«¡Dichoso san José, al que no sólo se concedió ver
y oír a Dios, a quien muchos reyes querían ver y no vieron, oír y no oyeron
(cf. Mt 13, 17), sino también llevarlo en sus brazos, besarlo,
vestirlo y protegerlo! ».
Esta oración nos presenta a san José como el
protector del Hijo de Dios. Prosigue con la siguiente petición: «Oh Dios, que
nos has concedido el sacerdocio real, haz que, como san José, que mereció tocar
y llevar con respeto en sus brazos a tu Hijo unigénito, nacido de María Virgen,
obtengamos la gracia de servir en tus altares con pureza de corazón e inocencia
de obras, para recibir hoy dignamente el sacratísimo Cuerpo y la Sangre de tu
Hijo, y así merecer el premio eterno en el mundo futuro».
Se trata de una oración muy hermosa. La rezo todos
los días antes de la santa misa y, ciertamente, la rezan también muchos
sacerdotes en todo el mundo. San José, esposo de María Virgen, padre adoptivo
del Hijo de Dios, no fue sacerdote, pero participó en el sacerdocio común de
los fieles. Y dado que, como padre y protector de Jesús, pudo tenerlo y
llevarlo entre sus brazos, los sacerdotes se dirigen a san José con la ardiente
petición de poder celebrar el sacrificio eucarístico con la misma veneración y
con el mismo amor con que él cumplió su misión de padre putativo del Hijo de
Dios. Estas palabras son muy elocuentes. Las manos del sacerdote que tocan el
Cuerpo eucarístico de Cristo quieren obtener de san José la gracia de una
castidad y de una veneración igual a la que el santo carpintero de Nazaret
tenía con respecto a su Hijo adoptivo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario