Por eso, el cristiano
está continuamente llamado a movilizarse para afrontar los múltiples ataques a
que está expuesto el derecho a la vida. Sabe que en eso puede contar con
motivaciones que tienen raíces profundas en la ley natural y que por
consiguiente pueden ser compartidas por todas las personas de recta conciencia.
Desde esta perspectiva, sobre todo después de la
publicación de la encíclica Evangelium vitae, se ha hecho mucho para
que los contenidos de esas motivaciones pudieran ser mejor conocidos en la
comunidad cristiana y en la sociedad civil, pero hay que admitir que los
ataques contra el derecho a la vida en todo el mundo se han extendido y
multiplicado, asumiendo nuevas formas.
Son cada vez más fuertes las presiones para la
legalización del aborto en los países de América Latina y en los países en vías
de desarrollo, también recurriendo a la liberalización de las nuevas formas de
aborto químico bajo el pretexto de la salud reproductiva: se incrementan
las políticas del control demográfico, a pesar de que ya se las reconoce como
perniciosas incluso en el ámbito económico y social.
Al mismo tiempo, en los países más desarrollados
aumenta el interés por la investigación biotecnológica más refinada, para
instaurar métodos sutiles y extendidos de eugenesia hasta la búsqueda obsesiva
del "hijo perfecto", con la difusión de la procreación artificial y
de diversas formas de diagnóstico encaminadas a garantizar su selección. Una
nueva ola de eugenesia discriminatoria consigue consensos en nombre del
presunto bienestar de los individuos y, especialmente en los países de mayor
bienestar económico, se promueven leyes para legalizar la eutanasia.
Todo esto acontece mientras, en otra vertiente,
se multiplican los impulsos para legalizar convivencias alternativas al
matrimonio y cerradas a la procreación natural. En estas situaciones la
conciencia, a veces arrollada por los medios de presión colectiva, no demuestra
suficiente vigilancia sobre la gravedad de los problemas que están en juego, y
el poder de los más fuertes debilita y parece paralizar incluso a las personas
de buena voluntad.
Por esto, resulta aún más necesario apelar a la
conciencia y, en particular, a la conciencia cristiana. Como dice el Catecismo de la Iglesia católica, "la
conciencia moral es un juicio de la razón por el que la persona humana reconoce
la calidad moral de un acto concreto que piensa hacer, está haciendo o ha
hecho. En todo lo que dice y hace, el hombre está obligado a seguir fielmente
lo que sabe que es justo y recto" (n. 1778).
Esta definición pone de manifiesto que la
conciencia moral, para poder guiar rectamente la conducta humana, ante todo
debe basarse en el sólido fundamento de la verdad, es decir, debe estar
iluminada para reconocer el verdadero valor de las acciones y la consistencia
de los criterios de valoración, de forma que sepa distinguir el bien del mal,
incluso donde el ambiente social, el pluralismo cultural y los intereses
superpuestos no ayuden a ello.
(del discurso deBenedicto XVI a los participantes en la Asamnblea general de la AcademiaPontificia para la Vida, sábado 24 de febrero de 2007)
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