Los seres humanos se asemejan a los arboles que
viven de lo que les brinda la tierra en la cual se hallan enraizado y en lo que
les ofrece el sol, disipando la
oscuridad y permitiéndoles subsistir siguiendo un orden establecido; así se
benefician de los dones recibidos.
Alguien que quiera comprender a los arboles debe penetrar en el suelo
del cual yerguen, y observarlos a la luz del sol que brilla sobre ellos.
Necesitará captarlos en el paisaje que los contiene, en los cielos, en las
nubes, en la lluvia y en la nieve.
Esa tierra para los seres humanos son las
generaciones pasadas y las que vendrán. Todo ser humano hunde sus raíces en
aquellos que han trabajado para el y en aquellos para quienes trabaja
ahora. Junto a ellos va creando un paisaje
cultural, spiritual y religioso atento a la Promesa, a la cual responde con la esperanza
creada en el por la Promesa misma. La historia de esta alianza de la Promesa y
la esperanza forma la tradición de la raza humana. Esta historia consta de
periodos diferentes, algunos más fáciles otros más difíciles. No se trata, sin
embargo, de apariencias, porque cada periodo de la tradición de la alianza de
la Promesa, que es Dios, y de la esperanza, que el ser humano encarna, es difícil.
Estos seres humanos a quienes ambos la Iglesia y la nación
necesitan en toda época se manifiestan precisamente cuando aparece la necesidad
de tenerlos. Y así ocurrió en Polonia en los crueles años de la ocupación alemana,
luego soviética y los años del mal del
comunismo insensato.
No podremos entender a Karol Wojtyła, su ministerio
episcopal y petrino a menos que nos adentremos en la historia de la tradición de
la alianza de la promesa divina y en la esperanza humana en la tierra en la
cual los polacos crearon – y continúan creando – la cultura de la fe en el Hombre,
en su libertad y en la fe en Dios cuya libertad es idéntica al amor
misericordioso. Es de esta cultura que nace su identidad nacional, aunque
puedan aparecer otros componentes en
virtud del hecho que ninguna persona es una isla separada de los demás. La
libertad de los polacos ha estado constantemente amenazada desde el este y el
oeste y en ciertas épocas desde el sur y desde el norte. Adentrada profundamente en su cultura, la
Iglesia ha compartido sus momentos más difíciles con ellos. Mantuvo su
presencia especialmente en el matrimonio y la familia, que fue la morada en la
cual los seres humanos, confiado el uno en el otro, podían sentirse ellos
mismos. Y de esta experiencia de
libertad y matrimonio y de la familia nació la Regla para la “Humane Vitae” Grupos de matrimonios,
sobre los cuales sabemos algo pero a lo cual no se
ha dedicado suficiente atención. Es en
esta regla que el padre Przemyslaw Kwiatkowski ha basado la obra de su tesis
doctoral, que mostrará el valro antropológico del texto y su importancia para
la vida espiritual de los esposos. Es solamente en este sentido y en ningún otro
que el padre Kwiatkowski descubre esta Regla.
La penetración de la fe en el hombre por la fe en
Dios y la fe en Dios por la fe en el hombre en el proceso de la tan atormentada
tradición polaca le mostro a Karol Wojtyła, Jan Pietraszko, y Jerzy Ciesielski
con gran evidencia que el matrimonio y la familia son los baluartes finales de
la libertad en los seres humanos y la soberanía nacional. Cuando se destruyen
estos baluartes la sociedad de seres humanos cae y hasta cae la Iglesia. Cracovia no es solamente un símbolo de la
historia del esfuerzo político moral, y cultural de seres humanos por el bien común
de la sociedad, o sea por la persona humana, que nació y renació en la comunión
de personas que confiaban uno en el otro. Esta “es” su historia.
En el siglo XI, San Estanislao, obispo de
Cracovia, defendiendo el matrimonio y la familia – o sea defendiendo a la nación
– fue asesinado al pie del altar sub
gladio por el rey Boleslao.
Excomunicado y destituido de su trono, agobiado por
el remordimiento, llevo una vida oculta en una ermita hasta su muerte, según cuenta
la leyenda, en la lejana región austriaca de Ossiach. De esta manera Boleslao
fue redimido de su pecado, tanto que hoy hasta llega a hablarse de su beatificación.
Karol Wojtyla, obispo de Cracovia y sucesor de San Estanislao, celebro la Santa
Misa cerca del simbólico sepulcro del rey-asesino en Ossiach. La presencia del obispo asesinado en la
historia de Polonia ha defendido a los polacos durante siglos y los sigue
defendiendo. El Cardenal Principe Adam Sapieha, predecesor inmediato de Wojtyla
en la sede episcopal de Cracovia, asumió la defensa de los polacos con heroica
serenidad, mas aun con heroica firmeza, prestándole cuidadosa
atención al ambiente cultural, económico y también al religioso, durante las dos guerras y durante los crueles
años de comunismo, hasta su muerte en 1951. Durante
la ocupación alemana, el metropolitano Sapieha recibió en su seminario clandestino
al joven Wojtyla. Los seminaristas vivían en la misma casa con Sapieha. Fue de él
de quien aprendieron a decir “No!” con heroica serenidad y firmeza, a todos
aquellos que levantarían su mano contra el ser humano. En la casa de Sapieha el
joven Wojtyla conoció a Jan Pietraszko, entonces secretario y capellán del Metropolitano,
a quien más tarde el metropolitano Wojtyla subsecuentemente escogiera como
obispo auxiliar.
Cuando Wojtyla, aun como joven obispo, asombradísimo,
recibió la nominación al Arzobispado de
Cracovia, le confió al prelado Stanisław Czartoryski, sobrino (y entonces príncipe)
del Cardenal Sapieha: “A mi, sucesor de Sapieha?” Tan sorprendidos como el estaban los
cracovienses que apenas lo conocían.
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