La
Encíclica de Juan XXIII, Pacem in Terris, que Juan Pablo II llamara “el documento más célebre de
su magisterio” terminaba con este consejo tan necesario y tan actual… "Es necesario orar por la paz"
Como
vicario, aunque indigno, de Aquel a quien el anuncio profético proclamó Príncipe de la Paz[70],
consideramos deber nuestro consagrar todos nuestros pensamientos,
preocupaciones y energías a procurar este bien común universal. Pero la paz
será palabra vacía mientras no se funde sobre el orden cuyas líneas
fundamentales, movidos por una gran esperanza, hemos como esbozado en esta
nuestra encíclica: un orden basado en la verdad, establecido de acuerdo con las
normas de la justicia, sustentado y henchido por la caridad y, finalmente,
realizado bajo los auspicios de la libertad.
(…)
Para que la sociedad humana constituya un reflejo lo más perfecto posible del reino de Dios, es de todo punto necesario el auxilio sobrenatural del cielo…. con preces suplicantes a Aquel que con sus dolorosos tormentos y con su muerte no sólo borró los pecados, fuente principal de todas las divisiones, miserias y desigualdades, sino que, además, con el derramamiento de su sangre, reconcilió al género humano con su Padre celestial, aportándole los dones de la paz: Pues El es nuestra Paz, que hizo de los pueblos uno... Y viniendo nos anunció la paz a los de lejos y la paz a los de cerca[71].
En la sagrada liturgia de estos días resuena
el mismo anuncio: Cristo resucitado,
presentándose en medio de sus discípulos, les saludó diciendo: «La paz sea con
vosotros. Aleluya». Y los discípulos se gozaron viendo al Señor[72].
Cristo, pues, nos ha traído la paz, nos ha dejado la paz: La paz os dejo, mi paz os doy. No como el
mundo la da os la doy yo[73]./p>
Pidamos,
pues, con instantes súplicas al divino Redentor esta paz que El mismo nos
trajo. Que El borre de los hombres cuanto pueda poner en peligro esta paz y convierta
a todos en testigos de la verdad, de la justicia y del amor fraterno. Que El
ilumine también con su luz la mente de los que gobiernan las naciones, para
que, al mismo tiempo que les procuran una digna prosperidad, aseguren a sus
compatriotas el don hermosísimo de la paz. Que, finalmente, Cristo encienda las
voluntades de todos los hombres para echar por tierra las barreras que dividen
a los unos de los otros, para estrecharlos vínculos de la mutua caridad, para
fomentar la recíproca comprensión, para perdonar, en fin, a cuantos nos hayan
injuriado. De esta manera, bajo su auspicio y amparo, todos los pueblos se
abracen como hermanos y florezca y reine siempre entre ellos la tan anhelada
paz.
Por
último, deseando… que esta paz penetre en la grey que os ha sido confiada…, a
todos los fieles cristianos y nominalmente a aquellos que secundan con
entusiasmo estas nuestras exhortaciones…
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