Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

miércoles, 4 de junio de 2014

Gian Franco Svidercoschi: Breve “biografía” de Karol Wojtyla/Juan Pablo II (1 de 2)


Gian Franco Svidercoschi, profundo conocedor  y estudioso de la vida y obra de Karol Wojtyla, escribió también el prologo al libro que el Papa Juan Pablo II escribiera con ocasión del quincuagésimo aniversario de su sacerdocio.  Se trata de Don y Misterio, libro que nació  como consecuencia natural de un encuentro dela Congregación para el Clero y a raíz de las reflexiones  vertidas entonces por el Papa Juan Pablo II que se referían a su sacerdocio y que el mismo admitiera  “pertenecen a mis raíces más profundas, a mi experiencia más íntima.”  El  libro cuenta con una Introducción del Santo Padre, pero fue Gian Franco Svidercoschi quien escribió un prólogo para el libro que fuera publicado en forma impresa por Librería Editrice Vaticana en  el año  2011. El texto  puede leerse completo en el sitio de la Santa Sede,  sin el prólogo de Svidercoschi.   Por eso me permito publicarlo aquí  en 4 posts. Quien lo lea detenidamente casi no se perderá detalle de la vida de Karol Wojtyla,  “encriptada” a veces  en una sola palabra o frase.   

Don y Misterio quince años después
 de Gian Franco Svidercoschi

Al inicio de “Don y Misterio” Juan Pablo II relata su primera experiencia como obrero, a la edad de 20 años, en una cantera de piedra en Zakrzówek, en Cracovia. Experiencia que, después de la invasión de Polonia por parte de las tropas de Hitler y después del cierre de la universidad,  fue obligado a hacer para evitar acabar en un campo de concentración. Y, al recordar ese acontecimiento, el Papa mencionó a Franciszek Labus, el hombre encargado en encender las minas y del que él era el ayudante.

Labus fue una de las 140 personas y más – entre parientes, amigos, maestros y guías espirituales, sacerdotes, obispos, cardenales,  pensadores, filósofos y santos- que Karol Wojtyla mencionó en el libro con nombre y apellido. Y la razón era que todas esas personas, directa o indirectamente, ejercitaron un influjo sobre la formación y la maduración de su vocación sacerdotal.

Pues bien, Labus a primera vista, podría parecer una figura secundaria, o insignificante, en comparación con el arzobispo Adam Stefan Sapieha, el “querido Príncipe Metropolitano”, cuya vida representaba la historia de la Patria misma según Karol. O, aún más, en comparación con los que habían sido los modelos por excelencia del joven Wojtyla: San Juan de la Cruz, Fraile Alberto, Adán Chmielowski, san Luis María Grignion de MOntfort, el cura de Ars y san Juan María Vianney.

En cambio, incluso el descascarillador, el manso desconocido descascarillador de Zakrzówek, fue muy importante para Karol tanto en la decisión de hacerse sacerdote como en el ideal mismo del sacerdocio en que Karol se identificaría y luego inspiraría su misión de obispo primero, y de Pontífice después.

Volvamos a leer lo que Wojtyla escribió sobre Franciszekk Labus: “Lo recuerdo porquer, algunas veces, se dirigía a mì con palabras de este tipo: “Karol, tu deberías ser sacerdote. Cantarás bien, porque tienes una voz bonita y estarás bien…” Lo decía con toda sencillez, expresando de ese modo un convencimiento muy difundido en la sociedad sobre la condición del sacerdote. Las palabras del viejo obrero se me han quedado grababas en la memoria”.

No añadió otra cosa, Juan Pablo II. Aunque se entendía bien lo que quería decir. Labus, sin maldad, sin rencor, le había dado una imagen de sacerdote de aquella époa, y por encima, época de guerra, tenía éxito, aunque no correspondía a su forma de ser sacerdote.

En efecto, según su manera de ser sacerdote en aquel tiempo  y según como lo profundizaría a través del estudio y del ministerio pastoral, el sacerdocio significaba ser un “adorador” de Dios, administrador de sus misterios y, al mismo tiempo. su testigo entre los hombres.

Significaba consagrarse a ser fiel hacia una decisión para siempre y basada en la centralidad de la Eucaristía, en renovar cada día el propio sacrificio en Cristo. Y eso explica la extraordinaria síntesis que Karol supo realizar en sí mismo entre vida contemplativa, basada en una fuerte tensión mística, y vida activa, inmersa totalmente en la realidad concreta del pueblo que lo había “elegido”.

Para Karol Wojtyla, entones, el sacerdocio no tenía nada que ver con el clericaismo. No se trataba de una casa aparte, separada de los hombres y lejos de sus problemas cotidianos.

“Los fieles – dijo en una entrevista de 1972, cuando era todavía arzobispo de Cracovia – no necesitan funcionarios de la Iglesia o eficientes dirigentes administrativos, sino guías espirituales, educadores”.

Y esta concepción del sacerdocio inspiraría una visión de Iglesia que él, especialmente tras haberse saciado a sì mismo en la escuela del Concilio Vaticano II, desarrollaría progresivamente tanto en el plano teológico (la dimensión trinitaria de la fe) como pastoral (poner de relieve los aspectos carismáticos, laicales y comunitarios) trayéndola consigo mismo hasta la cátedra de San Pedro.

Pero, a decir verdad, los comienzos no fueron tan fáciles. Ya en los primeros meses del pontificado, inició una violenta campaña contra el nuevo Papa y su presunto intento de imponer el “modelo polaco” de sacerdocio a toda la Iglesia universal. Juan Pablo II contestó firmemente durante su primer regreso a la tierra natal, en junio de 1979, al hablar al clero en Częstochowa. Pero de aquella respuesta, casi todos los comentaristas se limitaron a tomar en serio sòlo la parte sobre el sacerdocio y el celibato, y no tomaron en consideración la parte más importante, es decir donde el Papa rechazaba .- citando sus palabras -  una “visión clerical de la Iglesia”.

Pero allí, en aquellas palabras, hubiera sido posible reconocer la primera novedad del pontificado de Wojtyla: el comienzo – y, no es casualidad, por parte de un Papa que cuando era muchacho, en sus primeros pasos espirituales fue guiado por dos laicos: su padre y Juan Tyranowski, que lo había introducido a la lectura de los místicos españoles – entonces el comienzo de un proceso de de-clerializacòn en la Iglesia, con la perspectiva de una honda renovación tanto en las instituciones como en la relaciones dentro de la comunidad católica.”


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