(del libro del padre Gereon Goldmann Un seminarista
en las SS (Ediciones Palabra, Madrid - mi traducción es de la versión eslovena)
Entre las tantas “aventuras” del padre Goldmann una de
las más increíbles fue lograr que el Santo Padre le concediera un permiso
especial para ser ordenado sacerdote antes de haber terminado sus estudios,
permiso de excepción por la falta de sacerdotes en los frentes de batalla. Le
había sido profetizado que lo conseguiría, “profecía” de la cual el siempre
tuvo sus dudas hasta que verdaderamente se cumplió. Pero eso es otra parte de
su historia. Aquí solo pretendo exponer – traducido - el texto que se refiere a Montecassino, donde el – por encontrarse cerca – planeaba
ser ordenado por el Abad del Monasterio y celebrar de inmediato allí su Primera
Misa.
“De repente veo un estrecho sendero camino al cerro. Caminado
unos 100 metros veo una señal con un escrito bilingüe en alemán e italiano “Acceso a la Abadia
prohibido a los soldados”. El sendero llevaba hacia la conocida Abadía de Montecassino,
que hasta entonces yo solo conocía de lejos. De repente me acordé que alguna
vez había leído que el Abad de Montecassino también es Obispo. Quizás el podría
ordenarme si le mostrase el documento papal?
En medio de las crueles batallas mi profundo deseo era ser ordenado
sacerdote lo más pronto posible. Le grite al chofer que me esperara que regresaría pronto y encaré por el sendero hacia arriba. De repente me encontré con cuatro guardias
militares. El camino hacia la Abadía estaba prohibido, por eso estaban
allí. Amparado en mi autoridad les respondí
que yo no era soldado, sino sargento. Los cuatro eran de grados inferiores. “Deben dejarme pasar, tengo una
autorización especial”. Y les mostré mi carnet de traductor. Éste no les convenció, tampoco la autorización
del Obispo de Sicilia, que no sabían leer, entonces debí mostrarles la autorización papal. Finalmente
me dejaron pasar. Pasados unos 1500 metros llegue hasta la famosa Abadía. Amparados allí detrás de las altas paredes me encontré sorprendido ante un gran grupo de refugiados, en su mayoria mujeres,
ancianos y niños. Ante las barbaridades de la guerra se habían refugiado allí
al amparo de San Benito con la esperanza de encontrarse más seguros, esperanza
cruelmente aplastada unos días más tarde con el bombardeo de los americanos,
quienes destruyeron sin piedad todo lo que quedaba en pie.
Las puertas de la Abadía estaban abiertas de par en
par pero custodiadas por dos guardias de la policía militar que debían evitar
el tránsito hacia la Abadía. Allí fui testigo con mis propios ojos que lo que
sostenían los americanos con motivos propagandísticos que allí se refugiaban
soldados alemanes era totalmente falso pues aparte de estos guardias de la
policía militar no vi allí ni un solo soldado alemán. Las unidades más cercanas estaban a unos 800
metros de allí separados de la Abadía por un profundo valle. Era allí donde estaba
el punto de observación. El Comandante
Kesserling había impartido ordenes estrictas de proteger Montecassino ante cualquier
batalla. Y nosotros como alemanes nos
adherimos a esta orden al pie de la letra.
Entre por el amplio portón para encontrarme ante un patio
enorme y la famosa escalinata que llevaba a la Iglesia. No se veía a nadie por
ningún lado. Los dos guardias permanecían afuera. También la Iglesia estaba abierta, ninguno de
los portales cerrados. Entré y enmudecí ante aquella vista: estaban aun todas
las paredes, brillaba la hermosa cúpula, los altares estaban intactos – pero
eso era todo. No había cuadros en las paredes ni estatuas en las bóvedas, ninguna cruz sobre la pared del altar ni sobre
el altar. Parecía que los bárbaros se habían llevado todo lo que se podía
quitar. La imagen de esta casa de Dios totalmente
desnuda y desolada era desesperante. Las
capillas laterales se encontraban igual, desnudas y abandonadas. Me dirigí a la sacristía: la misma imagen.
Todos los armarios abiertos y vacíos.
Todos los cajones, en los cuales se guardaban vestimentas sagradas semiabiertos
y vacios. Quien se había llevado todos estos tesoros? Seguí deambulando por los largos corredores,
sin encontrar a nadie. El salón principal, el gran refectorio, la cocina
detrás, todo vacío, saqueado? Finalmente di con la biblioteca, todos los
estantes vacíos de famosos libros, manuscritos incunables, nada… Con el corazón
destrozado me dirigí por la escalera hacia el primer piso. A la derecha, casi
100 metros de largo ventanas con vista hacia el valle. A la izquierda una celda al lado de otra, donde
durante siglos vivieron los monjes.
Ahora se encontraban todas abiertas, solo había algunas mesas y unas
pocas sillas. Nada más.
Entonces
aun desconocía que con permiso del Abad todo había sido transportado de
urgencia y sorteando todo tipo de peligros desde la Abadía a Roma, donde todos
esos tesoros quedaron al resguardo en pasillos subterráneos y después de la
reconstrucción de la Abadía todo fue devuelto. Pero para mí este
“paseo” por la Abadía totalmente vacía, la Abadía monacal madre de Europa, fue uno de las vivencias mas desesperanzadas
de toda la guerra.
Como aparentemente en la Abadía no había nadie, desilusionado
ya estaba por marcharme, cuando al fondo del larguísimo corredor aparece un monje
cabizbajo con las manos recogidas. Recién me vio al escuchar el ruido de mis
botas cuando ya me encontraba frente a él.
Me miró algo asustado y negó mi pedido para ver al Abad. No es posible ahora, el Abad está rezando en
la cripta en la tumba de San Benito. Sin palabras le mostré el documento papal
y el enmudecido me miro y desapareció, esta vez no a paso lento y pausado sino casi corriendo. Más tarde otro sacerdote
me trajo algo para refrescarme, una fruta y bebida. Como no había mesas, coloco
todo sobre la repisa de la ventana.
Finalmente aparece el Abad, el Obispo de la diócesis
de Cassino. Un hombre honorable, anciano, cuyo rostro irradiaba una vida de
oración.. Le conté mi historia mientras el sostenía en sus manos la
autorización papal. En algún momento me dijo: “durante la guerra ocurren cosas
que aun no han sido escritas en ningún libro de la Iglesia”.
Le dije además que dudaba que al día siguiente
podría estar en Roma para mi ordenación (según planeado originalmente) y le pedí
si él estaría dispuesto a ordenarme.
Mi miro fijo y largamente. No pude imaginar porque
lo hizo. Después de repente me tomó de
la mano y me llevó por el corredor hasta un lugar desde donde se veía todo el
valle de Cassino, poblados y cerros, donde entonces luchaban los alemanes. Emocionado y con su voz entrecortada por el
llanto me dijo: Observe cuidadosamente todos los poblados y ciudades. Allá teníamos una iglesia, allá el hospital, allá
un jardín de infantes. Tanto nos esforzamos, tanto trabajamos para hacer de
este Obispado un jardín de Dios. Y ahora la guerra destruyo todo en unos pocos
días, todo destruido, los fieles han muerto o huido. Solo quedo la Abadía
aquí arriba. Quien sabe si quizás Dios no
nos reclamará también esto. Aquí estoy
solo con diez monjes, pero “El Señor nos lo dio, el Señor nos lo quito, alabado
sea el nombre del Señor”! me dijo. Después me miro y agregó: “No se que pasara
los próximos días ni tampoco si también nosotros seremos víctimas de la guerra.
Pero algo todavía haré con sumo agrado: venga en cualquier momento de día o de
noche, aunque no esté en ayunas. Solo le
pido venga. Con el mayor de los gozos le
ordenare sacerdote sobre la tumba de nuestro santo padre Benito”.
“ Si no encuentro algún imprevisto, mañana a la
noche estaré aquí” le prometí. “Lo esperare” me respondió. Y con estas palabras
nos despedimos con un fraternal abrazo y bendición. Con el corazón en paz y lleno de gozo regrese
al valle – sin intuir que el Abad me esperaría en vano al día siguiente. ….. la
guerra continuaba. A Goldmann le esperaba una de las peores batallas.
La Abadía fue totalmente reconstruida después de la
guerra y consagrada por el Papa Pablo VI el 24 de octubre de 1964.
La Abadía está construyendo una nueva página web. Mientras
tanto puede visitarse su blog. :
Invito además leer las emotivas palabras del Papa Juan Pablo
II en su visita a la Abadia de Montecasino el 18 de mayo de 1979.
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