Quedaban ya solo tres catequesis para completar la serie de las audiencias del Siervo de Dios Juan Pablo II sobre el mal, tan enraizado en el primer pecado y asociado a todos los pecados de todos los hombres de todos los tiempos. En El pecado como alineación del hombre el Papa subrayaba nuevamente que “Las consideraciones sobre el pecado desarrolladas en este ciclo de nuestras catequesis, nos obligan a volver siempre a ese primer pecado del que se habla en Gén 3. San Pablo se refiere a él como a la "desobediencia" del primer Adán (cf. Rom 5, 19)”. "no debéis comer del fruto del árbol". Explica el Papa que el contenido aparentemente irrelevante de la prohibición simboliza una cuestión totalmente fundamental. El hombre instigado por el tentador quería ser “como Dios” . Esa "desobediencia", de oposición a la voluntad del Creador. será el carácter principal del primer pecado de la historia del hombre. Bajo el peso de esta herencia la voluntad del hombre debilitada e inclinada hacia el mal, estará permanentemente expuesta a la influencia del "padre de la mentira"….
Juan Pablo II mismo resumía el contenido de la siguiente catequesis del 10 de diciembre de 1986 "Estableceré hostilidades... ": el hombre implicado en la lucha contra las fuerzas de las tinieblas “ refiriendose al “complejo contenido de las palabras del Gén 3, que constituyen la respuesta de Dios al primer pecado del hombre. En ese texto – continúa - se habla de la lucha contra "las fuerzas de las tinieblas", en la que el hombre está comprometido a causa del pecado desde el comienzo de su historia en la tierra: pero al mismo tiempo se asegura que Dios no abandona al hombre a sí mismo, no lo deja "en poder de la muerte", reducido a ser "esclavo del pecado" (cf. Rom 6, 17). De hecho, dirigiéndose a la serpiente tentadora, Dios le dice así: "Establezco enemistades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te herirá en la cabeza cuando tú la hieras en el talón" (Gén 3, 15).”
Juan Pablo II mismo resumía el contenido de la siguiente catequesis del 10 de diciembre de 1986 "Estableceré hostilidades... ": el hombre implicado en la lucha contra las fuerzas de las tinieblas “ refiriendose al “complejo contenido de las palabras del Gén 3, que constituyen la respuesta de Dios al primer pecado del hombre. En ese texto – continúa - se habla de la lucha contra "las fuerzas de las tinieblas", en la que el hombre está comprometido a causa del pecado desde el comienzo de su historia en la tierra: pero al mismo tiempo se asegura que Dios no abandona al hombre a sí mismo, no lo deja "en poder de la muerte", reducido a ser "esclavo del pecado" (cf. Rom 6, 17). De hecho, dirigiéndose a la serpiente tentadora, Dios le dice así: "Establezco enemistades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya; ella te herirá en la cabeza cuando tú la hieras en el talón" (Gén 3, 15).”
Estas palabras del Génesis – diría en la catequesis siguiente (la ùltima de la serie sobre el mal del pecado) se han considerado como el "protoevangelio", o sea, como el primer anuncio del Mesías Redentor. Efectivamente, ellas dejan entrever el designio salvífico de Dios hacia el género humano, que después del pecado original se encontró en el estado de decadencia que conocemos (status naturae lapsae). Ellas expresan sobre todo lo que en el plan salvífico de Dios constituye el acontecimiento central…..” "Y tanto amaste al mundo, Padre Santo, que, al cumplirse la plenitud de los tiempos, nos enviaste como Salvador a tu único Hijo. El cual se encarnó por obra del Espíritu Santo, nació de María la Virgen, y así compartió nuestra condición humana en todo, menos en el pecado".Agrega Juan Pablo II mas adelante “El análisis del "protoevangelio" nos hace, pues, conocer, a través del anuncio y promesa contenidos en él, que Dios no abandonó al hombre al poder del pecado y de la muerte. Quiso tenderle la mano y salvarlo. Y lo hizo a su modo, a la medida de su santidad transcendente, y al mismo tiempo a la medida de una "compasión" tal, como podía demostrar solamente un Dios-Amor.” “Las mismas palabras del "protoevangelio" expresan esa compasión salvífica, cuando anuncian la lucha ("¡Establezco enemistades!") entre aquel que representa "las fuerzas de las tinieblas" y Aquel que en el Génesis llama "estirpe de la mujer" ("su estirpe"). Es una lucha que se acabará con la victoria de Cristo ("te aplastará la cabeza"). Pero ésta será la victoria obtenida al precio del sacrificio de la cruz ("cuando tú le hieras en el talón"). El "misterio de la piedad" disipa el "misterio de la iniquidad".
En el "protoevangelio" en cierto sentido Cristo es anunciado por primera vez como "el nuevo Adán" (cf. 1 Cor 15, 45). Más aún, su victoria sobre el pecado obtenida mediante la "obediencia hasta la muerte de cruz" (cf. Fil 2, 8), comportará una abundancia tal de perdón y de gracia salvífica que superará desmesuradamente el mal del primer pecado y de todos los pecados de los hombres.
[…]
Tenemos así la certeza de que Dios, que en su santidad transcendente aborrece el pecado, castiga justamente al pecador, pero en su inefable misericordia al mismo tiempo lo abraza con su amor salvífico. El "protoevangelio" ya anuncia esta victoria salvífica del bien sobre el mal, que se manifestará en el Evangelio mediante el misterio pascual de Cristo crucificado y resucitado.
Y refiriéndose a lo expresado en el Concilio cita lo que considera “el mejor sello” a las catequesis sobre el pecado: "A la encarnación ha precedido la aceptación de parte de la Madre predestinada, para que de esta manera, así como la mujer contribuyó a la muerte, también la mujer contribuyese a la vida. Lo cual se cumple de modo eminentísimo en la Madre de Jesús por haber dado al mundo la Vida misma que renueva todas las cosas...” (cf. Lumen Gentium 56) "Enriquecida desde el primer instante de su concepción con el resplandor de una santidad enteramente singular, la Virgen Nazarena, por orden de Dios, es saludada por el ángel de la anunciación como 'llena de gracia' (cf. Lc 1, 28), a la vez que Ella responde al mensajero celestial: 'He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra' (Lc 1, 38). Así, María, hija de Adán, al aceptar el mensaje divino, se convirtió en Madre de Jesús, y al abrazar de todo corazón y sin entorpecimiento de pecado alguno la voluntad salvífica de Dios, se consagró totalmente como esclava del Señor a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo con diligencia al misterio de la redención con Él y bajo Él, con la gracia de Dios Omnipotente" (Lumen Gentium, 56).
En María y por María, así, se ha transformado la situación de la humanidad y del mundo, que han vuelto a entrar de algún modo en el esplendor de la mañana de la creación."
En el "protoevangelio" en cierto sentido Cristo es anunciado por primera vez como "el nuevo Adán" (cf. 1 Cor 15, 45). Más aún, su victoria sobre el pecado obtenida mediante la "obediencia hasta la muerte de cruz" (cf. Fil 2, 8), comportará una abundancia tal de perdón y de gracia salvífica que superará desmesuradamente el mal del primer pecado y de todos los pecados de los hombres.
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Tenemos así la certeza de que Dios, que en su santidad transcendente aborrece el pecado, castiga justamente al pecador, pero en su inefable misericordia al mismo tiempo lo abraza con su amor salvífico. El "protoevangelio" ya anuncia esta victoria salvífica del bien sobre el mal, que se manifestará en el Evangelio mediante el misterio pascual de Cristo crucificado y resucitado.
Y refiriéndose a lo expresado en el Concilio cita lo que considera “el mejor sello” a las catequesis sobre el pecado: "A la encarnación ha precedido la aceptación de parte de la Madre predestinada, para que de esta manera, así como la mujer contribuyó a la muerte, también la mujer contribuyese a la vida. Lo cual se cumple de modo eminentísimo en la Madre de Jesús por haber dado al mundo la Vida misma que renueva todas las cosas...” (cf. Lumen Gentium 56) "Enriquecida desde el primer instante de su concepción con el resplandor de una santidad enteramente singular, la Virgen Nazarena, por orden de Dios, es saludada por el ángel de la anunciación como 'llena de gracia' (cf. Lc 1, 28), a la vez que Ella responde al mensajero celestial: 'He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra' (Lc 1, 38). Así, María, hija de Adán, al aceptar el mensaje divino, se convirtió en Madre de Jesús, y al abrazar de todo corazón y sin entorpecimiento de pecado alguno la voluntad salvífica de Dios, se consagró totalmente como esclava del Señor a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo con diligencia al misterio de la redención con Él y bajo Él, con la gracia de Dios Omnipotente" (Lumen Gentium, 56).
En María y por María, así, se ha transformado la situación de la humanidad y del mundo, que han vuelto a entrar de algún modo en el esplendor de la mañana de la creación."
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