Fue el sacerdote Jan Pietraszko quien abrió el camino para que
Wojtyla se acercara a los jóvenes. Con
su presencia en medio de ellos, acompañándoles en su desarrollo, en la
maduración de sus matrimonios y familias, le mostró al joven Wojtyla - quien regresaba de sus estudios en Lovaina y Roma - que significa ser pastor en
tiempos de desprecio por el ser humano. Desde
los primeros días después de la guerra el padre Pietraszko fue capellán de los scouts en Cracovia, y en
1948 el cardenal Sapieha lo nombró pastor auxiliar para estudiantes y
profesores. Sapieha sabia interpretar a
las personas. El había intuido que su secretario sería capaz de abrirse paso a
la mente y al corazón de los jóvenes que buscaban cobijo para resguardarse de
la violencia comunista. Pietraszko
revelaría una auténtica fortaleza allí junto al altar, en el púlpito, o en
los confesionarios de la iglesia de Santa Ana, donde hasta el final de su vida
dedicaría horas tras horas. Sus
homilías eran teología viva, poética, nacida de la oración; el obispo
Pietraszko fue uno de los predicadores polacos más importantes del siglo
veinte.
Junto a mi esposa presencié el momento cuando Juan Pablo II le decia
“Obispo Jan, yo aprendí teología de usted”.
Ambos sabían como vivir una vida natural y familiar
en la laboriosa comunión de amor con los laicos. No hay duda que en momentos extremadamente
difíciles Dios les concedió a ellos y a nosotros la gracia de estar juntos de
esta manera. La fe en Dios y la fe en la persona humana constituían en nosotros
un todo orgánico de fe en Dios-Hombre.
En nuestra fe en Dios-Hombre se revela ante nosotros la entera verdad
acerca del hombre, pilar de nuestra amistad, aquellos matrimonios y aquellas familias, sin
los cuales el bien común de la sociedad que es la persona humana, no sobrevivirá.
Dios construye la Iglesia bajo la cruz dumvolvitur mundus en las amistades, matrimonios y familias. Estas amistades, matrimonios y familias construidas de otra manera no lograrían oponerse a la
mentirosa fragmentación de la verdad mantenida por políticas de brutalidad y
debilidad humana que nos llevan a caer ante las tres tentaciones del jardín del
Eden: al hedonismo – “bueno para comer”, a la estética de lo exterior –
“agradable a la vista”, y al utilitarismo – “deseoso de adquirir conocimiento”
(Gen. 3,6)
(Jan Pietraszko)
Enseñándonos a leer los grandes libros y
especialmente las Sagradas Escrituras, los sacerdotes Pietraszko y Wojtyla nos
enseñaron este arte ellos mismos. Fueron maestros del laicado, y por otro lado
el laicado fue su maestro. Sirvieron al
laicado y el laicado sirvió a ellos. En
los años de la ocupación alemana Wojtyla comenzó a formar parte de un grupo de jóvenes
que se reunían alrededor de un sastre,
Jan Tyranowski, que rezaba con ellos, recitaba el rosario y leía textos de los místicos
españoles. Fue quizás este “aprendizaje” de este sastre donde Wojtyla pudo constatar en qué
consiste esencialmente la acción pastoral. Durante la guerra el padre
Pietraszko también trabajó en parroquias, donde pudo ver que después de todo lo
que buscaba la gente era la salvación. Después de la guerra, cuando reinaba el
terror del comunismo, estos jóvenes sacerdotes, encarando las dificultades que
consideraban un tesoro, se reunían clandestinamente con estudiantes y jóvenes profesores
y rezaban juntos, reflexionaban y analizaban las Sagradas Escrituras, los textos de los
Padres de la Iglesia, de grandes filósofos, y poetas. De esta manera, esta gente joven, buscaba la
verdad completa acerca del hombre, aun a costa de tener que pagar un alto
precio. En estas reuniones contemplativas nacieron libros y homilías de ambos
Siervos de Dios. Cada lunes el padre Pietraszko hacia anotaciones de sus homilías
dominicales. Quedaban listas para su publicación que realizaron revistas católicas
fundadas por el metropolitano Sapieha.
La intensa vida intelectual de ambos Siervos de Dios
(escrito antes que Juan Pablo II fuese declarado santo) fue formada por la oración y por la capacidad
de amar a la gente. Sus vidas fueron vidas llenas de sufrimiento, pero ellos
supieron cómo llevar la cruz siguiendo a Cristo, que había cargado con su cruz antes que ellos.
La cruz de Cristo para ellos no fue una figura decorativa que llevaban en sus
pechos. Ellos sabían sufrir y por lo tanto sentían compasión por otros. No eran
activistas, y precisamente por ello su trabajo ha rendido sus frutos y sigue haciéndolo.
Bajo la influencia y compañía de Pietraszko y
Wojtyla surgieron vidas santas entre los laicos. Hoy lo vemos aun mejor al
observar la vida que llevaron aquellos que vivían “mas allá”. Como estaban entre nosotros
los veíamos como alguien que vivía en otras esferas. Asi es quizás la
naturaleza de la presencia de personas santas. Solamente nos damos cuenta de
ello cuando ya están “más allá”. Si tomamos un ejemplo: la vida de Jerzy Ciesielski – ahora Siervo de
Dios – profesor en el Instituto Politécnico de Cracovia, animador del grupo de
Karol Wojtyla, un gran organizador, especialmente en nuestras excursiones turístico-espirituales,
que murió trágicamente con dos de sus hijos cuando se hundió el barco en el que
viajaban por el Rio Nilo.
Estas
tres figuras, los tres Siervos de Dios –Jan Pietraszko, Karol Wojtyla(1) y Jerzy Cisielski – nos ofrecen una esplendida
imagen del mundo religioso y cultural que vivia Cracovia - espero que esa Cracovia siga existiendo.
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