(otra vez una semana sin PC!)
“Tan sólo tres meses después que los nazis invadieron Polonia una de las primeras decisiones del Gobernador general fue, precisamente la de prohibir cualquier actividad artística o literaria. La reacción de los polacos fue inmediata. Ya sabían perfectamente, por la propia experiencia histórica, que la muerte de su cultura habría supuesto de manera inmediata su propio fin. De modo que florecieron iniciativas diversas y todas, naturalmente, en la clandestinidad.
El más conocido de los grupos teatrales que surgieron entonces fue Estudio 39.... Karol era muy activo...
La representación de
aquella tarde iba a ser en una casa de la margen izquierda del Vístula. Lo
mejor era cambiar siempre de ese sitio, y elegir cada vez una vivienda lo más
alejada posible de la de la vez anterior.
De este modo, aunque la Gestapo tuviera
una lista aproximada de las direcciones, no lo tendría tan fácil como para
sorprenderles in fraganti. Hacía ya rato que los actores habían llegado, de uno
en uno. Lo mismo hicieron los espectadores, que nunca pasaban de quince, y
siempre eran personas no sólo conocidas, sino también elegidas e invitadas
expresamente. Además. Había que ir con pies de plomo por la calle para no
toparse con ninguna patrulla, pues si alguien era detenido por la calle después
del toque de queda, corría el riesgo de ser deportado a un campo de
concentración.
No se filtraba ni un rayo
de luz al exterior. Habían cerrado herméticamente las contraventanas y habían
sellado las ventanas. La verdad es que dentro el salón también estaba a
oscuras, con solo un par de velas colocadas sobre una mesilla. Esa era toda la escenografía
de aquel teatro de vanguardia, con unos
decorados reducidos a su mínima expresión, mientras se daba una importancia
preeminente a la palabra, y sobre todo, al modo en quela palabra era declamada
e interpretada. Habían programado un poema épico de Adam Mickiewicz, Pan Teadeusz, la representación máxima
del Romanticismo polaco. Para quien no lo conozca, un estilo a la Ilíada o a la
La Jerusalén liberada (…).
La apasionante representación
iba sobre ruedas, gracias también a los magníficos actores. Todos se habían
metido tan de lleno en el papel de sus personajes, que habían logrado
dibujarlos en la conciencia de los espectadores. Estupenda Halina, la pareja de
Karol en las representaciones de Wadowice, así como las dos nuevas, Danuta y
Krystyna. Y fantástico el joven Wojtyla, con su declamación llena de tensión y
de una dicción perfecta. De repente, fuera, en la calle, se oyó por el megáfono
de un vehículo militar que se había parado justo debajo de las ventanas el
siguiente aviso – fortísimo, imperioso, intimidatorio «El cuartel general de la Wehrmacht comunica que los ejércitos alemanes
están a punto de entrar en la ciudad de Moscú…» Se trataba sólo de propaganda. Así era la
estrategia nazi: hacer creer que eran invencibles machacando psicológicamente
al adversario, infundiéndole temor y creando un clima generalizado de amenaza y
terror. Algo como una descarga eléctrica sacudió a los espectadores de la sala.
No era el miedo, porque si estaban allí sabían perfectamente el riesgo que corrían.
Duró una imperceptible fracción de segundo, un instante. El actor no se había inmutado lo más mínimo,
no había hecho pausa alguna. Karol seguía declamando como si no pasara nada,
sin acelerar el ritmo de los versos. Había llegado sin distraerse al estallido
final del Pan Tadeusz, la llamada a
la guerra: «Es la guerra! Hermanos, ¿Hay que luchar esta
guerra por Polonia!»
Actores y espectadores se
percataron realmente entonces de lo que estaba pasando. No era algo simbólico,
ni algo sucedido en los tiempos de Mickiewicz.
La Polonia de esos días, la Polonia ocupada por los nazis tampoco se
había rendido al nuevo opresor, había resistido y reaccionaba con coraje para
defender su memoria, su cultura, en definitiva, su propia identidad nacional.
Eso mismo era lo que Karol
sentía en su ánimo, y lo que, como polaco y como patriota, se empeñaba en vivir
cada día. Cuando se había mudado de Wadowice a Cracovia empezó enseguida a
hacer teatro. (….) Karol era muy activo. Aunque estaba presente por todas
partes, acabó afiliándose a la Unia, esto es, la Unión. Se trataba de una
organización clandestina de inspiración cristiana que trabajaba tanto en el frente
de la resistencia al nazismo, como en el de la proyección de futuro, planeando
una nueva sociedad civil, un nuevo Estado. El movimiento estaba articulado en
diversos niveles (….)
Y tenía prevista también
una resistencia de tipo cultural, precisamente porque defendiendo la palabra,
salvaguardando su lengua estarían luchando por la libertad, por la
independencia de su nación. Quien deseaba entrar en la Unia, tenia que prestar
un juramento solemne de fidelidad. Karol lo hizo, identificándose plenamente
con aquellos ideales, en especial con los de tipo «combativo» (…)
Al final lograron sacar
adelante la vieja idea de Kotlarczyk, un teatro rapsódico, es decir, un teatro
de la profundidad interior, de la palabra viva, en el que más que mirar
simplemente el espectáculo, se escuchara, y sobre todo, un teatro que
repropusiera en sus rasgos más esenciales, las tradiciones culturales de
Polonia.
Se trataba, en
consecuencia, no sólo de un nuevo género artístico, sino de una forma nueva de
lucha, tal como la entendían los fundadores de la Unia. Por tanto, la dedicación
teatral no era un fin en si mismo, sino todo un instrumento de contraposición
al nazismo. «Una protesta – decía Kotlarczyk – contra el exterminio de la cultura
polaca sobre su propio suelo»
(Svidercoschi, Gian Franco: Historia de Karol, Ediciones Internacionales Universitarias, Madrid, pgs 63,64
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