino? Había estado muy cerca de las puertas de la muerte y él mismo explicó el haberse salvado, con las siguientes palabras: « ...fue una mano materna a guiar la trayectoria de la bala y el Papa agonizante se paró en el umbral de la muerte » (13 de mayo de 1994). Que una « mano materna » haya desviado la bala mortal muestra sólo una vez más que no existe un destino inmutable, que la fe y la oración son poderosas, que pueden influir en la historia y, que al final, la oración es más fuerte que las balas, la fe más potente que las divisiones.

La conclusión del « secreto » recuerda imágenes que Lucía puede haber visto en libros de piedad y cuyo contenido deriva de antiguas intuiciones de fe. Es una visión consoladora, que quiere hacer maleable por el poder salvador de Dios una historia de sangre y lágrimas. Los ángeles recogen bajo los brazos de la cruz la sangre de los mártires y riegan con ella las almas que se acercan a Dios. La sangre de Cristo y la sangre de los mártires están aquí consideradas juntas: la sangre de los mártires fluye de los brazos de la cruz. Su martirio se lleva a cabo de manera solidaria con la pasión de Cristo y se convierte en una sola cosa con ella. Ellos completan en favor del Cuerpo de Cristo lo que aún falta a sus sufrimientos (cf. Col 1,24). Su vida se ha convertido en Eucaristía, inserta en el misterio del grano de trigo que muere y se hace fecundo. La sangre de los mártires es semilla de cristianos, ha dicho Tertuliano. Así como de la muerte de Cristo, de su costado abierto, ha nacido la Iglesia, así la muerte de los testigos es fecunda para la vida futura de la Iglesia. La visión de la tercera parte del « secreto », tan angustiosa en su comienzo, se concluye pues con un imagen de esperanza: ningún sufrimiento es vano y, precisamente, una Iglesia sufriente, una Iglesia de mártires, se convierte en señal orientadora para la búsqueda de Dios por parte del hombre. En las manos amorosas de Dios no han sido acogidos únicamente los que sufren como Lázaro, que encontró el gran consuelo y representa misteriosamente a Cristo que quiso ser para nosotros el pobre Lázaro; hay algo más, del sufrimiento de los testigos deriva una fuerza de purificación y de renovación, porque es actualización del sufrimiento mismo de Cristo y transmite en el presente su eficacia salvífica.

 

Hemos llegado así a una última pregunta: ¿Qué significa en su conjunto (en sus tres partes) el « secreto » de Fátima? ¿Qué nos dice a nosotros? Ante todo, debemos afirmar con el Cardenal Sodano: « ...los acontecimientos a los que se refiere la tercera parte del « secreto » de Fátima, parecen pertenecer ya al pasado ». En la medida en que se refiere a acontecimientos concretos, ya pertenecen al pasado. Quien había esperado en impresionantes revelaciones apocalípticas sobre el fin del mundo o sobre el curso futuro de la historia debe quedar desilusionado. Fátima no nos ofrece este tipo de satisfacción de nuestra curiosidad, del mismo modo que la fe cristiana por lo demás no quiere y no puede ser un mero alimento para nuestra curiosidad. Lo que queda de válido lo hemos visto de inmediato al inicio de nuestras reflexiones sobre el texto del « secreto »: la exhortación a la oración como camino para la « salvación de las almas » y, en el mismo sentido, la llamada a la penitencia y a la conversión. 

 

Quisiera al final volver aún sobre otra palabra clave del « secreto », que con razón se ha hecho famosa: « mi Corazón Inmaculado triunfará ». ¿Qué quiere decir esto? Que el corazón abierto a Dios, purificado por la contemplación de Dios, es más fuerte que los fusiles y que cualquier tipo de arma. El fiat de María, la palabra de su corazón, ha cambiado la historia del mundo, porque ella ha introducido en el mundo al Salvador, porque gracias a este « sí » Dios pudo hacerse hombre en nuestro mundo y así permanece ahora y para siempre. El maligno tiene poder en este mundo, lo vemos y lo experimentamos continuamente; él tiene poder porque nuestra libertad se deja alejar continuamente de Dios. Pero desde que Dios mismo tiene un corazón humano y de ese modo ha dirigido la libertad del hombre hacia el bien, hacia Dios, la libertad hacia el mal ya no tiene la última palabra. Desde aquel momento cobran todo su valor las palabras de Jesús: « padeceréis tribulaciones en el mundo, pero tened confianza; yo he vencido al mundo » (Jn 16,33). El mensaje de Fátima nos invita a confiar en esta promesa.

 

Joseph Card. Ratzinger

Prefecto de la Congregación
para la Doctrina de la Fe

domingo, 12 de octubre de 2025

Papa Leon XIV Jubileo de espiritualidad mariana

 


El Jubileo de la espiritalidad mariana comenzó el viernes pasado 10 de octubre 2025 con la peregrinación a la Puerta Santa y posibilidad de recibir el Sacramento de Reconciliación en las Iglesias jubilares.

Ayer sábado 11 de  octubre  fue recibida en la Basilica de Santa Maria enTraspontina la estatua original de Nuestra Señora de Fatima para la veneración de los fieles a partir de las 8.30 y a las 9.00  fue celebrada la Santa Misa por el Rector del  Santuario de Fatima. A las 12.00 tuvo lugar el rezo del santo Rosario

Por la tarde a las 17.00 se realizo la procesión desde la Basílica, situada sobre Via della Concilliazione, hacia la Plaza San Pedro.

Como parte de la Vigilia de oración, presidida por el santo Padre,  Leon XIV reflexiono:




En este Jubileo de la espiritualidad mariana, nuestra mirada como creyentes busca en la Virgen María la guía de nuestra peregrinación en la esperanza, contemplando sus «virtudes humanas y evangélicas, cuya imitación constituye la más auténtica devoción mariana» (Cf. Concilio Vaticano II, Const. dogm. Lumen Gentium, 65.67). Como ella, la primera creyente, queremos ser un seno que acoja al Altísimo, «humilde tienda del Verbo, movida sólo por el viento del Espíritu» (S. Juan Pablo II, Angelus, 15 agosto 1988). Como ella, la primera discípula, supliquemos el don de un corazón que escucha y se vuelve fragmento de un cosmos que acoge. A través de ella, Mujer dolorosa, fuerte y fiel, pidamos que nos alcance el don de la compasión hacia todo hermano y hermana que sufre, y hacia todas las criaturas.

Contemplemos a la Madre de Jesús y al pequeño grupo de mujeres valientes al pie de la Cruz, para aprender también nosotros a permanecer, como ellas, junto a las cruces infinitas del mundo, donde Cristo sigue crucificado en sus hermanos, para llevarles consuelo, comunión y ayuda. En ella, hermana de humanidad, nos reconocemos, y con las palabras de un poema le decimos:

“Madre, tú eres cada mujer que ama;
madre, tú eres cada madre que llora
a un hijo asesinado, a un hijo traicionado.
Estos hijos que nunca terminan de ser aniquilados» (Cf. D. M. Turoldo).

Bajo tu protección buscamos refugio, Virgen de la Pascua, junto con todos aquellos en los que se sigue completando la pasión de tu Hijo.

Hagan lo que él les diga

En el Jubileo de la espiritualidad mariana, nuestra esperanza se ilumina con la luz suave y perseverante de las palabras de María que nos refiere el Evangelio. Y de entre todas ellas, son valiosas las últimas pronunciadas en las Bodas de Caná, cuando, señalando a Jesús, dice a los sirvientes: «Hagan todo lo que él les diga» (Jn 2,5). Después no hablará más. Por tanto, estas palabras, que resultan casi un testamento, deben ser muy queridas por los hijos, como todo testamento de una madre.

Todo lo que él les diga. Ella está segura de que su Hijo hablará, su Palabra no ha terminado, sigue creando, generando, llenando el mundo de primaveras y de vino las ánforas de la fiesta. María, como una señal indicadora, orienta más allá de sí misma, muestra que el punto de llegada es el Señor Jesús y su Palabra, el centro hacia el que todo converge, el eje alrededor del cual giran el tiempo y la eternidad.

Cumplan su Palabra, recomienda. Cumplan el Evangelio, conviértanlo en gesto y cuerpo, en sangre y carne, en esfuerzo y sonrisa. Cumplan el Evangelio, y la vida se transformará, de vacía a plena, de apagada a encendida.

Hagan todo lo que él les diga: todo el Evangelio, la palabra exigente, la caricia consoladora, el reproche y el abrazo. Lo que entiendes y también lo que no entiendes. María nos exhorta a ser como los profetas: a no dejar caer en el vacío ni una sola de sus palabras (cf. 1Sam 3,19)
(…)

La Vigilia culmino con una oración a Maria, Madre de Jesus y Madre nuestra

 A ella, mujer profundamente pacífica, reina de la paz, nos dirigimos:

Ruega con nosotros, Mujer fiel, sagrado seno del Verbo.
Enséñanos a escuchar el grito de los pobres y de la madre Tierra,
atentos a las llamadas del Espíritu en el secreto del corazón,
en la vida de los hermanos, en los acontecimientos de la historia,
en el gemido y en el júbilo de la creación.
Santa María, madre de los vivos,
mujer fuerte, dolorosa, fiel,
Virgen esposa junto a la Cruz,
donde se consuma el amor y brota la vida,
sé tú la guía de nuestro compromiso de servicio.

Enséñanos a detenernos contigo junto a las infinitas cruces
donde tu Hijo sigue crucificado,
donde la vida está más amenazada;
a vivir y dar testimonio del amor cristiano
acogiendo en cada hombre a un hermano;
a renunciar al oscuro egoísmo
para seguir a Cristo, verdadera luz del hombre.

Virgen de la paz, puerta de la esperanza segura,
¡acoge la oración de tus hijos!

(de la Vigilia de Oracion y Rosario por la Paz – Santo Padre Leon XIV  con ocasión del Jubileo de la Espiritualidad Mariana)


 

sábado, 11 de octubre de 2025

Juan Pablo II : El Concilio Vaticano II fue un don del Espiritu Santo a su Iglesia.

 


 (…) El concilio ecuménico Vaticano II fue un don del Espíritu Santo a su Iglesia. Por este motivo sigue siendo un acontecimiento fundamental, no sólo para comprender la historia de la Iglesia en este tramo del siglo, sino también, y sobre todo, para verificar la presencia permanente del Resucitado junto a su Esposa entre las vicisitudes del mundo. Por medio de la asamblea conciliar, con motivo de la cual llegaron a la Sede de Pedro obispos de todo el mundo, se pudo constatar que el patrimonio de dos mil años de fe se había conservado en su autenticidad originaria.

2. Con el Concilio, la Iglesia vivió, ante todo, una experiencia de fe, abandonándose a Dios sin reservas, con la actitud de que quien confía y tiene la certeza de ser amado. Precisamente esta actitud de abandono en Dios se nota con claridad al hacer un examen sereno de las Actas. Quien quisiera acercarse al Concilio prescindiendo de esta clave de lectura, no podría penetrar en su sentido más profundo. Sólo desde una perspectiva de fe el acontecimiento conciliar se abre a nuestros ojos como un don, cuya riqueza aún escondida es necesario saber captar.

Vuelven a nuestra memoria, en esta circunstancia, las significativas palabras de san Vicente de Lérins: "La Iglesia de Cristo, diligente y cauta custodia de los dogmas confiados a ella, nunca cambia nada en ellos; nada disminuye, nada añade; no amputa nada necesario, no añade nada superfluo; no pierde lo que es suyo, no se apropia de lo que es de otros; por el contrario, con celo, considerando con fidelidad y sabiduría los antiguos dogmas, tiene como único deseo perfeccionar y pulir los que antiguamente recibieron una primera forma y un primer esbozo, consolidar y reforzar los que ya han alcanzado relieve y desarrollo,  custodiar los que ya han sido confirmados  y definidos" (Commonitorium, XXIII).

3. Los padres conciliares afrontaron un auténtico desafío. Consistía en tratar de comprender más íntimamente, en un período de rápidos cambios, la naturaleza de la Iglesia y su relación con el mundo, para realizar la oportuna actualización ("aggiornamento"). Aceptamos ese desafío ―yo fui uno de los padres conciliares―, y dimos una respuesta buscando una inteligencia más coherente de la fe. Lo que hicimos durante el Concilio fue mostrar que también el hombre contemporáneo, si quiere comprenderse a fondo a sí mismo, necesita a Jesucristo y a su Iglesia, que permanece en el mundo como signo de unidad y comunión.

En realidad, la Iglesia, pueblo de Dios en camino por los senderos de la historia, es el testimonio perenne de una profecía que, a la vez que testimonia la novedad de la promesa, hace evidente su realización. El Dios que hizo la promesa es el Dios fiel que cumple la palabra dada.

¿No es esto lo que la Tradición que se remonta a los Apóstoles nos permite verificar diariamente? ¿No estamos en un proceso constante de transmisión de la Palabra que salva y que ofrece al hombre, dondequiera que se encuentre, el sentido de su existencia? La Iglesia, depositaria de la Palabra revelada, tiene la misión de anunciarla a todos.

Esta misión profética exige tomar la responsabilidad de manifestar lo que la Palabra anuncia. Debemos presentar signos visibles de la salvación, para que el anuncio que llevamos se comprenda en su integridad. Anunciar el Evangelio al mundo es una tarea que los cristianos no pueden delegar a otros. Es una misión que deriva de la responsabilidad propia de la fe y del seguimiento de Cristo. El Concilio quiso devolver a todos los creyentes esta verdad fundamental. (…)

viernes, 10 de octubre de 2025

Juan XXIII, Juan Pablo II y el Concilio Vaticano II - Dr. D. Santiago Madrigal Terrazas (2 de 2)

 


(del punto 4 – conclusión - de la  Conferencia)

Conclusión: el Concilio y el futuro del catolicismo.  Para terminar, dejemos resonar el objetivo último perseguido en esta disertación: la genialidad y la santidad se dan la mano en la decisión de Juan XXIII de convocar el Concilio, de la misma manera que la santidad de Juan Pablo II va uncida a la grandeza de su esfuerzo por aplicar las directrices del Vaticano II a la Iglesia del tercer milenio.


La iniciativa del Papa Juan de convocar un concilio sorprendió a todo el mundo. No había un clamor general que demandara un concilio como a finales de la Edad Media. Además, los planes anteriores de Pío XII habían sido llevados en secreto. Por otra parte, la sorpresa podía reposar sobre motivos teológicos de fondo, como es el hecho de que noventa años antes el Concilio Vaticano I había proclamado en la constitución dogmática Pastor Aeternus (1870) el primado de jurisdicción papal y la prerrogativa de la infalibilidad ex cathedra. Para muchos, la época de los concilios habría pasado a la historia y las reuniones o asambleas del episcopado universal resultaban superfluas. Sin embargo, con un simple gesto, Juan XXIII puso fin a la idea de que el gobierno de la Iglesia fuera algo estrictamente unipersonal. Con la convocatoria del inesperado Vaticano II el Papa Roncalli dejaba claro que el colegio de los obispos es tan original en la estructura de la Iglesia como el servicio del sucesor de Pedro. Aquel papa, llamado por su elevada edad a ser un papa de transición, ha propiciado así la transición de la Iglesia a una nueva etapa de su historia, que él expresó a menudo con la imagen de un nuevo Pentecostés.

Por su parte, K. Wojtyla fue plenamente consciente del carácter irrepetible de la etapa histórica que transcurrió entre los otoños de 1962 y de 1965, un tiempo fuerte en el que la Iglesia católica profundizó en la conciencia de sí misma, buscó su renovación interior, dilató sus propios horizontes y se resituó de forma nueva en el mundo moderno, conforme a la lógica del aggiornamento pastoral querido por Juan XXIII y Pablo VI. Al iniciar su pontificado no tuvo dudas de que su misión consistía en seguir realizando las disposiciones del Concilio Vaticano II. Puede decirse que él aportó al proceso de recepción el hondo convencimiento de que las enseñanzas conciliares constituían la base para la renovación evangélica de la Iglesia. Después de los primeros años de euforia conciliar y tras un período de crisis y decepciones, la Asamblea extraordinaria del Sínodo de los obispos reunida en 1985 para conmemorar el vigésimo aniversario de la clausura del Vaticano II, marca un hito importante para ese relanzamiento frente a interpretaciones liberales o lecturas integristas del Concilio. Juan Pablo II no quería que el Vaticano II quedara en letra muerta. Así lo refleja esa especie de examen de conciencia que proponía en su carta apostólica Tertiomillennio adveniente (1994), que nos sigue interrogando con vistas a la recepción del Concilio: «¿En qué medida la Palabra de Dios ha llegado a ser plenamente el alma de la teología y la inspiradora de toda la existencia cristiana, como pedía la Dei Verbum?  ¿Se vive la liturgia como «fuente y culmen» de la vida eclesial, según las enseñanzas de la Sacrosanctum Concilium?  ¿Se consolida, en la Iglesia universal y en las Iglesias particulares, la eclesiología de comunión de la Lumen gentium, dando espacio a los carismas, los ministerios, las varias formas de participación del Pueblo de Dios, aunque sin admitir un democraticismo y un sociologismo que no reflejan la visión católica de la Iglesia y el auténtico espíritu del Vaticano II? Un interrogante fundamental debe también plantearse sobre el estilo de las relaciones entre la Iglesia y el mundo. Las directrices conciliares —presentes en la Gaudium et spes en otros documentos— de un diálogo abierto, respetuoso y cordial, acompañado sin embargo por un atento discernimiento y por el valiente testimonio de la verdad, siguen siendo válidas y nos llaman a un compromiso ulterior» .

Roncalli se había fiado plenamente de su gran corazonada. Wojtyla no creía en el determinismo de la historia. Estas dos figuras simbólicamente unidas por el Concilio Vaticano II habían vivido como cristianos las tragedias de un tiempo verdaderamente dramático: las inútiles masacres de las guerras mundiales, la impía deshumanización de los totalitarismos nazi y comunista, las tinieblas atroces de la shoah, hasta los fundamentalismos y la globalización del materialismo práctico en los primeros años del nuevo siglo. Hoy son reconocidos como santos estos dos hombres en quienes se transparentaba su fe en Dios. Hago mía para concluir la observación de A. Riccardi: «Mediante la proclamada santidad de dos grandes protagonistas del Vaticano II, el papa Francisco propone el Concilio en el siglo XXI como acontecimiento-clave para el futuro del catolicismo.

Juan XXIII, Juan Pablo II y el Concilio Vaticano II - Dr. D. Santiago Madrigal Terrazas (1 de 2)

 




Roncalli y Wojtyla: dos figuras unidas simbólicamente por el Concilio La ceremonia decanonización de los papas Juan XXIII y Juan Pablo II reunió el domingo 27 deabril de 2014  en Roma a unas 800.000 personas, repartidas entre la Plaza de San Pedro en el Vaticano y diversos puntos de observación de los actos en toda la capital italiana.



Nuestra contemplación del triángulo Roncalli, Wojtyla y Vaticano II adopta la perspectiva expresada en la valoración histórica hecha por el Papa Francisco en su homilía de canonización: Juan XXIII y Juan Pablo II son «dos figuras unidas simbólicamente por el Concilio». En otras palabras: este acontecimiento marcó, aunque en posiciones diferentes, las vidas de estos dos hombres.

Efectivamente, son dos personajes muy distintos y su relación con el Concilio Vaticano II —objeto específico de esta disertación— fue también diferente. Pero vayan por delante unos trazos biográficos rápidos. Juan Pablo II, que había nacido en la ciudad polaca de Wadowice, casi sin familia, descubre su vocación sacerdotal mientras alterna el estudio en la universidad, el aula de teatro y el trabajo en una fábrica de sodio. Tras los estudios de teología y su especialización en la mística de S. Juan de la Cruz se familiariza con la filosofía de Max Scheler, para ocupar la cátedra de ética en la universidad de Lublin hasta el comienzo de su tarea episcopal.

Juan XXIII, que procedía del medio rural y labriego del norte de Italia, de una familia numerosa de trece hermanos, fue de forma pasajera profesor de historia de la Iglesia y se movió en el mundo del trabajo diplomático de la curia romana en países del Este (Bulgaria, Turquía, Grecia). Su misión como nuncio en París en las difíciles circunstancias posteriores a la Segunda Guerra Mundial le acreditó como un sagaz y sereno negociador. Ante sus diocesanos de Venecia pronunció aquellas palabras: «Procedo de la humildad. He sido educado en una estrecha y bendita pobreza, poco exigente, pero que garantiza el pleno desarrollo de las virtudes más notables y elevadas, y prepara para las grandes subidas de la vida. La Providencia me sacó de mi pueblo natal y me hizo recorrer los caminos del mundo por Oriente y Occidente. Ella misma me ha hecho entablar relaciones con hombres diferentes por la religión y las ideologías. Ella me ha hecho afrontar problemas sociales agudos y amenazadores, frente a los cuales he conservado la calma y el equilibrio del juicio y de la imaginación, para apreciar bien las cosas, preocupado siempre, en el respeto de los principios del Credo católico y de la moral, no por lo que separa y provoca conflictos, sino por lo que une». Fiel a su lema episcopal, «obediencia y paz», nació su gran obra: la convocatoria del Concilio Vaticano II.

En aquel momento Karol Wojtyla, a sus 42 años, era uno de los obispos más jóvenes en aquella asamblea ecuménica que vivió con entusiasmo desde el principio hasta el final. En sus discursos conciliares predicó resistencia, desenmascarando el silencio de Occidente ante los horrores vividos en los países del llamado telón de acero. Partimos, pues, de la constatación histórica de la diversa relación de estos hombres con el Vaticano II: la idea de un concilio ecuménico ha nacido en el alma de Juan XXIII; resulta, por otro lado, que el papa Francisco le ha canonizado con la dispensa del milagro requerido, como considerando que el Vaticano II ha sido el verdadero milagro de este pontífice.   Juan Pablo II, que participó como obispo en los cuatro otoños conciliares transcurridos entre 1962-1965 quiso poner su pontificado bajo el signo del Vaticano II; sus casi 27 años al frente de la Iglesia católica estuvieron marcados por la voluntad de aplicar las directrices del Concilio a la vida de la Iglesia. Así lo refleja aquel famoso pasaje de su testamento espiritual en el que resalta la importancia del Vaticano II: «Al estar en el umbral del tercer milenio “in medio Ecclesiae”, deseo expresar una vez más gratitud al Espíritu Santo por el gran don del Concilio Vaticano II, con respecto al cual, junto con la Iglesia entera, y en especial con todo el episcopado, me siento en deuda. Estoy convencido de que durante mucho tiempo aún las nuevas generaciones podrán recurrir a las riquezas que este Concilio del siglo XX nos ha regalado. Como obispo que participó en el acontecimiento conciliar desde el primer día hasta el último, deseo confiar este gran patrimonio a todos los que están y estarán llamados a aplicarlo. Por mi parte, doy las gracias al eterno Pastor, que me ha permitido estar al servicio de esta grandísima causa a lo largo de todos los años de mi pontificado»

En suma: la santidad personal de estos dos papas ha quedado vinculada con su visión de la Iglesia y de su futuro, esa que representa programáticamente el Vaticano II. Los papas son figuras públicas, protagonistas de la historia común, que atraen el interés y la atención de los medios de comunicación y de la investigación histórica. Con la canonización, estos dos hombres, Roncalli y Wojtyla, quedan sustraídos a las dimensiones de la historia para ser proyectados a las de la santidad. En uno y en otro caso… estos dos protagonistas de la historia reciente fueron objeto de una poderosa corriente de devoción que demandó un rápido proceso de canonización. Cierto es, por lo demás, que la proclamación de la santidad no significa automáticamente una glorificación de todo el comportamiento de una persona y de todas sus opciones y decisiones, pero significa reconocer que su testimonio y su pontificado representan algo muy valioso para la Iglesia del siglo XXI, en especial, como ya se ha dicho, a la luz y bajo el prisma del último Concilio.

 Fuente:  Real Academia de Doctores de España

 

martes, 7 de octubre de 2025

Juan Pablo II explica los misterios del Santo Rosario (4 de 4) Misterios de gloria – el triunfo de la resurrección

 


En la carta apostólica Rosarium Viginis Mariae el Papa Juan Pablo II nos explicaba los 20 misterios del Santo Rosario («compendio del Evangelio»): Misterios de gozo, Misterios de luz, Misterios de dolor y Misterios de gloria, cuyos comentarios se publican separadamente en cuatro posts. 

“ «La contemplación del rostro de Cristo no puede reducirse a su imagen de crucificado. ¡Él es el Resucitado!».[29] El Rosario ha expresado siempre esta convicción de fe, invitando al creyente a superar la oscuridad de la Pasión para fijarse en la gloria de Cristo en su Resurrección y en su Ascensión. Contemplando al Resucitado, el cristiano descubre de nuevo las razones de la propia fe (cf. 1 Co 15, 14), y revive la alegría no solamente de aquellos a los que Cristo se manifestó –los Apóstoles, la Magdalena, los discípulos de Emaús–, sino también el gozo de María, que experimentó de modo intenso la nueva vida del Hijo glorificado. A esta gloria, que con la Ascensión pone a Cristo a la derecha del Padre, sería elevada Ella misma con la Asunción, anticipando así, por especialísimo privilegio, el destino reservado a todos los justos con la resurrección de la carne. Al fin, coronada de gloria –como aparece en el último misterio glorioso–, María resplandece como Reina de los Ángeles y los Santos, anticipación y culmen de la condición escatológica del Iglesia.

En el centro de este itinerario de gloria del Hijo y de la Madre, el Rosario considera, en el tercer misterio glorioso, Pentecostés, que muestra el rostro de la Iglesia como una familia reunida con María, avivada por la efusión impetuosa del Espíritu y dispuesta para la misión evangelizadora. La contemplación de éste, como de los otros misterios gloriosos, ha de llevar a los creyentes a tomar conciencia cada vez más viva de su nueva vida en Cristo, en el seno de la Iglesia; una vida cuyo gran 'icono' es la escena de Pentecostés. De este modo, los misterios gloriosos alimentan en los creyentes la esperanza en la meta escatológica, hacia la cual se encaminan como miembros del Pueblo de Dios peregrino en la historia. Esto les impulsará necesariamente a dar un testimonio valiente de aquel «gozoso anuncio» que da sentido a toda su vida.”

 

(PapaJuan Pablo II Carta Apostolica Rosarium Virginis Mariae)