Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

viernes, 26 de diciembre de 2025

Juan Pablo II – El esplendor de la verdad (Veritatis Splendor)


 La Carta Encíclica Veritatis Splendor   El esplendor de la verdad, “sobre algunas cuestiones fundamentales de la enseñanza moral de la Iglesia” del Papa Juan Pablo II,   firmada el 6 de agosto —fiesta de la Transfiguración del Señor— de 1993,fue citada brevemente por el Papa en su Ángelus del 17 de octubre  de 1993 al regreso de sus viajes. Fue el Cardenal Joseph Ratzinger que la presento mas formalmente (ver Aceprensa  y también Almudi: 

¿Cuál es el fin de este documento? Se preguntaba el Cardenal Ratzinger y respondia :  Existe un motivo interno y otro externo, que naturalmente son inseparables. El motivo interno está ligado al mismo fin del cristianismo. En sus primeros tiempos, antes incluso que se acuñara la palabra «cristianos», la religión cristiana se llamaba simplemente «camino». En los Hechos de los Apóstoles se encuentra no menos de seis veces esta designación. (…) Si el cristianismo es llamado camino, significa que antes que nada indicaba una determinada manera de vivir. La fe no es pura teoría, es sobre todo un «camino», es decir, una praxis. Las nuevas convicciones que ofrece tienen un contenido práctico inmediato. La fe incluye la moral, y eso quiere decir no sólo ideales genéricos. Ella ofrece mucho más: indicaciones concretas para la vida humana. Precisamente a través de su moral los cristianos se diferenciaban de los otros en el mundo antiguo; precisamente de ese modo su fe se hizo visible como algo nuevo, una realidad inconfundible. Un cristianismo que no fuese ya un camino común, sino que anunciase sólo ideales vagos, no sería ya el cristianismo de Jesucristo y de sus discípulos inmediatos. (…)



A este motivo interno se añade otro externo, que no por eso es exterior. La cuestión moral es claramente hoy más que nunca una cuestión de supervivencia para la humanidad. En la unitaria civilización técnica que se ha extendido ya a todo el mundo contemporáneo, las antiguas certezas morales en las cuales se apoyaban hasta ahora las grandes culturas singulares se han destruido en gran parte. La visión tecnicista del mundo prescinde de los valores. Se pregunta sobre si es posible hacer algo en la práctica, no sobre la licitud. (…) Cada vez más a menudo se piensa que lo que es posible hacer, es lícito hacerlo.

Pero el verdadero problema se plantea a un nivel todavía más profundo. Frente a las certezas indiscutibles que se dan en las materias técnicas, todas las certezas morales parecen frágiles y discutibles. Muchos consideran que lo razonable sería sólo lo que se puede verificar de modo incontrovertible como las fórmulas matemáticas o técnicas. ¿Pero cómo encontrar tal verificación en las realidades típicamente humanas, en las cuestiones de la moral y del recto vivir humano? El hecho de que en este ámbito las grandes culturas, aunque contengan importantes elementos comunes, afirmen también a menudo algo distinto, hace que el relativismo se haga cada vez más la opinión dominante. En el ámbito de la moral y de la religión no habría, pues, ninguna certeza compartida. (…)

 Y el Papa Juan Pablo II volvió sobre ella en su Ángelus del  12 de junio de 1994. 

Con motivo del  Congreso “Juan Pablo II : 25 años de pontificado. La Iglesia al servicio del hombre” en la Pontificia Universidad Lateranense (8-10 de mayo 2003) el Cardenal Ratzinger hacia una breve presentación de las catorce encíclicas del Santo Padre JuanPablo II. En su alocución decía con respecto a Veritatis Splendor:

Veritatis splendor no sólo afronta la crisis interna de la teología moral en la Iglesia, sino que pertenece al debate ético de dimensiones mundiales, que hoy se ha transformado en una cuestión de vida o muerte para la humanidad. Contra una teología moral que en el siglo XIX se había reducido de modo cada vez más preocupante a casuística, ya en los decenios anteriores al Concilio se había puesto en marcha un decidido movimiento de oposición. La doctrina moral cristiana se debía formular nuevamente desde su gran perspectiva positiva a partir del núcleo de la fe, sin considerarla como una lista de prohibiciones. 

La idea de la imitación de Cristo y el principio del amor se desarrollaron como las directrices fundamentales, a partir de las cuales podían organizarse los diversos elementos de la doctrina. La voluntad de dejarse inspirar por la fe como luz nueva que hace transparente la doctrina moral había llevado a alejarse de la versión iusnaturalista de la moral en favor de una construcción de perfil bíblico e histórico-salvífico. 

El concilio Vaticano II había confirmado y reafirmado estos enfoques. Pero el intento de construir una moral puramente bíblica resultó imposible ante las demandas concretas de la época. El puro biblicismo, precisamente en la teología moral, no es un camino posible. Así,  de modo sorprendentemente rápido, después de una breve fase en la que  se  trató  de dar a la teología moral una inspiración bíblica, se intentó una explicación puramente racional del ethos, pero la vuelta al pensamiento iusnaturalista resultó imposible:  la corriente antimetafísica, que tal vez ya había contribuido al intento biblicista, hacía que el derecho natural pareciera un modelo anticuado y ya inadecuado. 

Se quedó a merced de una racionalidad positivista que ya no reconocía el bien como tal. "El bien es siempre -así decía entonces un teólogo moral- sólo mejor que...". Quedaba como criterio el cálculo de las consecuencias. Moral es lo que parece más positivo, teniendo en cuenta las consecuencias previsibles. No siempre el consecuencialismo se aplicó de modo tan radical. Pero al final se llegó a una construcción tal, que se disuelve lo que es moral, pues el bien como tal no existe. Para ese tipo de racionalidad ni siquiera la Biblia tiene algo que decir. La sagrada Escritura puede proporcionar motivaciones, pero no contenidos. 

Pero si las cosas fueran así, el cristianismo como "camino" -así debería y quisiera ser- resultaría un fracaso. Y si antes desde la ortodoxia se había llegado a la ortopraxis, ahora la ortopraxis se convierte en una trágica ironía:  porque en el fondo no existe. 

El Papa, por el contrario, con gran decisión volvió a dar legitimidad a la perspectiva metafísica, que es sólo una consecuencia de la fe en la creación. Una vez más, partiendo de la fe en la creación, logra vincular y fundir antropocentrismo y teocentrismo:  "la razón encuentra su verdad y su autoridad en la ley eterna, que no es otra cosa que la misma sabiduría divina. (...) En efecto, la ley natural (...) no es otra cosa que la luz de la inteligencia infundida en nosotros por Dios" (Veritatis splendor, 40). Precisamente porque el Papa es partidario de la metafísica en virtud de la fe en la creación, puede comprender también la Biblia como Palabra presente, unir la construcción metafísica y bíblica del ethos. Una perla de la encíclica, significativa tanto filosófica como teológicamente, es el gran pasaje sobre el martirio. Si ya no hay nada por lo que valga la pena morir, entonces también la vida resulta vacía. Sólo si existe el bien absoluto, por el que vale la pena morir, y el mal eterno que nunca se transforma en bien, el hombre es confirmado en su dignidad y nosotros nos vemos protegidos de la dictadura de las ideologías.”


Con ocasión del XXV aniversario del pontificado de Juan Pablo II y del X aniversario de la encíclica Veritatis Splendor se creó el 15 de octubre de 2003 la Cátedra Juan Pablo II de la Pontificia Universidad Católica Argentina.  La primera actividad de la Cátedra consistió en la organización del Congreso Teòlogico Internacional La Verdad los hará libres sobre la encíclica Veritatis Splendor y fue desarrollado en Buenos Aires durante los días 23-24-25 de septiembre de 2004. Todas las actas fueron publicadas bajo el título del Congreso por Ediciones Paulinas en conjnto con la Pontificia Universidad Católica Argentina.

 

Aquel Congreso LA VERDAD LOS HARA LIBRES sobre la Encíclica Veritatis Splendor concluyó con el discurso de clausura por parte del Cardenal Jorge Mario Bergoglio que presentaba la Encíclica como de una “enorme riqueza que habrá que seguir desentrañando y difundiendo” invitando a los presentes a “profundizar y comunicar las vivencias y reflexiones compartidas bajo tres perspectivas:

"La primera es la que nos ofrece la centralidad de la Gracia en la vida moral, tal como es concebida a la luz de la Revelación.

La segunda es la  perspectiva de la evangelización como realidad indispensable, no solo porque existe un mandato del Señor, sino sobre todo porque El nos ha comunicado una vida nueva, y la vida tiende y exige la comunicación.

La tercera es la perspectiva de la relación entre el Evangelio de la gracia y la vida cultural y política de los hombres"..

El cardenal Bergoglio finalizó su exposición centrada en la conclusión de la encíclica donde el Papa se vuelve hacia la misericordia del Padre, comunicada en su Hijo Jesucristo por el don del Espíritu, en la figura de Maria, Madre de Dios y Madre de Misericordia:

- Maria es madre de misericordia, porque Jesús, su Hijo, es enviado por el Padre como revelación y comunicación de su Misericordia, y ella nos anima y nos guía a seguirlo.
- Maria es madre de misericordia porque Jesús, en la Cruz, le confía su Iglesia y toda la humanidad.
- Maria es madre de misericordia como signo luminoso y ejemplo preclaro de vida moral, al vivir la propia libertad donándose al Padre y acogiendo el don del Padre.
- María es madre de misericordia porque invita a todo ser humano, en la celebración de las bodas de su Hijo a lo largo de la historia, a acoger “la Verdad que nos hará Libres” haciendo siempre lo que Él nos diga (cfr. Jn 2,5)”


Y concluia diciendo “Confiemos a Maria, madre de misericordia, las enseñanzas de esta Carta Magna de la Libertad, la Veritatis Splendor, a fin de que el Esplendor de la Verdad ilumine nuestras vidas, la de nuestras comunidades eclesiales y la de toda la humanidad”.

“El hecho de que el Papa concluya la Encíclica con una meditación sobre María, la Madre de la misericordia, es algo más que una piadosa costumbre reflexionaba el Cardenal Ratzinger:  El Papa nos dice que la Virgen puede llevar este título «porque Jesucristo, su Hijo, es enviado por el Padre como Revelación de la misericordia de Dios… No vino a condenar sino a perdonar»  Solo con esta afirmación se completa la doctrina moral cristiana. De ella forma parte la grandeza de las exigencias que derivan de nuestra semejanza a Dios, pero también la grandeza de la bondad divina, de la cual el signo más puro es para nosotros la Madre de Jesús.”  

Oración conclusiva de la Encíclica Veritatis Splendor del Santo Padre Juan Pablo II a Maria, madre de misericordia



María, Madre de misericordia,

cuida de todos para que no se haga inútil

la cruz de Cristo,

para que el hombre

no pierda el camino del bien,

no pierda la conciencia del pecado

y crezca en la esperanza en Dios,

«rico en misericordia» (Ef 2, 4),

para que haga libremente las buenas obras

que él le asignó (cf. Ef 2, 10)

y, de esta manera, toda su vida

sea «un himno a su gloria» (Ef 1, 12).

 

Invito leer el articulo de Juan Pedro Rivero Gonzalez titulado: La Gramática del Don Una aproximación teológica y didáctica a la Encíclica Veritatis Splendor en su trigésimo aniversario.

“ El autor, partiendo de las fuentes de la teología sistemática, y con el afán de desvelar la novedad propuesta para la vida personal y social, analiza la enorme envergadura de Veritatis Splendor (1993) a lo largo de estas tres décadas, el periodo más complejo de la historia del pensamiento ético. Subraya, a tal fin, los criterios centrales del documento para vincularlos con la didáctica del mensaje que transmite, de libertad y de bien para la sociedad y la comunidad eclesial.”

 

Invito también leer los varios posts etiquetados Veritatis Splendor. 

 

 

jueves, 25 de diciembre de 2025

El poder de llegar a ser hijos de Dios - Papa Leon XIV

 

Imagen de Wikipedia - Botticelli

«Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron […] les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios» (Jn 1,11-12). Este es el modo paradójico en el que la paz está ya entre nosotros: el don de Dios es fascinante, busca acogida y mueve a la entrega. Nos sorprende porque nos expone al rechazo, nos atrae porque nos arrebata de la indiferencia. Llegar a ser hijos de Dios es un verdadero poder; un poder que queda enterrado mientras permanecemos indiferentes al llanto de los niños y a la fragilidad de los ancianos, al silencio impotente de las víctimas y a la melancolía resignada del que hace el mal que no quiere.

(…)

Cuando la fragilidad de los demás nos atraviesa el corazón, cuando el dolor ajeno hace añicos nuestras sólidas certezas, entonces ya comienza la paz. La paz de Dios nace de un sollozo acogido, de un llanto escuchado; nace entre ruinas que claman una nueva solidaridad, nace de sueños y visiones que, como profecías, invierten el curso de la historia. Sí, todo esto existe, porque Jesús es el Logos, el sentido a partir del cual todo ha sido formado. «Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de lo que existe» (Jn 1,3). Este misterio nos interpela desde los pesebres que hemos construido, nos abre los ojos a un mundo donde la Palabra todavía resuena, «en muchas ocasiones y de diversas maneras» (cf. Hb 1,1), y nos sigue llamando a la conversión.

Ciertamente, el Evangelio no esconde la resistencia de las tinieblas a la luz, describe el camino de la Palabra de Dios como un trayecto escabroso, diseminado de obstáculos. Hasta hoy, los auténticos mensajeros de paz siguen al Verbo por este camino, que finalmente alcanza los corazones; corazones inquietos, que a menudo desean precisamente aquello a lo que se resisten. De ese modo, la Navidad vuelve a motivar a una Iglesia misionera, impulsándola sobre vías que la Palabra de Dios le ha trazado.

(…)

 Este es el camino de la misión: un camino hacia el otro. En Dios cada palabra es palabra pronunciada, es una invitación al diálogo, una palabra nunca igual a sí misma. Es la renovación que el Concilio Vaticano II ha promovido y que veremos florecer sólo si caminamos juntos con toda la humanidad, sin separarnos nunca de ella. Mundano es lo contrario: tener por centro a uno mismo. El movimiento de la Encarnación es un dinamismo de diálogo. Habrá paz cuando nuestros monólogos se interrumpan y, fecundados por la escucha, caigamos de rodillas ante la carne desnuda de los demás. La Virgen María es precisamente en esto la Madre de la Iglesia, la Estrella de la evangelización, la Reina de la paz. En ella comprendemos que nada nace del exhibicionismo de la fuerza y todo renace del silencioso poder de la vida acogida.

(De laHomilia del Santo Padre Leon XIV – 25 de diciembre 2025 – Solemnidad de laNatividad del Señor)

miércoles, 24 de diciembre de 2025

Ser testigos de la luz que la Navidad irradia – Benedicto XVI

 


La Navidad es una oportunidad privilegiada para meditar en el sentido y en el valor de nuestra existencia. La proximidad de esta solemnidad nos ayuda a reflexionar, por una parte, en el dramatismo de la historia en la que los hombres, heridos por el pecado, buscan permanentemente la felicidad y el sentido pleno de la vida y de la muerte; y, por otra, nos exhorta a meditar en la bondad misericordiosa de Dios, que ha salido al encuentro del hombre para comunicarle directamente la Verdad que salva y para hacerlo partícipe de su amistad y de su vida.

Preparémonos, por tanto, para la Navidad con humildad y sencillez, disponiéndonos a recibir el don de la luz, la alegría y la paz que irradian de este misterio. Acojamos el Nacimiento de Cristo como un acontecimiento capaz de renovar hoy nuestra vida. Que el encuentro con el Niño Jesús nos haga personas que no piensen sólo en sí mismas, sino que se abran a las expectativas y necesidades de los hermanos. De esta forma nos convertiremos también nosotros en testigos de la luz que la Navidad irradia sobre la humanidad del tercer milenio.

Pidamos a María santísima, tabernáculo del Verbo encarnado, y a san José, testigo silencioso de los acontecimientos de la salvación, que nos comuniquen los sentimientos que ellos tenían mientras esperaban el nacimiento de Jesús, de modo que podamos prepararnos para celebrar santamente la próxima Navidad, en el gozo de la fe y animados por el compromiso de una conversión sincera.

(de laAudiencia General del Papa Benedicto XVI el 17 de diciembre de 2008)

martes, 23 de diciembre de 2025

Navidad – Esperando a Jesús - La espera, yo que espero?

 


La espera, el esperar, es una dimensión que atraviesa toda nuestra existencia personal, familiar y social. La espera está presente en mil situaciones, desde las más pequeñas y banales hasta las más importantes, que nos implican totalmente y en lo profundo. Pensemos, entre estas, en la espera de un hijo por parte de dos esposos; en la de un pariente o de un amigo que viene a visitarnos de lejos; pensemos, para un joven, en la espera del resultado de un examen decisivo, o de una entrevista de trabajo; en las relaciones afectivas, en la espera del encuentro con la persona amada, de la respuesta a una carta, o de la aceptación de un perdón... Se podría decir que el hombre está vivo mientras espera, mientras en su corazón está viva la esperanza. Y al hombre se lo reconoce por sus esperas: nuestra «estatura» moral y espiritual se puede medir por lo que esperamos, por aquello en lo que esperamos.

Cada uno de nosotros, por tanto, especialmente en este tiempo que nos prepara a la Navidad, puede preguntarse: ¿yo qué espero? En este momento de mi vida, ¿a qué tiende mi corazón? Y esta misma pregunta se puede formular a nivel de familia, de comunidad, de nación. ¿Qué es lo que esperamos juntos? ¿Qué une nuestras aspiraciones?, ¿qué tienen en común? En el tiempo anterior al nacimiento de Jesús, era muy fuerte en Israel la espera del Mesías, es decir, de un Consagrado, descendiente del rey David, que finalmente liberaría al pueblo de toda esclavitud moral y política e instauraría el reino de Dios. Pero nadie habría imaginado nunca que el Mesías pudiese nacer de una joven humilde como era María, prometida del justo José. Ni siquiera ella lo habría pensado nunca, pero en su corazón la espera del Salvador era tan grande, su fe y su esperanza eran tan ardientes, que él pudo encontrar en ella una madre digna. Por lo demás, Dios mismo la había preparado, antes de los siglos. Hay una misteriosa correspondencia entre la espera de Dios y la de María, la criatura «llena de gracia», totalmente transparente al designio de amor del Altísimo. Aprendamos de ella, Mujer del Adviento, a vivir los gestos cotidianos con un espíritu nuevo, con el sentimiento de una espera profunda, que sólo la venida de Dios puede colmar.

 

(Del Angelus del Papa Benedicto XVI del 28 de noviembre de2010)

lunes, 22 de diciembre de 2025

El Belen y el Arbol de Navidad, Arbol de la vida

 


¡Alegrémonos! El Señor está cerca y viene a salvarnos.

 “Sea pequeño o grande, sencillo o elaborado, el belén constituye una representación familiar y muy expresiva de la Navidad. Es un elemento de nuestra cultura y del arte, pero sobre todo un signo de fe en Dios, que en Belén "vino a habitar entre nosotros" (cf. Jn 1, 14).”

La fiesta de Navidad, quizá la más querida por la tradición popular, está llena de símbolos, vinculados a las diversas culturas. Entre todos, el más importante es ciertamente el belén.

 


Junto al belén, como en esta plaza de San Pedro, encontramos el tradicional "árbol de Navidad". Se trata de una costumbre igualmente antigua, que exalta el valor de la vida, porque en la estación invernal el abeto siempre verde se convierte en signo de la vida que no muere. Por lo general, en el árbol adornado y en su base se ponen los regalos navideños. Así, el símbolo se hace elocuente también en sentido típicamente cristiano: nos recuerda el "árbol de la vida" (cf. Gn 2, 9), figura de Cristo, don supremo de Dios a la humanidad.

 


Por tanto, el mensaje del árbol de Navidad es que la vida permanece "siempre verde" si se convierte en don: no tanto de cosas materiales, cuanto de sí mismos: en la amistad y en el afecto sincero, en la ayuda fraterna y en el perdón, en el tiempo compartido y en la escucha recíproca.

 

Que María nos ayude a vivir la Navidad como ocasión para gustar la alegría de entregarnos a nosotros mismos a los hermanos, especialmente a los más necesitados.”

 (Juan Pablo II Ángelus 12 de diciembre 2004 y 19 de diciembre 2004

 

FELIZ Y SANTA NAVIDAD A TODOS!!!

 

sábado, 20 de diciembre de 2025

IV Domingo de Adviento – San Jose el hombre justo

 


En este cuarto domingo de Adviento el evangelio de san Mateo narra cómo sucedió el nacimiento de Jesús situándose desde el punto de vista de san José. Él era el prometido de María, la cual «antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo» (Mt 1, 18). El Hijo de Dios, realizando una antigua profecía (cf. Is 7, 14), se hace hombre en el seno de una virgen, y ese misterio manifiesta a la vez el amor, la sabiduría y el poder de Dios a favor de la humanidad herida por el pecado. San José se presenta como hombre «justo» (Mt 1, 19), fiel a la ley de Dios, disponible a cumplir su voluntad. Por eso entra en el misterio de la Encarnación después de que un ángel del Señor, apareciéndosele en sueños, le anuncia: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María, tu mujer, porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1, 20-21). Abandonando el pensamiento de repudiar en secreto a María, la toma consigo, porque ahora sus ojos ven en ella la obra de Dios.

 

(del Ángelus del PapaBenedicto XVI el 19 de diciembre de 2010)

Recuperar la verdad de la Navidad

 

La liturgia del Adviento nos va preparado espiritualmente a revivir el misterio que ha marcado un cambio en la historia humana… el nacimiento de un Niño, que es también el Hijo de Dios, el nacimiento del Salvador… que ha cambiado realmente el rostro del mundo. ¿Acaso no es un testimonio de ello la misma atmósfera jubilosa que se respira por las calles de las ciudades y de los pueblos… La fiesta de la Navidad ha entrado en las costumbres como celebración incontrastable de alegría y de bondad …. Esta floración de generosidad y de cortesía, de atención y delicadezas, coloca a la Navidad entre los momentos más bellos del año …. ¡qué carga de sentimientos o, a veces, de nostalgia, sabe suscitar!  …..

Pero detrás de este aspecto sugestivo, he aquí inmediatamente la manifestación de otros que alteran su limpidez… su autenticidad. Se trata de los aspectos puramente exteriores y consumísticos de la fiesta, que hacen correr el riesgo de vaciar a la solemnidad de su significado auténtico, cuando se toman no como expresión de la alegría interior que la caracteriza, sino como elementos principales de ella, o casi como su única razón de ser.

La Navidad pierde entonces su autenticidad, su sentido religioso, y se convierte en ocasión de disipación y derroche, cayendo en exterioridades inconvenientes y descomedidas, que suenan a ofensa para aquellos a quienes la pobreza condena a contentarse con las migajas.

Es necesario recuperar la verdad de la Navidad en la autenticidad del dato histórico y en la plenitud del significado que trae consigo. El dato histórico es que en un determinado momento de la historia y en una cierta región de la tierra, de una humilde mujer de la estirpe de David nació el Mesías, anunciado por los Profetas: Jesucristo Señor.

El significado es que, con la venida de Cristo, toda la historia humana ha encontrado su salida, su explicación, su dignidad. Dios nos ha salido al encuentro en Cristo, para que pudiéramos tener acceso a Él. Mirándolo bien, la historia humana es un anhelo ininterrumpido hacia la alegría, la belleza, la justicia, la paz. Se trata de realidades que sólo en Dios pueden encontrar su plenitud. Pues bien, la Navidad nos trae el anuncio de que Dios ha decidido superar las distancias, salvar los abismos inefables de su trascendencia, acercarse a nosotros, hasta hacer suya nuestra vida, hasta hacerse nuestro hermano.

Así, pues: ¿buscas a Dios? Encuéntralo en tu hermano, porque Cristo se ha como identificado ya en cada uno de los hombres. ¿Quieres amar a Cristo? Ámalo en tu hermano, porque todo lo que haces a uno cualquiera de tus semejantes, Cristo lo considera hecho a Él. Si te esfuerzas, pues, en abrirte con amor a tu prójimo, si tratas de establecer relaciones de paz con él, si quieres poner en común tus recursos con el prójimo, para que tu alegría, al comunicarse, se haga más verdadera, tendrás a tu lado a Cristo y con Él podrás alcanzar la meta que sueña tu corazón: un mundo más justo y, por lo tanto, más humano.

Que la Navidad nos encuentre a cada uno comprometidos a descubrir de nuevo su mensaje, que parte del pesebre de Belén. Hace falta un poco de valentía, pero vale la pena, porque sólo si sabemos abrirnos así a la venida de Cristo, podremos experimentar la paz anunciada por los ángeles en la noche santa. Que la Navidad constituya para todos vosotros un encuentro con Cristo, que se ha hecho hombre para dar a cada hombre la capacidad de hacer se hijo de Dios.

 

(PapaJuan Pablo II Audiencia General 23 de diciembre de 1981)