(En un artículo
relativamente breve escrito para L’Osservatore Romano con motivo de la
beatificación de Juan Pablo II, el
periodista y escritor francés Bernard Lecomte bosqueja la singular influencia del papa polaco que
con su lema «No tengáis miedo» dio inicio a una nueva era en la historia de la
Iglesia y el mundo.)
Hoy todos los historiadores concuerdan en que si el Papa elegido en octubre de 1978 hubiera sido italiano, español o francés, el curso de la historia, en el final del siglo XX habría sido distinto.
En efecto, recién elegido, se vio al nuevo Pontífice multiplicar signos, gestos e iniciativas en dirección Este. Durante la misa por el inicio de su ministerio petrino, el domingo 22 de octubre de 1978, después de haber lanzado su famoso «¡No tengáis miedo!, el Papa eslavo pronuncio saludos particulares en checo, eslovaco, ruso, etc. ¿Quién observa entonces que envía su birreta cardenalicia al santuario de Puerta de la Aurora en Vilna, capital de la catolicísima Lituania? ¿Quién se percata de que recibe, en primer lugar, al cardenal František Tomášek , primado de Bohemia y futuro padrino de la checoslovaca «revolución de terciopelo»
«Santidad,
no olvide a la Iglesia del silencio!» le dice una mujer en Asís el 5 de
noviembre de 1978. Juan Pablo II le responde: «Ya no existe Iglesia del
silencio porque habla con mi voz!»
El nuevo Papa no elabora proyecto alguno, no fomenta ningún complot para derrocar el sistema soviético. Sin embargo, es portavoz de una experiencia particular la de un sacerdote, un obispo, un cardenal llegado del otro lado del “telón de acero”. Su discurso es tan original como subversivo: al contrario que la mayor parte de los responsables occidentales de entonces, está convencido de que la división de Europa en dos es un incidente político y de que el marxismo-leninismo no es sino un paréntesis de la historia.
El camino espiritual y la enseñanza moral de Juan Pablo II han sido igualmente alentadores para los cristianos del Este, como los grandes temas que pronto constituyeron el armazón de su discurso político y social:
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Ante
todo el primado de la “cultura”, que impacto tanto en las mentes en el discurso
y a la UNESCO el 2 de junio de 1980 y la insistencia en resucitar la historia,
confiscada, de todos los pueblos sometidos:
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La
permanencia de la “nación”, célula primaria de la comunidad internacional, cuya
existencia y soberanía no deben depender del beneplácito de cualquier entidad
superior.
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La
opción por “Europa” como asociación de naciones que custodian su historia, su
especificidad y también sus raíces cristianas, bien distinta, por lo tanto, de
la Europa conflictiva de Yalta y de Helsinki.
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Finalmente,
la insistencia por los ”derechos humanos”, tema central de la enseñanza de Juan
Pablo II desde su primera encíclica, Redemptor
Hominis: la lucha por las libertades individuales y sobre todo por la mas
intima: la libertad religiosa. El Papa no se conformó con traducir tales temas
en homilías en Roma, sino que los llevo, a veces personalmente, a todos los
rincones de Europa. Ante todo con sus viajes, empezando por la extraordinaria
visita pastoral a Polonia en junio de 1979, que de algún modo supuso el
arranque de la experiencia de Solidarność. Después, mediante intermediarios: baste
recordar la misión del cardenal Agostino Casaroli, enviado a representar al
Papa en las ceremonias del milenario de la Iglesia de Rusia, en junio de 1988. Finalmente mediante innumerables
encuentros en el Vaticano, desde la primera audiencia concedida al ministro Andrei
Gromyko (enero de 1979) al caluroso encuentro con el disidente Andrei Sajarov (febrero de 1989)
El más sorprendente de estos encuentros fue, naturalmente, con Mijail Gorbachov, celebrado en el Vaticano el 1 de diciembre de 1989, algunos días después de la caída del Muro de Berlin, como un extraordinario símbolo del final de una época.
Varsovia, Moscú, Budapest, Berlín, Praga, Sofía y Bucarest se han convertido en las etapas de una larga peregrinación hacia la libertad, dijo el Papa ante el Cuerpo diplomático un mes después, antes de que Gorbachov mismo reconociera, en un artículo publicado en febrero de 1992: «Nada de lo que ha sucedido en Europa habría sido posible sin este Papa.»
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