Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

viernes, 11 de noviembre de 2022

Karol Wojtyla: La verdad de la “Humanae Vitae” (3 de 4)

 



La verdad normativa de la encíclica Humanae Vitae está vinculada directamente con los valores expresados en el orden moral objetivo según su propia jerarquía. Estos son los auténticos valores humanos vinculados con la vida conyugal y familiar. La Iglesia se siente guardiana y garante de estos valores, como leemos en la encíclica.  Ante la amenaza de un peligro para los mismos, la Iglesia se siente obligada a defenderlos. Los valores auténticamente humanos constituyen la base y al mismo tiempo la motivación de los principios de la moral conyugal recordados en la encíclica.

(…)

El valor que se encuentra en la base de esta demostración es el valor de la vida humana, es decir, de la vida ya concebida y también al surgir está en la convivencia de  los cónyuges. De este valor habla la responsabilidad misma de la paternidad, a la cual está dedicada principalmente la totalidad de la encíclica.

El hecho de que este valor de la vida ya concebida o al surgir no se examine en la encíclica sobre el fondo de la procreación misma como fin del matrimonio, sino en la perspectiva del amor y la responsabilidad de los cónyuges, sitúa el valor mismo de la vida humana en una nueva luz. En su convivencia matrimonial, que es convivencia de personas, el hombre y la mujer deben dar origen a una nueva persona humana. La concepción de la persona a través de las personas es precisamente la justa medida de los valores que debe aplicarse aquí, y es al mismo tiempo la justa medida de la responsabilidad que debe guiar la paternidad humana.

La encíclica reconoce este valor. Si bien no parece hablar mucho del mismo, no deja de destacarlo indirectamente aun más al ponerlo claramente en el contexto de otros valores. Estos son valores fundamentales para la vida humana y además los valores específicos para el matrimonio y la familia. Son específicos ya que únicamente el matrimonio y la familia – y ningún otro ambiente humano- constituyen el campo especifico donde se manifiestan estos valores, prácticamente un suelo fértil en el cual crecen. Uno de estos es el valor del amor conyugal y familiar: el otro es el valor de la persona, es decir, su dignidad, que se manifiesta en los contactos humanos mas íntimos. Estos dos valores se penetran tan profundamente entre sí que en cierto modo constituyen un solo bien.

Este es precisamente el bien espiritual del matrimonio, la mayor riqueza de las nuevas generaciones humanas: «Los cónyuges desarrollan integralmente su personalidad, enriqueciéndose de valores espirituales: la disciplina aporta a la vida familiar frutos de serenidad y de paz (…), favorece la atención hacia el otro cónyuge, ayuda a los esposos a superar el egoísmo, enemigo del verdadero amor, y enraiza mas su sentido de responsabilidad en el cumplimiento de sus obligaciones. Los padres adquieren asi la capacidad de un influjo mas profundo y eficaz para educar a los hijos, los niños y los jóvenes crecen en la justa apreciación de los valores humanos y en le desarrollo sereno y armonioso de sus facultades espirituales y sensibles» (n.21)

He aquí el contexto pleno y al mismo tiempo la perspectiva universal de los valores ne los cuales se basa la doctrina de la paternidad responsable. La actitud de responsabilidad se extiende a toda la vida conyugal y a todo el proceso de educación. Únicamente los hombres que han alanzado la plena madurez de  la apersona mediante una educación completa logran educar a los nuevos seres humanos. La paternidad responsable y la castidad de las relaciones mutuas entre los cónyuges propia de aquella son prueba de su madurez espiritual. Por consiguiente proyectan su luz en todo el proceso de educación que se lleva a cabo en la familia.

Además de contener normas claras y explicitas sobre la vida matrimonial, la paternidad consciente y el justo control de la natalidad, la encíclica Humanae Vitae señala los valores a través de dichas normas, confirma un recto sentido y nos pone en guardia contra el falso sentido, expresando asimismo el profundo interés por proteger al hombre del peligro de alterar los valores mas fundamentales.

Uno de los valores más fundamentales es el del amor humano. El amor encuentra su fuente en Dios, que «es Amor». Pablo VI plantea esta verdad revelada al comienzo de su penetrante análisis del amor conyugal ya que este expresa el valor más grande que debe reconocerse en el amor humano. El amor humano es rico en experiencias que lo constituyen pero su riqueza esencial consiste en ser una comunión de personas, es decir, de un hombre y una mujer en su mutua donación. El amor conyugal se enriquece con la autentica donación de una persona a otra. Precisamente esta mutua donación de la persona misma no debe alterarse. Si en el matrimonio debe realizarse el amor autentico de las personas a través de la donación de los cuerpos, es decir, «a través de la unión en el cuerpo» del hombre y la mujer, precisamente por consideración al valor mismo del amor no se puede alterar esta mutua donación en aspecto alguno del acto conyugal interpersonal.

El valor mismo del amor humano y su autenticidad exigen la castidad del acto conyugal en la forma en que lo pide la Iglesia y se alude en la encíclica misma. En diversos campos, el hombre domina la naturaleza y la subordina a si mismo mediante medios artificiales. El conjunto de estos medios equivalen en cierto modo al progreso y a la civilización.  Sin embargo, en este campo, en el cual es preciso actuar a través del acto conyugal, el amor entre persona y persona, y donde la persona debe darse auténticamente  asi misma (y «dar»  quiere decir también «recibir» recíprocamente) el uso delos medios artificiales equivale a una alteración del acto de amor. El autor de la encíclica Humanae vita tiene presente el valor autentico del amor humano que tiene a Dios como fuente y viene confirmado por la recta conciencia y el sano «sentido moral».   Y precisamente en nombre de este valor le Papa en seña los principios de la responsabilidad ética. Esta es también la responsabilidad que protege la calidad del amor humano en el matrimonio. . Este amor se expresa también en la continencia – incluso cuando es periódica – por cuanto el amor es capaz de renunciar al acto conyugal, pero no puede renunciar al autentico don de la persona. La renuncia al acto conyugal en ciertas circunstancias puede ser un autentico don personal Palo VI escribe al respecto «Esta disciplina, propia de la purea de los esposos, lejos de perjudicar al amor conyugal, le confiere un valor humano mas sublime» (n21).

 

Fuente: L Osservatore Romano 1 de mayo 2011

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