Según
el pensamiento de santo Tomás, la razón humana, por decirlo así,
"respira", o sea, se mueve en un horizonte amplio, abierto, donde
puede expresar lo mejor de sí. En cambio, cuando el hombre se reduce a pensar
solamente en objetos materiales y experimentables y se cierra a los grandes
interrogantes sobre la vida, sobre sí mismo y sobre Dios, se empobrece. La
relación entre fe y razón constituye un serio desafío para la cultura
actualmente dominante en el mundo occidental y, precisamente por eso, el amado
Juan Pablo II quiso dedicarle una encíclica, titulada justamente Fides et ratio, Fe y razón. También volví
a abordar recientemente este tema en el discurso que
pronuncié en la Universidad de Ratisbona.
En realidad, el desarrollo moderno de las ciencias produce innumerables efectos positivos, como todos podemos ver; es preciso reconocerlos siempre. Pero, al mismo tiempo, es necesario admitir que la tendencia a considerar verdadero solamente lo que se puede experimentar constituye una limitación de la razón humana y produce una terrible esquizofrenia, ya declarada, por lo que conviven racionalismo y materialismo, hipertecnología e instintividad desenfrenada.
Por tanto, urge redescubrir de modo nuevo la racionalidad humana abierta a la luz del Logos divino y a su perfecta revelación, que es Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre. Cuando es auténtica, la fe cristiana no mortifica la libertad y la razón humana; y entonces, ¿por qué la fe y la razón deben tener miedo una de la otra, si encontrándose y dialogando pueden expresarse perfectamente? La fe supone la razón y la perfecciona, y la razón, iluminada por la fe, encuentra la fuerza para elevarse al conocimiento de Dios y de las realidades espirituales. La razón humana no pierde nada abriéndose a los contenidos de la fe; más aún, esos contenidos requieren su adhesión libre y consciente.
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