Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

sábado, 12 de enero de 2019

Karol Wojtyla: Significado de la muerte y de la inmortalidad (1 de 2)



Es necesario preguntar, ante todo, «que es el hombre», si queremos hacer la pregunta “¿Qué sucederá después de esta vida?”. Como leemos en Gaudium et spes, 10, el hombre constituye «una unidad de alma y  de cuerpo»  y «por su última condición física sintetiza en si los elementos del mundo material», «pero no se equivoca al afirmar su superioridad sobre el universo material y al considerarse no ya como particula de la naturaleza o como elemento anónimo de la ciudad humana.  Por su interioridad es,  en efecto,  superior al universo entero: a esta profunda interioridad retorna cuando entra dentro de su corazón, donde Dios le aguarda, escrutador de los corazones, y done el personalmente, bajo la mirada de Dios, decide su propio destino. Al afirmar, por tanto, en si mismo la espiritualidad y la inmortalidad de su alma, no es el hombre juguete de un espejismo ilusorio provocado solamente por las condiciones físicas y sociales exteriores, sino que toca, por el contrario, la verdad más profunda de la realidad» (GS,14)

La antropología materialista no puede explicar el hecho de la trascendencia propia del hombre, puede solo  negarla contra el testimonio de su experiencia, de la historia y dela cultura. Sin embargo, el concepto de la trascendencia personal resulta tratado a fondo en la filosofía contemporánea del hombre, como aquello que fundamentalmente define su realidad. El análisis de la trascendencia personal del hombre permea todos los análisis metafísicos, que especulan sobre la espiritualidad y, siguiendo a esta, sobre la inmortalidad del alma humana. El Vaticano II, hasta cierto punto, une las dos vías desde el momento que,  al argumentar sobre l vocación del hombre ligada a la dignidad personal, se remite de modo significativo a la experiencia. Asi, or ejemplo, cuando habla de la muerte:  «El máximo enigma de la vida humana es la muerte. El hombre sufre con el dolor y con la disolución progresiva del cuerpo. Pero su máximo tormento es el temor por la desaparición perpetua. Juzga con instinto certero cuando se resiste a aceptar la perspectiva de la ruina total y del adiós definitivo. La semilla de eternidad que en si lleva, por ser irreductible a la sola materia se levanta contra la muerte. Todos los esfuerzos de la técnica moderna, por muy útiles que sean, no pueden calmar esta ansiedad del hombre: la prórroga de la longevidad que hoy proporciona la biología no puede satisfacer ese deseo del mas allá que surge ineluctablemente del corazón humano» (GS,18)

La muerte es la primera de las llamadas verdades ultimas del hombre. La filosofía contemporánea del hombre ha desarrollado la problemática de la muerte en el sentido de que con ella no solo llega el momento de la destrucción, sino también el de la prueba final del ser hombre, de la madurez en el ampo de la elección realizada. El hombre no está solo sometido a la muerte, sino que en ella se define a si mismo de modo definitivo; según esta autodefinición «se escoge a si mismo». Esta visión personalista de la muerte, aun cuando brota solo de premisas filosóficas, no es extraña – quede claro – a la tradición cristiana. Al contrario, es propia de ella. La tradición cristiana sostiene, en su modo de ver la muerte, ambos aspectos: el dolor de morir, al que nos remite la Constitución pastoral sobre la «Iglesia en el mundo contemporáneo» en el n. 18, debe mirar con la madurez ultima del hombre en la dimensión de su vida terrena, con el sentido de haber realizado la vida terrena, y por consiguiente también de haberse realizado a si mismo en ella y por ella. La fe funda tal realización,  se sitúa en cierto modo con la propia verdad sobre la muerte, en su centro: «La fe cristiana enseña que la muerte corporal, que entro en la historia a consecuencia del pecado, será vencida cuando el omnipotente y misericordioso Salvador restituya al hombre en la salvación perdida por el pecado. Dios ha llamado y llama al hombre a adherirse a El con la total plenitud de su ser en la perpetua comunión de la incorruptible vida divina. Ha sido Cristo resucitando el que ha ganado esta victoria para el hombre, liberándolo de la muerte con su propia muerte.» (GS, 18)

(de Karol Wojtyla: EL HOMBRE Y SU DESTINO, Trilogía inédita, Biblioteca Palabra, Madrid) Original publicado en italiano por Librería Editrice Vaticana, 1998.

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