Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

viernes, 9 de septiembre de 2011

Mi amigo Karol – entrevista al cardenal Andrzej Maria Deskur






(de la entrevista realizada por Włodzimierz Rędzioch al cardenal Andrzej Maria Deskur, publicada por L'Osservatore Romano Nro especial mayo 2011 “BEATO”
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Eminencia, cuando conoció a Karol Wojtyla?
Conocí a Karol Wojtyla ya en el lejano 1945 en Cracovia. Estudiábamos juntos en el seminario metropolitano: yo en primer año, él en cuarto. En 1946 corrió la noticia de que Wojtla sería ordenado sacerdote en ese año y enviado a estudiar al extranjero. Fue un gran reconocimiento para él, pero nadie lo envidiaba, porque todos lo querían y reconocían su gran inteligencia, su sólida preparación y su profunda espiritualidad. Durante los estudios vivíamos juntos y por eso nos conocíamos bien. Recuerdo que todos queríamos salir con él durante nuestros paseos semanales porque regresábamos enriquecidos. Un día, uno de los seminaristas escribió sobre la puerta de su habitación: «Karol Wojtyla: futuro santo». Parecía una broma, pero en verdad reflejaba la opinión que ya entonces teníamos del joven Wojtyla y ahora, sesenta años después y con el proceso de beatificación en curso, este hecho resulta simbólico. En la víspera de su partida, Karol vino a verme para preguntarme si no era algo arriesgado mandar al extranjero a un joven sacerdote, como él. Le respondí: «Dios no corre jamás ningún riesgo, porque tiene todo en su mano. No te preocupes: en su mano te tiene también a ti».




Así Wojtyla partió hacia Roma. Pero también usted en 1950 fue enviado, primero a Friburgo para los estudios de teología moral y luego a Roma para estudiar en la Pontificia Academia Eclesiástica. Wojtyla n cambio, concluidos los estudios en el Angelicum, regresó a Cracovia. ¿Se perdieron de vista?



No exactamente. Nos encontramos durante los trabajos del concilio Vaticano II. Yo era teólogo conciliar: él, arzobispo de Cracovia, padre conciliar. Iba con èl a todas las reuniones de las comisiones de las que era miembro. Monseñor Wojtyla era bien visto en todas partes, porque tenía un rasgo muy apreciable de carácter: no era polémico. Con él no se podía pelear, porque en las discusiones contaban sólo los argumentos.

Cuando murió Pablo VI, y enseguida Juan Pablo I, usted tenía ya una gran experiencia curial y conocía bien a los cardenales. ¿Se esperaba la elección de un cardenal no italiano?



No sólo me esperaba la elección de un cardenal no italiano, sino de un concreto purpurado, el cardenal Karol Wojtyla. Quisiera explicarme mejor: se sabe que el nuevo Pontífice se elige de entre los cardenales, pero, en cierto sentido, su gran elector es también su predecesor, que elige los miembros del Colegio cardenalicio, determinando el resultado del cónclave. Pablo VI apreciaba mucho al cardenal Wojtyla y yo diría que en cierto modo lo preparó para que le sucediera. Primero, lo quiso como predicador de los ejercicios espirituales para la curia romana en el Vaticano para dar a conocer su gran sabiduría y su profunda espiritualidad. Luego lo nombró relator del Sínodo sobre la evangelización. Fue una sorpresa para todos, porque se esperaba para ello un relator de algún país de misión. Pero de este modo también los cardenales del tercer mundo pudieron conocer al arzobispo de Cracovia y apreciar su celo pastoral y misionero. No cuenta poco el hecho de que Pablo VI alentaba a Wojtyla a viajar por el mundo para conocer mejor la realidad de las Iglesias locales.



Cuando Juan Pablo II apareció por primera vez en el balcón de la basílica de San Pedro, usted se encontraba en la cama del hospital «Gemelli»: el inicio del pontificado de su amigo coincide con su drama personal
Debo admitir que cuando en el hospital comprendí que estaría paralizado para siempre quedé abrumado, aunque, en mi caso, no se puede hablar de sufrimientos físicos: el paralitico es una persona aprisionada por el cuerpo, privada de libertad. Sólo la oración me permitió superar ese momento difícil y aceptar mi invalidez. Cuando, después de los cuidados, regresé a casa y me retiré, dejando el cargo de la presidencia del Consejo pontificio para las comunicaciones sociales, recibí una carta personal del Papa que comenzaba con la frase: «ahora sabes cuál es tu misión en la Iglesia.» Se trataba de la misión de la oración, la misión de todos los enfermos y de los que sufren. El Papa me ayudó mucho con aquella carta.



¿Su enfermedad les impedía mantener sus acostumbradas estrechas relaciones personales?



Para nada. Cada domingo almorzaba con él en su apartamento y de vez en cuando él venía a mi casa (la fiesta de San Andrés era nuestra cita fija en mi casa)



Juan Pablo II no le quería desocupado: lo nombró presidente de la Academia Pontificia de la Inmaculada. ¿Qué tarea le encomendó?



La Academia pontificia de la Inmaculada se ocupa de los estudios de los dogmas y del culto mariano, pero también del trabajo pastoral. A Juan Pablo II le interesaba mucho el trabajo de la Academia, porque quiso restaurar en la Iglesia la digna veneración de la Madre de Dios, cuyo culto se debilitó por la errónea interpretación de las enseñanzas del concilio Vaticano II. Además, el Santo Padre estaba convencido de que la nueva evangelización pasaba también a través de los santuarios marianos. Europa es desde siempre la «tierra de la Virgen», con todos sus santuarios y centros de espiritualidad. Recuerdo las palabras de Karol Wojtyla cando era aún obispo de Cracovia: «Los santuarios marianos son un capital de la Iglesia porque son los lugares donde se proclama la Palabra de Dios y se administran los sacramentos, son centros de oración y de encuentro de los fieles en un ambiente más amplio que la parroquia: son lugares donde las experiencias del peregrino se entrelazan con el misterio de María, y las experiencias de la nación, de la patria, de la región encuentran el amor de la Iglesia y de su Madre.»




Durante nueve años usted fue miembro de la Congregación para las causas de los santos. Se acusaba a Juan Pablo II de proclamar demasiados santos y beatos. ¿Cómo respondía el Papa a esas críticas?



Cuando le hablaba de esas críticas, me respondía tranquilamente que la Iglesia existía para que hubiera santos. ¡Nunca hay suficiente santidad en la Iglesia!




Para mucha gente también, Juan Pablo II ya es un santo



La Iglesia tiene sus procesos para la canonización y está bien que existan, pero yo tengo siempre en mi mente la inscripción sobre l puerta del joven seminarista de Cracovia: «Karol Wojtyla: futuro santo»

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