Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

martes, 30 de diciembre de 2025

Agradecer las gracias de Dios

 


 (…) La gracia es una realidad interior. Es una pulsación misteriosa de la vida divina en las almas humanas. Es un ritmo interior de la intimidad de Dios con nosotros, y por lo tanto también de nuestra intimidad con Dios. Es la fuente de todo verdadero bien en nuestra vida. Y es el fundamento del bien que no pasa. Mediante la gracia vivimos ya en Dios, en la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, aunque nuestra vida se desarrolle aún en este mundo. La gracia da valor sobrenatural a cada vida, aunque esta vida sea, humanamente y según los criterios de la temporalidad. muy pobre, no llamativa y difícil.

Es necesario, pues, agradecer hoy cada una de las gracias de Dios que ha sido comunicada a cualquier hombre: no sólo a cada uno de nosotros aquí presentes, sino a cada uno de nuestros hermanos y hermanas en todas las partes de la tierra.

De este modo nuestro himno de acción de gracias unido al último día del año, que está para acabar, se convertirá como en una gran síntesis. En esta síntesis estará presente toda la Iglesia, porque ella es, como nos enseña el Concilio, un sacramento de la salvación humana (cf. Constitución dogmática Lumen gentium, 1, 1).

Cristo, de cuya plenitud recibimos todos gracia sobre gracia, es precisamente el "Cristo de la Iglesia"; y la Iglesia es ese Cuerpo místico que reviste constantemente el Verbo Eterno nacido de la Virgen en el tiempo.

(de laHomilia del Santo Padre Juan Pablo II – Acción de Gracias en la Iglesia «DelGesú» el 31 de diciembre de 1979)

FELIZ Y FRUCTIFERO AÑO 2026 A TODOS


El “misterio” de Montecassino (2 de 2)

 


(del libro del padre Gereon Goldmann Un seminarista en las SS (Ediciones Palabra, Madrid - mi traducción es de la versión eslovena)

Entre las tantas “aventuras” del padre Goldmann una de las más increíbles fue lograr que el Santo Padre le concediera un permiso especial para ser ordenado sacerdote antes de haber terminado sus estudios, permiso de excepción por la falta de sacerdotes en los frentes de batalla. Le había sido profetizado que lo conseguiría, “profecía” de la cual el siempre tuvo sus dudas hasta que verdaderamente se cumplió. Pero eso es otra parte de su historia. Aquí solo pretendo exponer – traducido -  el texto que se refiere a Montecassino,  donde el – por encontrarse cerca – planeaba ser ordenado por el Abad del Monasterio y celebrar de inmediato allí su Primera Misa.

“De repente veo un estrecho sendero camino al cerro. Caminado unos 100 metros veo una señal con un escrito bilingüe en  alemán e italiano “Acceso a la Abadia prohibido a los soldados”. El sendero llevaba hacia la conocida Abadía de Montecassino, que hasta entonces yo solo conocía de lejos. De repente me acordé que alguna vez había leído que el Abad de Montecassino también es Obispo. Quizás el podría ordenarme si le mostrase el documento papal?  En medio de las crueles batallas mi profundo deseo era ser ordenado sacerdote lo más pronto posible. Le grite al chofer que  me esperara que regresaría pronto y  encaré por el sendero hacia arriba.  De repente me encontré con cuatro guardias militares. El camino hacia la Abadía estaba prohibido, por eso estaban allí.  Amparado en mi autoridad les respondí que yo no era soldado, sino sargento. Los cuatro eran de grados inferiores.  “Deben dejarme pasar, tengo una autorización especial”. Y les mostré mi carnet de traductor.  Éste no les convenció,  tampoco la autorización del Obispo de Sicilia, que no sabían leer,  entonces debí mostrarles la autorización papal. Finalmente me dejaron pasar. Pasados unos 1500 metros llegue hasta la famosa Abadía.  Amparados allí detrás de las altas paredes me encontré sorprendido ante un gran grupo de refugiados,  en su mayoria mujeres, ancianos y niños. Ante las barbaridades de la guerra se habían refugiado allí al amparo de San Benito con la esperanza de encontrarse más seguros, esperanza cruelmente aplastada unos días más tarde con el bombardeo de los americanos, quienes destruyeron sin piedad todo lo que quedaba en pie.

Las puertas de la Abadía estaban abiertas de par en par pero custodiadas por dos guardias de la policía militar que debían evitar el tránsito hacia la Abadía. Allí fui testigo con mis propios ojos que lo que sostenían los americanos con motivos propagandísticos que allí se refugiaban soldados alemanes era totalmente falso pues aparte de estos guardias de la policía militar no vi allí ni un solo soldado alemán.  Las unidades más cercanas estaban a unos 800 metros de allí separados de la Abadía por un profundo valle. Era allí donde estaba el punto de observación.  El Comandante Kesserling había impartido ordenes estrictas de proteger Montecassino ante cualquier batalla.  Y nosotros como alemanes nos adherimos a esta orden al pie de la letra. 

Entre por el amplio portón para encontrarme ante un patio enorme y la famosa escalinata que llevaba a la Iglesia. No se veía a nadie por ningún lado. Los dos guardias permanecían afuera.  También la Iglesia estaba abierta, ninguno de los portales cerrados.  Entré y enmudecí ante aquella vista:  estaban aun todas las paredes, brillaba la hermosa cúpula, los altares estaban intactos – pero eso era todo. No había cuadros en las paredes ni estatuas en las bóvedas,  ninguna cruz sobre la pared del altar ni sobre el altar. Parecía que los bárbaros se habían llevado todo lo que se podía quitar.  La imagen de esta casa de Dios totalmente desnuda y desolada era desesperante.  Las capillas laterales se encontraban igual, desnudas y abandonadas.  Me dirigí a la sacristía: la misma imagen. Todos los armarios abiertos y vacíos.  Todos los cajones, en los cuales se guardaban vestimentas sagradas semiabiertos y vacios. Quien se había llevado todos estos tesoros?  Seguí deambulando por los largos corredores, sin encontrar a nadie. El salón principal, el gran refectorio, la cocina detrás, todo vacío, saqueado? Finalmente di con la biblioteca, todos los estantes vacíos de famosos libros, manuscritos incunables, nada… Con el corazón destrozado me dirigí por la escalera hacia el primer piso. A la derecha, casi 100 metros de largo ventanas con vista hacia el valle.  A la izquierda una celda al lado de otra, donde durante siglos vivieron los monjes.  Ahora se encontraban todas abiertas, solo había algunas mesas y unas pocas sillas. Nada más.

Entonces aun desconocía que con permiso del Abad todo había sido transportado de urgencia,  y sorteando todo tipo de peligros desde la Abadía a Roma, donde todos esos tesoros quedaron al resguardo en pasillos subterráneos y después de la reconstrucción de la Abadía todo fue devuelto. Pero para mí este “paseo” por la Abadía totalmente vacía, la Abadía monacal madre de Europa,  fue uno de las vivencias mas desesperanzadas de toda la guerra.

Como aparentemente en la Abadía no había nadie, desilusionado ya estaba por marcharme, cuando al fondo del larguísimo corredor aparece un monje cabizbajo con las manos recogidas. Recién me vio al escuchar el ruido de mis botas cuando ya me encontraba frente a él.  Me miró algo asustado y negó mi pedido para ver al Abad.  No es posible ahora, el Abad está rezando en la cripta en la tumba de San Benito. Sin palabras le mostré el documento papal y el enmudecido me miro y desapareció, esta vez no a paso lento y pausado sino casi corriendo.  Más tarde otro sacerdote me trajo algo para refrescarme, una fruta y bebida. Como no había mesas, coloco todo sobre la repisa de la ventana.

Finalmente aparece el Abad, el Obispo de la diócesis de Cassino. Un hombre honorable, anciano, cuyo rostro irradiaba una vida de oración.. Le conté mi historia mientras el sostenía en sus manos la autorización papal. En algún momento me dijo: “durante la guerra ocurren cosas que aun no han sido escritas en ningún libro de la Iglesia”.

Le dije además que dudaba que al día siguiente podría estar en Roma para mi ordenación (según planeado originalmente) y le pedí si él estaría dispuesto a ordenarme.

Mi miro fijo y largamente. No pude imaginar porque lo hizo.  Después de repente me tomó de la mano y me llevó por el corredor hasta un lugar desde donde se veía todo el valle de Cassino, poblados  y cerros,  donde entonces luchaban los alemanes.  Emocionado y con su voz entrecortada por el llanto me dijo: Observe cuidadosamente todos los poblados y ciudades.  Allá teníamos una iglesia, allá el hospital, allá un jardín de infantes. Tanto nos esforzamos, tanto trabajamos para hacer de este Obispado un jardín de Dios. Y ahora la guerra destruyo todo en unos pocos días, todo destruido, los fieles han muerto o huido. Solo quedo la Abadía aquí arriba.  Quien sabe si quizás Dios no nos reclamará también esto.   Aquí estoy solo con diez monjes, pero “El Señor nos lo dio, el Señor nos lo quito, alabado sea el nombre del Señor”!  me dijo.  Después me miro y agregó: “No se que pasara los próximos días ni tampoco si también nosotros seremos víctimas de la guerra. Pero algo todavía haré con sumo agrado: venga en cualquier momento de día o de noche, aunque no esté en ayunas.  Solo le pido venga.  Con el mayor de los gozos le ordenare sacerdote sobre la tumba de nuestro santo padre Benito”.

“ Si no encuentro algún imprevisto, mañana a la noche estaré aquí” le prometí. “Lo esperare” me respondió. Y con estas palabras nos despedimos con un fraternal abrazo y bendición.  Con el corazón en paz y lleno de gozo regrese al valle – sin intuir que el Abad me esperaría en vano al día siguiente. ….. 

la guerra continuaba.  A Goldmann le esperaba una de las peores batallas

La Abadía fue totalmente reconstruida después de la guerra y consagrada por el Papa Pablo VI el 24 de octubre de 1964. 


 Invito además leer las emotivas palabras del Papa Juan Pablo II en su visita a la Abadia de Montecasino el 18 de mayo de 1979. 

 




El “misterio” de Montecassino (1 de 2)

 


(foto de Wikipiedia Montecassino cementerio polaco, al fondo la Abadía reconstruida)

Karol Wojtyla amaba su patria, su cultura, su tierra, su pueblo, sentimiento anidado en su natal Wadowice desde niño:  guiado por su padre,  sus maestros,  su guía espiritual. Seleccionando más tarde sus lecturas fue entrando en el mundo de la poesía y la prosa escrita y hablada. La fuerza del teatro rapsódico dio origen a una nueva generación.  Ya sacerdote su apostolado entre los jóvenes miraba mas allá de lo cotidiano  en momentos del régimen: había que educar a los jóvenes que serían los generadores de una nueva Polonia.

Nunca ocultó su profunda unión con la tierra que lo viera nacer, ni aún después  siendo Obispo de Roma. En sus mensajes a sus compatriotas vibraba no solo su profunda fe y esperanza sino también su espíritu casi guerrero  exigiendo libertad,  defendiendo la dignidad y la vida de toda persona y el respeto por los lugares que nos hablan de la “muerte y resurrección” no sólo polacas sino universales y que son una parte decididamente importante hasta de su magisterio porque si bien sus palabras están en la mayoría de las veces expresamente dirigidas a Polonia o a lugares específicos, son perfectamente aplicables a tantas otras circunstancias y lugares.  

Pero de la misma manera que el “vivió” profundamente unido a su patria, sufrió con ella también desde Roma los momentos difíciles, recordando siempre la historia reciente y heridas abiertas. Uno de los santos lugares que el guardaba en su corazón era el Monasterio de Montecassino. Montecassino es también uno de los lugares que personalmente le tengo especial afecto y que planeábamos visitar el mismo dia de la visita a Mentorella,  tan unido a Montecassino y San Benito, pero quedó pendiente.

Por eso leí con mayor atención el capítulo titulado Montecassino en la increíble historia del padre Gereon Goldmann,  Un seminarista en las SS (Ediciones Palabra, Madrid) sobreviviente milagroso de los horrores de la II Guerra Mundial, quien entre “aventuras”, riesgos y masacres logró ayudar a tantos hermanos atendiéndolos como asistente sanitario y espiritual. Son palabras  directamente desde el “frente”  de batalla.  El padre Goldmann cuenta de su visita al Monasterio de  Montecassino, tan caro a Juan Pablo II y donde cayeron tantos de sus compatriotas  en medio de una tragedia que produjo perdida y dolor, pero que más tarde levantándose de sus cenizas se erigiera en símbolo de una nueva Europa. y que fuera motivo de palabras tan emotivas del Papa JuanPablo II con ocasión del 50 aniversario  cuando hablaba de aquel “enfrentamiento de dos "proyectos": uno, tanto en oriente como en occidente, que tendía a desarraigar a Europa de su pasado cristiano, ligado a sus patronos y, en especial, a san Benito; el otro tendía a defender la tradición cristiana de Europa y "el espíritu europeo".”


 

viernes, 26 de diciembre de 2025

Juan Pablo II – El esplendor de la verdad (Veritatis Splendor)


 La Carta Encíclica Veritatis Splendor   El esplendor de la verdad, “sobre algunas cuestiones fundamentales de la enseñanza moral de la Iglesia” del Papa Juan Pablo II,   firmada el 6 de agosto —fiesta de la Transfiguración del Señor— de 1993,fue citada brevemente por el Papa en su Ángelus del 17 de octubre  de 1993 al regreso de sus viajes. Fue el Cardenal Joseph Ratzinger que la presento mas formalmente (ver Aceprensa  y también Almudi: 

¿Cuál es el fin de este documento? Se preguntaba el Cardenal Ratzinger y respondia :  Existe un motivo interno y otro externo, que naturalmente son inseparables. El motivo interno está ligado al mismo fin del cristianismo. En sus primeros tiempos, antes incluso que se acuñara la palabra «cristianos», la religión cristiana se llamaba simplemente «camino». En los Hechos de los Apóstoles se encuentra no menos de seis veces esta designación. (…) Si el cristianismo es llamado camino, significa que antes que nada indicaba una determinada manera de vivir. La fe no es pura teoría, es sobre todo un «camino», es decir, una praxis. Las nuevas convicciones que ofrece tienen un contenido práctico inmediato. La fe incluye la moral, y eso quiere decir no sólo ideales genéricos. Ella ofrece mucho más: indicaciones concretas para la vida humana. Precisamente a través de su moral los cristianos se diferenciaban de los otros en el mundo antiguo; precisamente de ese modo su fe se hizo visible como algo nuevo, una realidad inconfundible. Un cristianismo que no fuese ya un camino común, sino que anunciase sólo ideales vagos, no sería ya el cristianismo de Jesucristo y de sus discípulos inmediatos. (…)



A este motivo interno se añade otro externo, que no por eso es exterior. La cuestión moral es claramente hoy más que nunca una cuestión de supervivencia para la humanidad. En la unitaria civilización técnica que se ha extendido ya a todo el mundo contemporáneo, las antiguas certezas morales en las cuales se apoyaban hasta ahora las grandes culturas singulares se han destruido en gran parte. La visión tecnicista del mundo prescinde de los valores. Se pregunta sobre si es posible hacer algo en la práctica, no sobre la licitud. (…) Cada vez más a menudo se piensa que lo que es posible hacer, es lícito hacerlo.

Pero el verdadero problema se plantea a un nivel todavía más profundo. Frente a las certezas indiscutibles que se dan en las materias técnicas, todas las certezas morales parecen frágiles y discutibles. Muchos consideran que lo razonable sería sólo lo que se puede verificar de modo incontrovertible como las fórmulas matemáticas o técnicas. ¿Pero cómo encontrar tal verificación en las realidades típicamente humanas, en las cuestiones de la moral y del recto vivir humano? El hecho de que en este ámbito las grandes culturas, aunque contengan importantes elementos comunes, afirmen también a menudo algo distinto, hace que el relativismo se haga cada vez más la opinión dominante. En el ámbito de la moral y de la religión no habría, pues, ninguna certeza compartida. (…)

 Y el Papa Juan Pablo II volvió sobre ella en su Ángelus del  12 de junio de 1994. 

Con motivo del  Congreso “Juan Pablo II : 25 años de pontificado. La Iglesia al servicio del hombre” en la Pontificia Universidad Lateranense (8-10 de mayo 2003) el Cardenal Ratzinger hacia una breve presentación de las catorce encíclicas del Santo Padre JuanPablo II. En su alocución decía con respecto a Veritatis Splendor:

Veritatis splendor no sólo afronta la crisis interna de la teología moral en la Iglesia, sino que pertenece al debate ético de dimensiones mundiales, que hoy se ha transformado en una cuestión de vida o muerte para la humanidad. Contra una teología moral que en el siglo XIX se había reducido de modo cada vez más preocupante a casuística, ya en los decenios anteriores al Concilio se había puesto en marcha un decidido movimiento de oposición. La doctrina moral cristiana se debía formular nuevamente desde su gran perspectiva positiva a partir del núcleo de la fe, sin considerarla como una lista de prohibiciones. 

La idea de la imitación de Cristo y el principio del amor se desarrollaron como las directrices fundamentales, a partir de las cuales podían organizarse los diversos elementos de la doctrina. La voluntad de dejarse inspirar por la fe como luz nueva que hace transparente la doctrina moral había llevado a alejarse de la versión iusnaturalista de la moral en favor de una construcción de perfil bíblico e histórico-salvífico. 

El concilio Vaticano II había confirmado y reafirmado estos enfoques. Pero el intento de construir una moral puramente bíblica resultó imposible ante las demandas concretas de la época. El puro biblicismo, precisamente en la teología moral, no es un camino posible. Así,  de modo sorprendentemente rápido, después de una breve fase en la que  se  trató  de dar a la teología moral una inspiración bíblica, se intentó una explicación puramente racional del ethos, pero la vuelta al pensamiento iusnaturalista resultó imposible:  la corriente antimetafísica, que tal vez ya había contribuido al intento biblicista, hacía que el derecho natural pareciera un modelo anticuado y ya inadecuado. 

Se quedó a merced de una racionalidad positivista que ya no reconocía el bien como tal. "El bien es siempre -así decía entonces un teólogo moral- sólo mejor que...". Quedaba como criterio el cálculo de las consecuencias. Moral es lo que parece más positivo, teniendo en cuenta las consecuencias previsibles. No siempre el consecuencialismo se aplicó de modo tan radical. Pero al final se llegó a una construcción tal, que se disuelve lo que es moral, pues el bien como tal no existe. Para ese tipo de racionalidad ni siquiera la Biblia tiene algo que decir. La sagrada Escritura puede proporcionar motivaciones, pero no contenidos. 

Pero si las cosas fueran así, el cristianismo como "camino" -así debería y quisiera ser- resultaría un fracaso. Y si antes desde la ortodoxia se había llegado a la ortopraxis, ahora la ortopraxis se convierte en una trágica ironía:  porque en el fondo no existe. 

El Papa, por el contrario, con gran decisión volvió a dar legitimidad a la perspectiva metafísica, que es sólo una consecuencia de la fe en la creación. Una vez más, partiendo de la fe en la creación, logra vincular y fundir antropocentrismo y teocentrismo:  "la razón encuentra su verdad y su autoridad en la ley eterna, que no es otra cosa que la misma sabiduría divina. (...) En efecto, la ley natural (...) no es otra cosa que la luz de la inteligencia infundida en nosotros por Dios" (Veritatis splendor, 40). Precisamente porque el Papa es partidario de la metafísica en virtud de la fe en la creación, puede comprender también la Biblia como Palabra presente, unir la construcción metafísica y bíblica del ethos. Una perla de la encíclica, significativa tanto filosófica como teológicamente, es el gran pasaje sobre el martirio. Si ya no hay nada por lo que valga la pena morir, entonces también la vida resulta vacía. Sólo si existe el bien absoluto, por el que vale la pena morir, y el mal eterno que nunca se transforma en bien, el hombre es confirmado en su dignidad y nosotros nos vemos protegidos de la dictadura de las ideologías.”


Con ocasión del XXV aniversario del pontificado de Juan Pablo II y del X aniversario de la encíclica Veritatis Splendor se creó el 15 de octubre de 2003 la Cátedra Juan Pablo II de la Pontificia Universidad Católica Argentina.  La primera actividad de la Cátedra consistió en la organización del Congreso Teòlogico Internacional La Verdad los hará libres sobre la encíclica Veritatis Splendor y fue desarrollado en Buenos Aires durante los días 23-24-25 de septiembre de 2004. Todas las actas fueron publicadas bajo el título del Congreso por Ediciones Paulinas en conjnto con la Pontificia Universidad Católica Argentina.

 

Aquel Congreso LA VERDAD LOS HARA LIBRES sobre la Encíclica Veritatis Splendor concluyó con el discurso de clausura por parte del Cardenal Jorge Mario Bergoglio que presentaba la Encíclica como de una “enorme riqueza que habrá que seguir desentrañando y difundiendo” invitando a los presentes a “profundizar y comunicar las vivencias y reflexiones compartidas bajo tres perspectivas:

"La primera es la que nos ofrece la centralidad de la Gracia en la vida moral, tal como es concebida a la luz de la Revelación.

La segunda es la  perspectiva de la evangelización como realidad indispensable, no solo porque existe un mandato del Señor, sino sobre todo porque El nos ha comunicado una vida nueva, y la vida tiende y exige la comunicación.

La tercera es la perspectiva de la relación entre el Evangelio de la gracia y la vida cultural y política de los hombres"..

El cardenal Bergoglio finalizó su exposición centrada en la conclusión de la encíclica donde el Papa se vuelve hacia la misericordia del Padre, comunicada en su Hijo Jesucristo por el don del Espíritu, en la figura de Maria, Madre de Dios y Madre de Misericordia:

- Maria es madre de misericordia, porque Jesús, su Hijo, es enviado por el Padre como revelación y comunicación de su Misericordia, y ella nos anima y nos guía a seguirlo.
- Maria es madre de misericordia porque Jesús, en la Cruz, le confía su Iglesia y toda la humanidad.
- Maria es madre de misericordia como signo luminoso y ejemplo preclaro de vida moral, al vivir la propia libertad donándose al Padre y acogiendo el don del Padre.
- María es madre de misericordia porque invita a todo ser humano, en la celebración de las bodas de su Hijo a lo largo de la historia, a acoger “la Verdad que nos hará Libres” haciendo siempre lo que Él nos diga (cfr. Jn 2,5)”


Y concluia diciendo “Confiemos a Maria, madre de misericordia, las enseñanzas de esta Carta Magna de la Libertad, la Veritatis Splendor, a fin de que el Esplendor de la Verdad ilumine nuestras vidas, la de nuestras comunidades eclesiales y la de toda la humanidad”.

“El hecho de que el Papa concluya la Encíclica con una meditación sobre María, la Madre de la misericordia, es algo más que una piadosa costumbre reflexionaba el Cardenal Ratzinger:  El Papa nos dice que la Virgen puede llevar este título «porque Jesucristo, su Hijo, es enviado por el Padre como Revelación de la misericordia de Dios… No vino a condenar sino a perdonar»  Solo con esta afirmación se completa la doctrina moral cristiana. De ella forma parte la grandeza de las exigencias que derivan de nuestra semejanza a Dios, pero también la grandeza de la bondad divina, de la cual el signo más puro es para nosotros la Madre de Jesús.”  

Oración conclusiva de la Encíclica Veritatis Splendor del Santo Padre Juan Pablo II a Maria, madre de misericordia



María, Madre de misericordia,

cuida de todos para que no se haga inútil

la cruz de Cristo,

para que el hombre

no pierda el camino del bien,

no pierda la conciencia del pecado

y crezca en la esperanza en Dios,

«rico en misericordia» (Ef 2, 4),

para que haga libremente las buenas obras

que él le asignó (cf. Ef 2, 10)

y, de esta manera, toda su vida

sea «un himno a su gloria» (Ef 1, 12).

 

Invito leer el articulo de Juan Pedro Rivero Gonzalez titulado: La Gramática del Don Una aproximación teológica y didáctica a la Encíclica Veritatis Splendor en su trigésimo aniversario.

“ El autor, partiendo de las fuentes de la teología sistemática, y con el afán de desvelar la novedad propuesta para la vida personal y social, analiza la enorme envergadura de Veritatis Splendor (1993) a lo largo de estas tres décadas, el periodo más complejo de la historia del pensamiento ético. Subraya, a tal fin, los criterios centrales del documento para vincularlos con la didáctica del mensaje que transmite, de libertad y de bien para la sociedad y la comunidad eclesial.”

 

Invito también leer los varios posts etiquetados Veritatis Splendor. 

 

 

jueves, 25 de diciembre de 2025

El poder de llegar a ser hijos de Dios - Papa Leon XIV

 

Imagen de Wikipedia - Botticelli

«Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron […] les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios» (Jn 1,11-12). Este es el modo paradójico en el que la paz está ya entre nosotros: el don de Dios es fascinante, busca acogida y mueve a la entrega. Nos sorprende porque nos expone al rechazo, nos atrae porque nos arrebata de la indiferencia. Llegar a ser hijos de Dios es un verdadero poder; un poder que queda enterrado mientras permanecemos indiferentes al llanto de los niños y a la fragilidad de los ancianos, al silencio impotente de las víctimas y a la melancolía resignada del que hace el mal que no quiere.

(…)

Cuando la fragilidad de los demás nos atraviesa el corazón, cuando el dolor ajeno hace añicos nuestras sólidas certezas, entonces ya comienza la paz. La paz de Dios nace de un sollozo acogido, de un llanto escuchado; nace entre ruinas que claman una nueva solidaridad, nace de sueños y visiones que, como profecías, invierten el curso de la historia. Sí, todo esto existe, porque Jesús es el Logos, el sentido a partir del cual todo ha sido formado. «Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de lo que existe» (Jn 1,3). Este misterio nos interpela desde los pesebres que hemos construido, nos abre los ojos a un mundo donde la Palabra todavía resuena, «en muchas ocasiones y de diversas maneras» (cf. Hb 1,1), y nos sigue llamando a la conversión.

Ciertamente, el Evangelio no esconde la resistencia de las tinieblas a la luz, describe el camino de la Palabra de Dios como un trayecto escabroso, diseminado de obstáculos. Hasta hoy, los auténticos mensajeros de paz siguen al Verbo por este camino, que finalmente alcanza los corazones; corazones inquietos, que a menudo desean precisamente aquello a lo que se resisten. De ese modo, la Navidad vuelve a motivar a una Iglesia misionera, impulsándola sobre vías que la Palabra de Dios le ha trazado.

(…)

 Este es el camino de la misión: un camino hacia el otro. En Dios cada palabra es palabra pronunciada, es una invitación al diálogo, una palabra nunca igual a sí misma. Es la renovación que el Concilio Vaticano II ha promovido y que veremos florecer sólo si caminamos juntos con toda la humanidad, sin separarnos nunca de ella. Mundano es lo contrario: tener por centro a uno mismo. El movimiento de la Encarnación es un dinamismo de diálogo. Habrá paz cuando nuestros monólogos se interrumpan y, fecundados por la escucha, caigamos de rodillas ante la carne desnuda de los demás. La Virgen María es precisamente en esto la Madre de la Iglesia, la Estrella de la evangelización, la Reina de la paz. En ella comprendemos que nada nace del exhibicionismo de la fuerza y todo renace del silencioso poder de la vida acogida.

(De laHomilia del Santo Padre Leon XIV – 25 de diciembre 2025 – Solemnidad de laNatividad del Señor)

miércoles, 24 de diciembre de 2025

Ser testigos de la luz que la Navidad irradia – Benedicto XVI

 


La Navidad es una oportunidad privilegiada para meditar en el sentido y en el valor de nuestra existencia. La proximidad de esta solemnidad nos ayuda a reflexionar, por una parte, en el dramatismo de la historia en la que los hombres, heridos por el pecado, buscan permanentemente la felicidad y el sentido pleno de la vida y de la muerte; y, por otra, nos exhorta a meditar en la bondad misericordiosa de Dios, que ha salido al encuentro del hombre para comunicarle directamente la Verdad que salva y para hacerlo partícipe de su amistad y de su vida.

Preparémonos, por tanto, para la Navidad con humildad y sencillez, disponiéndonos a recibir el don de la luz, la alegría y la paz que irradian de este misterio. Acojamos el Nacimiento de Cristo como un acontecimiento capaz de renovar hoy nuestra vida. Que el encuentro con el Niño Jesús nos haga personas que no piensen sólo en sí mismas, sino que se abran a las expectativas y necesidades de los hermanos. De esta forma nos convertiremos también nosotros en testigos de la luz que la Navidad irradia sobre la humanidad del tercer milenio.

Pidamos a María santísima, tabernáculo del Verbo encarnado, y a san José, testigo silencioso de los acontecimientos de la salvación, que nos comuniquen los sentimientos que ellos tenían mientras esperaban el nacimiento de Jesús, de modo que podamos prepararnos para celebrar santamente la próxima Navidad, en el gozo de la fe y animados por el compromiso de una conversión sincera.

(de laAudiencia General del Papa Benedicto XVI el 17 de diciembre de 2008)

martes, 23 de diciembre de 2025

Navidad – Esperando a Jesús - La espera, yo que espero?

 


La espera, el esperar, es una dimensión que atraviesa toda nuestra existencia personal, familiar y social. La espera está presente en mil situaciones, desde las más pequeñas y banales hasta las más importantes, que nos implican totalmente y en lo profundo. Pensemos, entre estas, en la espera de un hijo por parte de dos esposos; en la de un pariente o de un amigo que viene a visitarnos de lejos; pensemos, para un joven, en la espera del resultado de un examen decisivo, o de una entrevista de trabajo; en las relaciones afectivas, en la espera del encuentro con la persona amada, de la respuesta a una carta, o de la aceptación de un perdón... Se podría decir que el hombre está vivo mientras espera, mientras en su corazón está viva la esperanza. Y al hombre se lo reconoce por sus esperas: nuestra «estatura» moral y espiritual se puede medir por lo que esperamos, por aquello en lo que esperamos.

Cada uno de nosotros, por tanto, especialmente en este tiempo que nos prepara a la Navidad, puede preguntarse: ¿yo qué espero? En este momento de mi vida, ¿a qué tiende mi corazón? Y esta misma pregunta se puede formular a nivel de familia, de comunidad, de nación. ¿Qué es lo que esperamos juntos? ¿Qué une nuestras aspiraciones?, ¿qué tienen en común? En el tiempo anterior al nacimiento de Jesús, era muy fuerte en Israel la espera del Mesías, es decir, de un Consagrado, descendiente del rey David, que finalmente liberaría al pueblo de toda esclavitud moral y política e instauraría el reino de Dios. Pero nadie habría imaginado nunca que el Mesías pudiese nacer de una joven humilde como era María, prometida del justo José. Ni siquiera ella lo habría pensado nunca, pero en su corazón la espera del Salvador era tan grande, su fe y su esperanza eran tan ardientes, que él pudo encontrar en ella una madre digna. Por lo demás, Dios mismo la había preparado, antes de los siglos. Hay una misteriosa correspondencia entre la espera de Dios y la de María, la criatura «llena de gracia», totalmente transparente al designio de amor del Altísimo. Aprendamos de ella, Mujer del Adviento, a vivir los gestos cotidianos con un espíritu nuevo, con el sentimiento de una espera profunda, que sólo la venida de Dios puede colmar.

 

(Del Angelus del Papa Benedicto XVI del 28 de noviembre de2010)