Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

viernes, 31 de enero de 2014

El «arma» de la palabra


(otra vez una semana sin PC!)


“Tan sólo tres meses después que los nazis invadieron Polonia  una de las primeras decisiones del Gobernador general fue, precisamente la de prohibir cualquier actividad artística o literaria. La reacción de los polacos fue inmediata. Ya sabían perfectamente, por la propia experiencia histórica, que la muerte de su cultura habría supuesto de manera inmediata su propio fin. De modo que florecieron iniciativas diversas y todas, naturalmente, en la clandestinidad.
El más conocido de los grupos teatrales que surgieron entonces fue Estudio 39.... Karol era muy activo...

La representación de aquella tarde iba a ser en una casa de la margen izquierda del Vístula. Lo mejor era cambiar siempre de ese sitio, y elegir cada vez una vivienda lo más alejada posible de la de la vez anterior.  De este modo, aunque la Gestapo tuviera una lista aproximada de las direcciones, no lo tendría tan fácil como para sorprenderles in fraganti. Hacía ya rato que los actores habían llegado, de uno en uno. Lo mismo hicieron los espectadores, que nunca pasaban de quince, y siempre eran personas no sólo conocidas, sino también elegidas e invitadas expresamente. Además. Había que ir con pies de plomo por la calle para no toparse con ninguna patrulla, pues si alguien era detenido por la calle después del toque de queda, corría el riesgo de ser deportado a un campo de concentración.

No se filtraba ni un rayo de luz al exterior. Habían cerrado herméticamente las contraventanas y habían sellado las ventanas. La verdad es que dentro el salón también estaba a oscuras, con solo un par de velas colocadas sobre una mesilla. Esa era toda la escenografía de aquel teatro de vanguardia,  con unos decorados reducidos a su mínima expresión, mientras se daba una importancia preeminente a la palabra, y sobre todo, al modo en quela palabra era declamada e interpretada. Habían programado un poema épico de Adam Mickiewicz, Pan Teadeusz, la representación máxima del Romanticismo polaco. Para quien no lo conozca, un estilo a la Ilíada o a la La Jerusalén liberada (…).

La apasionante representación iba sobre ruedas, gracias también a los magníficos actores. Todos se habían metido tan de lleno en el papel de sus personajes, que habían logrado dibujarlos en la conciencia de los espectadores. Estupenda Halina, la pareja de Karol en las representaciones de Wadowice, así como las dos nuevas, Danuta y Krystyna. Y fantástico el joven Wojtyla, con su declamación llena de tensión y de una dicción perfecta. De repente, fuera, en la calle, se oyó por el megáfono de un vehículo militar que se había parado justo debajo de las ventanas el siguiente aviso – fortísimo, imperioso, intimidatorio «El cuartel general de la Wehrmacht comunica que los ejércitos alemanes están a punto de entrar en la ciudad de Moscú…»  Se trataba sólo de propaganda. Así era la estrategia nazi: hacer creer que eran invencibles machacando psicológicamente al adversario, infundiéndole temor y creando un clima generalizado de amenaza y terror. Algo como una descarga eléctrica sacudió a los espectadores de la sala. No era el miedo, porque si estaban allí sabían perfectamente el riesgo que corrían. Duró una imperceptible fracción de segundo, un instante.  El actor no se había inmutado lo más mínimo, no había hecho pausa alguna. Karol seguía declamando como si no pasara nada, sin acelerar el ritmo de los versos. Había llegado sin distraerse al estallido final del Pan Tadeusz, la llamada a la guerra: «Es la guerra! Hermanos, ¿Hay que luchar esta guerra por Polonia!»

Actores y espectadores se percataron realmente entonces de lo que estaba pasando. No era algo simbólico, ni algo sucedido en los tiempos de Mickiewicz.  La Polonia de esos días, la Polonia ocupada por los nazis tampoco se había rendido al nuevo opresor, había resistido y reaccionaba con coraje para defender su memoria, su cultura, en definitiva, su propia identidad nacional.
Eso mismo era lo que Karol sentía en su ánimo, y lo que, como polaco y como patriota, se empeñaba en vivir cada día. Cuando se había mudado de Wadowice a Cracovia empezó enseguida a hacer teatro. (….) Karol era muy activo. Aunque estaba presente por todas partes, acabó afiliándose a la Unia, esto es, la Unión. Se trataba de una organización clandestina de inspiración cristiana que trabajaba tanto en el frente de la resistencia al nazismo, como en el de la proyección de futuro, planeando una nueva sociedad civil, un nuevo Estado. El movimiento estaba articulado en diversos niveles (….)

Y tenía prevista también una resistencia de tipo cultural, precisamente porque defendiendo la palabra, salvaguardando su lengua estarían luchando por la libertad, por la independencia de su nación. Quien deseaba entrar en la Unia, tenia que prestar un juramento solemne de fidelidad. Karol lo hizo, identificándose plenamente con aquellos ideales, en especial con los de tipo «combativo» (…)
Al final lograron sacar adelante la vieja idea de Kotlarczyk, un teatro rapsódico, es decir, un teatro de la profundidad interior, de la palabra viva, en el que más que mirar simplemente el espectáculo, se escuchara, y sobre todo, un teatro que repropusiera en sus rasgos más esenciales, las tradiciones culturales de Polonia.
Se trataba, en consecuencia, no sólo de un nuevo género artístico, sino de una forma nueva de lucha, tal como la entendían los fundadores de la Unia. Por tanto, la dedicación teatral no era un fin en si mismo, sino todo un instrumento de contraposición al nazismo.  «Una protesta – decía Kotlarczyk – contra el exterminio de la cultura polaca sobre su propio suelo» 

(Svidercoschi, Gian Franco: Historia de Karol, Ediciones Internacionales Universitarias, Madrid, pgs 63,64


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