Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

viernes, 24 de junio de 2016

Stanislaw Dziwisz : Los insólitos caminos de Juan Pablo II hacia la Divina Misericordia (2 de 2)

(altar principal del Santuario de la Divina Misericordia, Lagiewniki/Cracovia)


El misterio de la misericordia de Dios en la Revelación

“En la Encíclica Dives in misericordia el Papa Juan Pablo II, siguiendo la
Constitución pastoral Gaudium et spes del Concilio Vaticano II, recuerda que Jesucristo
es la plenitud de la “revelación del misterio del Padre y de su amor” (GS 22). La
revelación de Dios es el misterio del amor (1Jn 4,16. 18), el cual une en la unidad al
Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Es el amor que se comparte con cada criatura, porque
su naturaleza consiste en regalar. Se revela al hombre en la Historia de la Salvación
como el Creador y Señor de toda la creación, quien es el buen Padre y el Dador de la
vida (cfr Gn 1 – 2; cfr Col 1, 15 – 20). En Él el hombre encuentra su realización.
La experiencia fundamental de la misericordia en la Historia de Israel, a la cual
se remite Juan Pablo II (DM 4), es el acontecimiento que tuvo lugar durante el éxodo
del pueblo elegido de la esclavitud de Egipto. Dios, viendo el sufrimiento de su pueblo,
se apiadó de su infortunio y lo liberó de las manos de sus perseguidores. En la
experiencia del éxodo está arraigada la confianza de los israelitas en la misericordia de
Dios, que supera cualquier pecado y miseria del hombre. En aquel momento de los
hechos Dios, Creador del hombre y Señor del mundo, reveló toda la verdad de sí
mismo: “Yahvé pasó por delante de él y exclamó: “Yahvé, Yahvé, Dios misericordioso
y clemente, tardo a la cólera y rico en amor y fidelidad, que mantiene su amor por mil
generaciones y perdona la iniquidad, la rebeldía y el pecado…(Ex 34, 6 – 7). En este
acontecimiento Dios reveló la verdad fundamental de que cada hombre, que era
culpable por el pecado y se había apartado de su Creador, podía encontrar la razón para
volver y dirigirse con la petición del perdón (Nm 14, 18; Cro30, 9; Neh 9, 17; Sal 86,
15; Sap 15, 1; Eclo 2, 11; Job 2, 13). El Papa recuerda que Dios reveló su misericordia
desde el principio de la historia por medio de palabras y de obras descubriendo las
diferentes dimensiones de su amor hacia el hombre.
La misericordia de Dios revelada en la Antigua Alianza, observa el Papa en la
Encíclica Dives in misericordia, es un paradigma del amor de Dios hacia el hombre, que
abarca diferentes “matices del amor”. Es el amor paternal, que resulta del hecho de
haber dado la vida, porque Dios es el Padre de Israel (Is 63, 16), y el pueblo elegido es
su hijo amado (Ex 4, 22). Es también su Esposo e Israel su esposa amada (Os 2, 3). Su
amor se revela como compasión y perdón magnánimo, cuando el Pueblo Elegido no
mantiene la fidelidad (Os 11, 7 – 9; Jer 31, 20; Is 54, 7). Los salmistas lo llaman Dios
del amor, clemente, fiel y misericordioso (Sal 103; 145). La experiencia de la
misericordia de Dios nace en el diálogo interno del hombre con su Creador y Padre.
En la Encíclica Dives in misericordia Juan Pablo II, remontándose a la Historia
de la Salvación, recuerda la presencia incesante de Dios entre la gente. La misericordia
del Padre, revelada por Jesucristo, está presente en la Antigua Alianza, en la historia del
pueblo elegido, que conservó la fe en el único Dios. El Dios Yahve, el Creador del
mundo y del hombre, se da a conocer a Moisés como misericordia. Dios mismo, de
forma solemne se presenta: “Descendió Yahvé en forma de nube y (moisés) se puso allí
junto a Él e invocó el nombre de Yahvé. Yahvé pasó por delante de él y exclamó:
“Yahvé, Yahvé, Dios misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en amor y
fidelidad, que mantiene su amor por mil generaciones y perdona la iniquidad, la rebeldía
y el pecado…(Ex 34, 5 – 7). En la misericordia, como lo subraya Juan Pablo II, (DM 4),
surgen diferentes aspectos del amor de Dios hacia el hombre: La bondad, la
benevolencia, la gracia, la fidelidad, la ternura y la compasión propia de la madre, la
magnanimidad y la benevolencia así como la clemencia, dejar marchar al adversario y
perdonarle . La misericordia, comprendida como la revelación del amor de Dios hacia el
hombre, se une de forma indisoluble con la obra de la creación uniendo al Dios Creador
con el hombre que es su criatura (DM 4). Como observa el Santo Padre, es propio de la
naturaleza del amor el no poder odiar ni desear el mal a quien obsequió con la plenitud
de los bienes.
El misterio del amor misericordioso lo conservó el pueblo elegido, amonestado
en sus acciones por los profetas y animado a la apertura de su corazón al Dios de la
misericordia (Is 54, 10; Jer 31, 3). La misericordia experimentada por los israelitas era
“el contenido de la intimidad con su Señor” (DM 4) especialmente en estos momentos,
cuando le faltaba la fidelidad a la Alianza.
Cada hombre, observa Juan Pablo II en Dives in misericordia, es capaz de
descubrir a Dios en la naturaleza y en el universo a través de sus “atributos invisibles”
(Rm 1, 20). El conocimiento indirecto no permite sin embargo la visión plena de Dios.
La revelación del amor en Jesucristo conduce a Dios “en el misterio insondable de su
esencia” (DM 2; 1 Tim 6, 16). Jesucristo muestra al Dios de la misericordia en las
parábolas de la oveja perdida y de la dracma (Lc 15, 1 – 10), y especialmente en la
parábola del hijo pródigo (Lc 15, 11 – 32). Esta parábola muestra en primer lugar la
grandeza del amor del Padre, dispuesto a perdonar y a obsequiar de nuevo. Juan Pablo II
extrae aún más de ella la dignidad del hijo pródigo, que resplandece de nuevo gracias a
la misericordia del Padre. Dios aparece como fiel a su paternidad: “Tal amor es capaz de
inclinarse hacia todo hijo pródigo, toda miseria humana y singularmente hacia toda
miseria moral o pecado” (DM 6). La grandeza del amor de Dios hacia el hombre
pecador desvela la grandeza de la dignidad del hijo, que siempre es el hijo de Dios y
tiene derecho a su amor. Juan Pablo II percibe en la misericordia “la relación de la
desigualdad” entre Dios, quien obsequia, y el hombre, que recibe su bondad. Sin
embargo la misericordia propicia que el hijo pródigo, recibiendo la dignidad de hijo, no
se sienta humillado. Al gran amor de Dios corresponde con la actitud de la conversión,
que es el fruto de la misericordia (DM 6).
La revelación plena de la misericordia de Dios es la muerte y la resurreción de
Cristo. El misterio pascual muestra la grandeza del amor de Dios hacia el hombre, que
“no ahorró a su propio Hijo” (2 Cor 5, 21). Gracias al misterio de la cruz Dios muestra
la profundidad de su amor, que está en el principio de la creación del hombre y de la
obra de la Redención: “Dios, tal como Cristo ha revelado, no permanece solamente en
estrecha vinculación con el mundo, en cuanto Creador y fuente última de la existencia.
Es el amor, que no sólo crea el bien, sino que hace participar en la vida misma de Dios:
Padre, Hijo y Espíritu Santo” (DM 7). En la muerte de Cristo Dios está cerca del
hombre dándose a sí mismo, para que el hombre pueda tener parte en su vida. El amor
misericordioso es más fuerte que el pecado y que la muerte. Gracias a la actuación del
Espíritu santo el hombre se abre a la actuación de la misericordia y percibe su dignidad,
que le da la posibilidad de la unificación con Cristo.
El lugar del encuentro con la misericordia de Dios son los sacramentos, sobre
todo la Penitencia y la Eucaristía, en los cuales el cristiano toca el amor misericordioso
de Dios. La Iglesia, fiel a Jesucristo, destaca Juan Pablo II, tiene que dar testimonio de

la Divina Misericordia como el primer deber de su misión en el mundo (DM 12).”

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