Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

martes, 22 de noviembre de 2022

Marco Frisina: La música: don extraordinario de Dios al hombre

 


La música es un don extraordinario de Dios para que pueda comprender y penetrar en ese extraordinario misterio oculto en la armonía del mundo, para escuchar la infinita belleza oculta en las innumerables vibraciones de lo creado.

 Cada sonido, es mas cada rumor de la creación, comporta el eco del gesto divino que le ha dado vida y solo el hombre sabe entender este lenguaje misterioso.

«El cielo proclama la gloria de Dios, el firmamento pregona la obra de sus manos»; así lo expresa el salmo 18 y prosigue: “Sin que hablen, sin que pronuncien, sin que resuene su voz, a toda la tierra alcanza su pregón y hasta los límites del orbe su lenguaje.” El lenguaje de Dios, su Palabra resuena en la creación y es canto, sinfonía admirable que nos revela el rostro del Verbo. Solo los hombres saben escuchar tanta música, precisamente porque los hombres, creados a imagen y semejanza de Dios, son capaces de escuchar y comprender el sonido inefable de la voz del Creador e imitarlo, dejarse infundir y vibrar en consonancia.  Así el hombre se convierte en cantor de la armonía de Dios, se convierte el mismo en músico y cantor, y a semejanza de Dios, creador de armonía y de música.   Todo ello extendido y fortalecido, llega a ser increíblemente elocuente, majestuosamente poderoso en el momento en que el Verbo eterno se hace carne para nosotros. En el momento en que la creación misma acoge a su Creador y se vuelve capaz de cantar con el mismo Dios, de ser uno con su música. Cristo Jesus, al encarnar nuestra naturaleza humana, se hace cantor de la belleza de Dios, y a la par autor mismo de la belleza de lo creado. Cada gesto suyo, cada palabra suya se convierte en esplendido movimiento de una sinfonía divina cuyos protagonistas son Dios y el hombre al unísono con Cristo.

La música de Jesus es dulce y dramática, severa y gozosa, fuerte y frágil, tal como se nos revela en su Evangelio. Dios se relata a si mismo y modula en el canto de amor de Cristo al Padre toda la verdad y la belleza: en aquel dialogo de obediencia y de amor, el hombre descubre y escucha el misterio de Dios y lo comprende porque en Jesucristo se revela también como misterio del hombre.  El canto de la creación se convierte a veces en dolor, a veces en gozo pero siempre es canto de amor, revelación sublime del dialogo que desde la eternidad es dueto de Padre e Hijo y que ahora, en la Encarnación, nosotros podemos escuchar y hacerlo nuestro.

El momento excelso de este canto es el Misterio Pascual, el momento en que la Cruz y después en la Resurrección se revela completamente el misterio oculto y aparece en todo su esplendor el rostro glorioso del resucitado y él canta con nosotros al Padre, saliendo del sepulcro.   «He resucitado  y siempre estoy contigo, aleluya». Este canto se convierte en canto de todos los bautizados, de cada uno de nosotros, llamados a resucitar con Cristo y a alabar al Padre con el mismo canto de alabanza. La Iglesia vibra junto a Cristo cantando la liberación del pecado y de la muerte y en la Iglesia resuena de modo particular la voz de Maria que con su ”Magnificat” se regocija contemplando la obra de Dios en Ella.  Es Ella la que ilumina con la luz de su canto la vida de la Iglesia y la conduce, día a día, por los caminos tortuosos y dolorosos de la historia, es el gozo que surge de su fe en la misericordia de Dios que nos consuela y nos alienta.

El Misterio pascual nos impulsa al canto y nos impele de modo irresistible hacia  los hermanos para compartir con ellos la misma música divina de la resurrección y de la gloria. Estamos llamados a cantar la gloria de Dios y a entonar alto con Cristo el aleluya pascual. Es por ello que el canto se convierte en mensaje de esperanza para el mundo, se convierte en evangelización, en cuanto es instrumento para revelar el amor de Dios y el gozo de la redención. EL mundo necesita de la esperanza y del gozo para disipar las profundas oscuridades que a menudo invaden el corazón de los hombres. El pecado envenena la vida del mundo y acalla el canto arrebatando a las almas el amor y el gozo. La música de Dios, en cambio, obra un milagro extraordinario, cual brisa de aire puro vivifica el mundo y hace florecer los corazones en la esperanza y en el gozo.

 Mis años de  experiencia personal me han llevado a constatar la fuerza evangelizadora de  la música, a descubrir como compartir el canto de amor de Cristo Resucitado ayuda a los hombres a descubrir la esperanza y el gozo que el Evangelio de la salvación produce en nosotros.  El misterio del canto de Cristo continúa de esta manera revelándose e iluminando el mundo.

¡ Cuántas veces hemos compartido con el Papa Juan Pablo II el estupor al comprobar la fuerza de la música que toca los corazones, haciéndolos vibrar al unísono con el corazón de Cristo, cuantas veces lo hemos visto cantar con nosotros y sonreír feliz al sentirse participe del canto del Resucitado unido a todos aquellos que, cantando la misma música, recibían la caricia del Espíritu de amor, sintiéndose Iglesia unida en un mismo canto”!    El recuerdo de tantos momentos musicales vividos con él me han hecho comprender cada vez más profundamente la importancia y la belleza de la música que se convierte en oración y gozo, en suplica y alabanza y que se une misteriosamente al canto de Cristo.

 

 Marco Frisina, Totus Tuus  Nr 6, Nov/Dic 2009

 

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