Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

miércoles, 1 de junio de 2022

Dominus Iesus —Jesús es el Señor— "el camino, la verdad y la vida" (Jn 14, 6).

 

(Imagen de Wikimedia MateuszOpasiński)

El Señor Jesús, antes de ascender al cielo, confió a sus discípulos el mandato de anunciar el Evangelio al mundo entero y de bautizar a todas las naciones: « Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a creer, será condenado » (Mc 16,15-16); « Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo » (Mt 28,18-20; cf. también Lc 24,46-48; Jn 17,18; 20,21; Hch 1,8).

La misión universal de la Iglesia nace del mandato de Jesucristo y se cumple en el curso de los siglos en la proclamación del misterio de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, y del misterio de la encarnación del Hijo, como evento de salvación para toda la humanidad. Es éste el contenido fundamental de la profesión de fe cristiana: « Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso, Creador de cielo y tierra [...].

La Iglesia, en el curso de los siglos, ha proclamado y testimoniado con fidelidad el Evangelio de Jesús. Al final del segundo milenio, sin embargo, esta misión está todavía lejos de su cumplimiento.2 Por eso, hoy más que nunca, es actual el grito del apóstol Pablo sobre el compromiso misionero de cada bautizado: « Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. Y ¡ay de mí si no predicara el Evangelio! » (1 Co 9,16). Eso explica la particular atención que el Magisterio ha dedicado a motivar y a sostener la misión evangelizadora de la Iglesia, sobre todo en relación con las tradiciones religiosas del mundo.3

Teniendo en cuenta los valores que éstas testimonian y ofrecen a la humanidad, con una actitud abierta y positiva, la Declaración conciliar sobre la relación de la Iglesia con las religiones no cristianas afirma: « La Iglesia católica no rechaza nada de lo que en estas religiones hay de santo y verdadero. Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y las doctrinas, que, por más que discrepen en mucho de lo que ella profesa y enseña, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres ».4 Prosiguiendo en esta línea, el compromiso eclesial de anunciar a Jesucristo, « el camino, la verdad y la vida » (Jn 14,6), se sirve hoy también de la práctica del diálogo interreligioso, que ciertamente no sustituye sino que acompaña la missio ad gentes, en virtud de aquel « misterio de unidad », del cual « deriva que todos los hombres y mujeres que son salvados participan, aunque en modos diferentes, del mismo misterio de salvación en Jesucristo por medio de su Espíritu ».5 Dicho diálogo, que forma parte de la misión evangelizadora de la Iglesia,6 comporta una actitud de comprensión y una relación de conocimiento recíproco y de mutuo enriquecimiento, en la obediencia a la verdad y en el respeto de la libertad.

(de la Introducción a la  Declaración Dominus Iesus, sobre la unicidad y la universalidad salvífica de Jesucristo y de la Iglesia -  Congregación para la Doctrina de la Fe) 

Al respecto de esta Declaración comentaba  el Papa Emérito Benedicto XVI en  Accanto a Giovanni Paolo II  :

 Uno de los principales problemas de nuestro trabajo en los años que fui Prefecto, fue el esfuerzo por llegar a una correcta comprensión del ecumenismo. También en este caso se trata de una cuestión de doble filo: por un lado se asegura con toda urgencia el deber de trabajar por la unidad y abrir caminos que conduzcan a ello y por el otro se hace necesario rechazar falsas concepciones de la unidad, que llevaran a la fe a través de atajos que la debilitaran. Con respecto a ello han aparecido documentos sobre varios aspectos del ecumenismo. Entre ellos, aquel que suscitó fuertes reacciones fue la Declaración Dominus Jesus del 2000, que resume los elementos irrenunciables de la fe católica.

 

Y Sandro Magister en un articulo en Chiesa:   

“Para minimizar su autoridad, los opositores solían atribuir la paternidad de la "Dominus Jesus" sólo al prefecto de la congregación para la doctrina de la fe, sin una real aprobación por parte del Papa. Pues bien, es precisamente la plena concordia entre él y Juan Pablo II al publicar la "Dominus Iesus" lo que el "Papa emérito" reivindica… Ante el torbellino que se había creado alrededor de la "Dominus Iesus", Juan Pablo II me dijo que en el Ángelus tenía la intención de defender inequívocamente el documento. Me invitó a escribir un texto para el Ángelus que fuera irrefutable y que no permitiera una interpretación distinta. Tenía que emerger de manera del todo incuestionable que él aprobaba el documento incondicionalmente.
Preparé, por tanto, un breve discurso; no quería, sin embargo, ser demasiado brusco, por lo que intenté expresarme con claridad, pero sin dureza. Después de leerlo, el Papa me preguntó de nuevo: "¿Realmente es lo bastante claro?" Respondí que sí.”

Transcribo aquí la parte del texto del Ángelus de Juan Pablo II, citado : 

En la cumbre del Año jubilar, con la declaración Dominus Iesus —Jesús es el Señor—, que aprobé de forma especial, quise invitar a todos los cristianos a renovar su adhesión a él con la alegría de la fe, testimoniando unánimemente que él es, también hoy y mañana, "el camino, la verdad y la vida" (Jn 14, 6). Nuestra confesión de Cristo como Hijo único, mediante el cual nosotros mismos vemos el rostro del Padre (cf. Jn 14, 8), no es arrogancia que desprecie las demás religiones, sino reconocimiento gozoso porque Cristo se nos ha manifestado sin ningún mérito de nuestra parte. Y él, al mismo tiempo, nos ha comprometido a seguir dando lo que hemos recibido y también a comunicar a los demás lo que se nos ha dado, porque la verdad dada y el amor que es Dios pertenecen a todos los hombres.

Con el apóstol san Pedro confesamos que "en ningún otro nombre hay salvación" (Hch 4, 12). La declaración Dominus Iesus, siguiendo las huellas del Vaticano II, muestra que con ello no se niega la salvación a los no cristianos, sino que se señala que su fuente última es Cristo, en quien están unidos Dios y el hombre. Dios da la luz a todos de manera adecuada a su situación interior y ambiental, concediéndoles su gracia salvífica a través de caminos que sólo él conoce (cf. Dominus Iesus, VI, 20-21). El documento aclara los elementos cristianos esenciales, que no obstaculizan el diálogo, sino que muestran sus bases, porque un diálogo sin fundamentos estaría destinado a degenerar en palabrería sin contenido.

Eso mismo vale también en lo que atañe a la cuestión ecuménica. Si el documento, con el Vaticano II, declara que "la única Iglesia de Cristo subsiste en la Iglesia católica", no quiere expresar con ello poca consideración por las demás Iglesias y comunidades eclesiales. Esta convicción va acompañada por la conciencia de que esto no es mérito humano, sino un signo de la fidelidad de Dios, que es más fuerte que las debilidades humanas y los pecados, confesados de modo solemne ante Dios y ante los hombres al inicio de la Cuaresma. Como afirma la Declaración, la Iglesia católica sufre por el hecho de que verdaderas Iglesias particulares y comunidades eclesiales, con elementos valiosos de salvación, están separadas de ella.

El documento expresa así, una vez más, el mismo anhelo ecuménico que inspira mi encíclica Ut unum sint. Espero que esta Declaración, que tanto aprecio, después de tantas interpretaciones equivocadas, cumpla finalmente su función clarificadora y, al mismo tiempo, de apertura. María, que el Señor en la cruz nos encomendó a todos como Madre, nos ayude a crecer juntos en la fe en Cristo, Redentor de todos los hombres, en la esperanza de la salvación, ofrecida por Cristo a todos, y en el amor, que es signo de los hijos de Dios.

“Accanto a Giovanni Paolo II. Gli amici e i collaboratori raccontano” con una contribución exclusiva del Papa emérito Benedicto XVI, editado por Wlodzimierz Redzioch, Ediciones Ares, Milan, 2014)


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