Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

sábado, 21 de junio de 2014

Juan Pablo II un Papa deportista (2 de 2)


“¿Cuántas veces habrá soñado estar escalando como lo hacía en otros tiempos?
En los primeros años de su Pontificado, se hizo construir una piscina en Castel Gandolfo y se distendía durante largas horas de natación en el tiempo de la siesta; mientras todos sus colaboradores dormitaban, él, mediante vigorosas brazadas, iba de un extremo al otro de la piscina, ante el estupor de la guardia suiza que, en su mayoría no sabía siquiera mantenerse a flote.

Imaginaos a su vez la sorpresa de los jardineros, que, entre poda y poda, se asomaban a mirar al Papa nadador. Pero este hobby duró poco tiempo, porque la noticia trascendió  y algunos fotógrafos se asentaron cerca de la villa semanas enteras. Luego, mediante trucos diabólicos de espejos y teleobjetivos , fotografiaron al Papa que salía de la piscina chorreando agua y se secaba con una toalla, sin que nadie de la vigilancia vaticana se percatara de los intrusos. Las fotos circularon por las agencias mundiales. Pero el Pontífice – cuando se enteró – aparentemente ni siquiera se molestó. Hubo quien hasta llegó a especular que le resultó graciosa la astucia de los fotógrafos y el fastidio que el hecho había suscitado en la Curia vaticana. Sin embargo, aquellas fotos jamás fueron publicadas porque alguien las compró y atentamente las donó a la Santa Sede. Pero conociendo bien a Karol Wojtyla, estoy seguro que no se habría preocupado, porque siempre conservó un poco de aquel espíritu travieso de joven universitario polaco, que se divertía haciéndoles bromas a sus amigos.


Apenas elegido Papa, sorprendió a lso cardenales mayores de la Curia y al zapatero del Vaticano, pues cuando le llevaron los zapatos rojos para calzárselos, los tomo delicadamente, los puso a un lado y enseguida ordenó un buen par de mocasines marrones, ni siquiera negros, para usar de inmediato en su segunda aparición pública.

Y a partir de aquel día, siempre con esos mocasines habituales color cuero anduvo por el mundo y se los llevó consigo a la tumba. El fútbol, en cambio, lo tuvo siempre metido en el corazón. En 1984, durante el Jubileo del Deporte en Roma, pidió ir a sentarse a la tribuna del estadio, haciendo estremecer una vez más a los conservadores de la Curia que se lamentaban diciendo: “Ahora sólo nos faltaba el Papa en el estadio”. Pero él, incurable, se divertía muchísimo y según contaba su secretario personal Monseñor Dziwisz, jamás se perdió una final del mundial de fútbol mientras estuvo bien.

 No sólo, sino que quería fortalecer el equipo de fútbol que aún hoy lleva los colores del vaticano y està formado por miembros que trabajan tras los muros leoninos y participan en campeonatos locales. Recuerdo claramente que dijo una vez en un discurso: “Las disciplinas deportivas practicadas por gente de diversas razas y diversos estratos sociales llegan a ser un excelente medio para promover el conocimiento y la solidaridad, tan necesarios en un mundo destruido por conflictos étnicos, religiosos y raciales”.
Y después agregó: “El deporte es una medicina fabulosa que incluso logra transformar los impulsos negativos de los hombres en buenos propósitos”. Repetía a menudo durante el curso de su Pontificado que también el deporte había templado la fuerza de su carácter.

En efecto, ¿Quién mejor que él y su ejemplo puede enseñar a los demás como competir, como aceptar los grandes desafíos de la vida? Cualquier encuentro suyo con deportistas de cualquier tipo siempre produjo un impacto recíproco extraordinario: para los atletas era una inyección de entusiasmo y corrección, para él n reforzar recuerdos de su juventud, que se volvían cada vez más preciosos a medida que avanzaba su inexorable enfermedad.

Le gustaba repetir con frecuencia aquello que el apóstol Pablo solía decirles a los Corintios: “No sabéis que en la pista del estadio todos corren, pero solo uno conquista el precio? Corred también vosotros, de modo que lo podáis alcanzar”.

La última carrera de Karol Wojtyla duró cinco años, y comenzó cuando sintió que no podía caminar más con aquellas piernas que lo habían llevado a anunciar el Evangelio por los cinco continentes. Apoyado en su bastón, hecho con madera de su tierra polaca, con el deber de sostenerlo más moral que físicamente, y que se transformó en su preciosa compañía por al menos dos años.

Después, aquel soporte ya no sería suficiente, pues el anciano Karol había contraído un cuerpo a cuerpo con la enfermedad que lo debilitaría día tras día, limitándolo a un sillón hasta llevarlo a enfrentar el último match con la muerte. ¡Cuánta tristeza, para quien lo había visto escalar montañas, nadar los ríos, trepar las cumbres nevadas de sus montes! Pero él había comprendido que la mejor medicina era el encuentro con los jóvenes. Con ellos recobraba la vitalidad de sus años mozos, imaginándose coetáneo con ellos, y así cantaba, batía palmas al ritmo de la música, ondeaba los brazos como afectuoso péndulo entre una juventud exultante y una vejez camino al ocaso…

Amado Karol, de ti han dicho tantas cosas, a propósito y despropósito, como ocurre cuando la humanidad vana logra dominar la discreción de la verdad.
Yo que he sido gran admirador y devoto amigo quiero imaginarlo, en el momento más solemne de su vida, otra vez niño en los prados de Wadowice que al silbato de clausura del partido con la Vida, se retira del campo silenciosamente y sobre el muro de la Eternidad cuelga sus botines en el gancho de la Historia….”
Franco Bucarelli – periodista RAI – vaticanista
(publicado en Totus Tuus Nr 7-8 julio/agosto 2007)

Invito ver el precioso video John Paul II talks to sport (en parte no hablado, partes en italiano e inglés)  

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