Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

viernes, 11 de noviembre de 2022

Karol Wojtyla: La verdad de la “Humanae Vitae” (2 de 4)

 

Toda respuesta que se de desde perspectivas parcial es, por fuerza deberá ser también parcial. Para encontrar una respuesta adecuada es necesario tener presente una correcta visión del hombre como persona, puesto que el matrimonio establece una comunión de personas, que nace y se realiza a traes de su mutua donación.  El amor conyugal se caracteriza con las notas que resulta de tal comunión de personas y que corresponden a la dignidad personal del hombre y de la mujer, del marido y de la esposa. Se trata del amor total, es decir, del amor que compromete a todo el hombre, su sensibilidad y su afectividad así como también su espiritualidad, y que además debe ser fiel y exclusivo. Este amor «no se agota en la comunión entre los cónyuges, sino que está destinado a perpetuarse suscitando nuevas vidas.»(n.9)  y por eso es amor fecundo. Una tal comunión amorosa de los cónyuges, en virtud de la cual ellos constituyen «un solo cuerpo», según las palabras de Gn2, 24, es como la condición de la fecundidad, la condición de la procreación. Esta comunión, en cuanto es una particular actuación de la comunión conyugal entre personas, dado su carácter corporal y sexual, en sentido estricto, debe realizarse en el nivel de la persona y respetando la dignidad de la misma.

Con este fundamento se debe formular un juicio exacto de la paternidad responsable. Este juicio atañe antes que nada a la esencia misma de la paternidad y, bajo este aspecto, es un juicio positivo: «El amor conyugal exige que los esposos conozcan convenientemente su misión de paternidad responsable.» (n.10) La encíclica, valorada en conjunto, formula este juicio y lo propone como respuesta fundamental a las preguntas previamente planteadas: el amor conyugal debe ser amor fecundo, es decir, «orientado a la paternidad.»  La paternidad propia del amor de personas es paternidad responsable. Se puede decir que  la encíclica Humanae vitae la paternidad responsable se convierte en el nombre propio de la procreación humana.  Este juicio, fundamentalmente positivo, sobre la paternidad responsable exige sin embargo hacer algunas matizaciones. Solo gracias a ellas encontraremos una respuesta universal a las preguntas con que comienza la encíclica. PabloVI nos las ofrece. Según la encíclica, la paternidad responsables significa tanto (…) la deliberación ponderada y generosa de hacer crecer una familia numerosa, como  (…) la de evitar temporalmente o también a tiempo indeterminado un nuevo nacimiento (n.10). Si el amor conyugal es aor fecundo, es decir, orientado a la paternidad, es difícil pensar que el significado de la paternidad responsable, deducido de sus propiedades esenciales, pueda identificarse solamente con la limitación de los nacimientos. La paternidad responsable puede decirse realizada tanto por parte de los cónyuges que, después de una ponderada y generosa deliberación, deciden procrear una prole numerosa, como también de quienes llegan a la determinación de limitarla, «por graves motivos y en el respeto de la ley moral» (n.10)

Según la doctrina de la Iglesia, la paternidad responsable no es ni puede ser solo el efecto de una cierta «técnica» de la colaboración conyugal, sino que tiene antes que nada y per se un valor ético. Existe un verdadero y fundamental peligro – al cual la encíclica quiere servir de remedio providencial – que consiste en la tentación de considerar este problema fuera de la órbita de la ética, de esforzarse por arrebatarle al hombre la responsabilidad de las propias acciones que están profundamente enraizadas en toda su estructura personal.  La paternidad responsable – escribe el Pontifice – «significa el necesario dominio que la razón y la voluntad deben ejercitar sobre las tendencias del instinto y de las pasiones» (n. 10). Este dominio presupone por eso «conocimiento y respeto de los procesos biológicos» (n,.10)  y por eso coloca dichos procesos no solo en su dinamismo biológico sino también en la integración personal,  es decir en el nivel de la persona, puesto que «la inteligencia descubre en el poder de dar la vida leyes biológicas que afectan a la persona humana» (n. 10).

El amor es comunión de personas. Si a ella corresponde la paternidad – y paternidad responsable – el modo de actuar que lleva a tal paternidad no puede resultar moralmente indiferente. Más aun, es ese modo de actuar el que determina si la actuación sexual de la comunión de personas es o no un amor autentico, «salvaguardando ambos aspectos esenciales, el unitivo y el procreativo, el acto conyugal conserva íntegramente el sentido del mutuo y verdadero amor» (n.12)

El hombre no puede romper por propia iniciativa la conexión inescindible entre ambos significados del acto conyugal. El significado unitivo y el significado procreador (n.12). Precisamente por esta razón la encíclica continúa sosteniendo la posición del magisterio precedente y mantiene la diferencia entre la llamada regulación natural de la natalidad que comporta una continencia periódica, y la anticoncepción, que se obtiene mediante el recurso a medios artificiales. Decimos «mantiene», porque ambos supuestos «difieren completamente entre si» (16). Existe una gran diferencia entre ambos por lo que respecta a su calificación ética.

La encíclica de Pablo VI presenta, en cuanto documento del Magisterio supremo de la Iglesia, una enseñanza de la moral humana y a la vez cristiana en uno de sus puntos clave. La verdad de la Humanae Vitae constituye por tanto una verdad normativa. Nos recuerda los principios de la moral, que constituyen la norma objetiva. Esta norma esta también inscrita en el corazón del hombre, como vimos en el testimonio dado por Gandhi. Sin embargo, este principio objetivo de la moral sufre con facilidad tanto deformaciones subjetivas como también un oscurecimiento colectivo Por otra parte, esta es la suerte de muchos otros principios morales, como por ejemplo los que han sido recordados en la encíclica Populorum progressio En la encíclica Humanae vitae, el Santo Padre expresa antes que nada su plena comprensión de todas estas circunstancias que parecen contradecir el principio de la moral conyugal, enseñada por la Iglesia.

El Papa se percata tanto de las dificultades como de las debilidades a las cuales está sujeto el hombre contemporáneo. Con todo, el camino para la solución de las dificultades y problemas solo puede pasar por la verdad del Evangelio: «No menoscabar en nada la saludable doctrina de Cristo es una forma de caridad eminente hacia las almas» (n.29) El motivo de la caridad hacia las almas, y ningún otro motivo, mueve a la Iglesia, que no deja (…) de proclamar con humilde firmeza toda la ley moral, tanto natural como evangélica (n 29).

(Fuente: L Osservatore Romano 1 de mayo 2011)

 

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